Se supone que trabajamos para cumplir la pena eterna que
acataron nuestros primeros padres tras la expulsión del paraíso y que solo
volveremos al tal paraíso cuando alcancemos el cielo o … nos jubilemos.
Como todo el mundo, en mis ya muchos años de vida laboral he
atravesado luces y sombras. Las luces quedan intactas en la memoria, las
sombras se van aclarando de forma casi inexplicable hasta desaparecer conforme avanzamos.
No se me ha olvidado cuando hace ya mucho, en uno de esos momentos en los que solo
veía cuestas hacia arriba, le dije a mi amiga R: “lo dejo”. La cara con la que
me respondió quedó para siempre grabada en mi retina y acto seguido decidí: “no lo dejo”. ¡Qué regalo
esa cara y qué satisfecha estoy de esa decisión! Porque las tormentas pasan y
los problemas, en general, se van arreglando.
Hoy, con un horizonte de jubilación no inmediato pero mucho más
cercano, el trabajo adquiere para mí connotaciones
cada vez más festejables. Me explico; si tu trabajo no te esclaviza -que
entonces ya nos metemos en otra dimensión- trabajar está muy bien. Primero, ganas
dinero e independencia. Segundo, te retas a ti mismo cada mañana para presentar
tu lado profesional y salir airoso de las situaciones que se van presentando. Tercero,
te encuentras y te relacionas “física y virtualmente” con muchas personas, no siempre
iguales que tú, lo que alimentará tu tolerancia. Cuarto, cumples con horarios y
normas, que aunque parezca un “contra” en lugar de un “pro”, no está nada mal como
antídoto a la pereza (otro rasgo humano que nos viene de fábrica). Y mucho más.
Todas estas obviedades me vienen a la cabeza cuando pienso en
dos colectivos que seguramente se incomodarán respecto a lo que acabo de escribir. El primero, el de los
desempleados quienes, con toda razón, pensarán ¡ya me gustaría a mí tener ocasión de pensar si dejo o no un trabajo, o poder siquiera pararme a pensar en lo bueno
o malo que es el empleo que tengo.
Necesito el trabajo y punto!.
El segundo grupo se sitúa en la esquina opuesta, y es el de
aquellos que aún conservando el hoy escaso y preciado empleo, lo desvirtúan
quejándose (¡solo pienso en jubilarme!), echando la culpa a otros (¡ni
idea, eso lo lleva fulanito!) o encogiéndose
de hombros (¡no pienso hacer nada mientras no me lo manden!). Reciben un
sueldo que creen merecer solo porque van a trabajar, pero por hacer, no les
viene nada. ¿qué pasará cuando alguien se de cuenta de que estos días no han
estado, tampoco han hecho, y no ha pasado nada? No estaría mal que en este grupo se
hicieran algunas reflexiones.
Otra cosa es lo que pasa en Cádiz, donde dicen ¡Ay quillo,
que trabajar me parte el día! Yo me
parto de risa con ellos
Hoy en España: 220.325
total diagnosticados, 25.857 muertos, 126.002 curados
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