En mi hogar han pasado muchas cosas y muchos obreros especializados este verano. Casi todo su contenido se ha movido de sitio dejando paso a pintores, fontaneros, soladores o electricistas. Cuando por fin se marcharon, casi ninguno de los objetos removidos era el mismo. Una nueva mirada, una limpieza a fondo o una luz diferente han descubierto defectos y, sobre todo, evidenciado mucha inutilidad. ¿Cómo es posible que lleguemos a acumular tantos enseres y que, al mismo tiempo, no los utilicemos, ni siguiera los miremos en muchos años? Un día alguien te regala una caja de caramelos o compras una postal, los dejas en un estante… y ahí viven sin ser molestados, ni mirados siquiera, durante días, semanas, años y hasta décadas. De pronto, cuando llega la catarsis de una reforma, van y despiertan de su letargo; solo entonces los miramos, los sopesamos y … los arrojamos a la basura.
En octubre, en Madrid, en esta renovada e ingrata fase de, “quédate en casa”,
(por narices o porque los responsables no tienen ni idea de cómo sacarnos de
ésta), compruebo que el Punto Limpio del
ayuntamiento está siendo objeto de largas peregrinaciones de ciudadanos. Los
encargados de mantener el orden del lugar parecen agotados, todo el santo día
repitiendo: “pónganse a la derecha”, “los metales por aquí”, “no
señor, los electrodomésticos no van con la madera”, “la ropa es en aquel
contenedor, pero está lleno hace días”, etc.
Mientras espero turno para depositar mis ya inútiles cacharros, deduzco que
al estar más tiempo en casa, reparar, ordenar y cambiar son algunos de los verbos que en estas circunstancias nos ayudan a defendernos del tedio, la
resignación y la inquietud que nos provoca pensar en un futuro que empieza a no
gustarnos nada.
Y observando la transformación en los rostros de mis vecinos al terminar su
misión de limpieza, rostros que pasan
del hastío al alivio con la misma velocidad con la que los sobrantes urbanos se
estrellan al fondo de los contenedores, pienso que aunque no creamos (en Dios), la
educación católica recibida en estas latitudes persiste en nuestros fondos de
armario y aflora en cualquier descuido. Y así, la visita al Punto Limpio se me antoja casi como
una experiencia religiosa, como la sensación de desahogo de quien se confiesa: dejando sus pecados en
los oídos del cura y marchándose, ligero como una pluma, igual que nuestros
coches, ya de vuelta a casa vaciados de basura. Como el pecador redimido, que
no se preguntará más por sus faltas, así huimos nosotros del Punto Limpio: sin bultos, sin
peso, sin saber, ni querer saber, a dónde irán a parar tantas televisiones,
teclados, cables, sillas, carritos de bebés, lámparas, tablas de planchar, plantas
resecas, uniformes de colegio, zapatillas viejas….. ¿habrá sitio en el planeta
para tanta mierda?
Datos
actualizados a 5 de octubre (18.30 hora peninsular española)
Diagnosticados |
Muertos |
|
Mundo |
35.276.159 |
1.038.446 |
Europa |
5.759.866 |
234.565 |
España* |
813.412 |
32.225 |
* El dato de España
sólo incluye los confirmados por PCR. Los datos de infectados son cifras
acumuladas e incluyen a las personas curadas.
Fuente: ElPaís, 6
de octubre 2020