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viernes, 21 de enero de 2022

¡Ssssh! La magia de Juan Mayorga y Blanca Portillo: Silencio

Cartel de Silencio.Teatro Español

El público al completo, entusiasmado, se puso en pie para aplaudir largo rato a Blanca Portillo, aclamando y agradeciendo su representación de Silencio, la obra teatral en la que Juan Mayorga ha convertido su propio discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua.

El discurso es largo, poderoso, apasionado, erudito, repleto de referencias al teatro, a sus autores, a los actores, a la memoria, a la poesía, a los sonidos, en definitiva, a la vida. Su hilo conductor es la palabra Silencio. Podría parecer un modesto objetivo ¿Quién no sabe lo que significa silencio? ¿Quién no usa a menudo esta palabra y en muy diferentes situaciones y estados de ánimo? Sin embargo, leer, entender y finalmente  disfrutar de este texto, no resulta tarea sencilla. Juan Mayorga es, además de hombre de teatro,  un intelectual versado en ciencia y en humanidades, y en este discurso, si bien con toda humildad,  lo ha dado todo. Se trata de su presentación oficial ante sus futuros compañeros en la  RAE, los académicos, y para formalizarla Mayorga ha construido un largo viaje protagonizado, de principio a fin, por el  binomio silencio - palabra.

Así, pararemos en cualquier esquina para  escuchar cosas como “Cuando me aburro bajo a la calle a hablar con la gente de los bancos”; nos sumergiremos en la poesía de su predecesor en el sillón de la RAE, Carlos Bousoño; sobrevolaremos la Antártida con referencias a las dimensiones de onda matemáticas; asistiremos a  conciertos de silencio que duran 4’33’’ (cuatro minutos y treinta y tres segundos); sufriremos con las batallas de Los Persas; lloraremos la muerte de Antígona; soñaremos con los desdoblamientos de Calderón; callaremos sobrecogidos en la casa de Bernarda Alba; nos quedaremos sin aliento ante el discurso del Gran Inquisidor de Dostoievski; cabalgaremos en  el rucio de Sancho Panza; suspiraremos con Hamlet… y mucho, mucho  más.

Me cuentan que en la lectura de su discurso Mayorga no estuvo muy florido. “Es sosito”, nos dice Blanca Portillo durante su actuación. Quizá por eso, o porque su pasión por la dramaturgia le mantuvo en vela muchas noches buscando el discurso perfecto, el autor se embarcó en una faena que pareciera imposible: transformar su sesudo discurso en una pieza teatral. Para hacerlo, y de paso regalarnos una representación memorable, Juan Mayorga ha moldeado su texto original y ha escogido para su voz a Blanca Portillo. El resultado es difícil de resumir en unas líneas. Blanca Portillo enreda al público en este fabuloso juego teatral y le mantiene sin pestañear durante  una hora y cuarenta minutos. Lo hace ella sola, vestida con un viejo chaqué,  con unas sillas y algunos focos. Por contrapartida, sus recursos actorales afloran ilimitados: Blanca imita al aspirante académico como si fuera un viejo ratón de biblioteca y va, con paciencia y entusiasmo, desgranando el bello discurso. De pronto, pasa a ser ella misma, se enfada para recriminar al autor su desconsideración al encargarle esta difícil tarea y exponerla ante líneas que ni siquiera entiende. Esas alusiones a Kempis, a los mundos tridimensionales, al tadeo/tadere, a Tiresias… ¡no hay quien las digiera!

Y este es el punto de inflexión de la obra Silencio, cuando Blanca Portillo empieza a jugar al teatro. Y disfruta, y se divierte, y arrastra con ella al público en sus breves pero precisas visitas a diversos  instantes de silencio recolectados en trascendentales piezas teatrales. Mencioné algunas más arriba; ahora me detendré  en aquella en la que  Blanca nos ofrece tras convertirse en Bernarda Alba y reprochar al autor su cruel enfoque del trágico personaje de Lorca. Blanca se rebela y se da el lujo de representar una segunda versión, con una Bernarda más humana, más cercana, más mujer ¡Qué sublime lección de teatro! Esta que nos demuestra, poniéndola  en práctica, la teoría que mantiene el autor en su discurso: la de que los textos teatrales resucitan, salen del silencio de las páginas escritas  y se transforman en únicas en cada representación.

Todo esto y más contiene este exquisito discurso teatralizado donde aparecen los conflictos, el sentido de las réplicas, las metáforas, los ritmos, el arte del desdoblamiento, los diálogos, las pausas, las acotaciones...

Finalizo con un párrafo dedicado al publico, en el que Mayorga apunta que el silencio más importante en el teatro es el del espectador: “Porque en el teatro se hace el silencio para que el espectador oiga no solo las palabras y los silencios que vienen del escenario, sino también las palabras y los silencios de su propia vida”. Y escuchando a Blanca, sin querer, recuerdo sonriendo un paseo nocturno por una bella ciudad italiana. Era enero, era de noche, apenas quedábamos turistas en las calles. Respirábamos aliviados e ilusionados, descubriendo la ciudad en calma, como si caminásemos transportados al Renacimiento. De pronto, al doblar una esquina el encanto se rompe, un grupo de americanos habla a voz en grito. Me molestaron, me irritaron, porque, sin avisar, acababan de romper el hechizo del silencio de la ciudad, y yo, sin pensarlo, sin apenas darme cuenta de lo que hacía,  les chiste: ¡Ssssh!  Se callaron, me miraron perplejos, creo que se enfadaron. También creo que no entendieron mi necesidad de silencio.

De la representación de Silencio salí con una muy grata sensación de felicidad ¡Qué lujo de teatro!

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