Carmelo Gómez recibe al público en la puerta del teatro. Y esto gusta, porque nos hace sentir bien, subrayando que hoy asistiremos, como no puede ser de otra manera, a una función especial, irrepetible. Carmelo -me permitiré esta confianza- nos comenta que está contento, que el teatro está lleno y que hoy, además, ha venido un grupo de la universidad. Suena bien, seguro que añaden color al patio de butacas, normalmente, ya se sabe, con el gris de los cabellos como tonalidad dominante.
Ya en la sala principal del Teatro de La Abadía, en efecto llena, y ante un escenario bellamente decorado o, mejor dicho, ocupado, con evocadores objetos que podrían haber estado en el desván de la casa de Lorca, tomamos asiento con ganas de espectáculo, y sobre todo, con ganas de Lorca. Y se me ocurre que su título “A vueltas con Lorca” va con segundas y que podría querer aludir al recelo de quienes piensan, categóricos, que si va sobre Lorca no les interesa ¿Otra vez a vueltas con Lorca? Pero… ¿No estaba ya todo dicho?
Pues resulta que no. Cuando más te acercas a la obra y a la vida de Federico García Lorca, mejor presientes que Lorca es, sencillamente, infinito.
La propuesta de Carmelo Gómez, acompañado al piano, y algo más, por Mikhail Studyonov, transcurre en un escenario repleto de libros, maletines, algún sillón, un megáfono, caballos, tizas, lunas, muñecos, tiovivos… y es, sí, otra aproximación más al universo lorquiano. Pero no, no sobra.
¡Señor, ahí está el público! ¡Qué pase! Con esta referencia a la obra El Público y la exquisita pregunta ¿Qué es el teatro? Carmelo entra en escena y comienza su espectáculo. Lo propone casi como una lección y con un tono didáctico va poniendo entre paréntesis simpáticos e ingeniosos comentarios dirigidos a esos jóvenes universitarios que, por cierto, no hemos logrado distinguir. Les cuenta lo que es el Teatro ¡emoción! y va evidenciando, aunque indique que “no hace falta tomar notas”, las numerosas razones por las que necesitamos seguir “a vueltas con Lorca”. Y ¡zas! de repente, nos encaja su comentario de la entrada.
Nos explica y nos declama sus poemas; se detiene para intentar desentrañar las grandes obsesiones lorquianas (el amor, la infancia, el teatro, la vida, la muerte…) o para saborear palabras presentes en tantas páginas de su obra: carne, deseo, luna, clavel, junco, agua, lodo, puñal, teatro, sangre, pasión, arena…
Y avanza, rebuscando y encontrando las influencias; la inspiración de Lorca en autores clásicos, presentes en su poesía y en su teatro, porque son tan eternos como ahora lo es él. Cervantes y Lope de Vega serán los abanderados. El primero, como ese gran maestro que, aún sin querer, deja huella indeleble; el segundo, con un Caballero de Olmedo que se reencarna en Carmelo Gómez, capaz de hacernos ver una capa negra y un sombrero con pluma donde solo hay una alegre camiseta de rayas rojas y blancas.
Carmelo Gomez hace guiños a los “estudiantes” ¿Sabéis que Lope hizo películas? ¿Os acordáis de “El perro del hortelano”? Y conecta así con un público divertido que en esos instantes relaja su concentración en los versos del siglo de oro.
Y además, visitamos la luna y los juncos de los ríos, montamos a caballo, escuchamos a la Poncia en casa de Bernarda, sufrimos con los amantes de Bodas de Sangre, compadecemos a Yerma… El brillo en los ojos de Carmelo y su rostro emocionado declaran que disfruta con esta bulliciosa lección de teatro. Porque Lorca tiene cuerda para dar vueltas hasta el infinito. Y el teatro también.
Se acaba, hemos
sobrevolado Lorca con Carmelo y Mikhail. Dejo aquí esta bella muestra:
Casida* de la muchacha dorada
La muchacha
dorada
se bañaba en
el agua
y el agua se
doraba.
Las algas y
las ramas
en sombra la
asombraban
y el ruiseñor
cantaba
por la muchacha blanca.
Vino la noche
clara,
turbia de plata
mata,
con peladas
montañas
bajo la brisa
parda.
La muchacha
mojada
era blanca en
el agua,
y el agua,
llamarada.
Vino el alba
sin mancha,
con mil caras
de vaca,
yerta y
amortajada
con heladas
guirnaldas.
La muchacha
de lágrimas
se bañaba
entre llamas,
y el ruiseñor
lloraba
con las alas
quemadas.
La muchacha
dorada
era una
blanca garza
y el agua la
doraba. Ideas
La dictadura
de la felicidad