Los premios Max de las Artes Escénicas no tienen la repercusión de los premios Goya de la Academía de Cine. Ayer, a las 8 de la tarde, en La 2, su entrega se retrasmitía casi a escondidas, como si, adrede, se intentara ocultar que el Teatro aún vive y merece ser premiado y destacado. Me pareció una Gala sobria y digna, donde los presentadores sabían su papel, como buenos actores. Me gustó y me hizo añorar aún más las salas de teatro que tanto me gustan; los ratos post-teatro, siempre tan nutritivos.
El premio de Honor lo recibió ayer Nacho Duato por su trayectoria
profesional como bailarín y como coreógrafo. Duato evoca lo bello, por el arte
al que se dedica, la danza, y también por su físico: ha sido y es guapo sin
peros. Quizá por eso me gustó tanto el final de su breve discurso de
agradecimiento. Sin duda estaba emocionado, satisfecho y contento de recibirlo;
expresó su deseo de seguir activo muchos años más; recordó a sus maestros y a
sus bailarines; dedicó un cariñoso y emotivo recuerdo a su maestra recién
fallecida, admirado de que mantuviera su postura de bailarina y la expresión de
sus ojos azules cuando apenas ya le quedaba vida. Y después, y eso es lo que me invita
hoy a escribir estas letras, Nacho Duato se concentró para hablar de “la belleza”.
Se dirigió a los jóvenes instagramers que llenan las redes de fotos huecas. Les
dijo, más o menos, “la belleza es mucho
más que una imagen superficial, es algo profundo que hay que trabajar”. Pues eso, sigamos trabajando, que no
desaparezca, que crezca. La belleza.