Admiración. Rechazo. Envidia. Estupefacción. Incomodidad. Estupor. Desprecio. Desdeño. Ejemplo. Violencia. Armas. Solidaridad. Bienestar. Vanguardia. Desigualdad. Racismo. Ley. Orden. Mafias. Diplomacia. Impeachment. Imperialismo. Occidente….
Hoy, 20 de enero de 2021, a punto de comenzar la ceremonia de investidura del presidente Joe Biden son numerosos los sustantivos (por no contar verbos, adjetivos y adverbios) que brotan en mi cabeza al pensar en Estados Unidos. Entre ellos, varios conllevan apreciaciones positivas. No en vano los estadounidenses redactaron con su independencia una constitución que incluía la Carta de Derechos, piedra angular de los derechos humanos. Establecieron las formas (al menos las formas) de su democracia, articulando salvaguardas para mantenerla a flote a pesar de los numerosos peligros (ahora también ”trumpistas”) que la acechan desde sus inicios. En ello pensaba al contemplar perpleja el reciente asalto Congreso, perpetrado por una masa de “extraños” ciudadanos; mientras, cruzaba los dedos y confiaba en que los americanos no permitieran el ultraje de los más preciados símbolos de su país, ese que sin pensar en sus vecinos llaman América. Porque hay que reconocerlo, no muchos países pueden contabilizar 46 ininterrumpidas ceremonias de investidura de sus presidentes, presidentes elegidos en las urnas.
Aunque no tiene nada que
ver, pienso en los protocolos americanos en contraste con la reciente polémica provocada
por el gobierno de la Generalitat catalana al intentar postponer la celebración
de elecciones programadas para febrero. En Estados Unidos, las campañas electorales,
las primarias, las elecciones, los nombramientos, los juramentos… están
marcados por un calendario apenas inalterable. Se asume y se respeta, para dejar
claro que son las instituciones y las leyes fundamentales las que mandan y no los
intereses personales, partidistas o circunstanciales
los que marcan el ritmo político. Y
Se me ocurren estas cosas en espera de una ceremonia de investidura inédita, sin apenas invitados a causa de la pandemia y en aras de la seguridad. Porque las armas y la violencia son la otra cara de la moneda, la fea, de este gran país. Más de 25.000 agentes han sido apostados en torno al Congreso y establecido numerosas restricciones en los accesos, incluido un muro de 2 metros de altura en torno a la Casablanca y el Congreso. Casi nada. Los ciudadanos cada vez más lejos de sus representantes...
Quien se lo
va a perder, y esto sí que se sale de la norma, es el ya expresidente Donald Trump, que acaba de abandonar la Casablanca en helicóptero.
Escucho en la radio sus palabras de despedida, en las que evita nombrar a su sucesor. Dice que se va contento, que en estos “increíbles”
cuatro años ha hecho todo lo que vino a
hacer, incluso más…
¡Qué raro! Trump amasó
su fortuna con la construcción, sin
embargo, durante su presidencia se le ha
dado mucho mejor destruir, a golpe de tweet.