Hace
tres meses que nos dijeron “Quédate en casa” y aquí nos quedamos, sin saber muy
bien por qué ni hasta cuándo. Pero teníamos miedo, el virus se expandía rápido
y sin discriminar; sin hacer ascos a nadie. Tres meses más tarde, y 74 crónicas
después, sigue sorprendiéndome la alargada sombra de esta tragedia. Quizá aún es pronto para hacer
balance y, un poco cansados de tema, empezamos a desviar las conversaciones
hacia planes futuros, aunque sean a corto plazo ¡Hasta en las vacaciones nos atrevemos ya a pensar! Es un recurso amable, seguro que nos
puede ayudar, especialmente a los que aún tenemos trabajo, claro.
Lo
que estimo más difícil de afrontar es la
reflexión individual respecto a la impronta que el confinamiento dejará, o no,
en cada persona. Me refiero a un autoexamen que pudiera ilustrar lo diferentes,
o no, que somos tres meses
después ¿Hemos cambiado, mejorado, empeorado?
Si
tuviera que sacar una conclusión general a este respecto diría que no hemos
evolucionado mucho. No es fácil aplacar o modificar, en unas semanas (aunque se
hayan hecho largas) costumbres, opiniones o manías configuradas a lo largo de
los años; algunas incluso heredadas, pues son inercias sociales que apenas discutimos.
A nivel
individual reconozco que no he sido capaz de dedicar ni el tiempo ni el sosiego que requeriría ese
examen, aunque no quisiera dejarlo pendiente o inacabado. Lo haré, sabiendo que no voy a ser objetiva ¿Cómo serlo cuando las circunstancias excepcionales
nos han provisto de todo tipo de coartadas
para justificar nuestra conducta? Hemos oído muchas “excusas” respecto a, por ejemplo,
no visitar a los ancianos (“y si contagio
a mi madre, no me lo perdonaría nunca”); no llamar a los amigos enfermos (“no
querría molestar”); no trabajar (“yo no tengo wifi, ni ordenador en casa”);
colapsar las ayudas (“tengo un sueldo, pero como mi marido no tiene nada que hacer, se pone a la cola del banco de alimentos”)
y más. Por otra parte, y aún peor, hemos contemplado estupefactos mil y un pretextos
de numerosos políticos responsables, los
que han cometido tantos errores, que ya
ni los explican y prefieren echar la culpa a “los otros”. ¡Qué difícil es
recapacitar!
En España 243.928 total diagnosticados, 27.136 muertos, 150.376
curados.
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