Aquí van pensamientos, reflexiones, ideas sugeridas por el mundo que me rodea .... para compartir [LauraCA]



viernes, 16 de septiembre de 2022

Cuaderno de bitácora: navegar con y sin fundamento


Disfrutar de la navegación en aguas de Bretaña no parece “a priori” algo inalcanzable. El reto surge cuando no se trata de “montar en barco” sino que pretendes navegar en un velero de 12 metros de eslora y contribuyes con cero experiencia en vientos, corrientes, calados, obenques, nudos, cabos, correderas, botavaras y qué se yo cuanto más. No había conocimiento, pero si había motivación y, sobre todo, confianza ciega en el capitán, nuestro amigo Juanma, experto navegante que desde hace años pilota con orgullo y maestría su velero Quinto Real en la singular Ruta de los Grandes Faros  (https://www.escuelanauticanavarra.com/).

Los retos nos rejuvenecen cuando se superan, pero aún más durante el proceso en el que se plantean (la ilusión) y se afrontan (la hora de la verdad). En esta ocasión no había dudas respecto a la viabilidad y seguridad de la navegación ¡Oye, que vamos con Juanma! pero si incertidumbres relacionadas con nuestra capacidad de disfrutar sin marearnos y, sobre todo, no molestar en la dinámica de un velero donde caben, justos, seis tripulantes, siendo tres absolutos ignorantes de la práctica náutica.

Porque cuando “navegamos” en aguas conocidas, en nuestra zona de confort, nos sentimos capaces, con herramientas suficientes para afrontar situaciones, subir y bajar pendientes o atravesar, sin rozarnos malamente, los recovecos de la vida. Si llevas a cuestas ya un porrón de años,  vas circulando por el planeta y crees, inocente, que podrás  enfrentarte, con más o menos dignidad, a diferentes situaciones. Pero el mar, la mar, el océano, no admite el casi ni el pero, está ahí tal cual es, infinito y profundo, con vientos y mareas que sin duda exigen, siempre, experiencia, destreza y pericia. En resumen: saber.

Ha sido esa certeza, la de no saber, la que aún sin querer ha merodeado en mi cabeza durante esta semana de grumete. Me he visto y sentido  inactiva  en un entorno donde no caben las equivocaciones, ni siquiera los descuidos; donde todo tiene un porqué, un fundamento forjado a lo largo de los siglos, con el empeño de muchos para, con permiso de Neptuno, dios de los océanos, poder surcar sus aguas. Porque nada, ni los winches, ni las velas, ni la brújula,  las predicciones meteorológicas o  los horarios de las mareas, está de adorno o se vigila por casualidad en un bravo velero.

Lo extraordinario es que mientras nuestros ojos novatos atendían las precisas maniobras  -seducidos por el horizonte cambiante, acompañados por bellos delfines-  ha habido  tiempo para entender, siquiera una pizca,  la magnitud de la realidad náutica.  Han brillado las historias, las anécdotas y también algunas lecciones básicas y dichos marineros. Conquistas, naufragios, accidentes, empeños, triunfos y fracasos de muchos hombres entregados, incluso hasta la muerte,  al sabor salado en sus paladares. 

Me detengo en la historia de Eric Tabarly (1931 – 13 Junio 1998),  ese intrépido soñador y creador de veloces veleros a quien aún añoran sus admiradores y que, maldito destino, fallecería durante un temporal en aguas de su querida Bretaña al caer del barco con el que en su día aprendiera a navegar, el Pen Duick I. Navegamos un día casi rozando el pantalán de su villa, cerca de la desembocadura del río Odet. Estas cosas emocionan.

A Tabarly se le homenajea en toda la costa bretona. Lo comprobamos en el museo de  la Cité de la Voile EricTabarly próximo a Lorient-La Base; un lugar sorprendente, donde aún se conserva casi intacta la base de submarinos que durante  la II Guerra Mundial sirvió, inexpugnable, a la armada alemana. Aquí, la visita al interior del submarino Flore recompensó nuestra  curiosidad respecto a estas peligrosas máquinas de guerra. En Lorient-La Base encontramos también el centro de regatas transoceánicas, Pôle course au large,  con  los  maxi trimaranes, los Imoca, etc.,  unos veleros que nos parecen ciencia ficción con sus foils, sus líneas futuristas, sus colores y, por supuesto, sus récords. Toda una lección de náutica.

Otro escenario visitado ha sido el de las islas que adornan la costa sur bretona. En el solitario archipiélago de Glénan apenas quedaban ya las últimas huellas de los jóvenes que durante el verano se forman en su escuela de vela, quizá aún ajenos de que esta experiencia estival a no pocos de ellos les cambiará la vida para siempre. Después, en Belle Île  comprobamos que los jerséis a rayas no son ninguna moda pasajera. Representan la Bretaña y sus bravos marinos. Muchos de sus visitantes, también sus habitantes, visten de rayas, porque, la verdad, es lo que pega.

Los novatos hemos vivido, por primera vez, la extraordinaria sensación de fondear allí donde viene en gana, para disfrutar de noches solitarias, admirar las estrellas y cantar, graves, con Lee Marvin,  su legendaria I was born under a wondering star.

Y tras el  postre,  esas magnificas sobremesas, mecidos sobre el agua, donde se habla y  escucha sin prisa, se disfruta de la compañía, se descubren matices, se aprende, se ríe: se disfruta de la vida.


Gracias capitán, por tu entusiasmo y tu buen hacer.  Y también gracias a Paloma y a Jorge, por su paciencia y su labor didáctica. A Rober y Paz, mis compañeros meritorios, por vuestra alegría e impecables pilotajes.

Y eso que no había fundamento….






viernes, 8 de abril de 2022

Videoguerra


El titular “Guerra en Ucrania” o como indican otros “Guerra en Europa”
 lleva ya 44 días en las portadas. Esta semana, la crudeza, el horror y casi hasta el olor de la guerra han removido aún más, si cabe, nuestros bien alimentados estómagos. Han llegado a nuestras retinas las imágenes de los asesinatos de civiles en la ciudad ucraniana de Bucha, tomada por los soldados rusos para arrasar, destruir y matar indiscriminadamente durante varios días. Tras su retirada, a causa de la resistencia ucraniana, la prensa ha accedido a esta desdichada ciudad.

Alguien ha contado estos días que si las imágenes que nos llegan, fotos y videos, las miramos en blanco y negro, poca diferencia encontraremos con aquellas tomadas en las segunda guerra mundial y que documentaban la barbarie nazi.  Y en efecto,  el horror de la guerra de antaño es casi idéntico al de la guerra actual. Yo aprecio  un factor añadido, una vuelta más de tuerca: el satélite.

Resulta que ahora, como si de un videojuego se tratara, podemos recorrer desde nuestras pantallas, las calles de Bucha, desiertas, destrozadas y… salpicadas de cadáveres; podemos ver simulacros, montajes del antes y el después. Resulta que estamos en una guerra euro visiva (solo falta la musiquita). No es una sorpresa, desde luego, ya tuvimos el “privilegio” de la primera fila durante  la invasión en Irak por las tropas estadounidenses. Lo,  digamos,  novedoso es  que ahora también se combate descaradamente con fake news. Se miente, se desmiente, se acusa, se tergiversa, sin reparos. En el caso concreto de la destrucción de Bucha,  que Rusia ha negado,  los medios han recurrido a la difusión masiva de las imágenes  verificadas de los satélites,  para intentar demostrar que no había mentira en los muertos, solo muerte real, irreparable. El horror, again and again. 

jueves, 31 de marzo de 2022

Día 35º en la guerra iniciada por Rusia en Ucrania.


Hace ahora dos años emprendí la tarea de narrar los días de confinamiento domiciliario establecido en prácticamente todo el planeta a causa de la expansión incontenible, desde China,  del virus Covid 19. La situación era tan insólita que durante casi cuatro meses, casi todos los días, fui refiriendo hechos, preocupaciones, anécdotas, ocurrencias… y  anotando datos. También fui descubriendo el nuevo uso de ciertas palabras, otras formas de trabajar, de relacionarnos; íbamos, todos, asumiendo cambios insospechados en nuestras vidas que ahora, dos años después parecen haberse instalado para quedarse, como si nada.  ¿yo, con mascarilla? ¿yo, tres veces vacunada? ¿yo, sin querer viajar? ¿yo, sin entrar en un bar? Si, sí, sí, sí.

El pasado mes de febrero  nos levantamos con la espantosa noticia de que Rusia, como se venía temiendo (anunciando) desde hacía semanas (quizá más, según los expertos), había comenzado la invasión de Ucrania.

Y a diferencia de que hace dos años, han pasado treinta y cinco días sin que pudiera escribir ni una línea al respecto.  No sé bien cómo explicarlo, aunque sé que se debe a los sentimientos que describen dos palabras tan incuestionables como son las palabras miedo y negación. Miedo a una catástrofe planetaria y negación más bien por auto supervivencia, porque la vida cotidiana te obliga a levantarte, seguir, seguir y muchas veces mirar a otro lado. Es como si escribir guerra, leer sobre la guerra, hablar sobre la guerra azuzase, igual que el aire al fuego, esta monstruosidad tan dolorosa como lamentablemente real ¡Está pasando ahora!

Treinta y cinco días mirando de reojo las noticias, las imágenes, los dramas y pensando, deseando, que esto sea corto, que negocien, que se reconcilien, pero también sabiendo que estamos en manos de mentes muy peligrosas, expuestos a geo equilibrios inestables, sentados no ya sobre un polvorín sino sobre todo un arsenal atómico.

Cuando narraba sobre la Covid, reflejaba cada día el número de contagiados, también el  de los fallecidos. No sé si puedo, no sé si quiero, dejar constancia del número de heridos, de muertos o  de refugiados que cada día genera esta guerra. Por el momento, solo se me ocurre recopilar algunas de las infinitas preguntas que nos acechan desde hace 35 días.

¿Cómo es posible? ¿Pero dónde está Ucrania? ¿De verdad nos vamos a quedar sin pan? ¿Tengo que acaparar comida, por si acaso? ¿No existe ningún mecanismo para parar una invasión en pleno siglo XXI? ¿Para qué sirve la ONU? ¿Hay almas capaces de ordenar  bombardear, matar, expoliar y expulsar a personas como tu y como yo, que no han hecho nada? ¿Qué nos va a pasar? ¿Se apretará el botón nuclear? ¿Cómo nos protegemos si el conflicto llega a nuestras casas? ¿Puedo convertirme de la noche a la mañana en un refugiado? ¿Cómo podemos ayudar? ¿Y qué va a pasar con esa pobre gente, como tu y como yo, que ahora no tiene casa, porque ya  no tiene país? ¿Y cómo se sienten esos jóvenes (rusos y ucranianos) rebuscando el odio en sus bolsillos para matarse unos a otros?  ¿De verdad vamos a mandar armas?  ¿Se puede ayudar con más guerra? ¿Habrá negociación? ¿Veremos a los líderes de ambos bandos, ahora enemigos, darse la mano en un tratado de paz? ¿A quién beneficia esta guerra? ¿Hay buenos y malos?  ¿Se avecina un nuevo orden mundial? ¿Qué va a ser de todos esos refugiados, expulsados de sus casas, de su país, de sus vidas y desperdigados por el mundo?

Ni idea. De momento, abro el grifo y me digo: un milagro ¿Me lo merezco? ¿Se acabará? ¿Y los ucranianos, por qué no pueden abrir sus grifos y disfrutar del agua, de la tierra, del aire de este planeta lleno de odios?

miércoles, 30 de marzo de 2022

Un ojo y un semáforo

Conducir en Madrid se está poniendo peliagudo. No siendo yo muy amante del volante, cada vez se me hace más cuesta arriba convivir con patinetes, cabifys, ubers, bicicletas, peatones absortos en su móvil y, sobre todo, con ciertos conductores que consideran los intermitentes un adorno; quizá piensan que los que van detrás solo tienen que adivinar sus intenciones.

En este contexto, a bordo de mi automóvil, giraba con cautela en un semáforo con la flechita en verde;  decidí frenar un poco al observar una figura al borde de la acera quien, cómo no, miraba su móvil,  haciéndome sospechar que igual se lanzaba a cruzar por sorpresa. Me fije en la persona: muy delgada, en vaqueros,  un adolescente de género indefinido cuyo largo pelo le cubría prácticamente toda la cara. En realidad, a mí me daba igual chico o chica;  pensaba en eso fugazmente mientras avanzaba y ya empezaba a perder de vista al peatón/ona cuando mi cerebro detecta una mirada, un solo ojo que, entre los cabellos,  separa la vista del móvil y mirando al vacío, concentra, como en una poesía, toda la tristeza de una vida apenas estrenada.  

Recogí esa mirada, la computé, quedó unos minutos grabada en mi retina. Y no hay nada más que contar, la historia no tiene fin, pero refleja la fuerza de un instante intruso en nuestros recorridos cotidianos. 

Veinte días después, a la misma hora, el mismo semáforo, el mismo adolescente. Cruza sin mirar y tengo que frenar. Lo veo de espaldas, su ojo sobre la pantalla de su móvil. Es un muchacho. Sigue pareciendo triste. 

martes, 8 de febrero de 2022

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

Principiantes. Raymond Carver. Dirigida por Andres Lima. Adaptada por Juan Cavestany
e interpretada por  Mónica Regueiro, Javier Gutiérrez, 
Vicky Luengo y Daniel Pérez Prada
  

No me atraía demasiado la otra tarde asistir a una representación teatral que sabía protagonizada por unos seres substancialmente desgraciados, empapados de alcohol, solos incluso estando acompañados, desencantados y atormentados en su inquebrantable búsqueda de la felicidad, el amor o la mera supervivencia. Pero me había comprometido y era una de las obras “para ver” de la temporada, con actores de prestigio y los directores más actuales. De modo que allí estaba, en la fila cuatro, preparada para el tedio e incluso predispuesta a experimentar cierto rechazo. Porque casi nunca apetece contemplar, aunque sea como mero espectador, dramas cotidianos que, sin ser nuestros, no pocas veces nos resultan más cercanos de lo que quisiéramos reconocer; nos incomodan.

Así de mustio  era mi ánimo al acércame a los Teatros del Canal para presenciar «Principiantes», basada en relatos del norteamericano Raymond Carver, con adaptación de Juan Cavestany y dirección de  Andrés Lima. Sobre las tablas: Javier Gutiérrez, Mónica Regueiro, Daniel Pérez Prada y Vicky Luengo. 

Anticipo el final (¡spoiler!):  una representación magnífica. Por su puesta en escena, por la adaptación de la novela al teatro, por su música e iluminación y,  sobre todo, por la sincera y emocionante interpretación que cada uno de los actores hace de los áridos textos de Raymond Carver. Salgo del teatro convencida de haber asistido a una gran jornada teatral. Estoy sorprendida y también satisfecha de haber tenido la oportunidad de acercarme y entender siquiera un poco las  tormentas de Raymond Carver.

La trama:  dos parejas alrededor de la mesa en una cocina. Una, joven, reciente, ilusionada; la otra, más madura, con crudos  ayeres sobre sus espaldas. Beben, hablan, lloran, ríen, bailan…,  durante toda una tarde mientras la luz del día se va agotando, igual que sus pasiones, sus ilusiones y sus arrebatos ¿Dónde está el atractivo para el espectador? Difícil de expresar, pero lo cierto es que cada uno de los personajes nos conmueve, porque de alguna forma ya les conocemos;  hemos hablado, reído, llorado y bebido con ellos en algún instante de nuestras vidas: Herb, un cirujano divorciado, con tendencias suicidas y de vuelta de casi todo; Terry, su mujer, resignada a los arrebatos de Herb, pero también comprensiva, recordando con amor, a pesar del maltrato recibido, a  su  primer marido, quien se suicidaría fatalmente tras perseguir a Terry y a Herb. Laura, joven, enamorada; su nivel de alcohol va subiendo conforme su confianza se va desintegrando y  su inocencia se desvanece entre lágrimas  al tiempo que los sarcasmos de Herb se apoderan del ambiente. Y Nick, pareja de Laura, el narrador que nos permite asomarnos a la estancia donde todo transcurre, o mejor dicho, donde todo se habla y se bebe, porque pasar,  en realidad no pasará casi nada. Al final, todos llorados, de alguna forma desahogados, los cuatro, aferrado cada uno a su pareja como si de una tabla de salvación se tratara,  se irán a cenar;  mañana seguirán buscando el amor mientras acarrean la cotidianidad de sus vidas.

Porque de amor se habla en este relato/drama. De amor recién estrenado, de amor fracasado, de amor carnal, de amor equivocado, de amor agotado, de amor simulado. Pero el estremecimiento lo provoca Herb cuando cuestiona la verdadera esencia del amor,  cuando interpela a los otros tres preguntando ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Herb ha pensado mucho en el amor, se nota. Se ha preguntado ¿A dónde va el amor cuando dejamos de querer, cuando el amor se acaba?  y  ha meditado sobre cómo es posible agotar un amor y después empezar uno nuevo con toda la fuerza del mundo, como si fuera el primero. Le gusta observar a las personas, a las parejas y tiene numerosas oportunidades en el hospital donde trabaja. Relata aquí una historia tan tierna que casi la vemos flotar como un oasis de amor sobre las dramáticas secuencias que desgranan los  cuatro personajes en la tremenda borrachera que alcanzarán al final de la obra (de la tarde). Es la historia de dos ancianos que han tenido un accidente de coche y se han salvado de milagro. Han tenido una vida sencilla, en un rancho. Nadie repararía en ellos en las calles de cualquier ciudad y sin embargo, cuenta Herb, han vivido juntos toda la vida, se han tenido el uno al otro toda la vida, han bailado cuando no había nada que hacer ni nadie con quien hablar, no pueden vivir ni entender la vida el uno sin el otro … ¿Es eso el verdadero amor?  ¿Así, tan sencillo?

viernes, 21 de enero de 2022

¡Ssssh! La magia de Juan Mayorga y Blanca Portillo: Silencio

Cartel de Silencio.Teatro Español

El público al completo, entusiasmado, se puso en pie para aplaudir largo rato a Blanca Portillo, aclamando y agradeciendo su representación de Silencio, la obra teatral en la que Juan Mayorga ha convertido su propio discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua.

El discurso es largo, poderoso, apasionado, erudito, repleto de referencias al teatro, a sus autores, a los actores, a la memoria, a la poesía, a los sonidos, en definitiva, a la vida. Su hilo conductor es la palabra Silencio. Podría parecer un modesto objetivo ¿Quién no sabe lo que significa silencio? ¿Quién no usa a menudo esta palabra y en muy diferentes situaciones y estados de ánimo? Sin embargo, leer, entender y finalmente  disfrutar de este texto, no resulta tarea sencilla. Juan Mayorga es, además de hombre de teatro,  un intelectual versado en ciencia y en humanidades, y en este discurso, si bien con toda humildad,  lo ha dado todo. Se trata de su presentación oficial ante sus futuros compañeros en la  RAE, los académicos, y para formalizarla Mayorga ha construido un largo viaje protagonizado, de principio a fin, por el  binomio silencio - palabra.

Así, pararemos en cualquier esquina para  escuchar cosas como “Cuando me aburro bajo a la calle a hablar con la gente de los bancos”; nos sumergiremos en la poesía de su predecesor en el sillón de la RAE, Carlos Bousoño; sobrevolaremos la Antártida con referencias a las dimensiones de onda matemáticas; asistiremos a  conciertos de silencio que duran 4’33’’ (cuatro minutos y treinta y tres segundos); sufriremos con las batallas de Los Persas; lloraremos la muerte de Antígona; soñaremos con los desdoblamientos de Calderón; callaremos sobrecogidos en la casa de Bernarda Alba; nos quedaremos sin aliento ante el discurso del Gran Inquisidor de Dostoievski; cabalgaremos en  el rucio de Sancho Panza; suspiraremos con Hamlet… y mucho, mucho  más.

Me cuentan que en la lectura de su discurso Mayorga no estuvo muy florido. “Es sosito”, nos dice Blanca Portillo durante su actuación. Quizá por eso, o porque su pasión por la dramaturgia le mantuvo en vela muchas noches buscando el discurso perfecto, el autor se embarcó en una faena que pareciera imposible: transformar su sesudo discurso en una pieza teatral. Para hacerlo, y de paso regalarnos una representación memorable, Juan Mayorga ha moldeado su texto original y ha escogido para su voz a Blanca Portillo. El resultado es difícil de resumir en unas líneas. Blanca Portillo enreda al público en este fabuloso juego teatral y le mantiene sin pestañear durante  una hora y cuarenta minutos. Lo hace ella sola, vestida con un viejo chaqué,  con unas sillas y algunos focos. Por contrapartida, sus recursos actorales afloran ilimitados: Blanca imita al aspirante académico como si fuera un viejo ratón de biblioteca y va, con paciencia y entusiasmo, desgranando el bello discurso. De pronto, pasa a ser ella misma, se enfada para recriminar al autor su desconsideración al encargarle esta difícil tarea y exponerla ante líneas que ni siquiera entiende. Esas alusiones a Kempis, a los mundos tridimensionales, al tadeo/tadere, a Tiresias… ¡no hay quien las digiera!

Y este es el punto de inflexión de la obra Silencio, cuando Blanca Portillo empieza a jugar al teatro. Y disfruta, y se divierte, y arrastra con ella al público en sus breves pero precisas visitas a diversos  instantes de silencio recolectados en trascendentales piezas teatrales. Mencioné algunas más arriba; ahora me detendré  en aquella en la que  Blanca nos ofrece tras convertirse en Bernarda Alba y reprochar al autor su cruel enfoque del trágico personaje de Lorca. Blanca se rebela y se da el lujo de representar una segunda versión, con una Bernarda más humana, más cercana, más mujer ¡Qué sublime lección de teatro! Esta que nos demuestra, poniéndola  en práctica, la teoría que mantiene el autor en su discurso: la de que los textos teatrales resucitan, salen del silencio de las páginas escritas  y se transforman en únicas en cada representación.

Todo esto y más contiene este exquisito discurso teatralizado donde aparecen los conflictos, el sentido de las réplicas, las metáforas, los ritmos, el arte del desdoblamiento, los diálogos, las pausas, las acotaciones...

Finalizo con un párrafo dedicado al publico, en el que Mayorga apunta que el silencio más importante en el teatro es el del espectador: “Porque en el teatro se hace el silencio para que el espectador oiga no solo las palabras y los silencios que vienen del escenario, sino también las palabras y los silencios de su propia vida”. Y escuchando a Blanca, sin querer, recuerdo sonriendo un paseo nocturno por una bella ciudad italiana. Era enero, era de noche, apenas quedábamos turistas en las calles. Respirábamos aliviados e ilusionados, descubriendo la ciudad en calma, como si caminásemos transportados al Renacimiento. De pronto, al doblar una esquina el encanto se rompe, un grupo de americanos habla a voz en grito. Me molestaron, me irritaron, porque, sin avisar, acababan de romper el hechizo del silencio de la ciudad, y yo, sin pensarlo, sin apenas darme cuenta de lo que hacía,  les chiste: ¡Ssssh!  Se callaron, me miraron perplejos, creo que se enfadaron. También creo que no entendieron mi necesidad de silencio.

De la representación de Silencio salí con una muy grata sensación de felicidad ¡Qué lujo de teatro!

jueves, 23 de diciembre de 2021

Variante Ómicron: no hay manera

Vacunación: tercera dosis

¿Cómo empezar para hablar otra vez de la pandemia de Covid? ¿Cómo escribir sin aburrirse a uno mismo sobre contagios,  mascarillas, restricciones, vacunas, toques de queda,  antígenos, negacionistas, pasaportes Covid, distancia social, etc.?  Pero es que aquí estamos de nuevo y esta vez con nueva palabrita para añadir a nuestro ya largo diccionario de terminología Covid: Ómicron. Se trata de una nueva variante del virus que esta vez nos ha llegado, al parecer, de Sudáfrica.  Y lo ha hecho batiendo todos los récords de contagios hasta ahora conocidos. En España hemos pasado de una incidencia mínima de 49 casos por cada 100.000 habitantes registrada el pasado 17 de octubre a nada menos que 852 el 22 de diciembre. De 1.538 contagios diarios comunicados en aquella fecha a 72.714 hoy. Y según escribo estas letras el crecimiento exponencial sigue y sigue y sigue.  La única buena noticia es que la nueva versión, la ya universal Ómicron, se está portando con más educación, es más suave y su capacidad letal está resultando relativamente baja, menos de 50 muertes diarias, muy lejos de aquellos días de pesadilla en marzo o abril de 2020 cuando hablábamos de centenares un día tras otro, sin dar crédito a lo que estábamos contemplando, sin siquiera recursos  para velarnos ni enterrarlos. 
y precaución. 

Me quedo en blanco intentando aportar alguna reflexión, algún pensamiento que merezca la pena escribir, porque es tedioso recapitular para incidir en esta pandemia que no deja de protagonizar nuestra cotidianidad. Nos hemos vacunado hasta por tercera vez, nos hemos acostumbrado a llevar la mascarilla, a ponérnosla para entrar en un restaurante y a continuación quitárnosla en la mesa,  sintiéndonos a salvo con las personas allegadas. Habíamos empezado a viajar,  incluso a retomar tímidos abrazos e incluso algunos besos (confieso que yo ya para besos al aire no estoy mucho, no me apetecen). Hace apenas un par de semanas, sintiéndonos casi a salvo,   los “virtuosos” ciudadanos no dejábamos  de darnos la razón exponiendo nuestra incomodidad respecto de aquellos que se declaran disidentes y afirman ser libres de no vacunarse.

Y ahora, en un instante,  se ha liado de nuevo. Quien en este momento no tenga un amigo, primo, cuñado, compañero de trabajo, vecino o conocido en cuarentena por positivo de Covid es que vive en Marte. Estamos todos, sin remedio,  implicados en esta sexta ola,  deshaciendo planes, cenas, comidas, viajes y todo tipo de eventos. Porque sí, seguimos con miedo, no apetece nada contagiarse ahora, menos cuando parecía que estábamos en la recta final. Y nos vamos encerrando, encontrando justificación a nuestro deseo de no ver a nadie, porque a veces, con tanto ruido, con tanta polémica, ante tanta contradicción, dan ganas de echar el cerrojo y ni sidra, ni champán, ni langostinos, ¡qué le den a todo!. Lo hablaba con mi amiga PH, pero ella, siempre con ganas de gente, me decía que para estar solo siempre hay tiempo, que no tiene ninguna duda de que hay que seguir esforzándonos en no estar solos, en compartir, incluso aunque organizar sea cansado, haya riesgos y se nos  quiten las ganas. Y creo que tiene razón. Me arreglaré para Navidad. Con mascarilla de fiesta

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Nueva York en un poeta. Alberto San Juan en Lorca

Qué un poeta como Federico García Lorca naciera en Fuente Vaqueros, Granada, España, allá por 1998 debería ser considerado un verdadero milagro. Poeta eterno, pleno de energía, belleza, música, alegría y dramas ancestrales. Y este país, España, que le inspira, le alimenta y al que ama, va y lo asesina, fríamente. Por nada, porque sí, porque había rencor, mucho rencor, del malo. Es un hecho tan trágico que no parece ser  verdad, salvo que lo es, aunque nos aflija y nos avergüence, lo es.

Pero Lorca ha resultado ser infinito e inmortal, mal que les pese a sus asesinos, a los rencorosos y a los ignorantes. Así lo mostró ayer Alberto San Juan en el espectáculo teatral que ha titulado Nueva York en un poeta y que presenta, vestido como un crooner  junto a los músicos de La Banda, en el Teatro Bellas Artes de  Madrid.

Alberto -le llamo así porque es uno de mis fetiches teatrales de los últimos tiempos, a quien visito con frecuencia en su Teatro del Barrio- explica al final de su brillante recital, que lo escuchado no tiene ni una coma añadida. Se trata del discurso casi íntegro que pronunciaría Federico en la Residencia de Señoritas de Madrid, en 1932. Tenía muy reciente su estancia en  Nueva York - desde junio de 1929 hasta febrero de 1930. En su viaje de vuelta se detendría tres meses en Cuba.

Es bien conocido que esta especie de año sabático en la gran metrópoli americana sacudió a Federico. Su alma de poeta no podía sustraerse al extrañamiento espiritual y sensorial que le provocaba Nueva York. Era allí un solitario españolito, perdido en el torbellino de la gran ciudad arruinada y desquiciada por la gran depresión, el crack bursátil del que luego tanto hemos sabido, desgraciadamente. Cuando Lorca vuelve a su hogar,  decide contarlo y a los poemas creados en Nueva York añade esta bellísima conferencia plena de inspiración. Estos poemas, ya lo indica el mismo, no son nada sencillos, pues así, complejas e infinitas son las emociones que le asaltan entre las cornisas de los rascacielos.  Y partiendo de esta complejidad, que contrasta con el desnudo escenario, Alberto San Juan utiliza con oficio su potente y versátil voz para acercarnos al poeta, a su viaje. Y lo hace tan felizmente que los versos se convierten en imágenes y los rascacielos, la niebla, la multitud, los negros, las cornisas, los cielos se palpan, sucesivos como en un viejo documental en blanco y negro. Los vemos, los sentimos y nos emocionamos.

Alberto hace pausas, silencios, y se retira a ratos del escenario. Nos deja unos instantes  con las bellas  melodías que interpretan  los músicos. Y se lo agradecemos,  porque el texto y sus evocaciones son tan intensas que necesitamos esos momentos  para recomponernos; para intentar retener alguna frase, algún verso, alguna imagen que después, en soledad, intentaremos saborear con parsimonia. 

El final del espectáculo es pura energía, verdadero  clímax. Federico se aleja en barco de Nueva York. Lleva en su corazón experiencias diversas, lleva ya recuerdos y también experimenta aflicción y cierto  alivio.  Llega al Caribe donde le reciben, nos reciben, con sorpresa, la luz, los colores, los sones, una pizquita de España …. Y una vez más, eternamente, los allí presentes, echamos de menos a Federico y aplaudimos y movemos incrédulos la cabeza ¿Cómo pudieron robarnos a una criatura tan extraordinaria?

miércoles, 20 de octubre de 2021

La odiosa “Vuelta al Cole” y a la “normalidad”

 

Ya agonizando el mes de agosto, pregunté a un joven vecino ¿qué tal el verano? y me respondió que estupendo,  pero que algo mosqueado y abrumado cada vez que se encontraba con el cartelito “Vuelta al cole”. Y me hizo gracia,  porque me recordó que a mí, que hace lustros que al cole no vuelvo, la vuelta al cole también me abrumaba y mosqueaba, especialmente asociada a los anuncios del Gran Almacén, ese  que casi todos amamos u odiamos a partes iguales.

Llegó septiembre para refrescar nuestra memoria y confirmar que nada de lo que dejamos por hacer en junio se había resuelto por arte de magia; que procrastinar es siempre una acción boomerang y que la abandonada ciudad que algunos habíamos disfrutado, casi a solas,  en el estío, se rellena otra vez de la noche a la mañana y nos grita ¡somos muchos! ¡no cabemos! En mi caso, la vuelta al cole despierta a mi yo más hater. No lo puedo remediar, porque me enfurruño cuando, de nuevo, escucho conversaciones telefónicas “a grito pelao”; cuando veo perros defecando y a  sus dueños abusando del espacio público e invadiendo mi silencio; me sorprendo cuando los conductores se olvidan de utilizar el intermitente (una epidemia incomprensible y sin precedentes) haciéndome creer que van para allá, cuando luego van para acá. Me indigno cuando la suciedad de las pintadas o grafitis salpica mis paseos, cuando las colillas se agolpan en las atascadas alcantarillas ¡ufffffff!

Pero esto no es, ni pretende, ser un diario,  de modo que aún con tentaciones, me abstendré de recopilar mis vivencias veraniegas/otoñales. Sería lo más sencillo tras varios meses sin ejercitar la escritura,  pero intentaré alejarme de mis cosas para seguir aproximándome a la realizad que me rodea, a otros puntos de vista y, sobre todo, a hechos, espectáculos, comentarios, conversaciones, paisajes, músicas, etc. que me conmuevan y me enriquezcan.  Allá vamos, a por una nueva “temporada”.

viernes, 13 de agosto de 2021

Radio 3, ahora SIN BOTAS

Soy adicta a Radio 3. Considero un milagro que nadie aún haya decidido eliminar este reducto de radio independiente,  sin rankings, ni principales, ni publicidad. Suelo comentar  que el día que esto ocurra saldré a la calle…  Porque Radio 3 me acompaña, me informa, me emociona y me “actualiza” desde mi más tierna juventud. A lo largo de ya muchos años he lamentado la marcha de algunos de mis imprescindibles: Ramón Trecet (buscad la “belleza”); Diego A. Manrique (el sabio ecléctico); Juan de Pablos (el entrañable); Jesús Ordovás (el más moderno); Cifu (puro Jazz)  y muchos más ¡Se fueron o se hicieron mayores!

Este verano de  2021 he asistido a nuevas y destacadas despedidas. No comentaré, por respeto, los sempiternos adioses de Julio Ruiz y José Manuel Lopez, que han salido, sin ninguna gana, con 50 años de programas a sus espaldas. Pero si quiero hablar de Manolo Fernández y su irrepetible programa TOMA UNO. Le llegó su  hora el pasado 25 de julio. Manolo Fernández lo anunció en su programa del día 24. ¡Menuda bomba! No había dicho nada hasta el momento (al menos yo no lo había escuchado) y a veces lo comentábamos sus seguidores, “¿Qué edad tiene Manolo Fernandez? Uff, cualquier día de estos le jubilan”. El día llegó y el  fabuloso e irrepetible programa TOMA UNO desapareció de  nuestras vidas.

No insistiré en expresar ni mi pena ni siquiera el enorme  vacío que deja el programa y su magnífico creador, pero sí en destacar  la elegancia y el buen gusto de su triste despedida. A lo largo de sus dos últimos y magistrales programas, Manolo Fernández escogió la mejor de sus facetas para decir “hasta luego”:  la profesionalidad. Con su estilo sereno y cálido, repasó sus 30 años de TOMA UNO a través de los mejores temas de la Americana, como le gusta definir la música que pincha. Dedicó poco tiempo a hablar de sí mismo, no se tiró flores ni hizo reproches, dejó que los músicos a los que admira fueran, como siempre, el centro del programa. Finalmente permitió que algunos de sus compañeros hablaran por él en unos breves minutos en los que enlazó algunas declaraciones grabadas ¡Cómo se lo agradezco! ¡Qué espléndidos programas! Y qué suerte haber tenido 30 años en las ondas a un caballero como Manolo Fernandez y su Radio con Botas.

Nota: Siempre nos quedarán tus podcast y espero que tus botas encuentren pronto otro lugar en las ondas. Las seguiremos ¡Muchas gracias!

viernes, 6 de agosto de 2021

Agente Sonya, una de esas vidas “de película”

Termino de leer, asombrada, el libro de Ben Macintyre que revisita la increíble vida de Úrsula Kuczynski, agente Sonya, al servicio del espionaje de la URSS entre los años 30 y 50 del siglo XX.

El trabajo de Úrsula, que llegaría a ser coronel del Ejército Rojo, se desarrolló en la China pre-revolución, en Polonia, antes de ser invadida por los nazis, en la Suiza neutral de la segunda guerra mundial y en el Reino Unido post guerra. Más de 20 años encubierta tras una “simple” fachada de esposa dedicada a su hogar y al cuidado de sus tres hijos. Las señoras no levantan sospechas y menos aún si son simpáticas, decididas y educadas, como era Úrsula.

Nacida en Berlín en 1907, su familia, judía, ocupaba una buena posición económica e intelectual. Su padre, un prestigioso demógrafo; su hermano, un intelectual comunista (también entregado al servicio soviético). En diferentes momentos, la familia al completo acabará instalada en el Reino Unido, empujada por el auge del nazismo que en los años 30 convertiría a Alemania en el monstruo que tantos padecieron hasta el final de la segunda guerra mundial.

Las acciones y “peripecias” de Sonya se leen como una novela de Ian Flemming: su captación en Shanghái con poco más de 20 años y embarazada de su primer hijo, su formación en Moscú, los riesgos asumidos, las renuncias personales, la excitación de una doble vida, sus amores, sus hijos, sus sacrificios, sus éxitos, las consecuencias de estos en el devenir de la guerra y la postguerra.

Nada que pueda resumir aquí, pero si comentar mi reflexión ante los ideales de quienes creyeron en la revolución soviética, en los ideales comunistas y en un mundo mejor y, después, pagaron por ello y no precisamente a manos de sus enemigos sino más bien de sus jefes, del aparato comandado por Stalin y sus fieles.

A lo largo de su vida Úrsula comparte convicciones y peligrosas misiones con personas de muy diversos orígenes y diferentes formaciones (voluntarios de las brigadas internacionales en la guerra civil española, magníficos científicos, intelectuales, obreros, aventureros…). La mayoría son jóvenes e idealistas y aspiran a participar en la construcción de una sociedad más justa, más igual, más libre. La mayoría también morirá joven. Muchos serían condenados sin juicio, involucrados sin querer en el disparatado clima de sospechas y acusaciones del cruel estalinismo. Leyendo la vida de Úrsula, plena de acontecimientos, de errores y aciertos que sin duda condicionaron la historia del siglo XX, no puedo sino evocar las tormentas. Tras los truenos, la lluvia y los huracanes, siempre, milagrosamente, sale el sol. Es entonces cuando te preguntas si valía la pena tanto miedo, tantos disgustos, tanta energía… Y en el caso del espionaje, tanta traición al servicio de un sistema, el que sea, diabólico. Lo sorprendente es que muchos de aquellos luchadores, maltratados por el aparato, murieron fieles a sus ideas, satisfechos con las decisiones tomadas. Quizá es una forma de disfrazar su decepción y preservar la utilidad de sus vidas, regaladas a unos comandantes despiadados.

Al parecer tampoco Úrsula manifestó, públicamente, ninguna duda al respecto de las purgas soviéticas y demás aberraciones. Ella creía en un mundo mejor y ese era el paraíso comunista. En 1950, con el MI5 ya pisándole los talones, tras 20 años de ausencia, volvería a la RDA, a su ciudad, Berlín. Úrsula falleció en el año 2000. Aún tuvo tiempo de ver la construcción del muro y también su caída, la reunificación de Alemania, la perestroika, la desmembración de la URSS, etc. Entre tanto, volvería a su afición más temprana y quizá más verdadera, la escritura. Dejó escritas sus sorprendentes memorias y también numerosos libros destinados al público infantil, estos bajo otra identidad, la de Ruth Werner.

Asomarme a la vida de Úrsula ha sido un viaje apasionante, por lo increíble de su espionaje y también por la aproximación a otros protagonistas del siglo XX, vidas no menos interesantes y arriesgadas: Agnes Smedley, periodista americana en la vanguardia del feminismo que descubrió en Úrsula el potencial de un agente secreto; Richard Sorge, el modelo de 007 que la enamoró en Shanghái y moriría ejecutado por los japoneses; el arquitecto Rudolf Hamburger, su primer marido, agente soviético por afinidad y la mala fortuna de caer en desgracia y pagar su fidelidad con años de miseria en el Gulag; Klaus Fuchs, el físico que trasladó los secretos de la bomba atómica a la mesa de Stalin; Melita Norwoods, “humilde” administrativa que facilitaba el filtrado de documentos a la URSS, entendiendo que había que equilibrar los poderes atómicos de los dos bloques en la guerra fría (la conocimos en la película "Red Joan", interpretada por Judi Dench). Y un largo etcétera de personas que parecen personajes y nos recuerdan que a menudo NADA ES LO QUE PARECE. Este mundo está lleno de mundos que se relacionan pero que solo unos pocos conocen y manipulan.

jueves, 24 de junio de 2021

Una noche sin luna

 

Juan Diego Botto es Lorca y es Juan Diego Botto, también es un ciudadano cualquiera en su representación de “Una noche sin luna”, dirigida por Sergio Peris-Mencheta y que ayer, en el Teatro Español, nos descolocó, entretuvo, manipuló, embriagó y, sobre todo, emocionó.

Juan Diego aparece por sorpresa en el escenario, con  camisa blanca y chaleco, tres minutos antes de que comience la representación. Instantes después ha logrado involucrarnos en un juego vertiginoso que solo se detendrá con los clamorosos aplausos de un público tan entusiasmado como agradecido, tras haber sido testigo y en cierto modo cómplice de un gran espectáculo, de un auténtico banquete de ingredientes dramáticos magistralmente puestos en escena: un actor y un autor acorralados por un mundo que aman; una  sociedad a la deriva, llena de contradicciones e intransigencias;  una escenografía que habla  por si sola mientras desempolva verdades; una música adherida desde siempre a nuestras neuronas; una culpa compartida; un pasado que nunca debió ser…

Lorca es el protagonista, probablemente a su pesar, pues su historia debió escribirse con tintas bien  diferentes. Contemplamos a un Lorca cotidiano y vanidoso, Lorca poeta, Lorca homosexual, Lorca asustado,  Lorca enamorado, Lorca exuberante, Lorca comprometido,  Lorca entrañable… Lorca muerto.  ¡No! es Federico secuestrado, maltratado, fusilado, ASESINADO.

Después, mucho después, le encontramos homenajeado y universalizado, convertido en icono nacional e internacional. A Lorca  le gusta ser el centro de la fiesta pero nos reprocha lo poco que le leemos, lo poco que le conocemos.

En mi casa había dos libros importantes en papel de biblia y encuadernados en piel: El Quijote y las obras completas de Lorca. Cuando empecé a descubrir que en mi país, no hacía tanto tiempo, se  libró una guerra civil atroz tras la que  perdimos -asesinados o exhiliados- tantos intelectuales, artistas, maestros, científicos y simplemente ciudadanos, empecé a añorar a Lorca y a todos aquellos que sin duda hubieran contribuido a construir una sociedad diferente, más tolerante, más amable, más universal.

Con esa nostalgia me sumergí en el Romancero Gitano, y resultó fácil. Me obstiné en comprender, sin conseguirlo, Poeta en Nueva York;  intuí la fuerza de Bernarda Alba; me reí y escandalicé con el Amor de Don Perlimplín y Belisa en su Jardín y después, muchas veces, soñé despierta con el ambiente progresista y apasionado fulminado por los intransigentes, con esa sociedad que ya no sería. Al menos ya no con Federico, poeta sin voto, abandonado y perdido en una cuneta.

Ayer, Juan Diego Botto hizo teatro, puro teatro y  dio vida a Federico. Nos dejó escucharle contar sus anécdotas -fabulosa la escena que recrea una plaza de pueblo donde unos paletos acosan al poeta, ¡maricón! ¡bolchevique!-; nos acercó a su piel, a sus miedos, a sus ideas, a su música y a un ser humano excepcional, lleno de creatividad, amor y sueños iluminados por la luna. Lo sentimos cerca, muy cerca y por eso algunos no pudimos reprimir unas lágrimas cuando le vimos alojarse, definitivamente,  bajo el polvo, golpeado por la culata de unas armas insensibles, en aquella noche sin luna.

¡Aplausos!, para Juan Diego Botto, para Sergio Peris-Mencheta y para el público con el compartimos el juego teatral que, durante un ratito,  resucitó a Federico.

 

jueves, 17 de junio de 2021

...y bailamos

Hace un año escribía sobre la invitación a una boda. Llegaba en mayo de 2020, anunciando la feliz unión para la primavera de 2021. Estábamos entonces en pleno confinamiento y sin horizonte estimado para su fin;  pero ya nos hablaban de que esta situación no acabaría sin consecuencias, que lo mejor que vendría después se llamaría "nueva normalidad”. Aún aletargados y asustados, agazapados en casa, sin apenas salidas salvo para comprar o pasear en horarios determinados, la invitación de boda me animó. Me gustó imaginar una reunión con abrazos, besos, copas y un buen jaleo. Además, quedaba tanto, tanto tiempo. Pero la máquina va a toda pastilla y hace apenas  varias semanas desempolvé los tacones (¡qué dolor!) y allá que fuimos, a pecho descubierto, aún sin vacunar*, apenas armados con nuestras simples mascarillas, a participar en una feliz celebración de dos jóvenes ilusionados, enamorados.

La verdad es que así, en frío, en los momentos previos, esos del rímel, las medias, el bolsito… no apetecía absolutamente nada y no solo por los tacones y los refajos, también había cierto “respeto” a la situación de alarma y ascenso de contagios en toda España (finales de abril).

Para mi sorpresa, pocos parecían recelar de los besos, y pronto cayeron mascarillas y subieron los ánimos. Creo que nos la jugamos, conscientes,
pensando  ¡a la mierda!, yo abrazo, yo bailo, yo grito…. Y otros, los más jóvenes, creo que ni lo pensaron.

Semanas después, puedo decir que no hubo “victimas”. También que la vuelta a lo de antes se me antoja más sencilla de lo que parece sobre el papel. Si a casi nadie se le olvida montar en bicicleta, así pasen los años, parece que besar, jugar, reír, también se recuerda. Apenas un poco de ganas bastan para resucitar los hábitos del afecto. ¡Qué alivio!

*Esta crónica se quedó en el tintero en unas semanas en las que la pereza y la rutina me han secado la pluma. La recupero ahora como otro sencillo hito de mis días en estos tiempos extraños. Afortunadamente en estas semanas se han multiplicado las vacunas y descendido las transmisiones del virus. Empezamos a olvidarnos de las mascarillas en casa y aparcamos poco a poco las desconfianzas del roce.

miércoles, 28 de abril de 2021

Me vacuné


Registro vacunas en "el Zendal"









Entre las peculiaridades de este insólito tiempo de pandemia Covid-19 están las palabras y términos que hemos ido incorporando con más o menos naturalidad a nuestra vida cotidiana. Cito de memoria: distancia social, hidroalcohol, toque de queda, estado de alarma, confinamiento, cierre perimetral, respiradores, contagio, inmunidad, anticuerpos, patógeno, test serológico, prueba PCR, antígenos,  mascarillas FFP1, FFP2, y FFP3…

Y en los últimos meses, por si no tuviéramos suficiente,  ha llegado el vocabulario vacunas. Primero los laboratorios: Pfizer-BioNTech, Janssen  (J&J/Janssen),  ModernaTX, Inc., AstraZeneca, Sputnik, Sinovac... Todos, casi a la vez, proclamando al mundo, que por fin llegaba la solución, mejor aún: la salvación.

Recuperados de la gran noticia, los ciudadanos corrientes pasamos a un nuevo estado, el de dominar  los principios activos de esas vacunas, pues  resulta que no todas son iguales, ni funcionan de la misma manera, ni provocan las mismas reacciones en nuestro organismo. Menudo lío. Pero nos aplicamos, menudos somos cuando nos interesa algo. Hoy, los ciudadanos corrientes ya somos capaces de hablar de proteínas, vectores, mensajeros y mucho más, como si fuéramos científicos e  investigadores de primera línea, con criterio y opinión propia.   

Pfizer y Moderna son vacunas de ARN mensajero. Pertenecen a un nuevo tipo de vacunas que enseñan a nuestras células a producir una proteína que desencadena una respuesta inmunitaria dentro de nuestro organismo.

Este modelo nos rompe los esquemas; desde siempre hemos asumido que pasar el sarampión significaba que te inmunizabas porque tu cuerpo desarrollaba defensas y que si te vacunabas de viruela era porque te inoculaban una viruela “chiquitita”, suficiente para desarrollar defensas,  pero no para enfermar. Ahora estamos “asimilando” nuevos enfoques.

Y por otro lado están las vacunas de vectores virales, la de Janssen o AstraZeneca, que contienen una versión modificada de otro virus (el vector) para dar instrucciones importantes a nuestras células que, bien instruidas, desarrollarán respuestas defensivas de nuestro sistema inmunitario. Intuyo que son más parecidas a las de antes.

Ninguna exenta de polémica. Que si no están probadas, que si producen trombos, muertes y riesgos,  que si mejor para los mayores, o no, que si ahora para los de mediana edad, que si peor para las mujeres… y te entran unos miedos y una desconfianza que no conocías ni nunca antes habías sospechado ¿No nos hemos vacunado,  y hemos vacunado a nuestros hijos,  de polio, tosferina, difteria, tifus, cólera, fiebre amarilla, meningitis, hepatitis, papiloma, etc. sin preguntas, sin temores, sin recelos? Ahora la sobreinformación nos abruma y nos manipula. Y encima nos empuja a tomar postura ¿Negacionista? ¿Ingenuo? ¿Obediente? ¿Ciudadano? ¿Conformado? ¿Escéptico? ¿Incrédulo? ¿Y yo, qué soy?

Me hago estas preguntas porque en plena efervescencia de la confusión en torno a la vacunación (a la que los vaivenes de la administración no aportaban precisamente luz) me vi, casi, en la esquina de los berrinches, entre los enfadados, esos que prefieren joder al capitán dejando de cenar. Y pospuse mi cita para vacunarme.  Me he pasado quince días arrepintiéndome y preocupada, hasta que ayer, feliz, convencida y muy agradecida, recibí mi pinchazo de AstraZeneca (no puede una dejar de pensar que, a pesar de todo lo que hoy empaña el devenir de nuestro país, cualquier ciudadano español tiene más suerte que la mayoría de habitantes del planeta). Por fin tengo, ¿inoculado?, ese vector viral (de adenovirus de chimpancé no replicativo ChAdOx1) con el que me defenderé del maldito, o maldita,  Covid-19.

En España se han registrado 3.496134 casos y 77.855 fallecidos por Covid. Se han administrado 14.994.667 

En el mundo se han registrado 147,4 millones de casos y 3,1 millones de fallecidos por Covid. Se han administrado 1.040 millones de vacunas


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martes, 13 de abril de 2021

Generaciones

Me entero,  leyendo una noticia de “sociedad”, de lo que son los “tronistas”: concursantes en el programa “MyHyV” (Mujeres y Hombres y Viceversa), aspirantes a encontrar pareja,  que ostentan  la estética impuesta en el programa. A saber: ellos depilados, marcando el six-pack abdominal, con cortes de pelo esculpidos y, a ser posible, aunque no se vea, con cerebros diseñados en la factoría Berlusconi/Tele5 (ya sabemos de qué va,  no hay ni que explicarlo); ellas neumáticas, teñidas y maquilladísimas, con  cerebros similares a los de los muchachos. Y mi mandíbula … se  derrumba.

Comparto unos días buceando con un grupo de jóvenes treintañeros y asisto, atónita, al exhibicionismo que alimenta la red social Instagram. Resulta que no eres nadie si no compartes fotos y recibes muchos likes de tus incondicionales seguidores. No importa lo que pienses, solo cuentan las imágenes, los posados, la vida en rosa y en burbujas de felicidad. Me quedo atrás, definitivo.

Conozco con parejas que tienen gatos, perros, play station, juguetes varios a los que cuidan más que a sus semejantes. Trabajan y juegan. Lo tienen bastante claro: no les interesa la política ni la cultura, menos aún procrear o perpetuarse. Y mis cejas se elevan incrédulas.

Escucho compartir confidencias a unas niñas de entre 12 y 14 años y no entiendo la paradoja. Son aplicadas, educadas y estudiosas, pero sus conversaciones giran en torno a qué te pones, qué te compras, qué tienes, de qué marca, cuánto tienes, cómo combinas los colores... Estas niñas copian a sus madres y a sus abuelas, a quienes mencionan a menudo con admiración.  Y me invade la triste sensación  de que hemos avanzado poco o, quizá,  de que en realidad a muchas mujeres, aun siendo muy  capaces y responsables, lo que de verdad  les entretiene es la banal conversación.

Saludo a algunos vecinos del barrio. Se han hecho mayores casi de repente y se han hecho locales, perdiendo interés hacia otros horizontes. Es normal, se supone que no nos podemos mover. ¡Pies quietos! ¿No será ésta una reacción demasiado exagerada? Me propongo no imitarlos.

Salgo por el centro de Madrid  y es como si no hubiera un mañana. Las terrazas abarrotadas, los grupos bien numerosos y agrupados, los jóvenes ya dispuestos a no renunciar a un minuto más sin su cervecita y sus risas. Y me pregunto si tienen o no razón. Mientras, sus padres se  esfuerzan, como lo han hecho siempre, y cumplen, como está mandado, con las normas; se vacunan, se aíslan, se asustan. De tanto hablar de lo mismo, la p. pandemia, me he quedado sin opinión, me he difuminado.

Leo Feria, una novela de Ana Iris Simón, escritora de 29 años. Es manchega y narra sin complejos la vida de sus abuelos, feriantes. Medita sobre su "evolución" milenial y urbanita, que encuentra cada vez día más desmotivante y descubre la "autenticidad" de las sencillas vidas de su familia. La Ana, el Jose Mari, la bonica y otras expresiones populares que utiliza me rechinan en las primeras páginas, hasta que le cojo el tono y descubro mensajes  interesantes, con carga de profundidad. Lo que me descoloca es reconocer la insalvable distancia entre las escritora y la generación de sus padres. Porque descubro que donde están sus padres también estoy yo ahora. Y es que avanzamos, nos separamos de quienes nos preceden y luego, rápido y  sin notarlo,  nos quedamos atras. Me desubico. 

R., que es teleco y joven, me habla de las criptomonedas, del blockchain, de la inteligencia artificial, en definitiva, de una sociedad menos controlada y más igualada gracias a la "objetividad" de las máquinas... y me cuesta seguirle, y se me salen los ojos de las órbitas. 

Y así, comparando hechos y distintas generaciones voy aceptando o desechando,  a la vez que asumiendo,  la inevitable evolución de las costumbres y los gustos, en definitiva, de los cimientos que alguna vez creímos inamovibles y ahora se desvanecen,  sin pena ni gloria.  ¿Pena? Creo que no, quizá un poco de melancolía.

viernes, 26 de marzo de 2021

Contando por décadas… esos números redondos


Cumplir años es un artificio,  pero también un privilegio que a veces nos cuesta saborear. 

Año tras año, vamos gastando primaveras  y a la vez atesorando momentos, vidas, palabras, imágenes, risas, penas, ausencias, belleza, sabiduría, recuerdos, sentimientos, deseos, arrugas… tantas y tantas, como si tal cosa. Lo curioso es que de pronto, sin apenas darnos cuenta, los años se embalan, se aceleran. Mientras, la  memoria va limando y suavizando las asperezas del  pasado.  

Ya con algunas décadas en mis cabellos, hoy  mis años se alinean en  números redondos. Quizá por eso, para repasarlos,  se me ocurren algunos "titulares". Llegan así, de  diez en diez:

Los primeros. Aprender, observar, temer, reír, jugar. Costras en las rodillas. Sin extraños mejor. Hogar. España en blanco y negro. El mar por primera vez. La lentitud del reloj en las siestas interminables. Aburrimiento.  Asombro. El Seat 600. La tele. Todo incipiente. Todo a estrenar.

10 a 20. Nuevo barrio. Nuevos horizontes. La personalidad aún primeriza. La timidez limitante.  La conciencia de ser y querer ser. El aprendizaje intuitivo. España en color. El instituto. La pandilla. Los guateques.

20 a 30. El cielo se despeja. Jugamos. Reímos.  Se abren puertas y nos gusta lo que llega. Independencia. Amistad. Amor. Deseos. España en transición. El Carnaval. La movida. La música. El cine. Los libros. Los partidos políticos. La ilusión.  

30 a 40. Crecer. Reproducirse. Ganar el pan. Saborearlo. Sufrirlo. Alguna nube. Algún chaparrón. Algún desencanto. Energía. A por todas. España en Europa. Nos internacionalizamos. Nos refinamos.

40 a 50. Madurez. Belleza. Pérdidas. Recompensas. Desilusiones. Ilusiones. El sosiego que aporta el  criterio propio. Inquietudes. Más amor. España y los lobos nos cortan las alas. La sabiduría sobrepasada por el oportunismo. Los amigos están.

50 a 60. La perspectiva cambia. Puedes, disfrutas, saboreas, gustas, te gustan, aprecias, desprecias. Evocas y suspiras. Pierdes, pero también ganas. Te retas. Haces cuentas y brilla el sol. Cocinas con amor. España, “malamente”, gracias.

60. Te reconoces y también te desconoces. Continúas. Pruebas y saboreas. Te ralentizas pero te reenganchas. Admiras un bello atardecer, un gesto generoso, un silencio respetuoso. Resistes. Gozas con menores velocidades. Las guerras no acaban jamás. Hay plagas. Te hastías ya de muchas cosas. Te preocupa el planeta herido y contaminado.  

¡Ya estamos creciditos!

Te emocionas. Estás viva.

 

lunes, 15 de marzo de 2021

Hace ahora un año

El 16 de marzo, hace ahora un año,  se registraban en España 9.300 contagiados de Covid-19 y  330 fallecidos. Se acababa de decretar el estado de Alarma y todos estábamos en casa, un poco asustados y, por qué no decirlo, algo excitados con la novedosa situación. 

Se apagaban todas las noticias para encender la alarma del Coronavirus, ese que luego pasaría a ser la Covid-19. Se aplazaban todos los deberes porque nos quedábamos en casa. Ni viajes, ni reuniones familiares, ni clases, ni invitaciones, ni quedadas, ni gimnasio, ni espectáculos, ni compras, ni médico, ni peluquería…solo espera y “distancia social”.

Hace ahora un año nos bajamos de los tacones para vestirnos en chándal y calzar zapatillas. Nos lanzamos a la busqueda de mascarillas, convertidas en  tesoro inalcanzable. Lo que aún no sabíamos, hace un año, es que la Covid había llegado para quedarse y arrasar, en diferentes escalas,  las vidas de nuestro planeta.

El año trascurrido  ha demostrado que casi todas las  predicciones de entonces acabarían chocando con una realidad diferente y nueva. Nos equivocamos en casi todo. Sobre todo en las cifras de contagiados y muertos. Pensamos entonces que apenas aguardaríamos en casa unas semanas, las justas para poner en orden nuestros armarios, y resulta que ya son doce meses atrapados por la pandemia. Ahora salimos, pero lo justo: sigilosos, precavidos, hartos… a veces hasta incumpliendo las normas y los toques de queda. Otros ya no salen, se han quedado atrás. 

Creímos, hace un año,  que el confinamiento daría tregua al frenesí de nuestras vidas y que cuando acabara seríamos mejores, capaces de conocernos mejor a nosotros mismos y también de comprender y tolerar lo que nos disgustaba de los demás…   y aquí estamos, asistiendo atónitos a los desacuerdos políticos,  a las medidas sin sentido y a las vacunaciones mal planificadas.

Desde nuestras madrigueras, durante unas semanas, hace un año,  incluso atisbamos una naturaleza agradecida, que nos obsequiaba con flores y aguas cristalinas tra la insólita retirada de los seres humanos. Hasta nos ilusionamos con recuperar el azul de nuestro planeta… pero volvimos. Lo hemos hecho con mascarillas, guantes, lejías, alcoholes desinfectantes, otra vez imponiendo nuestros miedos a la naturaleza, que ahora inundamos  de mascarillas y otros restos contaminantes.

Hace ahora un año volvimos la mirada hacia los sanitarios, los que luchaban en primera fila, apenas  sin protección, contra el virus e intentaban, como podían, salvar vidas. Les aplaudimos con ganas unas semanas. Después, algunos decidieron que mejor que aplaudir era protestar con cacerolas y bocinazos. El aire empezaba a enrarecerse y la palabra LIBERTAD empezaba un dramático proceso de desgaste. En nombre de la “libertad” se protesta, se incumplen las medidas establecidas y se celebran fiestas ilegales, se enmascaran los objetivos de los partidos políticos y se “engatusa” al personal, que se deja, harto como está de ver pasar el tiempo sin soluciones precisas, sin verdades.

Han pasado muchas cosas en un año, han fallecido muchas personas, (y no les tocaba); otras muchas se han empobrecido; unas pocas  han  sacado incluso algún rédito. El balance es intrínsecamente triste,  porque al mismo  tiempo no ha cambiado casi nada, seguimos siendo los mismos torpes seres humanos que éramos.  

A finales de febrero 2021 se habían contabilizado en España 92.000 fallecidos por la pandemia de Covid. Según datos extraídos de EL PAIS, España es el sexto país de la lista de países con el peor exceso de muertes (un 23% más de lo normal en el periodo 2015-2019).