Ayer me despertaba con un vídeo que se expandió como la pólvora y me llegó por varios chats. Un médico argentino exponía un remedio muy razonable para frenar el coronavirus.
La solución, tan sencilla como barata: si el virus, según la OMS, se muere a los 56ºC, nada más eficaz que hacer unos vahos a la antigua usanza, como aquellos remedios caseros con hojas de eucalipto destinados a despejar las vías respiratorias y reducir los mocos. Ahora, en lugar de mocos, el vapor se ocuparía de acabar con Covid-19.
El buen doctor |
El nuevo bulo nos mantuvo ilusionados durante unas horas, es posible que algunas de ellas bajo una toalla, inhalando vapor de agua. Los expertos no tardaron en replicar al bienintencionado doctor: la alta temperatura del vapor no mataría al virus pero, posiblemente, nos abrasaría los pulmones.
Yo, en la línea de escepticismo que apuntaba en otro de estos comentarios, tardé hasta 4 mensajes en mirar el vídeo.
Cedí ante comentarios del tipo "suena sensato". Lo vi y como muchas otras veces, me dije: no creo en los poderes sobrenaturales, no creo en los milagros; no creo en los remedios milagrosos. ¡no creo en las cremas anti-celulitis!
Y aquí, otro momento del pasado, de esos que van configurando nuestros "principios", nuestros "anclajes" a una determinada forma de "ejecutar la faena" en este mundo.
Hace algunos años, atravesando un momento duro en temas de salud, pregunté a un amigo médico sobre los remedios naturales para prevenir o curar enfermedades como el cáncer. Nunca olvidaré su respuesta. Laura, ¿tu crees que si los médicos supiéramos que el cáncer se cura con una galleta María no lo diríamos, no trataríamos a los enfermos con ese remedio? Que buena lección amigo N. Estos días me acuerdo de ti, porque estarás preocupado, trabajando sin parar, arriesgando tu salud y "sin recetas de galletas María milagrosas para difundir en las redes sociales".
Hoy en España: 28.572 contagiados, 1.753 muertos, 2.575 curados
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