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lunes, 11 de enero de 2021

2021 ¡empezamos bien!

La primera vez que conocí la nieve en Madrid (casi como el coronel Aureliano Buendía, cuando le llevaron a ver el hielo) tendría 5 o 6 años y absolutamente ningún equipamiento para “exteriores nevados”. Pero la atracción de los niños de la Península Ibérica hacia el blanco manto era, y sigue siéndolo,  irrefrenable; de modo que, en aquel día sin cole, por supuesto, allá que nos fuimos, mi hermana y yo, directas a la calle, con nuestros leotardos, nuestros horribles gorritos de “verdugo” (anda que el nombrecito) y unos guantecillos de lana. Todo se mojó al instante, igual que nuestros pies y nuestras manos. La excursión apenas duraría un rato, no hicimos ni un muñeco y volvimos a casa, sin entender bien qué nos había pasado, pero llorando de frío. Y lo lloramos aún más cuando nuestras enrojecidas manitas empezaron a entrar en calor y la sangre a recuperar la circulación ¡qué dolor! No he podido olvidarlo y creo que no lo he vuelto a sentir de aquella manera tan intensa y tan por sorpresa. Después, por la tarde, llegó mi padre a casa. Traía en las manos un enorme bloque de nieve helada. Según entró nos dijo, “hoy cenamos nieve frita” y entre nuestros saltos de alegría preparó una sartén. Mi expectación fue casi tan grande como mi enorme decepción; no es difícil imaginar el agua sucia en que se convirtió la mágica nieve en apenas unos minutos. 

Este es mi primer y entrañable recuerdo de la nieve. Hoy lo recupero mientras disfruto y sufro la insólita experiencia que ha traído la gran nevada del siglo caída sobre Madrid. Habían avisado, es cierto, pero quién lo iba a creer ¿50cm? ¿en Madrid capital? No era posible. Pero lo fue. El jueves caminamos por el Retiro, nevaba suave, sin ventisca, con frío. La nieve llegó, adornó maravillosamente los árboles, pero no colapsó la ciudad. El viernes la cosa se complicaba, pero aún nos entusiasmaba el espectáculo. Por la tarde llegaban las llamadas a la prudencia. Desde nuestro coche vimos otros que empezaban a derrapar y decidimos volver a casa. Hicimos muy bien, en cuestión de una hora empezaría el caos: coches abandonados en la M-30 y en cada cuesta arriba, ramas de árboles caídas, frío, túneles cerrados, gente atrapada en sus vehículos. El sábado, subidón ciudadano, los niños y los mayores a la calle, a tirarnos bolas, a construir muñecos, a sacar esquíes, trineos y toda la parafernalia acumulada en los trasteros. La ciudad casi en silencio, sin coches, transpirando la alegría que producen los momentos excepcionales en los que derrotamos a lo cotidiano.  El domingo, ya sin precipitaciones, comenzamos a apreciar la dimensión de lo acontecido: sin autobuses, el transporte ferroviario detenido, hospitales inaccesibles, vuelos cancelados, escasez de abastecimientos, goteras, tejados hundidos, cañerías rotas, coches sepultados bajo las ramas de los árboles resquebrajados, comercios y restaurantes, teatros y cines, todo cerrado. Solo funciona el metro, quitanieves insuficientes que no dan abasto y palas “particulares” de buenos vecinos que hacen pasillos a la salida de los portales y vacían terrazas, rampas de garajes y entradas a las tiendas. La solidaridad ha recaído en algunos conductores de 4x4 que se han ofrecido a llevar a los enfermos a los hospitales, también bloqueados sus accesos y con las ambulancias “varadas” en las cuestas heladas… Inolvidables días de enero 2021, como aquella nieve frita.