Disfrutar de la navegación en aguas de Bretaña no parece “a priori” algo inalcanzable. El reto surge cuando no se trata de “montar en barco” sino que pretendes navegar en un velero de 12 metros de eslora y contribuyes con cero experiencia en vientos, corrientes, calados, obenques, nudos, cabos, correderas, botavaras y qué se yo cuanto más. No había conocimiento, pero si había motivación y, sobre todo, confianza ciega en el capitán, nuestro amigo Juanma, experto navegante que desde hace años pilota con orgullo y maestría su velero Quinto Real en la singular Ruta de los Grandes Faros (https://www.escuelanauticanavarra.com/).
Los retos nos rejuvenecen cuando se superan, pero aún más durante el proceso en el que se plantean (la ilusión) y se afrontan (la hora de la verdad). En esta ocasión no había dudas respecto a la viabilidad y seguridad de la navegación ¡Oye, que vamos con Juanma! pero si incertidumbres relacionadas con nuestra capacidad de disfrutar sin marearnos y, sobre todo, no molestar en la dinámica de un velero donde caben, justos, seis tripulantes, siendo tres absolutos ignorantes de la práctica náutica.
Porque cuando “navegamos” en aguas conocidas, en nuestra zona de confort, nos sentimos capaces, con herramientas suficientes para afrontar situaciones, subir y bajar pendientes o atravesar, sin rozarnos malamente, los recovecos de la vida. Si llevas a cuestas ya un porrón de años, vas circulando por el planeta y crees, inocente, que podrás enfrentarte, con más o menos dignidad, a diferentes situaciones. Pero el mar, la mar, el océano, no admite el casi ni el pero, está ahí tal cual es, infinito y profundo, con vientos y mareas que sin duda exigen, siempre, experiencia, destreza y pericia. En resumen: saber.
Ha sido esa certeza, la de no saber, la que aún sin querer ha merodeado en mi cabeza durante esta semana de grumete. Me he visto y sentido inactiva en un entorno donde no caben las equivocaciones, ni siquiera los descuidos; donde todo tiene un porqué, un fundamento forjado a lo largo de los siglos, con el empeño de muchos para, con permiso de Neptuno, dios de los océanos, poder surcar sus aguas. Porque nada, ni los winches, ni las velas, ni la brújula, las predicciones meteorológicas o los horarios de las mareas, está de adorno o se vigila por casualidad en un bravo velero.
A Tabarly se le homenajea en toda la costa bretona. Lo comprobamos en el museo de la Cité de la Voile EricTabarly próximo a Lorient-La Base; un lugar sorprendente, donde aún se conserva casi intacta la base de submarinos que durante la II Guerra Mundial sirvió, inexpugnable, a la armada alemana. Aquí, la visita al interior del submarino Flore recompensó nuestra curiosidad respecto a estas peligrosas máquinas de guerra. En Lorient-La Base encontramos también el centro de regatas transoceánicas, Pôle course au large, con los maxi trimaranes, los Imoca, etc., unos veleros que nos parecen ciencia ficción con sus foils, sus líneas futuristas, sus colores y, por supuesto, sus récords. Toda una lección de náutica.
Los novatos hemos vivido, por primera vez, la extraordinaria sensación de fondear allí donde viene en gana, para disfrutar de noches solitarias, admirar las estrellas y cantar, graves, con Lee Marvin, su legendaria I was born under a wondering star.
Y tras el postre, esas magnificas sobremesas, mecidos sobre el agua, donde se habla y escucha sin prisa, se disfruta de la compañía, se descubren matices, se aprende, se ríe: se disfruta de la vida.
Y eso que no había fundamento….