El 16 de marzo, hace ahora un año, se registraban en España 9.300 contagiados de Covid-19 y 330 fallecidos. Se acababa de decretar el estado de Alarma y todos estábamos en casa, un poco asustados y, por qué no decirlo, algo excitados con la novedosa situación.
Se apagaban todas las noticias para encender la alarma del Coronavirus, ese que luego pasaría a ser la Covid-19. Se aplazaban todos los deberes porque nos quedábamos en casa. Ni viajes, ni reuniones familiares, ni clases, ni invitaciones, ni quedadas, ni gimnasio, ni espectáculos, ni compras, ni médico, ni peluquería…solo espera y “distancia social”.
Hace ahora un año nos bajamos de los tacones para vestirnos en chándal y calzar zapatillas. Nos lanzamos a la busqueda de mascarillas, convertidas en tesoro inalcanzable. Lo que aún no sabíamos, hace un año, es que la Covid había llegado para quedarse y arrasar, en diferentes escalas, las vidas de nuestro planeta.
El año trascurrido ha demostrado que
casi todas las predicciones
de entonces acabarían chocando con una realidad diferente y nueva. Nos equivocamos
en casi todo. Sobre todo en las cifras de contagiados y muertos. Pensamos entonces que apenas aguardaríamos en casa unas semanas,
las justas para poner en orden nuestros armarios, y resulta que ya son doce
meses atrapados por la pandemia. Ahora salimos, pero lo justo: sigilosos,
precavidos, hartos… a veces hasta incumpliendo las normas y los toques de
queda. Otros ya no salen, se han quedado atrás.
Creímos, hace un año, que el
confinamiento daría tregua al frenesí de nuestras vidas y que cuando acabara
seríamos mejores, capaces de conocernos mejor a nosotros mismos y también de comprender
y tolerar lo que nos disgustaba de los demás… y aquí
estamos, asistiendo atónitos a los desacuerdos políticos, a las medidas sin sentido y a las vacunaciones
mal planificadas.
Desde nuestras madrigueras, durante unas semanas, hace un año, incluso atisbamos una naturaleza agradecida, que nos obsequiaba con flores y aguas cristalinas tra la insólita retirada de los seres
humanos. Hasta nos ilusionamos con recuperar el azul de nuestro planeta… pero
volvimos. Lo hemos hecho con mascarillas, guantes, lejías, alcoholes
desinfectantes, otra vez imponiendo nuestros miedos a la naturaleza, que ahora
inundamos de mascarillas y otros restos
contaminantes.
Hace ahora un año volvimos la mirada hacia los sanitarios, los que luchaban
en primera fila, apenas sin protección,
contra el virus e intentaban, como podían, salvar vidas. Les
aplaudimos con ganas unas semanas. Después, algunos decidieron que mejor que
aplaudir era protestar con cacerolas y bocinazos. El aire empezaba a
enrarecerse y la palabra LIBERTAD empezaba un dramático proceso de desgaste. En nombre de la “libertad” se protesta, se
incumplen las medidas establecidas y se celebran fiestas ilegales, se enmascaran
los objetivos de los partidos políticos y se “engatusa” al personal, que se deja, harto como
está de ver pasar el tiempo sin soluciones precisas, sin verdades.
Han pasado muchas cosas en un año, han fallecido muchas personas, (y no les
tocaba); otras muchas se han empobrecido; unas pocas han sacado
incluso algún rédito. El balance es intrínsecamente triste, porque al mismo tiempo no ha cambiado casi nada, seguimos
siendo los mismos torpes seres humanos que éramos.
A finales de febrero 2021 se habían contabilizado en España 92.000
fallecidos por la pandemia de Covid. Según datos extraídos de EL PAIS, España es el sexto país de la lista de países con
el peor exceso de muertes (un 23% más de lo normal en el periodo 2015-2019).
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