Principiantes. Raymond Carver. Dirigida por Andres Lima. Adaptada por Juan Cavestany e interpretada por Mónica Regueiro, Javier Gutiérrez, Vicky Luengo y Daniel Pérez Prada |
Así de mustio era mi ánimo
al acércame a los Teatros del Canal para presenciar «Principiantes», basada en
relatos del norteamericano Raymond Carver, con adaptación de Juan Cavestany y
dirección de Andrés Lima. Sobre las
tablas: Javier Gutiérrez, Mónica Regueiro, Daniel Pérez Prada y Vicky Luengo.
Anticipo el final (¡spoiler!):
una representación magnífica. Por su puesta en escena, por la adaptación
de la novela al teatro, por su música e iluminación y, sobre todo, por la sincera y emocionante
interpretación que cada uno de los actores hace de los áridos textos de Raymond
Carver. Salgo del teatro convencida de haber asistido a una gran jornada
teatral. Estoy sorprendida y también satisfecha de haber tenido la oportunidad
de acercarme y entender siquiera un poco las tormentas de Raymond Carver.
La trama: dos parejas alrededor
de la mesa en una cocina. Una, joven, reciente, ilusionada; la otra, más
madura, con crudos ayeres sobre sus
espaldas. Beben, hablan, lloran, ríen, bailan…, durante toda una tarde mientras la luz del día
se va agotando, igual que sus pasiones, sus ilusiones y sus arrebatos ¿Dónde está
el atractivo para el espectador? Difícil de expresar, pero lo cierto es que
cada uno de los personajes nos conmueve, porque de alguna forma ya les conocemos;
hemos hablado, reído, llorado y bebido con
ellos en algún instante de nuestras vidas: Herb, un cirujano divorciado, con
tendencias suicidas y de vuelta de casi todo; Terry, su mujer, resignada a los
arrebatos de Herb, pero también comprensiva, recordando con amor, a pesar del
maltrato recibido, a su primer marido, quien se suicidaría fatalmente
tras perseguir a Terry y a Herb. Laura, joven, enamorada; su nivel de alcohol
va subiendo conforme su confianza se va desintegrando y su inocencia se desvanece entre lágrimas al tiempo que los sarcasmos de Herb se
apoderan del ambiente. Y Nick, pareja de Laura, el narrador que nos permite asomarnos
a la estancia donde todo transcurre, o mejor dicho, donde todo se habla y se
bebe, porque pasar, en realidad no
pasará casi nada. Al final, todos llorados, de alguna forma desahogados, los
cuatro, aferrado cada uno a su pareja como si de una tabla de salvación se
tratara, se irán a cenar; mañana seguirán buscando el amor mientras acarrean
la cotidianidad de sus vidas.
Porque de amor se habla en este relato/drama. De amor recién
estrenado, de amor fracasado, de amor carnal, de amor equivocado, de amor agotado,
de amor simulado. Pero el estremecimiento lo provoca Herb cuando cuestiona la
verdadera esencia del amor, cuando interpela
a los otros tres preguntando ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Herb ha
pensado mucho en el amor, se nota. Se ha preguntado ¿A dónde va el amor cuando
dejamos de querer, cuando el amor se acaba? y ha
meditado sobre cómo es posible agotar un amor y después empezar uno nuevo con toda
la fuerza del mundo, como si fuera el primero. Le gusta observar a las personas,
a las parejas y tiene numerosas oportunidades en el hospital donde trabaja. Relata
aquí una historia tan tierna que casi la vemos flotar como un oasis de amor sobre
las dramáticas secuencias que desgranan los cuatro personajes en la tremenda borrachera que
alcanzarán al final de la obra (de la tarde). Es la historia de dos ancianos
que han tenido un accidente de coche y se han salvado de milagro. Han tenido
una vida sencilla, en un rancho. Nadie repararía en ellos en las calles de
cualquier ciudad y sin embargo, cuenta Herb, han vivido juntos toda la vida, se
han tenido el uno al otro toda la vida, han bailado cuando no había nada que
hacer ni nadie con quien hablar, no pueden vivir ni entender la vida el uno sin
el otro … ¿Es eso el verdadero amor? ¿Así, tan sencillo?