Entre las infinitas reflexiones sobre “el después”, llamó mi atención
el artículo “Se buscan parejas estables”, de Eva Illouz, EL PAÍS (3 de
mayo). Me hizo pensar en el gastado concepto de hogar. Está claro que, tanto
antes como después del confinamiento anti Covid, no existen hogares idénticos.
Cada persona determina la dinámica del hogar que habita. Aún clasificados en
hogares unipersonales, familiares, de acogida, de amigos, de socios, de
estudiantes, de compañeros de trabajo, etc., cada individuo imprimirá al techo
que le acoge unas cualidades únicas e irrepetibles. Pero en esta diversidad
irrefutable encuentro un denominador común anterior al #quedateencasa. Me
refiero a que, antes, en cada hogar, coincidían dos conceptos que, en
términos Barrio Sésamo, resumiríamos como DENTRO y FUERA, es
decir, cómo somos, “dentro de casa” y “fuera de casa”.
Salvo alguna que
otra rara avis que decide no salir nunca, lo universal es
entender el hogar como ese lugar que te resguarda y donde descansas, sin
maquillaje, para, después, salir. Lo harás para conseguir alimento, para
encontrar amor, para conocer, para gustar, para reír, también para sufrir
y maldecir, para lo que te dé la gana.
Me pregunto cómo habremos
cambiado sujetos al cobijo del hogar, sin salir con libertad durante más de 50
días. En el artículo de Eva Illouz se habla de las probables diferencias entre
los confinamientos en pareja, en solitario o en familia. Habrá
infinitas situaciones, pero se me ocurren algunas.
Quizá algunas parejas
hayan pasado, por primera vez, más de 72 horas sin separarse y
descubran que no se soportan; pero también podría ser que, pasada
una semana, y otra y otra, encuentren un ritmo de convivencia fluido,
inesperado e incluso envidiable. Seguro que algunos niños nunca habían
disfrutado tanto de sus padres, a lo mejor hasta han abusado de la
situación para tiranizarlos un poquito ¿Cuándo se les presentará
otra ocasión de tener a mamá y a papá siempre a mano?. Podría ser que algunos
misántropos recalcitrantes hubieran corregido un poco su aversión social
echando de menos a sus semejantes, pero también sería factible que
ahora tengan aún más claro que su opción es aislarse. Imagino pisos compartidos
por estudiantes en una ciudad diferente a la de origen, convertidos por “causas
ajenas a su voluntad” en familias, bien o mal avenidas. Conozco casos de
personas literalmente atrapadas en hogares ajenos porque el estado de alarma
les pilló de visita, que vivieron como un infierno los primeros días
para después confesar que no estuvo tan mal y que se acostumbraron.
Mi sensación es que no
pocos hemos estado y seguimos bastante bien a la sombra de nuestros
chiringuitos y que no va a ser fácil abandonarlos, sobre todo si tenemos que
hacerlo con mascarilla y guantes (¡mis gafas se empaaaañan!). Pero lo natural
es salir y entrar. Y habrá de todo, unas veces se estará solo y
otras compartiendo bullicio. En fin, sufriendo y disfrutando de todo
lo que la incertidumbre de la vida nos depare.
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