Es verdad que disfruto
con los grandes campeonatos de fútbol, tipo mundiales, Champions y copas de
Europa, últimamente incluso más con las chicas futbolistas, pero hasta el pasado
domingo, el mundo futbolístico estaba muy lejos de mis cavilaciones, reflexiones
o como queramos llamarlas. Se jugaba el Derby, el primero de la temporada, el
siempre “súper emocionante”, el “sin par”
enfrentamiento entre el Atlético
de Madrid y el Real Madrid. Toca en casa del Atlético. Bueno, pues a verlo. Me
acomodo, está fresca la noche, a ver transcurrir minutos de futbol sin riesgos,
sin la emoción de una final. Y el partido me resulta un aburridísimo rollete,
solo soportable en relación directamente proporcional a la comodidad de mi
sofá.
Me fui descolgando, para estas situaciones tener el móvil a mano es estupendo, y así, miraba algunas cosillas y de vez en cuando levantaba la cabeza para ver como seguía el tiki taka. Sin novedad en los marcadores. En la segunda parte ataca el Real Madrid y, por fin, un gol.
Locura en el estadio. Los ultras del Frente Atlético empiezan a agitarse, a desahogarse con insultos llenos de mala baba y todos los gestos que puedan ofender. Pero ¿Qué les pasa a los hinchas? (da igual su color) ¿Por qué esos odios? ¿Qué les va en ello? la vida no, eso seguro.
El portero del Madrid se
enseñorea, se enfrenta a los forofos con gestos de hombre fuerte (casi 2
metros) ¡Cuidado! eso no, no en campo contrario, faltaría más, normas no
escritas se agitan en las gradas. Los atléticos pasan a mayores.
Ahora lazan un mechero, ahora otro, ahora una bolsa con restos de la merienda…
El cancerbero
se irrita, igual hasta se preocupa, porque seguro que un mecherazo en plena cabeza te deja, cuanto
menos, una herida. Entrega al árbitro
los objetos, gesticula de nuevo y … se para el partido.
Hay que poner
orden.
Allá van, intentando guardar y hacer guardar la calma, el capitán y el entrenador atléticos. Se
acercan a las gradas de los ultras. Algunos -encapuchados, por cierto- dialogan
o, mejor dicho, intercambian gritos. La autoridad del entrenador, líder supremo
e ídolo atlético, no se discute. Se
calman los ánimos. Se reanuda el partido.
Yo ya lo dejo, mañana es lunes. Pero sigo el tema escuchando la radio. Y aquí viene lo bueno, los periodistas deportivos, (a los que admiro sinceramente por su entrega, profesionalidad y entusiasmo) se crecen con incidentes como este, se vienen arriba. Lo que casi nunca pueden evitar es que se les vea el plumero, es decir, si son madridistas, del Barça o del Atlético, se les nota. Así, algunos, dando vueltas a los hechos, empiezan a justificar los actos vandálicos. Que si ya se sabe cómo son los hinchas, que en su campo no se puede provocar a los del Frente Atlético, que un profesional como el portero del Real Madrid, que conoce al enemigo, no puede arriesgarse con esos gestos. Vamos, que aún sin llegar a respaldar o aprobar el lanzamiento de los mecheros, se diagnostica que el “incidente” ha tenido lugar tras una provocación.
Los oídos me
pitan, me paro a escuchar, he oído bien, algunos de estos comentaristas
deportivos disculpan la violencia, entienden que es inevitable pues, repiten,
ha habido provocación. Y me vienen a la cabeza, con asco, los comentarios de ciertos jueces y no pocos
ciudadanos cuando excusan una violación o un abuso, sencillamente porque la
mujer iba en minifalda o estaba borracha, porque era una fresca o, era
evidente, se lo iba buscando.
Y aún me
espanto más cuando por la mañana encuentro fotos en la prensa informando de
cómo al final del partido el equipo atlético fue hasta el fondo del estadio a
aplaudir a sus hinchas. Les reconocía su apoyo ¿Aprobaba así su comportamiento,
lo justificaba?
Que fácil es
hoy en día ser malo, especialmente si te
jalean y, aún más, si vas encapuchado,
escondido entre la masa, como en las redes sociales.
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