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miércoles, 6 de mayo de 2020

Crónica Trabajar, castigo divino. 6 de mayo


Se supone que trabajamos para cumplir la pena eterna que acataron nuestros primeros padres tras la expulsión del paraíso y que solo volveremos al tal paraíso cuando alcancemos el cielo o …  nos jubilemos.
Como todo el mundo, en mis ya muchos años de vida laboral he atravesado luces y sombras. Las luces quedan intactas en la memoria, las sombras se van aclarando de forma casi inexplicable hasta desaparecer conforme avanzamos. No se me ha olvidado cuando hace ya mucho, en uno de esos momentos en los que solo veía cuestas hacia arriba, le dije a mi amiga R: “lo dejo”. La cara con la que me respondió quedó para siempre grabada en mi retina y  acto seguido decidí: “no lo dejo”. ¡Qué regalo esa cara y qué satisfecha estoy de esa decisión! Porque las tormentas pasan y los problemas, en general, se van arreglando.
Hoy, con un horizonte de jubilación no inmediato pero mucho más cercano,  el trabajo adquiere para mí connotaciones cada vez más festejables. Me explico; si tu trabajo no te esclaviza -que entonces ya nos metemos en otra dimensión- trabajar está muy bien. Primero, ganas dinero e independencia. Segundo, te retas a ti mismo cada mañana para presentar tu lado profesional y salir airoso de las situaciones que se van presentando. Tercero, te encuentras y te relacionas “física y virtualmente” con muchas personas, no siempre iguales que tú, lo que alimentará tu tolerancia. Cuarto, cumples con horarios y normas, que aunque parezca un “contra” en lugar de un “pro”, no está nada mal como antídoto a la pereza (otro rasgo humano que nos viene de fábrica). Y mucho más.
Todas estas obviedades me vienen a la cabeza cuando pienso en dos colectivos que seguramente se incomodarán respecto a lo  que acabo de escribir. El primero, el de los desempleados quienes, con toda razón, pensarán ¡ya me gustaría a mí tener  ocasión de pensar si dejo o no  un trabajo,  o poder siquiera pararme a pensar en lo bueno o malo que es el empleo que tengo. Necesito el trabajo y punto!.
El segundo grupo se sitúa en la esquina opuesta, y es el de aquellos que aún conservando el hoy escaso y preciado empleo, lo desvirtúan quejándose (¡solo pienso en jubilarme!), echando la culpa a otros (¡ni idea, eso lo lleva fulanito!) o encogiéndose de hombros (¡no pienso hacer nada mientras no me lo manden!). Reciben un sueldo que creen merecer solo porque van a trabajar, pero por hacer, no les viene nada. ¿qué pasará cuando alguien se de cuenta de que estos días no han estado, tampoco han hecho, y no ha pasado nada? No estaría mal que en este grupo se hicieran algunas reflexiones.
Otra cosa es lo que pasa en Cádiz, donde dicen ¡Ay quillo, que  trabajar me parte el día! Yo me parto de risa con ellos
Hoy en España: 220.325  total diagnosticados, 25.857 muertos, 126.002 curados

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