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lunes, 25 de septiembre de 2023

Cayucos, vidas, e indiferencia

Puerto de La Restinga, 27 agosto 2023

El pasado agosto estuve unos días en La Restinga, isla de El Hierro, Canarias, allá en el extremo más al oeste de España.

Desde el apartamento alquilado podía divisar el pequeño puerto que da vida a esta localidad de pescadores y desde hace ya algunas décadas, punto de encuentro de buceadores entusiastas de sus fondos marinos.  Asomarme a la terraza era obligado antes de despedirme hasta el día siguiente, para disfrutar la salida de una luna casi llena. 

Lo que contemplé, sin embargo, resultó inesperado,  y no porque no hubiera leído sobre ello días atrás; sabía de sobra que, como venía sucediendo los últimos veranos, los cayucos estaban llegando a las islas Canarias casi a diario y que El Hierro no era una excepción. De hecho, recién aterrizada, al pasar por Valverde camino de La Restinga, ya observé en el polideportivo un animado partido de futbol protagonizado por jóvenes subsaharianos. Fuera de contexto, se  podrían haber tomado por notables atletas disfrutando del deporte rey. Pero no, eran migrantes*  probablemente recién llegados y en espera de la recolocación o repatriación. Pero yo iniciaba mis  vacaciones, hecha la consabida exclamación ¡qué lástima, tan jóvenes, esos chicos! Y tras la inevitable pregunta ¿Qué será de ellos y ellas ahora? No le dediqué muchos más pensamientos al “tema”.

Vuelvo a la noche de la llegada. Estoy, como decía, asomada a la terraza y es cuando veo el buque naranja de salvamento marítimo con los focos encendidos, hay trajín en la zona del puerto, luces y voces que delatan una noche agitada ¿Será la llegada de un cayuco? Es tarde, mañana madrugo, estoy cansada y me retiro sin darle muchas más vueltas, auto convenciéndome de que no va a ser un cayuco justo ahora, eso es algo más bien del noticiero...

Por la mañana, temprano, de camino hacia la zona  habilitada en el puerto para las lanchas de buceo  lo que veo confirma que las luces de ayer sí anunciaban la llegada de un cayuco. Más de 100 personas, hacinadas y gritando vivas, habían desembarcado en La Restinga esa noche con  el auxilio del  barco de Salvamento Marítimo. La fuerte e intimidante marejada justificaba el alivio expresado en las exclamaciones de júbilo de esas personas, por fin aliviadas, ¡salvadas! tras asumir el mayor riesgo que existe: jugarse literalmente la vida en su intento por alcanzar una vida digna.

Me sonrojo, de alguna forma me avergüenzo de seguir yo con la mía, mi vida, dedicada estos días a las vacaciones, al disfrute de la isla y al hechizo de mirar, en paz, hacia el océano. Me ha hecho falta contemplar los cayucos de cerca, casi tocarlos, para medio entender la dimensión de la tragedia. Los cayucos son apenas un cascarón de madera y, paradójicamente, son barquitas alegres, pintadas de colores, esos que caracterizan al continente africano. Dentro de éste, recién llegado, ya solo quedan los restos de la arriesgada travesía: tablones, plásticos, bidones, lonas, cuerdas, alguna sudadera mojada, una zapatilla, una bota, botellas... Los que pasamos cerca nos paramos en silencio a contemplar curiosos el cayuco en dique seco, también a los operarios que vestidos con trajes protectores vacían con meticulosidad el cayuco antes de enviarlo directo a la incineración. Hay entre los observantes una especie de pacto de respecto y silencio, quizá reflejo de cierta angustia, tristeza y embarazo. Se percibe un colectivo  “no saber que decir”,  para solo murmurar “¡qué pena!” y… seguir a lo nuestro.

Pasaré varias veces más delante del cayuco, ya testigo inerte de la tragedia que sucede cada día  en  aguas mediterráneas y atlánticas: la huida masiva e imparable de jóvenes en busca de futuro, el naufragio de tantos y la llegada de los supervivientes a las costas europeas donde el recibimiento será otro obstáculo, uno más, a sus ilusiones.  Y en todas me detengo otra vez para contemplar el cayuco,  intentando entender, atrapar sensaciones y reconocer la turbación de estar en el lado bueno sin mérito alguno, porque me tocó nacer en Europa, a salvo de mafias, de traficantes y de sinvergüenzas avariciosos.

Por la tarde, frente a un deliciosa cena de pescado en el paseo marítimo de La Restinga sigo teniendo los cayucos a la vista; como yo, otros habitantes y visitantes, conversamos y disfrutamos, hoy ya sí, de la luna llena y la placidez de la noche atlántica. No escucho hablar de los cayucos, sus pasajeros fueron trasladados la misma noche de su llegada, nunca los vimos. Quizá hayan jugado al futbol esta tarde, reforzando los equipos que vimos en Valverde, quizá hayan sido repatriados, quizá estén en el hospital… Estarán secos, hidratados y alimentados, pero llenos de inquietud y seguramente también de esperanza. Los imagino optimistas tras haber sobrevivido a la espeluznante travesía; con fuerza para afrontar el siguiente reto, llegar al continente europeo, contactar son sus referencias, encontrar cobijo, trabajo… alcanzar sus sueños. O no.

Miro a mi alrededor, me miro hacia dentro y solo encuentro indiferencia,  esa que te protege del abismo o de la vergüenza, que te consuela en falso, convenciéndote que tú no tienes la culpa, que son las mafias, los gobiernos fallidos de África los responsables… y solo a medias te lo crees. Y te sientes regular.

Ciertos datos:

En 2023 han llegado a Canarias más de 14.000 migrantes en 252 cayucos, pateras y neumáticas. https://www.rtve.es/noticias/20230914/canarias-supera-llegadas-migrantes/2455930.shtml 14 de septiembre de 2023.

Desembarco de 12.000 migrantes a Lampedusa en una semana de septiembre.

https://elpais.com/internacional/2023-09-19/puerta-de-europa-para-los-migrantes-y-paraiso-para-turistas-las-dos-lampedusas-que-casi-nunca-se-cruzan.html

 * «Migrante» es, en general, el 'que migra', y «migrar» es 'trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente'. Es voz correcta y útil cuando no se habla desde la perspectiva del lugar de salida («emigrante») o del de llegada («inmigrante»).