Mi madre solía decir “Dios nos libre del día de las alabanzas”
cuando veía en televisión homenajes y obituarios de algún personaje famoso.
Siempre me pareció uno de esos dichos de la sabiduría popular imposibles de
mejorar, por su concisión y por su “profundidad de carga”.
Hace apenas un mes recapacitaba, en unas esas crónicas con las que he ido
aderezando el confinamiento, respecto a la inquietud que con frecuencia experimento
cuando contemplo la conversión de los muertos en símbolos o hitos sociales. A
menudo pienso ¿con qué opción se
quedarían esas víctimas si pudieran elegir entre “marcharse y significar” o “quedarse
y pasar desapercibido”? Yo, que sin duda no he nacido para heroína, apuesto a
que me quedaría.
Ayer se homenajeó a las víctimas de la pandemia de coronavirus: 28.416 fallecidos
en España, de momento, porque esto no acaba. No puedo sino aplaudir que el
homenaje a las víctimas haya sido una ceremonia civil. Cuesta creer que haya
sido ésta la primera vez que en nuestro país las misas no protagonizan los
sentimientos de toda la sociedad. Me gustó también que, al menos por un ratito,
hubiera cierta unidad y (salvo los de siempre) la mayoría de los partidos y estamentos
fueran capaces de participar sin partirse la cara unos a otros. Un instante,
pero algo es algo.
Lo que no es evidente es si los familiares de las víctimas, los sanitarios
y demás grandes protagonistas de esta tragedia encontraron algún consuelo en
los pebeteros y los discursos. Aún queda mucho para cerrar estas heridas y aplacar
el dolor. Aún queda mucho para que esto pase a la historia en pasado.
Hoy, 27 de julio
En España 258.855 diagnosticados, 28.416 fallecidos y 150.376 curados
En el mundo 13.810.534 diagnosticados,
590.005 fallecidos y 7.718.606 curados
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