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viernes, 6 de agosto de 2021

Agente Sonya, una de esas vidas “de película”

Termino de leer, asombrada, el libro de Ben Macintyre que revisita la increíble vida de Úrsula Kuczynski, agente Sonya, al servicio del espionaje de la URSS entre los años 30 y 50 del siglo XX.

El trabajo de Úrsula, que llegaría a ser coronel del Ejército Rojo, se desarrolló en la China pre-revolución, en Polonia, antes de ser invadida por los nazis, en la Suiza neutral de la segunda guerra mundial y en el Reino Unido post guerra. Más de 20 años encubierta tras una “simple” fachada de esposa dedicada a su hogar y al cuidado de sus tres hijos. Las señoras no levantan sospechas y menos aún si son simpáticas, decididas y educadas, como era Úrsula.

Nacida en Berlín en 1907, su familia, judía, ocupaba una buena posición económica e intelectual. Su padre, un prestigioso demógrafo; su hermano, un intelectual comunista (también entregado al servicio soviético). En diferentes momentos, la familia al completo acabará instalada en el Reino Unido, empujada por el auge del nazismo que en los años 30 convertiría a Alemania en el monstruo que tantos padecieron hasta el final de la segunda guerra mundial.

Las acciones y “peripecias” de Sonya se leen como una novela de Ian Flemming: su captación en Shanghái con poco más de 20 años y embarazada de su primer hijo, su formación en Moscú, los riesgos asumidos, las renuncias personales, la excitación de una doble vida, sus amores, sus hijos, sus sacrificios, sus éxitos, las consecuencias de estos en el devenir de la guerra y la postguerra.

Nada que pueda resumir aquí, pero si comentar mi reflexión ante los ideales de quienes creyeron en la revolución soviética, en los ideales comunistas y en un mundo mejor y, después, pagaron por ello y no precisamente a manos de sus enemigos sino más bien de sus jefes, del aparato comandado por Stalin y sus fieles.

A lo largo de su vida Úrsula comparte convicciones y peligrosas misiones con personas de muy diversos orígenes y diferentes formaciones (voluntarios de las brigadas internacionales en la guerra civil española, magníficos científicos, intelectuales, obreros, aventureros…). La mayoría son jóvenes e idealistas y aspiran a participar en la construcción de una sociedad más justa, más igual, más libre. La mayoría también morirá joven. Muchos serían condenados sin juicio, involucrados sin querer en el disparatado clima de sospechas y acusaciones del cruel estalinismo. Leyendo la vida de Úrsula, plena de acontecimientos, de errores y aciertos que sin duda condicionaron la historia del siglo XX, no puedo sino evocar las tormentas. Tras los truenos, la lluvia y los huracanes, siempre, milagrosamente, sale el sol. Es entonces cuando te preguntas si valía la pena tanto miedo, tantos disgustos, tanta energía… Y en el caso del espionaje, tanta traición al servicio de un sistema, el que sea, diabólico. Lo sorprendente es que muchos de aquellos luchadores, maltratados por el aparato, murieron fieles a sus ideas, satisfechos con las decisiones tomadas. Quizá es una forma de disfrazar su decepción y preservar la utilidad de sus vidas, regaladas a unos comandantes despiadados.

Al parecer tampoco Úrsula manifestó, públicamente, ninguna duda al respecto de las purgas soviéticas y demás aberraciones. Ella creía en un mundo mejor y ese era el paraíso comunista. En 1950, con el MI5 ya pisándole los talones, tras 20 años de ausencia, volvería a la RDA, a su ciudad, Berlín. Úrsula falleció en el año 2000. Aún tuvo tiempo de ver la construcción del muro y también su caída, la reunificación de Alemania, la perestroika, la desmembración de la URSS, etc. Entre tanto, volvería a su afición más temprana y quizá más verdadera, la escritura. Dejó escritas sus sorprendentes memorias y también numerosos libros destinados al público infantil, estos bajo otra identidad, la de Ruth Werner.

Asomarme a la vida de Úrsula ha sido un viaje apasionante, por lo increíble de su espionaje y también por la aproximación a otros protagonistas del siglo XX, vidas no menos interesantes y arriesgadas: Agnes Smedley, periodista americana en la vanguardia del feminismo que descubrió en Úrsula el potencial de un agente secreto; Richard Sorge, el modelo de 007 que la enamoró en Shanghái y moriría ejecutado por los japoneses; el arquitecto Rudolf Hamburger, su primer marido, agente soviético por afinidad y la mala fortuna de caer en desgracia y pagar su fidelidad con años de miseria en el Gulag; Klaus Fuchs, el físico que trasladó los secretos de la bomba atómica a la mesa de Stalin; Melita Norwoods, “humilde” administrativa que facilitaba el filtrado de documentos a la URSS, entendiendo que había que equilibrar los poderes atómicos de los dos bloques en la guerra fría (la conocimos en la película "Red Joan", interpretada por Judi Dench). Y un largo etcétera de personas que parecen personajes y nos recuerdan que a menudo NADA ES LO QUE PARECE. Este mundo está lleno de mundos que se relacionan pero que solo unos pocos conocen y manipulan.