Cartel de Silencio.Teatro Español |
El discurso es largo, poderoso, apasionado, erudito, repleto de referencias al teatro, a sus autores, a los actores, a la memoria, a la poesía, a los sonidos, en definitiva, a la vida. Su hilo conductor es la palabra Silencio. Podría parecer un modesto objetivo ¿Quién no sabe lo que significa silencio? ¿Quién no usa a menudo esta palabra y en muy diferentes situaciones y estados de ánimo? Sin embargo, leer, entender y finalmente disfrutar de este texto, no resulta tarea sencilla. Juan Mayorga es, además de hombre de teatro, un intelectual versado en ciencia y en humanidades, y en este discurso, si bien con toda humildad, lo ha dado todo. Se trata de su presentación oficial ante sus futuros compañeros en la RAE, los académicos, y para formalizarla Mayorga ha construido un largo viaje protagonizado, de principio a fin, por el binomio silencio - palabra.
Así, pararemos en cualquier esquina para escuchar cosas como “Cuando me aburro bajo
a la calle a hablar con la gente de los bancos”; nos sumergiremos en la
poesía de su predecesor en el sillón de la RAE, Carlos Bousoño; sobrevolaremos
la Antártida con referencias a las dimensiones de onda matemáticas; asistiremos
a conciertos de silencio que duran
4’33’’ (cuatro minutos y treinta y tres segundos); sufriremos con las batallas
de Los Persas; lloraremos la muerte de Antígona; soñaremos con los desdoblamientos de Calderón; callaremos sobrecogidos
en la casa de Bernarda Alba; nos quedaremos sin aliento ante el discurso del
Gran Inquisidor de Dostoievski; cabalgaremos en el rucio de Sancho Panza; suspiraremos con
Hamlet… y mucho, mucho más.
Me cuentan que en la lectura de su discurso
Mayorga no estuvo muy florido. “Es sosito”, nos dice Blanca Portillo durante su
actuación. Quizá por eso, o porque su pasión
por la dramaturgia le mantuvo en vela muchas noches buscando el discurso
perfecto, el autor se embarcó en una faena que pareciera imposible: transformar
su sesudo discurso en una pieza teatral. Para hacerlo, y de paso regalarnos una
representación memorable, Juan Mayorga ha moldeado su texto original y ha escogido para
su voz a Blanca Portillo. El resultado es difícil de resumir en unas líneas.
Blanca Portillo enreda al público en este fabuloso juego teatral y le mantiene
sin pestañear durante una hora y
cuarenta minutos. Lo hace ella sola, vestida con un viejo chaqué, con unas sillas y algunos focos. Por
contrapartida, sus recursos actorales afloran ilimitados: Blanca imita al
aspirante académico como si fuera un viejo ratón de biblioteca y va, con
paciencia y entusiasmo, desgranando el bello discurso. De pronto, pasa a ser
ella misma, se enfada para recriminar al autor su desconsideración al
encargarle esta difícil tarea y exponerla ante líneas que ni siquiera entiende.
Esas alusiones a Kempis, a los mundos tridimensionales, al tadeo/tadere, a
Tiresias… ¡no hay quien las digiera!
Y este es el punto de inflexión de la obra Silencio,
cuando Blanca Portillo empieza a jugar al teatro. Y disfruta, y se divierte, y
arrastra con ella al público en sus breves pero precisas visitas a
diversos instantes de silencio recolectados
en trascendentales piezas teatrales. Mencioné algunas más arriba; ahora me
detendré en aquella en la que
Blanca nos ofrece tras convertirse en Bernarda Alba y reprochar al
autor su cruel enfoque del trágico personaje de Lorca. Blanca se rebela y se da el lujo de
representar una segunda versión, con una Bernarda más humana, más cercana, más
mujer ¡Qué sublime lección de teatro! Esta que nos demuestra, poniéndola en práctica, la teoría que mantiene el autor
en su discurso: la de que los textos teatrales resucitan, salen del silencio de
las páginas escritas y se transforman en
únicas en cada representación.
Todo esto y más contiene este exquisito discurso teatralizado donde aparecen los conflictos, el sentido de las réplicas, las metáforas, los ritmos, el arte del desdoblamiento, los diálogos, las pausas, las acotaciones...
Finalizo con un párrafo dedicado al publico, en el que
Mayorga apunta que el silencio más importante en el teatro es el del espectador:
“Porque en el teatro se hace el silencio para que el espectador oiga no solo
las palabras y los silencios que vienen del escenario, sino también las
palabras y los silencios de su propia vida”. Y escuchando a Blanca, sin
querer, recuerdo sonriendo un paseo nocturno por una bella ciudad italiana. Era
enero, era de noche, apenas quedábamos turistas en las calles. Respirábamos
aliviados e ilusionados, descubriendo la ciudad en calma, como si caminásemos
transportados al Renacimiento. De pronto, al doblar una esquina el encanto se rompe,
un grupo de americanos habla a voz en grito. Me molestaron, me irritaron,
porque, sin avisar, acababan de romper el hechizo del silencio de la ciudad, y
yo, sin pensarlo, sin apenas darme cuenta de lo que hacía, les chiste: ¡Ssssh! Se callaron, me miraron perplejos, creo que se
enfadaron. También creo que no entendieron mi necesidad de silencio.
De la representación de Silencio
salí con una muy grata sensación de felicidad ¡Qué lujo de teatro!
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