Aquí van pensamientos, reflexiones, ideas sugeridas por el mundo que me rodea .... para compartir [LauraCA]



viernes, 25 de septiembre de 2020

El fin del mundo, spinning y Mecano

Hace apenas un mes la sombra del retorno de la alarma ante la renovada expansión de la infecciones de coronavirus empezaba a sobrevolar nuestras cabezas; aún no nos lo creíamos pero estaba ahí. Pero lo cierto es que los contagios sí que  estaban y desde mucho antes. Quizá nunca se fueron, pero era verano y no vimos el riesgo o mejor aún, no lo quisimos ver.

Y aquí está el otoño y míranos: preocupados, asustados, desconcertados, desilusionados, descreídos, desesperanzados e, incluso, resignados. Si en marzo y los meses siguientes aguantábamos pensando que igual no nos tocaba, ahora vemos el virus más cerca, probable e incluyo inevitable. Mi amiga Rs cuenta que en aquellos días de marzo les dijo a sus hijos: “muchachos, esto es el fin del mundo, ni más ni menos”. Lo contaba entre risas, ¡qué otra cosa se puede hacer sino reír ante una frase que podría ser una certeza! También lo decía el grupo REM: It’s the end of the world, and you know it, pero entonces solo era una canción de los 90…

Lidiando con mi cabeza por mantener el optimismo rememoro tantos fines del mundo como hechos convulsivos han rodeado nuestras vidas o las de nuestros abuelos.  Ellos resistieron y sobrevivieron a la depresión del 98, la gripe del 18, la guerra civil,  la escasez de los años 40, las dos guerras mundiales y mucho más. Otros ciudadanos,  más lejos, aguantaron genocidios, luchas fratricidas como las de Camboya, los Balcanes o  Ruanda. También devastadores desastres naturales como terremotos, tsunamis, incendios o inundaciones. Cuántos “fines del mundo” que lo han sido para muchos pero que no han logrado acabar con otros tantos. Quizá por eso me concentro, ahora más que nunca, en resistir, renovar fuerzas y ser optimista. A ver si logramos, cada uno, engañar la trayectoria del virus, dejarle pocos resquicios y finalmente, eliminarlo.

Pensamientos como estos me entretienen mientras asisto a una clase de spinning, con mascarilla (que a los 5’ todos nos quitamos) y con cierto miedo. ¿Y si por esta tontuna (el spinning) ahora voy y me contagio? La clase fue con música de Mecano, un grupo ochentero que nunca fue de mis favoritos pero cuyas canciones son tan pegadizas como rítmicas. Gracias a ellas las “cuestas arriba” se hacen amenas y como lo del contagio me hastía y me asusta, me concentro en unas letras que conozco de sobra pero en cuyos mensajes hasta ahora no me había detenido a desentrañar (a ver, que tampoco Mecano es música de cantautor). Y me sorprendo tarareando y pensando que estas canciones las canta una chica, pero las canta en nombre de un chico, que es el autor, o sea que habla en masculino. El chico (la chica que canta) habla de amor a otras chicas, pero resulta que el chico (el autor) es homosexual pero no habla explícitamente de amor a otros chicos….Uff qué lío. Igual las letras habría que leerlas en otra clave... pero en los años 80 la música era ligera, divertida, provocativa  y desprejuiciada ¡Qué maravilla! Hawaii, Bombay…. es un paraíso…


Datos actualizados a 24 de septiembre (18.30 hora peninsular española). extraídos de El País.

                                                                          

  Diagnosticados                                  Muertos
      
Mundo32.235.933983.065
EE UU6.978.874202.819
India5.818.57092.290
Brasil4.657.702139.808
Rusia1.123.97619.867
Colombia790.82324.746
Europa5.037.967227.092
España*704.20931.118

miércoles, 16 de septiembre de 2020

La Gaviota, que un día fue, de Chejov

Recuperado, por fin, uno de los anhelos del confinamiento: de vuelta a las salas de teatro. Hay ganas y, por qué no decirlo, cierta inquietud ante las cifras de contagiados y víctimas que estos días de septiembre crecen y crecen junto con el estupor de los ciudadanos, los  que  “ya no sabemos qué hacer, ni tampoco qué va a pasar”. En el entreacto, la mayoría decidimos recuperar, con tiento, algún retazo de aquella “vieja normalidad”, la cual, es curioso,  empieza a parecer lejana y extraña.

El sector cultural, o lo que queda de él, se afana en esa recuperación tras su generosa entrega durante el confinamiento (¡os acordais? nos regalaron interpretaciones, lecturas, performances, sesiones de música, grabaciones, videos, etc.).  Me da la sensación de que, a cambio,  les estamos devolviendo muy poco. Igual es que estamos agotados. Aun así, sigue sorprendiéndome, y molestándome, que algunos, que además pueden pagar sin problemas un libro o una suscripción, se empeñen en atajar y utilizar la vía de las descargas piratas. ¿Qué pensarían si sus empresas no les pagaran por su trabajo o de que otros se apoderasen de sus bienes, simplemente  porque es fácil acceder a los mismos y, para qué van a pagar?

Me centro. La obra escogida para la rentrée ha sido La Gaviota, una versión personal de Àlex Rigola, en el Teatro La Abadía. Y aquí me paro unos segundos porque admito que no he entendido el mensaje del director/autor de esta libre interpretación de la pieza de Chejov. Digamos que apenas he entendido nada. Mientras, he disfrutado, y mucho, de la escena  y de los actores. Todos brillantes. Les he sentido gozar del momento, aunque  también disimular, creo,  su incomodidad al actuar en una obra que interpela al público en varias ocasiones y en lugar de respuestas se encuentran con rostros tapados por bozales. Mientras les contemplaba actuar me preguntaba cómo sería hacerlo ante ese público; tan calladito y anónimo tras las multi versiones de mascarillas que nos amordazan.  Me espanta imaginar esa foto. Afortunadamente, desde la butaca solo ves las nucas del público y, que alivio, ese grupo de actores, jóvenes y profesionales, ellos sí, sin mascarilla.

Según explica el autor,  se trata de una performance en la que los actores hacen de si mismos al tiempo que asumen la personalidad, el pasado y el futuro de los protagonistas de La Gaviota. Confesaré que llegué al teatro sin estudiar, sin haberme preocupado por conocer  un poco antes dichos personajes. El resultado ha sido de total confusión, aún más cuando los actores mantienen sus propios nombres y en ningún momento usan los que propuso Chejov. El director les ha puesto a caminar sobre un filo muy estrecho y, en mi oponión, nada transparente para el espectador. Resultado: un bello ejercicio teatral del que, sin embargo, no he sido capaz de extraer mensaje alguno. Me pregunto si esta triste Gaviota merece el esfuerzo del director y aún más de los magníficos actores, atrapados en un escenario en el que, junto a su profesionalidad, arriesgan sus íntimas trayectorias vitales. Un complejo trayecto que en mi caso acaba, y ya lo siento, sin recompensa emocional.

La Gaviota, de Chejov, Teatro La Abadía. 15 de septiembre 2020

Dirección y adaptación: Álex Rigola

Reparto: Nao Albet, Pau Miró, Xavi Sáez, Mónica López, Irene Escolar, Roser Vilajosana

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Yo no quería, pero vuelvo con las cifras Covid (Extraídas de El País). 

DiagnosticadosMuertos
Mundo29.870.112940.720
EE UU6.630.892196.802
India5.118.25383.198
Brasil4.419.083134.106
Rusia1.075.48518.853
Perú738.02030.927
Europa4.579.781222.056
España*614.36030.243

martes, 8 de septiembre de 2020

Duato, el bello

Los premios Max de las Artes Escénicas no tienen la repercusión de los premios Goya de la Academía de Cine. Ayer, a las 8 de la tarde, en La 2, su entrega se retrasmitía casi a escondidas,  como si, adrede, se intentara ocultar que el Teatro aún vive y merece ser premiado y destacado. Me pareció una Gala sobria y digna, donde los presentadores sabían su papel, como buenos actores. Me gustó y me hizo añorar aún más las salas de teatro que tanto me gustan; los ratos post-teatro, siempre tan nutritivos.

El premio de Honor lo recibió ayer Nacho Duato por su trayectoria profesional como bailarín y como coreógrafo. Duato evoca lo bello, por el arte al que se dedica, la danza, y también por su físico: ha sido y es guapo sin peros. Quizá por eso me gustó tanto el final de su breve discurso de agradecimiento. Sin duda estaba emocionado, satisfecho y contento de recibirlo; expresó su deseo de seguir activo muchos años más; recordó a sus maestros y a sus bailarines; dedicó un cariñoso y emotivo recuerdo a su maestra recién fallecida, admirado de que mantuviera su postura de bailarina y la expresión de sus ojos azules cuando apenas ya le quedaba vida. Y después, y eso es lo que me invita hoy a escribir estas letras, Nacho Duato se concentró para hablar de “la belleza”. Se dirigió a los jóvenes instagramers que llenan las redes de fotos huecas. Les dijo, más o menos,  “la belleza es mucho más que una imagen superficial, es algo profundo que hay que trabajar”.  Pues eso, sigamos trabajando, que no desaparezca, que crezca. La belleza.

Coplas

Husmeando en una plataforma de TV descubro,  muy bien valorada, una película de Basilio Martín Patino. Se llama Ojos verdes y resulta ser un pseudo documental protagonizado por el Marqués de Almodóvar, un viejo y noble diplomático, vividor  y apasionado por la copla. La película empieza con su esquela en el periódico y  narra su curiosa vida a través de sus allegados (todo inventado).

Atraída por el director, más que por el tema, contemplo de un tirón esta película que junto a vida del  marqués va recorriendo la historia de la canción española, bueno, de “esa” canción española: la copla. Martín Patino mezcla sin reparos ficción  -el marqués y sus conocidos (hermano, ama de llaves, ex amantes, diplomáticos)- y  hemeroteca -documentos, fotos y películas de los verdaderos protagonistas-. Aparece Imperio Argentina, incluida su aventura en la Alemania nazi (la que nos contaría Trueba en “La niña de mis ojos”) y  Manuel Molina, fantástico en una entrevista en la que rememora, con una gracia admirable, las penurias y humillaciones sufridas a manos de los falangistas. Están también Estrellita Castro, Mari Fe de Triana, Carmen Sevilla, Lola Flores y muchos más.

Maravillosa la ironía de Martín Patino, cuando a través de sus personajes inventados nos cuenta con tono inocente el gusto del Caudillo y su esposa por ciertas tonadillas que  ensalzaban los valores patrios. Divertida la aparición de Antón Reixa en un falso programa coloquio donde defiende la música de vanguardia, la movida,  y ridiculiza la copla. Aún más ocurrente la erudita réplica del marqués, ensalzando un género artístico a sus ojos universal. Tiernas resultan las intervenciones de un diplomático amigo del marqués quien recapitula y explica la pasión del personaje por el “artisteo”; su habilidad para emparejar artistas con intelectuales, políticos con empresarios de la noche o diplomacia con copas de Jerez y rasgueo de guitarras. Y emocionante la definición que hace uno de los personajes cuando afirma que cada  copla es  una historia completa y compleja, un drama casi siempre, interpretado valientemente por una sola persona, quien, sin escenografía, sin adornos ni efectos especiales, derrocha poderío vocal y expresión corporal para transmitir emociones a muchos grados de temperatura.

En la España de los años 40, 50 y hasta 60, cerrada a cal y canto a la cultura exterior, las coplas inundaban las ondas y acompañaban la sombría cotidianidad en blanco y negro. Los oyentes las cantaban también, porque las letras y las músicas de las coplas son pegadizas aún sin quererlo. Otra cosa es el contenido, especialmente rancio respecto a los géneros.  Los hombres eran casi siempre guapos, toreros, machos, marineros y dominantes, aunque también sufridores. Las mujeres eran situadas  en dos extremos; o eras beata o eras puta, hija, no había otra opción.  Y entre tanto, mucho dolor, mucho amor  y mucha traición.  En una sociedad censurada, dice el marqués de la película, la copla insinuaba y permitía soñar con lo prohibido. Puede que tenga razón, aunque  la interpretación literal de la mayoría de las letras no pasaría hoy ni un solo test para la igualdad de género.

El documental está lleno de populares canciones, muchas de cuyas letras  conozco, aún sin saberlo, de memoria. Mi madre cantaba mucho en casa; eso sí, metía sus morcillas y con ellas las he guardado en el fondo de mi memoria. Es curioso, me sé las letras pero pocas veces, o más bien ninguna, me he preocupado por entender las historias que narran. La copla me parecía del periodo carpetovetónico.  Ahora, a través de estos “Ojos verdes” he recordado a mi madre, la he escuchado cantando y al mismo tiempo he descubierto,  no sin sorpresa, otro significado de la canción española. Una experiencia inesperada y nutritiva.

Ojos verdes (1996) pertenece a una serie hecha para televisión de siete películas sobre Andalucía llamada "Andalucía, un siglo de fascinación".

jueves, 27 de agosto de 2020

Sin mascarilla y sin condón ¡con UN PAR!

Ante la inquietud y la incertidumbre de los recientes días, la mayoría de los ciudadanos nos hemos aferrado a las mascarillas. Son de uso obligatorio si bien para la mayoría también es una opción voluntaria. Al fin y al cabo, usarlas y frotarnos las manos con el gel hidroalcohólico son casi las únicas opciones, indoloras, que tenemos para protegernos de “los otros”. Lo de las reuniones masivas, el negacionismo, los botellones y el ocio nocturno, ni comentarlo.

El caso es que pasear por lugares despejados se ha convertido en un cansino quita y pon de mascarilla; con el calor y las cuestas acabas hiperventilando y con las gafas empañadas. Ayer observé más cuidado que otras veces entre los paseantes, más  esfuerzo por evitar pasar cerca  y, sobre todo, por llevar la mascarilla bien puesta cuando había cruces entre varios. Sorprendentemente ya no nos inquietan los rostros tapados. Recuerdo ¡apenas hace unos meses! la sensación de rechazo experimentada ante los orientales con mascarilla en los aeropuertos. Lo que da un poco de pena es ver a los mayores con el “disfraz” de enmascarados, perplejos,  sintiéndose vulnerables y extraños. Y casi aún más triste resultan las familias con bebes y pequeños que estrenan su vacilante caminar; ahora sus  adultos de referencia son unos gigantes sin rostro ¿les quedarán secuelas?

En este contexto, me siento con cierta aprensión en una mesa apartada de un quiosco veraniego a las afueras del pueblo. Un grupo de paisanos alborota en una esquina. Mediana edad, rurales, van por el tercer “cubata” y sus comentarios suben de tono. Mi cerebro se cortocircuita al escuchar cosas como “Y esa sobrina tuya ¿está libre? porque yo me la echaba…”; “¿para qué te la vas a echar, si tienes mujer?” Se ve que “echarse a una”  es algo que se elige por derecho, sin consultar, porque,  ¡mira tú!,  una mujer es una cosa que ni siente ni padece. Al rato llega una chica preguntando por un coche mal aparcado que molestaba la salida del suyo, y resulta que el coche era de uno de estos prendas quien, encima, era su primo. Mas bromas repugnantes del tipo “lo meto”, “te la meto” “estos meten, yo no meto” agggghhhh.

El final fue de traca, digo el final pues me largue escandalizada, allí se quedaron los mozos dándose la razón y riendo sus asquerosas gracias: el que llevaba la voz cantante, pues pagaba las rondas, exclama bien alto: “se lo he dicho a la María muy clarito, yo ni me pongo mascarilla, ni me pongo condón”. Se le olvidó decir que él cerebro tampoco se pone. A este tipo sí le quedaron secuelas, no sabemos de qué, pero ¡qué asco!

miércoles, 26 de agosto de 2020

Alarma ¿Otra vez?

A seis  meses de distancia (¡medio año de vidas!) las primeras semanas del estado de Alarma hoy se antojan hasta románticas. Todos en casa, calentitos, mirándonos estupefactos desde las pantallas de nuestros dispositivos; dispuestos a aguantar a toda costa, a salvarnos, a eludir a la parca; motivados para seguir con nuestro trabajo a distancia, disfrutar de nuestros hogares y nuestros compañeros de viaje, cocinar, ordenar, compartir, ejercitar nuestros cuerpos y nuestras mentes; con tiempo para la lectura, la música o el cine… no estuvo mal,  vale, pero un rato, no toda la vida. Conocimos entonces una ciudad silenciosa, la  que solo usaban los mensajeros, los sanitarios y los policías guardianes del “sitio”, esa ciudad que se alegraba con los aplausos -aquellos que empezaron fuertes y languidecieron por el cansancio de muchos  y el odio de unos pocos. Cuantos días, cuantas cosas. Muchos globos sonda, muchas ilusiones, demasiados adioses, pocos resultados.

Al final, en junio, como si saliéramos del toril, nos desparramamos sin apenas orden ni concierto, cuidando cada uno de sí mismo, con los corazones algo tristes. Pero qué importaban los detalles, las decepciones, las pérdidas o los desengaños, volvíamos a la “normalidad”, ahora llamada “nueva” éramos libres y teníamos muchas deudas que saldar, numerosos reencuentros a los que acudir.

Lo extraordinario fue que al salir, todo parecía estar igual que antes -para quienes no habíamos perdido a nadie, por supuesto. Quedabas con la familia o los amigos y tras los primeros instantes de desconcierto al tener que evitar el abrazo o el beso, las cosas eran “casi” como antes. La comunicación on line nos había mantenido más o menos al día, solo había que “seguir” y celebrar que estábamos vivos.  Quizá me hubiera gustado constatar o compartir algún cambio, nuevas perspectivas en las personas o en las relaciones; pero reconocí escasas ganas de rememorar o reflexionar sobre la pesadilla. En definitiva,  poco interés por el interior. En su lugar, el triunfo de una especie de consigna, del  tipo “corramos un tupido velo”, sobre nuestras vidas de encierro, para así  abalanzarnos con estruendo hacia la vida de antes, la de siempre. Reconozco por mi parte cierta resistencia respecto a esa vuelta, deseando, en su lugar, mantener  un poco más el estado “de reflexión” que  no de “alarma”, que nos brindó el confinamiento. Pero no es fácil oponerse a lo cotidiano: verano, amigos, terrazas, aire, espacio, charlas… han difuminado el horror, o sea, el Covid,  que seguía triunfando durante estas semanas veraniegas. Y hoy, a punto de estrenar septiembre (la vuelta al cole) los rumores y la certeza de que la pandemia continúa sobrevuelan nuestras siestas. ¿Lo vamos  a soportar? ¿Cómo?

Y otra  pregunta: ¿No hubiera sido más eficaz esforzarnos conjuntamente, todos,  para enfrentarnos con nuevas armas a la epidemia  en lugar de empeñarnos en volver a lo de siempre: fiestas, futbol, discos, playas, cervecitas…? Y he aquí más contradicciones,  caigo en la trampa. Otra vez la responsabilidad, la  culpa,  “sobre los ciudadanos” Aún no hemos olvidado que la crisis económica que todavía nos maltrata fue  porque los ciudadanos  habían querido comprar sus viviendas  y solicitado muchos créditos a los bancos, que por cierto,  los daban como churros.  Y ahora hemos querido vacacionar como si nada y la vemos vuelto a cagar. Se me ocurre que a lo mejor los que gobiernan podían haber gestionado un poco más, no digo siguiera mejor, digo más. Ayer retomé  una de mis rutinas confinamiento, clase de fitness en Youtube. Lo hice sin pensar que a lo mejor me estaba preparando ¿Otra vez?

miércoles, 29 de julio de 2020

Ejercicios ¿espirituales? en Pirineos

La semana pasada cumplí uno de los deseos más deseados durante las semanas de confinamiento: trekking por los Pirineos. Días de esfuerzo, cansancio, retos, risas, sustos, regocijo, satisfacción, alivio, amigos, superación, conformidad, admiración… y sobre todo belleza y naturaleza.

Vignemale
Vignemale  Refugio Oulettes de Gaube

Se trata de caminar, acompañada por el grupo, pero a solas con tu cuerpo y tu mente. El primero a veces responde, otras veces se queja, disfruta a ratitos y de tanto doler,  se auto cura. Sana él solito. La mente es, como sabemos, más compleja, y ahí está omnipresente, acompañando nuestros “penosos” pasos, mientras nos lleva y nos trae a situaciones y lugares diversos: nuestro pasado, nuestros planes, nuestros deberes por hacer. También revisa recuerdos de personas, seres queridos que ya no están, otros que aún llenan nuestro corazón. La mente, en pleno esfuerzo, nos dice “sigue, sigue, tú puedes”, “cuidado”, “ya casi estás”, “relájate”, “respira”, “goza”..

No hay duda de que es nuestra cabeza la que marca nuestra capacidad de seguir, de disfrutar, de, finalmente, sentirnos satisfechos por el camino amaestrado, el logro alcanzado.

Caminando estos días pensaba, qué curioso, no somos creyentes o al menos la mayoría del grupo no lo es, pero todos nos sometemos gustosos a esta especie de ejercicios espirituales, que ponen en blanco nuestras cabezas como si de un mantra se tratara. En definitiva:  un reseteado, una puesta a punto, una depuración del cuerpo y el alma, que nos ayudará después, en los momentos ajetreados que sin duda llegarán más adelante.

La montaña inspira y nos reta. Pero sobre todo, nos regala paisajes, flores, lagos, montes inexpugnables, pedreras, praderas, vistas de 360 grados que nos dejan extasiados. Este año la montaña nos lo ha dado todo y mucho más, pero la he encontrado frágil, con muchos de nosotros dejando huellas de plásticos, pisadas, restos… Solo puedo pensar en lo importante que sigue siendo el respeto y la humildad. Para conservarla, para disfrutarla.


viernes, 17 de julio de 2020

Ceremonia civil homenaje a las victimas del Covid

Mi madre solía decir “Dios nos libre del día de las alabanzas” cuando veía en televisión homenajes y obituarios de algún personaje famoso. Siempre me pareció uno de esos dichos de la sabiduría popular imposibles de mejorar, por su concisión y por su “profundidad de carga”.

Hace apenas un mes recapacitaba, en unas esas crónicas con las que he ido aderezando el confinamiento, respecto a la inquietud que con frecuencia experimento cuando contemplo la conversión de los muertos en símbolos o hitos sociales. A menudo pienso ¿con qué  opción se quedarían esas víctimas si pudieran elegir entre “marcharse y significar” o “quedarse y pasar desapercibido”? Yo, que sin duda no he nacido para heroína, apuesto a que me quedaría.

Ayer se homenajeó a las víctimas de la pandemia de coronavirus: 28.416 fallecidos en España, de momento, porque esto no acaba. No puedo sino aplaudir que el homenaje a las víctimas haya sido una ceremonia civil. Cuesta creer que haya sido ésta la primera vez que en nuestro país las misas no protagonizan los sentimientos de toda la sociedad. Me gustó también que, al menos por un ratito, hubiera cierta unidad y (salvo los de siempre) la mayoría de los partidos y estamentos fueran capaces de participar sin partirse la cara unos a otros. Un instante, pero algo es algo.

Lo que no es evidente es si los familiares de las víctimas, los sanitarios y demás grandes protagonistas de esta tragedia encontraron algún consuelo en los pebeteros y los discursos. Aún queda mucho para cerrar estas heridas y aplacar el dolor. Aún queda mucho para que esto pase a la historia en pasado.

Hoy, 27 de julio

En España 258.855  diagnosticados,  28.416 fallecidos y 150.376 curados

En  el  mundo  13.810.534 diagnosticados,  590.005 fallecidos y 7.718.606 curados


martes, 14 de julio de 2020

Sobrepasadas por el paso del tiempo. 13 de julio

Ayer comí sola en el restaurante del gimnasio.  Había poca gente y como  tenía cercana una mesa con tres señoras (entre 70 y 80 años) no pude evitar escucharlas.

Me gustó su tono afable. Se notaba que se conocían hacía mucho tiempo y había confianza. Seguramente eran viudas. Hablaban de comer sano, de sus hijos, nietos y maridos; de recuerdos comunes y también de su infancia y juventud. Les parecía que su generación había sobrevivido a cambios increíbles en la sociedad, más que ninguna otra o desde luego más que cualquiera de los jóvenes de hoy en día. En sus tiempos,  llevar pantalones era una osadía, igual que mostrar cualquier signo de cariño en pareja. Recordaba una de ellas la regañina de un amigo del opus cuando una tarde se encontraron y  su marido le había pasado el brazo por encima del hombro. O aquella vez, cuando apenas tenía ocho años y su madre le plantó un lazo y un brazalete negros como luto por un tío que ni siquiera conocía. “Hoy ya nadie se pone de luto”.

Sin lamentarse, reconocían que entonces eran muy inocentes. Destacaban  que solo se tenía un poco de cada cosa pero que, quizá por eso, todo se apreciaba más. Para otra de las señoras era sorprendente que dos de sus nietos, adoptados por su hijo en Etiopía, rechazaran comidas exquisitas refugiándose en las pizzas y las hamburguesas “¡Llegaron muertecitos de hambre y  ahora, ya acostumbrados al bienestar, ni siquiera  aprecian que tienen piscina en casa!

Nuestros hijos son muy diferentes a nosotras, son todos ateos”, comentaba la tercera. “Mis nietos no han hecho la comunión, ni les interesa nada de la religión. Fijaos que la mayor me dijo el otro día qué vaya tontería  tener una imagen de la virgen en casa”. La mujer se sentía un poco ofendida y pensaba que la niña estaba muy mal educada. Ella, en su casa,  tenía lo que quería y no ofendía a nadie. Su compañera de mesa explicaba que su hijo y su nuera también eran ateos, y además, de izquierdas, pero que tenían una desahogada economía. “¡Ya verás cuando venga el coletas y les quite la casa!” exclamaba divertida, recurriendo a esa máxima de la clase media acomodada que entiende como contradicción tener dinero y ser, a la vez, respetable y de izquierdas. Lo decía sin acritud, era su punto de vista, a pesar de que sus hijos le intentaban demostrar que tal contradicción no es un “decreto ley”.

Al final llegaron los postres y el arroz con leche adquirió todo el protagonismo. “Yo es que si no tomo el postre dulce, ¿para qué salgo a comer fuera?”


martes, 30 de junio de 2020

Reencuentro con El Prado. Empacho de belleza. 29 de junio.


Qué gran iniciativa la del Museo del Prado al reunir lo mejor de la casa en las salas principales  e invitarnos a visitarla. Sin prisas, sin aglomeraciones, conscientes de que esta excepcionalidad es consecuencia de un hecho sin precedentes: la alarma y el encierro provocados por el virus Corona.

Ayer fue  mi reencuentro con este Museo que amo y que conozco menos de lo que me gustaría pero con el que, poco a poco, sin pausa, voy estrechando afectos. Cada vez son más mis cuadros favoritos. En concreto, cada vez son más mis pequeños detalles favoritos, esos que no ves a primera vista porque estás fascinado por una pose regia, un milagro o un desnudo y que, sin embargo, suelen encarnar los guiños de los autores, dueños y señores de sus lienzos, que se divierten cumpliendo con sus mecenas a la vez que, de rondón, les cuelan un auto retrato o una  crítica sutil.


De la vista de ayer, que sin duda repetiré, me quedo con esa búsqueda de los detalles que compartí con P y E. La primera, entusiasta del museo, como yo. La segunda, en fase iniciática de este edificio albergador de tanta belleza y tanta historia. Creo que el detonante fue que antes de iniciar el recorrido, nos detuvimos ante el cartel de la exposición en el que se habían recortado, sobre la fachada del edificio de  El Prado, unos cuantos detalles de los cuadros más famosos. No era difícil reconocer la alusión a las Meninas o a Carlos V a caballo, pero había también limones, flores, querubines y otros enfoques que despertaron nuestra curiosidad.

Después, fue extraordinario irlos encontrando, tan campantes, en esquinas y fondos de grandes obras. Destacaré el perro de “El Lavatorio” de Tintoretto, porque nos descubrió un suelo que pondríamos en casa, si viviéramos en Venecia, claro; también al bello y frío Cardenal de Rafael, que a punto estuvo de salir a convertirnos; o al bello Durero en su autorretrato, a quien seguramente aplica la canción de Carly Simon “Eres tan creído” (You are So Vain); los diferentes tonos de negro en los trajes de algunos personajes de  Velázquez, que igual son los precedentes de la “España negra” que tanto nos gustaría olvidar; los fondos de El Greco, cuya dramática religiosidad casi nos espanta, porque es tormentosa, y sin embargo, imanta con colores verdes, rojos y azules que se rebelan casi alegres entre los grises del drama y el pecado.

Y esa composición barroca,  donde todo es movimiento y pasión, con Hipómenes y Atalanta, de Guido Reni,  compitiendo. Y los infinitos azules, desde el de El Paso de la Laguna Estigia, de Patinir, a los del manto de la virgen en los cuadros Tiziano y  en la Anunciación de Fray Angélico. También los limones en los bodegones de Juan Sánchez Cotán o las delicadas y hermosas  flores de Clara Peeters.

Una verdadera delicia (aunque sin el Jardín de las Delicias; vimos otros cuadros de El Bosco, pero yo no vi el Jardín)  que pienso regalarme, de nuevo, en breve, pues me faltó disfrutar de Goya y muchos más.


viernes, 26 de junio de 2020

Tras la alarma ¿la calma?. Escribir

Me he dado vacaciones esta semana. Pero resulta que esto de escribir crea cierta adicción. Lo intuía, pero nunca pensé que fuera tan evidente, que se pudiera necesitar. Ahora, leo un artículo de opinión y se me ocurre (¡qué creída!) que podría escribir algo parecido, que no es tan complicado encontrar palabras para adornar y ordenar nuestras ocurrencias. Parecería,  más bien,  cuestión de compromiso con el papel en blanco. Yo lo he tenido conmigo misma y con este blog durante el Estado de Alarma, buscando, casi cada día, un motivo o una excusa para sentarme, concentrarme y esforzarme en escribir. Y esta tarea  ha resultado ser mucho más gratificante que muchas de las efímeras actividades que obligada y voluntariamente ejercemos cada día.

Cuando allá por el mes de marzo recuperé este blog -inaugurado  a escondidas hacía diez años-  me sorprendió el “extrañamiento” hacia las palabras escritas. Me refiero a la sorpresa de leer un párrafo que expresa un sentimiento o rememora un hecho que ya ni recuerdas, y que apenas es tuyo porque tu cabeza ya no lo tiene registrado. Releídas un tiempo después, solo son palabras que te gustan, o no, pero que las podría haber escrito “otra”.

Otra sensación curiosa, derivada de estos escritos está relacionada con el pudor. No es lo mismo escribir un diario íntimo que dejar abierto el cuaderno. Como este blog es público, me siendo de alguna forma comprometida con ciertas reglas autoimpuestas: discreción (no se trata de exhibir);  moderación (no me gustaría ofender); excelencia (aspiración y empeño en escribir bien, sin erratas al menos); interés (en busca de algo que aportar) y cierto humor (no soy de chistes, pero me gusta jugar). Apetece seguir.


lunes, 22 de junio de 2020

Y Crónica resumen de inquietudes, hechos y distracciones de 14 semanas. 22 de junio 2020

El Estado de Alarma ha durado toda la primavera de este año 2020. Un  año con cifra redonda que ha resultado estar lleno de inimaginables aristas ¡Y estamos sólo a la mitad!

He dedicado parte de mi tiempo en confinamiento a recoger en este blog mis preocupaciones, mis observaciones y algunos de los  hechos que se han ido sucediendo a lo largo de estas 14 intensas semanas.

Si no calculo mal, han sido 100 días “alarmados”. En 77 de ellos he escrito y pensado sobre muchas cosas. Me he obsesionado, repetido, contradicho e incluso sorprendido con la evolución mis reflexiones. También he disfrutado mucho.

Este es un resumen que va desde la entrada más antigua, allá por marzo, hasta el 17 de junio:

1-        Estar en casa “por decreto”. La estupefacción. El teletrabajo y la incontinencia de las bromas y memes en los grupos de WhatsApp.

2-        Los reajustes en casa, en la comunicación con amigos y vecinos. Las primeras salidas (sin mascarilla y con guantes de fregar).

3-   Quedadas en el descansillo. Miedo, excitación, inquietud. Nuevas maneras de relacionarnos. El vocabulario asociado a la  pandemia

4-        La obligada distancia social.

5-        Los aplausos a los sanitarios. Todos, a las 20:00h.

6-        La nueva comunicación virtual y algunas salidas de tono. Ruido en las redes.

7-        Las recetas milagro para curar el Covid. Los bulos.

8-        Asumiendo la situación. Consolidando rutinas

9-        Las bromas que nos unen y las ideas que esconden.

10-      Los estados de ánimo. Los bajones y los destellos.

11-      Noticias que preocupan y algunas que entretienen.

12-      Instantes helados. Malas noticias entre bellos detalles.

13-      Dudas, inquietudes sobre el futuro. ¿Volver para ser otros?

14-      Entrando en otras casas (desde la pantalla).

15-      Las mujeres (Fortunata).

16-      Y las mujeres (Jacinta).

Ya en abril:

17-      Lo que leo, veo, escucho. Sorrentino y algunos más.

18-      Buscando la belleza ante la fealdad que crece.

19-      Compartiendo intimidades desiguales y recordando Blade Runner.

20-      Contradicciones del aislamiento. Autosuficiencia.

21-      Los elegantes. Aute y Bowie.

22-      Los que no aportan, pero estorban.

23-      Ausencia y mala suerte. Le tocó.

24-      Ciertos comentarios envidiosillos.

25-      La Semana Santa sin vacaciones. En casa.

26-      Cada vez más fácil en casa y más difícil fuera.

27-      Apartando malos rollos, en favor de buenas vibraciones.

28-      El virus y el marketing.

29-      La llegada de los que “rompen la baraja”.

30-      Auto subidón. En rojo.

31-      La naturaleza.

32-      Aceptando el encierro, por miedo. Servidumbre voluntaria.

33-      Oficios. Personas en paro.

34-      La trinchera. Ventajas y peros.

35-      Repasando pasado reciente con Michelle Obama.

36-      Cumpliendo una cuarentena “real”.

37-      Necesitamos que nos vean y nos aprecien.

38-      Una ciudad sin ciudadanos. Madrid.

39-      El rencor social. Vocabulario.

40-      Nos vamos preparando para salir.

41-      Lecciones desde Grecia. Resiliencia y más vocabulario.

42-      Más de Sorrentino. Seguimos leyendo, escuchando, mirando.

En mayo:

43-      Día del trabajo. El que se va y el que se convierte en teletrabajo.

44-      Primeras salidas “por turnos”. Cambios en los armarios.

45-      Películas que dejan huella. The Rider.

46-      Momentos de optimismo. Corazonadas.

47-      Más reflexiones sobre el trabajo y lo que aporta.

48-      Los hogares que nos acogen.

49-      Más miradas a mujeres que han dejado huella. Admiración hacia algunas pioneras.

50-      Los viejos, los ancianos, el drama.

51-      Las peluquerías, nuestras canas protagonizan las primeras salidas.

52-      Vernos en digital o en  analógico. Quedadas en zoom.

53-      Mentiras, chorradas  y otros disparates que acaparan las redes.

54-   Lo que esperamos o no de la evolución de los sapiens. ¿Evolucionamos para ser felices?

55-      Un repaso al “pichi” de San Isidro.

56-  Ciudadanos que piden Libertad desde descapotables. Llegó la crispación y el enfrentamiento.

57-      La graduación enlatada de los bailarines de la escuela Juilliard.

58-      El tiempo pasando y cierto aburrimiento.

59-      Y a pesar de todo, la vida sigue y habrá bodas.

60-      Orden en casa. Recuerdos, trastos y melancolía.

61-      Graduación y celebración en diferido. Otra ilusión aplazada.

62-      El paso a la Fase 1. El principio del fin. El descansillo descansa.

63-      Mirando situaciones parecidas en tiempos pasados. Nota de Ramón y Cajal.

64-      Disfrutando la osadía de Mary McCarthy  en su novela The Company She Keeps.

65-      Preguntas y pocas respuestas en la OMS.

66-      Admirando el Sisu finlandés porque aquí seguimos dándonos malos ejemplos todos.

67-      Homenaje a nuestros  entrenadores  on line.

Y por fin, en junio.

68-      Los primeros reencuentros. Lo que echaremos de menos.

69-      Y en medio de la pandemia, el racismo que no cesa.

70-      El vértigo de las listas o lo que estas pueden ordenar.

71-      Y pasamos a Fase 2. Empiezan a aflojar  las normas.

72-      El síndrome de la cabaña que inquieta pero no es grave.

73-      Los que no están ya. Los muertos por el Covid.

74-      De cuando estaba Franco y estaba Nixon.

75-      Reflexiones incómodas tres meses después.

76-      Madrid, madrileños y comportamientos que asustan.

77-      Las teorías conspiratorias que el virus inspira, y Miguel Bosé disemina.

 

Y mientras, cada día,  se han ido  sumando contagiados y fallecidos.

Hoy, 22 de junio:

En España: 246.272  diagnosticados,  28.330 fallecidos y 150.376 curados

En  el  mundo:  8.952.428 diagnosticados,  468.331 fallecidos y 4.434.628 curados


jueves, 18 de junio de 2020

Crónica Teorías conspiratorias y Bosé. 18 de junio

No son pocas las teorías conspiratorias que han recorrido las redes sociales desde que iniciamos el confinamiento y nos entregamos, qué remedio, a la comunicación virtual. Es comprensible, nunca un elemento microscópico había causado más miedo que las bombas o los tanques, ni logrado confinar,  casi al unísono,  a gran parte de la población del planeta. De pronto, el "invencible" género humano  arrinconado por un ente llamado Covid, que mata y, encima, viene de China.

Cuando a los rumores conspiratorios se apuntan algunos “influencers”, estamos perdidos. Porque pasamos del aquel inocente médico que nos proponía hacer vahos a mensajes algo más peligrosos entre los que están, por ejemplo, los que arremeten contra las vacunas. Reconozco que no me apetece ser una de las primeras vacunadas contra el Covid, por aquello de que hay ciertas cosas en las que ser "primer" no es una ventaja. Pero apoyo, sin dudar, las vacunas. En mi generación, en cada colegio, en cada barrio, conocíamos a un niño o niña que usaba una rígida bota de cuero y una aparatosa estructura metálica para sujetar sus delgadas  piernecillas. Nuestras madres nos explicaron entonces que eran así a causa de  “la polio”.  No hacíamos más preguntas, pero  entendíamos que “la polio” no era nada bueno, que esos pequeños habían tenido muy mala suerte y que por eso llevaban muletas y no podían correr.  

Sin darnos cuenta,  poco a poco, el paisaje se fue deshaciendo de botas y estructuras metálicas: la vacuna funcionaba. También, por supuesto, la de la viruela, la difteria y demás. No había polémicas al respecto hasta que hace unos años surgieron grupos de padres, normalmente en países desarrollados, dispuestos a arriesgar la salud de sus hijos aludiendo que las vacunas tenían efectos secundarios muy peligrosos.

Sabemos que las grandes corporaciones farmacéuticas no son ONG`s ni hermanitas de la caridad, pero no hace falta ser un lince para valorar lo que ciertos medicamentos, y por supuesto vacunas,  han logrado en los últimos años en relación con la salud y  longevidad de los humanos.

Y ahora, cuando vivimos temerosos del Covid pero también esperanzados respecto a una próxima vacuna que nos libre del virus, aparecen personajes como Miguel Bosé quién, desde su paranoia personal, expone que esta pandemia es un complot, que los malos son Bill Gates y Pedro Sánchez, que él pasa de vacunas, que todo es culpa del avance del 5G y no sé qué más. Bosé no es el único,  al parecer ya se convocan manifestaciones contra Bill Gates aludiendo que la vacuna que ayuda a desarrollar incluirá un chip para controlarlos.

No tengo ni idea de las razones de Miguel Bosé ni de sus fuentes, pero su mensaje parece más bien disparatado. A mi Bill Gates no me parece un monstruo;  sus herramientas de office me acompañan cada día y  las aprecio en su utilidad; también (sin entrar en las diversas capas de las fundaciones) me parece admirable su labor filantrópica. Ignoro cuánto dinero habrá donado Miguel Bosé a la investigación contra el Covid, pero la fundación de Bill y Melinda Gates ha aportado ya más de 150 millones de dólares.

En España 244.683  total diagnosticados, 27.136 muertos, 150.376 curados. 


miércoles, 17 de junio de 2020

Crónica Madrileñofobia. 17 de junio.


Ser madrileño nunca ha sido fácil. Los nacidos en Madrid no solemos ser bienvenidos en ciertas regiones de España; nos consideran “chulos” por definición y en general, arrogantes. Seguramente no están faltos de razón quienes aprecian esas lindezas en los ciudadanos madrileños. Lo cierto es que la mayoría de los madrileños hoy lo son por adopción más que por su origen. Son escasos los “gatos” genuinos y quizá el carácter madrileño no exista. Podríamos decir que no es más que una amalgama de costumbres, si bien muy contaminadas por las incomodidades de la gran ciudad y aliñadas con el anonimato que brinda el asfalto y la masificación. 

Si tuviera que elegir lo que me gusta de Madrid destacaría el hecho de que cuando en esta ciudad te presentan a alguien no necesitas saber de dónde es ni quien es su familia. Si vive en Madrid, pues ya es de aquí. Lo curioso es que, en general, casi todos los vecinos “importados” que viven, usan, sufren y disfrutan Madrid, no la consideran su ciudad. Quizá por eso está tan mal cuidada y tan sucia. 

El Estado de Alarma ha impregnado al madrileño de inéditas esencias. La primera quizá fue el disfrute del silencio y la soledad de las calles. Desde aquellos ya lejanos tiempos en los que Madrid se vaciaba en agosto no nos habíamos visto en una situación parecida. Como los madrileños somos bulliciosos, el silencio lo empezamos a combatir con calurosos y merecidos aplausos a los sanitarios. Después, al silencio respetuoso se sumaron las impertinentes caceroladas…, empezaban las “madrileñadas” al más rancio estilo capitalino que culminarían con las rojigualdas manifestaciones del barrio de Salamanca en busca de ¿“libertad”?. 
Mientras, la ciudad más vilipendiada, Madrid, ha sufrido y sigue sufriendo, como pocas, la crisis del colapso sanitario, las muertes en residencias, el desplome económico y la incertidumbre de millones de habitantes encerrados en hogares diminutos y poco preparados para acoger a sus huéspedes tan a largo plazo. Porque Madrid puede sentirse orgullosa de sus bares, su vida nocturna o su amalgama de gentes, pero muy poco de sus viviendas. Es como si la siempre atractiva opción de “salir” diluyera el evidente fracaso urbanístico. Porque en Madrid muchos ciudadanos viven en casas pequeñas, oscuras, interiores, ruidosas, sin terraza… que la cruda y larga realidad del confinamiento ha convertido en jaulas, no precisamente doradas. 

A punto de finalizar el Estado de Alarma, el resto de España considera que los madrileños llegaremos como manada en estampida a sus pueblos y pequeñas ciudades. Y encima llenos de virus. No me extraña ese recelo, la recien bautizada madrileñofobia, porque somos muchos y en el saco cabe de todo. Un vistazo por un pueblo de la sierra el pasado fin de semana puede ser ilustrativo: lleno hasta los topes de vehículos aparcados en cunetas y parajes naturales. La mayoría de los excursionistas parecía  no saber muy bien que es lo que tenía o podía hacer una vez que había logrado salir de la ciudad: ¿Comer un chuletón? ¿Dar un paseíto con un bastón de caminante y una mochila? ¿Beber agua de una fuente? ¿Comprar souvenirs? Si me hubieran preguntado, les hubiera dicho algo muy sencillo: respiren y… por favor, respeten. 

En España 244.328  total diagnosticados, 27.136 muertos*, 150.376 curados.

*Continua el estancamiento de los datos de fallecidos por discrepancias de criterios entre Ministerio de Sanidad y CCAA