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martes, 7 de abril de 2020

Crónica Leer. 7 de abril


Cuenta Vargas Llosa en un artículo reciente que afronta el confinamiento leyendo hasta diez horas diarias, y lanza un deseo referido a la posibilidad de que unos pocos ciudadanos salgan del estado de alarma con más de un libro, leído,  en sus bolsillos. También relata cómo aprendió a leer y enumera algunos de sus libros favoritos.
Leer es una de las cosas que más amo en el mundo. Leo todos los días de mi vida. Aprendo y disfruto con esos libros tan largos como seductores que me entretienen durante semanas  y a cuyos personajes despido como si fueran amigos de toda la vida. Y así como Vargas Llosa recordaba al hermano Justiniano  que le enseño a leer, ahora yo recuerdo a mi padre, que se empeñaba en leernos el Quijote cuando aún no sabíamos ni descifrar las letras. A fuerza de insistir, logró que tanto mi hermana como yo llegáramos al colegio con un pequeño recorrido por el abecedario. Se me ocurre ahora  que quizá aquello no fue del todo positivo, pues tener que esperar al resto de la clase resultaba aburrido y me distanciaba de mis pequeños compañeros. Porque yo ya tenía mi propio acceso al mundo de los cuentos, de las fantasías y las aventuras.
Rebuscando en mi memoria, creo que el primer libro que me impactó fue Confieso que he vivido, la biografía de Pablo Neruda. No podía,  ni sabía entonces,  apreciar o despreciar su calidad literaria. Tampoco me hacía falta, porque lo que ese libro hizo por mí fue auparme para que pudiera asomarme a la intensa vida intelectual y sensorial de este poeta, testigo afortunado de una cultura que ya no existía, al menos en nuestro país. Neruda había muerto hacía apenas cuatro o cinco años cuando mi yo adolescente leía su biografía y casi lloraba, maldiciendo a Pinochet. Y soñaba, soñaba.
Pero antes que  Neruda estuvieron “Las aventuras maravillosas de Pipo y Pipa”, de Salvador Bartolozzi,  unos cuentos ilustrados que mi padre atesoraba desde su infancia. Nos los leía entonado las voces del gigante Gurriato, la perrita de trapo Pipa, el aventurero Pipo y algunos más.
Un poco después devoré una colección, de esas que de pronto aparecían en las casas tras la visita de un vendedor, llamada “El mundo de los niños”. Eran dieciocho tomos dedicados a cuentos clásicos, fábulas, animales, ciencia, naturaleza y otros temas que ya no recuerdo pero que siempre estaban ahí para llenar un hueco de aquel tiempo que entonces transcurría tan lentamente.  
Mi padre era un lector ecléctico; en realidad no sé de dónde sacaba las referencias para elegir sus lecturas. Gracias a él leí muy tempranamente “Matar a un ruiseñor” (Harper Lee) , “Las uvas de la ira” (John Steinbeck), “Éxodo” ( León Uris ) o  el “Romancero gitano” (Lorca). Y, sobre todo,  gracias a él disfruté “Cien años de soledad”, la novela que,  definitivamente, llevaría conmigo a una isla desierta. La descubrí en su primera edición, esa que llevaba una errata en la portada. La guardé con apego en mi memoria y esperé más de cuarenta años para releerla, temerosa de que me decepcionara. No lo hizo. Hoy,  con el país en “hibernación” continúa constituyendo un mundo fantástico donde refugiarse:  
 “Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadido el pueblo, reunió a los jefes de familia para explicarles lo que sabía de la enfermedad del insomnio, y se acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga.
Primera edición en España de "Cien años de Soledad".
Fue así como les quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas, y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas de los centinelas e insistían en visitar la población.
Todos los forasteros que por aquel tiempo recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos supieran que estaban sanos. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no había duda de que la enfermedad sólo se transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio.
En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir”. Extraído de Cien años de soledad - Gabriel García Márquez.
Hoy en España: 140.510 contagiados, 13.798 muertos, 43.208 curados

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