Hemos
llegado a Semana Santa casi sin querer, porque sabemos que este año no toca. No
hay operación salida, ni sacamos el bikini ni las chanclas.
Seguimos en casa, bueno no todos. Unos
cuantos han decidido que con ellos no va el tema. Ellos se van a la playa, caiga
quien caiga. Acabo de escuchar que han detenido a un ciudadano en Torrevieja
tras la difusión de un video en el que decía que llegaba, junto con otros miles de madrileños,
dispuesto a contagiar el corona virus a todo aquel con quien se cruce. Sin
comentarios.
Lo
cierto es que mientras unos obedecen sin rechistar el “Quédate en casa” y
llenan sus horas con cine, noticias, bizcochos o clases de baile, otros han pensado que tampoco
pasa nada si interpretan, a su favor, la normativa. Si mi casa del pueblo
también es mi casa, pues me voy; si tengo
una finca, pues cazo o paseo a caballo; si tengo perro, pues me doy cada día un
paseo de una hora. La verdad, es entendible. Las circunstancias son tan
variadas como las interpretaciones y dentro de lo prudente se entienden ciertas
desviaciones a la consigna de quedarse.
Lo
que pasa es que para mantenernos tranquilos y conformes en una situación como ésta
los ciudadanos necesitamos sentirnos más iguales. El castigo o, mejor dicho, el esfuerzo de quedarse en casa se percibe como
en aquella telenovela titulada “Los
ricos también lloran” que consolaba a los pobres telespectadores a base de dramas fustigadores de millonarios y
bellezones.
También
me hace gracia, no sin cierta amargura, lo envidiosillos que somos ante ciertas pequeñas
diferencias en la manera de pasar la “hibernación”. Por ejemplo, que una vecina
grite desde su terraza a un vecino que se ha atrevido a dar dos vueltas a un
pequeño jardín o que se critique que una chica está tomando el sol en su
terraza.
El colmo lo observé el otro día cuando un amigo grabó un video para contar una vieja aventura de la que extrapolaba una conclusión respecto al confinamiento. Lo hizo en su jardín, en una mañana primaveral. Se esforzó por narrar y entretener y sin duda resultó una bella historia. El video está YouTube en un canal de que él dedica a sus temas de náutica, pues es marino. Lo explico para que se entienda lo incompresible del siguiente comentario de un seguidor: “¡Vaya confinamiento! Rodeado de verde, los pájaros no paran de cantar, tienes un color que ni yo en Cádiz… En fin me alegro por ti chaval”. Igual lo decía con buena intención y es un amiguete. A mí, la verdad me sonó un poquito… a mala leche.
El colmo lo observé el otro día cuando un amigo grabó un video para contar una vieja aventura de la que extrapolaba una conclusión respecto al confinamiento. Lo hizo en su jardín, en una mañana primaveral. Se esforzó por narrar y entretener y sin duda resultó una bella historia. El video está YouTube en un canal de que él dedica a sus temas de náutica, pues es marino. Lo explico para que se entienda lo incompresible del siguiente comentario de un seguidor: “¡Vaya confinamiento! Rodeado de verde, los pájaros no paran de cantar, tienes un color que ni yo en Cádiz… En fin me alegro por ti chaval”. Igual lo decía con buena intención y es un amiguete. A mí, la verdad me sonó un poquito… a mala leche.
Hoy en España: 152.446 contagiados, 15.238 muertos, 52.165
curados
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