28 de junio de 2023, suena un titular en la radio: “Rayuela cumple 60 años” y, sin aviso previo, con total independencia de mi voluntad, se desanudan las neuronas del recuerdo, de la melancolía y del ensueño. Consulto entonces periódicos y publicaciones on line que se ocupan de la efeméride con titulares que parecen copiarse unos a otros:
“Rayuela cumple 60 años: la novela que nos enseñó que con la literatura sí se juega”. El Comercio, Perú; “A 60 años de la publicación de "Rayuela", libro icónico de Julio Cortázar. Ministerio cultura Argentina; “Por qué “Rayuela” de Cortázar sigue vendiendo 10 mil ejemplares al año a seis décadas de su publicación”. Leamos; "Rayuela cumple 60 años: el libro juguetón que sigue siendo un éxito”. La Razón; “60 años de Rayuela: todas querían ser La Maga” La Opinión de Málaga
Lo intento, pero no los
leo, me los dejo para “después”. Creo que no quiero contaminar recuerdos. Fue
María, aún en el instituto, quien empezó a hablar de Rayuela. Eran tiempos de
intercambios, de libros que pasaban de unas manos a otras sin necesidad de influencers
ni tik toks; bastaba la fascinación de un lector próximo para entender que
“había que leer” tal o cual novela. Sin orden, sin concierto, sin criterios
preestablecidos, llegaron a nuestras manos El cuarteto de Alejandría, El
extranjero, La ciudad y los perros, Cien años de soledad, Madame Bovary, Crimen
y Castigo, 1984, Un mundo feliz, On the road, El siglo de las luces, …
todos, de un modo u otro, entendidos a medias o casi
nada, dejaron huella en nuestras tiernas cabecitas.
Lo que sí hacen los
titulares del aniversario de Rayuela es empujarme al reto de releer Rayuela, y
lo acepto ¿Qué versión escoger? ¿Todos los capítulos seguidos, aleatoriamente o
según la pauta o guía que también propone Cortázar? Me lanzo a la lectura ordenada, de cabo a
rabo, sin saltos. Descubro o redescubro, que Rayuela no es, no lo ha sido
nunca, un libro o una novela cualquiera; no es fácil, no es amable, no es
ingenua. Y me pregunto cómo “carajo” pude quedar fascinada o entender algo de
ese texto inmenso, plagado de referencias a la música de jazz, a la literatura,
a la filosofía, a la ciencia… referencias que aún hoy (y han pasado algunos
años y mucha vida) reconozco solo a medias. Me encuentro hasta con una cita a
Oppenheimer, el científico que “parió” la bomba atómica y que ahora descubrimos
por la gentileza de Hollywood en su oferta
de películas de verano.
Y me admiro, me rindo a
los pies de Julio Cortázar; por su inmensa erudición, por sus cultas citas sin
Google, por su espíritu crítico e indomable, por su clarividencia. ¿Cómo
denominar, si no, un párrafo como este, escrito en los años cincuenta del siglo
veinte?:
“El reino será de
material plástico, es un hecho. Y no que el mundo haya de convertirse en una
pesadilla orwelliana o huxleyana; será mucho peor, será un mundo delicioso, a
la medida de sus habitantes, sin ningún mosquito, sin ningún analfabeto, con
gallinas de enorme tamaño y probablemente dieciocho patas, exquisitas todas
ellas, con cuartos de baño telecomandados, agua de distintos colores según el
día de la semana, una delicada atención del servicio nacional de higiene, con
televisión en cada cuarto, por ejemplo grandes paisajes tropicales para los
habitantes de Reikiavik, vistas de igloos para los de La Habana, compensaciones
sutiles que conformarán todas las rebeldías, etcétera.”
Y me reencuentro, aliviada
y sorprendida, con mi Rayuela, la que quedó en mi cerebrín adolescente. La
resumo en las siguientes reflexiones o más bien, cavilaciones.
La primera es la referida
al amor, el de verdad, ese que Horacio Oliveira teme y pretende ignorar porque
sabe que le lleva, inmisericordemente a entregarse, a compartir el ojo del
Cíclope, a vivir, espantado, en la rutina, a perder la sorpresa de encontrarse,
o no, con la Maga en las calles de París… y así, con amor, dejar de ser él, el inconformista y atormentado
Oracio Holiveira. Saber desde temprano que el amor puede, y debe, ser sublime,
ayuda.
La segunda atañe a lo que
yo en mi primera lectura llamé “ambiente Rayuela”: humo de cigarrillos Gauloises,
música de jazz, cuartetos clásicos, habitaciones desordenadas, conversaciones y
debates… bohemia, París. ¡Cómo soñé con vivirlo!
La tercera es la
curiosidad por saber, por leer, por viajar, por vivir mirando de otra forma,
buscando los matices fantásticos de la realidad que nos aplasta. No siempre se
puede estar en este modo, pero saber que es posible y apasionante, también
ayuda.
Y luego están las
coincidencias, los azares y las rimas de la vida que tanto me sorprenden y me
gustan. Con Rayuela y Cortázar he tenidos dos recientes, para relamerse. La
primera ocurre justo tras escuchar la noticia del aniversario de la publicación
de Rayuela mientras preparaba la mochila para un viaje. Decido entonces escoger
un libro que no pese, de los que puedes leer o releer en cualquier ocasión, y
me asomo sin más a mi estantería, sin gafas no puedo leer los lomos así que elijo
entre varios uno de los más delgados ¡es Historias de Cronopios y de Famas! Me
cosquillea el alma.
La segunda. Ya en plena
lectura de Rayuela voy subrayando algunos párrafos que me hacen pensar o que al
menos entiendo, pues es este en muchas ocasiones un texto oscuro y complejo.
Uno que me gusta dice: “Después de los 40 años, la verdadera cara la tenemos
en la nuca, mirando desesperadamente para atrás”. Resulta que leyendo la
prensa me detengo en un artículo de Ana Iris Simón titulado “Un viejo y un crío
son como un Jano bifronte”; habla de narraciones y me engancha, sin sospechar
que un poco más abajo la autora refiere que leyó Rayuela a los quince años y
que le viene a la cabeza, mira por dónde, la citada frasecita.
Son tontunas, pero entre
ellas me queda una certeza, Rayuela fue, es y será importante en mi vida.
Gracias, mi querida María. Te vas, pero te quedas.
Nota: no he podido evitar un fogonazo de estupor a leer las referencias al lector-hembra de los miembros masculinos del Club de la Serpiente (en realidad ni Babs ni La Maga, mujeres, pertenecen al Club, son convidadas a las reuniones, pero figuran, en todo, minusvaloradas, ellas y sus comentarios). El lector-hembra es despreciado por Oliveira y sus camaradas, espantados por su superficialidad y conformismo; el lector-hembra no se entera de nada más allá de lo evidente y no entiende de ejercicios literarios ni de referencias.
Leo que Cortázar medio se disculpó años más tarde de la utilización de la palabra hembra para definir la debilidad intelectual. Eran, desde luego, otros tiempos, otros enfoques. Leerlo hoy, rechina, rasca... es un sapo a tragar en esta novela donde las hembras, la verdad, no salen bien paradas. Y otra alusión a mis "encajes" o coincidencias, la alusión a la debilidad del lector-hembra me ha recordado al hombre blandengue de El Fari, ese castizo taxista cantante con una visión algo rancia del mundo; sin duda muy, muy lejos de la de Cortázar/Oliveira ¿O no? Los machismos se tocan.