Vacunación: tercera dosis |
Me quedo en blanco intentando aportar alguna reflexión, algún pensamiento que merezca la pena escribir, porque es tedioso recapitular para incidir en esta pandemia que no deja de protagonizar nuestra cotidianidad. Nos hemos vacunado hasta por tercera vez, nos hemos acostumbrado a llevar la mascarilla, a ponérnosla para entrar en un restaurante y a continuación quitárnosla en la mesa, sintiéndonos a salvo con las personas allegadas. Habíamos empezado a viajar, incluso a retomar tímidos abrazos e incluso algunos besos (confieso que yo ya para besos al aire no estoy mucho, no me apetecen). Hace apenas un par de semanas, sintiéndonos casi a salvo, los “virtuosos” ciudadanos no dejábamos de darnos la razón exponiendo nuestra incomodidad respecto de aquellos que se declaran disidentes y afirman ser libres de no vacunarse.
Y ahora, en un instante, se ha liado
de nuevo. Quien en este momento no tenga un amigo, primo, cuñado, compañero de trabajo,
vecino o conocido en cuarentena por positivo de Covid es que vive en Marte.
Estamos todos, sin remedio, implicados
en esta sexta ola, deshaciendo planes,
cenas, comidas, viajes y todo tipo de eventos. Porque sí, seguimos con miedo,
no apetece nada contagiarse ahora, menos cuando parecía que estábamos en la
recta final. Y nos vamos encerrando, encontrando justificación a nuestro deseo
de no ver a nadie, porque a veces, con tanto ruido, con tanta polémica, ante tanta
contradicción, dan ganas de echar el cerrojo y ni sidra, ni champán, ni
langostinos, ¡qué le den a todo!. Lo hablaba con mi amiga PH, pero ella,
siempre con ganas de gente, me decía que para estar solo siempre hay tiempo,
que no tiene ninguna duda de que hay que seguir esforzándonos en no estar solos,
en compartir, incluso aunque organizar sea cansado, haya riesgos y se nos quiten las ganas. Y creo que tiene razón. Me
arreglaré para Navidad. Con mascarilla de fiesta
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