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miércoles, 30 de diciembre de 2020

Terminando y repasando

Fin de año. Hay unanimidad en el deseo de acabar de una vez este 2020 ¡Qué le den!  nos decimos. Y a pesar de las ganas, ¿nos atreveremos a brindar en nochevieja? Siento vértigo al recordar la inocencia con la que en su día recibimos este 2020 que tantos desastres, sinsabores, frustraciones y pérdidas ha traído.

Echar la culpa al año, al número, es, si lo piensas, más bien estúpido. La suerte o, más bien, los hechos, no van a cambiar de rumbo sólo por atravesar la línea ficticia del calendario. Si buscamos responsabilidades, quizá mejor buscar entre nosotros, los habitantes de este planeta.

Lo cierto es que el almanaque siempre manda, de alguna manera nos ajusta y nos ordena. Y ahora llega, ¡por fin!, el fin, real o artificial, del 2020 y nos invita a la recapitulación de este cuatrimestre que a la vuelta del verano iniciábamos asustados y muy disgustados, perezosos de afrontar la segunda ola de esta pandemia que no hay forma de despistar. Porque es ella la que aprovecha nuestros despistes para insistir en golpearnos y, queramos o no, atrincherarnos.

El hecho es que en estos meses los niños han ido al colegio y han pasado más frío que en la posguerra, quietecitos, sin tocarse, con mascarillas, en aulas abiertas, y no precisamente al librepensamiento, sino a los vientos e inclemencias atmosféricas. Y milagrosamente han resistido. No se habla, o al menos no se cuentan demasiados contagios de Covid entre escolares.

Las ventanas abiertas han acaparado titulares este otoño. Han sido protagonistas  en los gimnasios, los restaurantes, las tiendas, los hogares y las oficinas. También en mis clases de yoga y pilates. Si he llegado a diciembre sin resfriarme, estamos ante otro milagro ¡Vaya frío he pasado mientras intentába estirarme y respirar hondo!

Madrid semivacío es otro destacado. Con sentimientos agridulces hemos disfrutado de una ciudad sin aglomeraciones, sin atascos y sin reservas anticipadas. El confinamiento “de aquella manera” articulado en la Comunidad de Madrid nos ha permitido visitas casi privadas a varios museos. Inolvidables aquel maravilloso Reencuentro en El Prado, la visita otoñal a la casa del exuberante Sorolla y una cita en la intimidad con el Guernica en el Reina Sofía. También tuvimos gratas sorpresas al descubrir las pinturas de Anna-Eva Bergman o las fotografías recopiladas en torno a la vida de Pérez Galdós en Madrid la (Academia de San Fernando).

Y hemos ido al teatro. Con mascarilla y con prudencia.  Había muchas ganas de apoyar el arte en directo. Lamentablemente, los espectadores no hemos podido salvar el Teatro Pavón Kamikaze que tuvo que anunciar su cierre. Pero si hemos gozado con El enfermo imaginario gracias al genial Flotats, que nos arrancó sinceras sonrisas haciéndonos entender lo que es “puro teatro”, sin postureo, sin doble sentido, teatro. Nos gustó menos la fría y personal versión de La gaviota de Chejov, que vimos en Teatro La Abadía, pero nos asombramos con la vertiginosa versión de la obra Fariña. También asistimos a Las Criadas, de Jean Genet, una obra compleja, puro drama y reto para Alicia Borrachero y Ana Torrent. Me gustó menos su compañero Jorge Calvo, que haciendo de “la señora” lo tenía difícil. Reconozco que no me acaba de conquistar el juego teatral en el que las mujeres hacen papeles masculinos y hombres se visten de mujeres. Los hombres (de mujeres) resultan poco creíbles y las mujeres (de hombres) tienen que forzar la voz, subirse en zancos o henchir el pecho…

Aunque reconozco un buen libreto y mejor actuación de Alberto San Juan y Guillermo Toledo, poca huella dejó en mi memoria El último de la fila de Juan Mayorga. No me gustó la obra Galdós: sombra y realidad. Dedicada al escritor y “sus mujeres” (reales y literarias) resultó un aburrimiento, y no por los actores, que estaban impecables, sino más bien por un texto construido en fragmentos desvaídos y tristones, apenas entrelazados por la presencia del personaje estereotipado que representaba a Galdós.

Curiosa fue la experiencia en el teatro La Abadía. Durante la función "Los que hablan", magníficamente interpretada por Malena Alterio y Luis Bermejo, dos chicas sentadas detrás no pararon de reir, les bastaba con que los actores entraran en el escenanario para estallar en carcajadas ¿?. Según ellas comentaron al final de la representación "ver a Luis Bermejo y no reirte es como si Chaplin no te hace gracia". La verdad es que a mí me arruinaron la función, que era un texto inteligente, dramático, con su buena dosis de sarcasmo y de gracia, pero creo yo que no para esas risotadas,  "a lo tonto", como dijo otro espectador irritado que les llamó la atención. Igual que es que ya hemos perdido hasta el sentido del humor... Lo  bueno es que algo quedó de la obra, que subraya la estupidez de las conversaciones ligeras y la incapacidad de comunicar los verdaderos sentimientos. Ahora me da por analizar ciertas conversaciones...

Y hemos seguido series en televisión: la inglesa Endeavour, con todos esos crímenes que sucedían en el Oxford de los años 60 (parece mentira, tanto malo entre gente tan bien educada); o la crudísima Secretos de un matrimonio (Bergman), el mano a mano de una pareja que se quiere y se destroza. Y la sorpresa de Antidisturbios, acción, realidad y ficción en nuestras calles, muy buena.

También cine en casa con homenajes a Sean Connery, John Le Carré, más Bergman, algún que otro rollete de arte y ensayo…jajaja.

Y ya metidos casi en Navidad nos regalamos un Mesias de Haendel en el Auditorio Nacional. Es desde hace años la música con la que despertamos el día 25 de diciembre y ha sido un verdadero gustazo escucharla en directo. (Entre paréntesis y por lo bajo añadiré que fue un poco estrambótica la experiencia de escuchar un coro magnífico separado de la orquesta con metacrilatos y todo el tiempo con mascarilla. Los pobres solistas se la quitaban cuando les tocaba su turno. El resto, la orquesta y el director, también enmascarados... ¡vivir para ver!) 

El colofón: MacbethEl último montaje de Gerardo Vera, fallecido por Covid el pasado mes de septiembre y llevado al Teatro María Guerrero por el director Alberto Sanzol.  Ha sido casualidad, pero no podía escoger nada mejor para cerrar este año de crónicas Covid que este gran drama de Shakespeare. Porque lo tiene casi todo, miserias y virtudes sabia y fatalmente entrelazadas: envidia, ambición, traición, celos, muerte, miedo, venganza, mentira, crimen, castigo... pero también nobleza, fidelidad, inocencia, arrepentimiento, ilusión, fuerza y un poco de amor. Un montaje valiente y potente, que hace añorar aún más los espectáculos “no representados” en estos meses de aislamiento. Pero nos quedaremos con la tremenda actuación de Carlos Hipólito, un Macbeth sin fisuras que asume hasta el final su dolorosa metamorfosis hacia el lado oscuro. Muchos, muchos aplausos para ese gran actor.

Y aquí lo dejo, feliz de seguir y con ganas de más. En 2021, sin covid, espero.

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Covid en el mundo.  29 de diciembre 2020. Fuente:  EL PAIS

Datos actualizados a 29 de diciembre (18.30 hora peninsular española)
DiagnosticadosMuertos
Mundo82.127.6931.793.686
EE UU19.520.502338.742
India10.244.852148.439
Brasil7.563.551192.681
Rusia3.100.01855.692
Francia2.631.17564.204
Europa25.547.337556.990
España*1.893.50250.442


miércoles, 16 de septiembre de 2020

La Gaviota, que un día fue, de Chejov

Recuperado, por fin, uno de los anhelos del confinamiento: de vuelta a las salas de teatro. Hay ganas y, por qué no decirlo, cierta inquietud ante las cifras de contagiados y víctimas que estos días de septiembre crecen y crecen junto con el estupor de los ciudadanos, los  que  “ya no sabemos qué hacer, ni tampoco qué va a pasar”. En el entreacto, la mayoría decidimos recuperar, con tiento, algún retazo de aquella “vieja normalidad”, la cual, es curioso,  empieza a parecer lejana y extraña.

El sector cultural, o lo que queda de él, se afana en esa recuperación tras su generosa entrega durante el confinamiento (¡os acordais? nos regalaron interpretaciones, lecturas, performances, sesiones de música, grabaciones, videos, etc.).  Me da la sensación de que, a cambio,  les estamos devolviendo muy poco. Igual es que estamos agotados. Aun así, sigue sorprendiéndome, y molestándome, que algunos, que además pueden pagar sin problemas un libro o una suscripción, se empeñen en atajar y utilizar la vía de las descargas piratas. ¿Qué pensarían si sus empresas no les pagaran por su trabajo o de que otros se apoderasen de sus bienes, simplemente  porque es fácil acceder a los mismos y, para qué van a pagar?

Me centro. La obra escogida para la rentrée ha sido La Gaviota, una versión personal de Àlex Rigola, en el Teatro La Abadía. Y aquí me paro unos segundos porque admito que no he entendido el mensaje del director/autor de esta libre interpretación de la pieza de Chejov. Digamos que apenas he entendido nada. Mientras, he disfrutado, y mucho, de la escena  y de los actores. Todos brillantes. Les he sentido gozar del momento, aunque  también disimular, creo,  su incomodidad al actuar en una obra que interpela al público en varias ocasiones y en lugar de respuestas se encuentran con rostros tapados por bozales. Mientras les contemplaba actuar me preguntaba cómo sería hacerlo ante ese público; tan calladito y anónimo tras las multi versiones de mascarillas que nos amordazan.  Me espanta imaginar esa foto. Afortunadamente, desde la butaca solo ves las nucas del público y, que alivio, ese grupo de actores, jóvenes y profesionales, ellos sí, sin mascarilla.

Según explica el autor,  se trata de una performance en la que los actores hacen de si mismos al tiempo que asumen la personalidad, el pasado y el futuro de los protagonistas de La Gaviota. Confesaré que llegué al teatro sin estudiar, sin haberme preocupado por conocer  un poco antes dichos personajes. El resultado ha sido de total confusión, aún más cuando los actores mantienen sus propios nombres y en ningún momento usan los que propuso Chejov. El director les ha puesto a caminar sobre un filo muy estrecho y, en mi oponión, nada transparente para el espectador. Resultado: un bello ejercicio teatral del que, sin embargo, no he sido capaz de extraer mensaje alguno. Me pregunto si esta triste Gaviota merece el esfuerzo del director y aún más de los magníficos actores, atrapados en un escenario en el que, junto a su profesionalidad, arriesgan sus íntimas trayectorias vitales. Un complejo trayecto que en mi caso acaba, y ya lo siento, sin recompensa emocional.

La Gaviota, de Chejov, Teatro La Abadía. 15 de septiembre 2020

Dirección y adaptación: Álex Rigola

Reparto: Nao Albet, Pau Miró, Xavi Sáez, Mónica López, Irene Escolar, Roser Vilajosana

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Yo no quería, pero vuelvo con las cifras Covid (Extraídas de El País). 

DiagnosticadosMuertos
Mundo29.870.112940.720
EE UU6.630.892196.802
India5.118.25383.198
Brasil4.419.083134.106
Rusia1.075.48518.853
Perú738.02030.927
Europa4.579.781222.056
España*614.36030.243

viernes, 29 de enero de 2010

Participo en 'etiquettes'


Una perfomance en el festival de escena contemporánea. Me siento frente a mi amiga Paz y asumimos el papel que unos auriculares nos transmiten. Durante media hora somos 'títeres' o 'actores' a las órdenes de nuestro 'autor?. Nos entregamos... y nos divertimos.

Conclusión: 'las palabras son el eje de nuestro pensamiento' ...' sin palabras no puedo pensar'

Creo que es así