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viernes, 16 de septiembre de 2022

Cuaderno de bitácora: navegar con y sin fundamento


Disfrutar de la navegación en aguas de Bretaña no parece “a priori” algo inalcanzable. El reto surge cuando no se trata de “montar en barco” sino que pretendes navegar en un velero de 12 metros de eslora y contribuyes con cero experiencia en vientos, corrientes, calados, obenques, nudos, cabos, correderas, botavaras y qué se yo cuanto más. No había conocimiento, pero si había motivación y, sobre todo, confianza ciega en el capitán, nuestro amigo Juanma, experto navegante que desde hace años pilota con orgullo y maestría su velero Quinto Real en la singular Ruta de los Grandes Faros  (https://www.escuelanauticanavarra.com/).

Los retos nos rejuvenecen cuando se superan, pero aún más durante el proceso en el que se plantean (la ilusión) y se afrontan (la hora de la verdad). En esta ocasión no había dudas respecto a la viabilidad y seguridad de la navegación ¡Oye, que vamos con Juanma! pero si incertidumbres relacionadas con nuestra capacidad de disfrutar sin marearnos y, sobre todo, no molestar en la dinámica de un velero donde caben, justos, seis tripulantes, siendo tres absolutos ignorantes de la práctica náutica.

Porque cuando “navegamos” en aguas conocidas, en nuestra zona de confort, nos sentimos capaces, con herramientas suficientes para afrontar situaciones, subir y bajar pendientes o atravesar, sin rozarnos malamente, los recovecos de la vida. Si llevas a cuestas ya un porrón de años,  vas circulando por el planeta y crees, inocente, que podrás  enfrentarte, con más o menos dignidad, a diferentes situaciones. Pero el mar, la mar, el océano, no admite el casi ni el pero, está ahí tal cual es, infinito y profundo, con vientos y mareas que sin duda exigen, siempre, experiencia, destreza y pericia. En resumen: saber.

Ha sido esa certeza, la de no saber, la que aún sin querer ha merodeado en mi cabeza durante esta semana de grumete. Me he visto y sentido  inactiva  en un entorno donde no caben las equivocaciones, ni siquiera los descuidos; donde todo tiene un porqué, un fundamento forjado a lo largo de los siglos, con el empeño de muchos para, con permiso de Neptuno, dios de los océanos, poder surcar sus aguas. Porque nada, ni los winches, ni las velas, ni la brújula,  las predicciones meteorológicas o  los horarios de las mareas, está de adorno o se vigila por casualidad en un bravo velero.

Lo extraordinario es que mientras nuestros ojos novatos atendían las precisas maniobras  -seducidos por el horizonte cambiante, acompañados por bellos delfines-  ha habido  tiempo para entender, siquiera una pizca,  la magnitud de la realidad náutica.  Han brillado las historias, las anécdotas y también algunas lecciones básicas y dichos marineros. Conquistas, naufragios, accidentes, empeños, triunfos y fracasos de muchos hombres entregados, incluso hasta la muerte,  al sabor salado en sus paladares. 

Me detengo en la historia de Eric Tabarly (1931 – 13 Junio 1998),  ese intrépido soñador y creador de veloces veleros a quien aún añoran sus admiradores y que, maldito destino, fallecería durante un temporal en aguas de su querida Bretaña al caer del barco con el que en su día aprendiera a navegar, el Pen Duick I. Navegamos un día casi rozando el pantalán de su villa, cerca de la desembocadura del río Odet. Estas cosas emocionan.

A Tabarly se le homenajea en toda la costa bretona. Lo comprobamos en el museo de  la Cité de la Voile EricTabarly próximo a Lorient-La Base; un lugar sorprendente, donde aún se conserva casi intacta la base de submarinos que durante  la II Guerra Mundial sirvió, inexpugnable, a la armada alemana. Aquí, la visita al interior del submarino Flore recompensó nuestra  curiosidad respecto a estas peligrosas máquinas de guerra. En Lorient-La Base encontramos también el centro de regatas transoceánicas, Pôle course au large,  con  los  maxi trimaranes, los Imoca, etc.,  unos veleros que nos parecen ciencia ficción con sus foils, sus líneas futuristas, sus colores y, por supuesto, sus récords. Toda una lección de náutica.

Otro escenario visitado ha sido el de las islas que adornan la costa sur bretona. En el solitario archipiélago de Glénan apenas quedaban ya las últimas huellas de los jóvenes que durante el verano se forman en su escuela de vela, quizá aún ajenos de que esta experiencia estival a no pocos de ellos les cambiará la vida para siempre. Después, en Belle Île  comprobamos que los jerséis a rayas no son ninguna moda pasajera. Representan la Bretaña y sus bravos marinos. Muchos de sus visitantes, también sus habitantes, visten de rayas, porque, la verdad, es lo que pega.

Los novatos hemos vivido, por primera vez, la extraordinaria sensación de fondear allí donde viene en gana, para disfrutar de noches solitarias, admirar las estrellas y cantar, graves, con Lee Marvin,  su legendaria I was born under a wondering star.

Y tras el  postre,  esas magnificas sobremesas, mecidos sobre el agua, donde se habla y  escucha sin prisa, se disfruta de la compañía, se descubren matices, se aprende, se ríe: se disfruta de la vida.


Gracias capitán, por tu entusiasmo y tu buen hacer.  Y también gracias a Paloma y a Jorge, por su paciencia y su labor didáctica. A Rober y Paz, mis compañeros meritorios, por vuestra alegría e impecables pilotajes.

Y eso que no había fundamento….