Aquí van pensamientos, reflexiones, ideas sugeridas por el mundo que me rodea .... para compartir [LauraCA]



miércoles, 28 de abril de 2021

Me vacuné


Registro vacunas en "el Zendal"









Entre las peculiaridades de este insólito tiempo de pandemia Covid-19 están las palabras y términos que hemos ido incorporando con más o menos naturalidad a nuestra vida cotidiana. Cito de memoria: distancia social, hidroalcohol, toque de queda, estado de alarma, confinamiento, cierre perimetral, respiradores, contagio, inmunidad, anticuerpos, patógeno, test serológico, prueba PCR, antígenos,  mascarillas FFP1, FFP2, y FFP3…

Y en los últimos meses, por si no tuviéramos suficiente,  ha llegado el vocabulario vacunas. Primero los laboratorios: Pfizer-BioNTech, Janssen  (J&J/Janssen),  ModernaTX, Inc., AstraZeneca, Sputnik, Sinovac... Todos, casi a la vez, proclamando al mundo, que por fin llegaba la solución, mejor aún: la salvación.

Recuperados de la gran noticia, los ciudadanos corrientes pasamos a un nuevo estado, el de dominar  los principios activos de esas vacunas, pues  resulta que no todas son iguales, ni funcionan de la misma manera, ni provocan las mismas reacciones en nuestro organismo. Menudo lío. Pero nos aplicamos, menudos somos cuando nos interesa algo. Hoy, los ciudadanos corrientes ya somos capaces de hablar de proteínas, vectores, mensajeros y mucho más, como si fuéramos científicos e  investigadores de primera línea, con criterio y opinión propia.   

Pfizer y Moderna son vacunas de ARN mensajero. Pertenecen a un nuevo tipo de vacunas que enseñan a nuestras células a producir una proteína que desencadena una respuesta inmunitaria dentro de nuestro organismo.

Este modelo nos rompe los esquemas; desde siempre hemos asumido que pasar el sarampión significaba que te inmunizabas porque tu cuerpo desarrollaba defensas y que si te vacunabas de viruela era porque te inoculaban una viruela “chiquitita”, suficiente para desarrollar defensas,  pero no para enfermar. Ahora estamos “asimilando” nuevos enfoques.

Y por otro lado están las vacunas de vectores virales, la de Janssen o AstraZeneca, que contienen una versión modificada de otro virus (el vector) para dar instrucciones importantes a nuestras células que, bien instruidas, desarrollarán respuestas defensivas de nuestro sistema inmunitario. Intuyo que son más parecidas a las de antes.

Ninguna exenta de polémica. Que si no están probadas, que si producen trombos, muertes y riesgos,  que si mejor para los mayores, o no, que si ahora para los de mediana edad, que si peor para las mujeres… y te entran unos miedos y una desconfianza que no conocías ni nunca antes habías sospechado ¿No nos hemos vacunado,  y hemos vacunado a nuestros hijos,  de polio, tosferina, difteria, tifus, cólera, fiebre amarilla, meningitis, hepatitis, papiloma, etc. sin preguntas, sin temores, sin recelos? Ahora la sobreinformación nos abruma y nos manipula. Y encima nos empuja a tomar postura ¿Negacionista? ¿Ingenuo? ¿Obediente? ¿Ciudadano? ¿Conformado? ¿Escéptico? ¿Incrédulo? ¿Y yo, qué soy?

Me hago estas preguntas porque en plena efervescencia de la confusión en torno a la vacunación (a la que los vaivenes de la administración no aportaban precisamente luz) me vi, casi, en la esquina de los berrinches, entre los enfadados, esos que prefieren joder al capitán dejando de cenar. Y pospuse mi cita para vacunarme.  Me he pasado quince días arrepintiéndome y preocupada, hasta que ayer, feliz, convencida y muy agradecida, recibí mi pinchazo de AstraZeneca (no puede una dejar de pensar que, a pesar de todo lo que hoy empaña el devenir de nuestro país, cualquier ciudadano español tiene más suerte que la mayoría de habitantes del planeta). Por fin tengo, ¿inoculado?, ese vector viral (de adenovirus de chimpancé no replicativo ChAdOx1) con el que me defenderé del maldito, o maldita,  Covid-19.

En España se han registrado 3.496134 casos y 77.855 fallecidos por Covid. Se han administrado 14.994.667 

En el mundo se han registrado 147,4 millones de casos y 3,1 millones de fallecidos por Covid. Se han administrado 1.040 millones de vacunas


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martes, 13 de abril de 2021

Generaciones

Me entero,  leyendo una noticia de “sociedad”, de lo que son los “tronistas”: concursantes en el programa “MyHyV” (Mujeres y Hombres y Viceversa), aspirantes a encontrar pareja,  que ostentan  la estética impuesta en el programa. A saber: ellos depilados, marcando el six-pack abdominal, con cortes de pelo esculpidos y, a ser posible, aunque no se vea, con cerebros diseñados en la factoría Berlusconi/Tele5 (ya sabemos de qué va,  no hay ni que explicarlo); ellas neumáticas, teñidas y maquilladísimas, con  cerebros similares a los de los muchachos. Y mi mandíbula … se  derrumba.

Comparto unos días buceando con un grupo de jóvenes treintañeros y asisto, atónita, al exhibicionismo que alimenta la red social Instagram. Resulta que no eres nadie si no compartes fotos y recibes muchos likes de tus incondicionales seguidores. No importa lo que pienses, solo cuentan las imágenes, los posados, la vida en rosa y en burbujas de felicidad. Me quedo atrás, definitivo.

Conozco con parejas que tienen gatos, perros, play station, juguetes varios a los que cuidan más que a sus semejantes. Trabajan y juegan. Lo tienen bastante claro: no les interesa la política ni la cultura, menos aún procrear o perpetuarse. Y mis cejas se elevan incrédulas.

Escucho compartir confidencias a unas niñas de entre 12 y 14 años y no entiendo la paradoja. Son aplicadas, educadas y estudiosas, pero sus conversaciones giran en torno a qué te pones, qué te compras, qué tienes, de qué marca, cuánto tienes, cómo combinas los colores... Estas niñas copian a sus madres y a sus abuelas, a quienes mencionan a menudo con admiración.  Y me invade la triste sensación  de que hemos avanzado poco o, quizá,  de que en realidad a muchas mujeres, aun siendo muy  capaces y responsables, lo que de verdad  les entretiene es la banal conversación.

Saludo a algunos vecinos del barrio. Se han hecho mayores casi de repente y se han hecho locales, perdiendo interés hacia otros horizontes. Es normal, se supone que no nos podemos mover. ¡Pies quietos! ¿No será ésta una reacción demasiado exagerada? Me propongo no imitarlos.

Salgo por el centro de Madrid  y es como si no hubiera un mañana. Las terrazas abarrotadas, los grupos bien numerosos y agrupados, los jóvenes ya dispuestos a no renunciar a un minuto más sin su cervecita y sus risas. Y me pregunto si tienen o no razón. Mientras, sus padres se  esfuerzan, como lo han hecho siempre, y cumplen, como está mandado, con las normas; se vacunan, se aíslan, se asustan. De tanto hablar de lo mismo, la p. pandemia, me he quedado sin opinión, me he difuminado.

Leo Feria, una novela de Ana Iris Simón, escritora de 29 años. Es manchega y narra sin complejos la vida de sus abuelos, feriantes. Medita sobre su "evolución" milenial y urbanita, que encuentra cada vez día más desmotivante y descubre la "autenticidad" de las sencillas vidas de su familia. La Ana, el Jose Mari, la bonica y otras expresiones populares que utiliza me rechinan en las primeras páginas, hasta que le cojo el tono y descubro mensajes  interesantes, con carga de profundidad. Lo que me descoloca es reconocer la insalvable distancia entre las escritora y la generación de sus padres. Porque descubro que donde están sus padres también estoy yo ahora. Y es que avanzamos, nos separamos de quienes nos preceden y luego, rápido y  sin notarlo,  nos quedamos atras. Me desubico. 

R., que es teleco y joven, me habla de las criptomonedas, del blockchain, de la inteligencia artificial, en definitiva, de una sociedad menos controlada y más igualada gracias a la "objetividad" de las máquinas... y me cuesta seguirle, y se me salen los ojos de las órbitas. 

Y así, comparando hechos y distintas generaciones voy aceptando o desechando,  a la vez que asumiendo,  la inevitable evolución de las costumbres y los gustos, en definitiva, de los cimientos que alguna vez creímos inamovibles y ahora se desvanecen,  sin pena ni gloria.  ¿Pena? Creo que no, quizá un poco de melancolía.

viernes, 26 de marzo de 2021

Contando por décadas… esos números redondos


Cumplir años es un artificio,  pero también un privilegio que a veces nos cuesta saborear. 

Año tras año, vamos gastando primaveras  y a la vez atesorando momentos, vidas, palabras, imágenes, risas, penas, ausencias, belleza, sabiduría, recuerdos, sentimientos, deseos, arrugas… tantas y tantas, como si tal cosa. Lo curioso es que de pronto, sin apenas darnos cuenta, los años se embalan, se aceleran. Mientras, la  memoria va limando y suavizando las asperezas del  pasado.  

Ya con algunas décadas en mis cabellos, hoy  mis años se alinean en  números redondos. Quizá por eso, para repasarlos,  se me ocurren algunos "titulares". Llegan así, de  diez en diez:

Los primeros. Aprender, observar, temer, reír, jugar. Costras en las rodillas. Sin extraños mejor. Hogar. España en blanco y negro. El mar por primera vez. La lentitud del reloj en las siestas interminables. Aburrimiento.  Asombro. El Seat 600. La tele. Todo incipiente. Todo a estrenar.

10 a 20. Nuevo barrio. Nuevos horizontes. La personalidad aún primeriza. La timidez limitante.  La conciencia de ser y querer ser. El aprendizaje intuitivo. España en color. El instituto. La pandilla. Los guateques.

20 a 30. El cielo se despeja. Jugamos. Reímos.  Se abren puertas y nos gusta lo que llega. Independencia. Amistad. Amor. Deseos. España en transición. El Carnaval. La movida. La música. El cine. Los libros. Los partidos políticos. La ilusión.  

30 a 40. Crecer. Reproducirse. Ganar el pan. Saborearlo. Sufrirlo. Alguna nube. Algún chaparrón. Algún desencanto. Energía. A por todas. España en Europa. Nos internacionalizamos. Nos refinamos.

40 a 50. Madurez. Belleza. Pérdidas. Recompensas. Desilusiones. Ilusiones. El sosiego que aporta el  criterio propio. Inquietudes. Más amor. España y los lobos nos cortan las alas. La sabiduría sobrepasada por el oportunismo. Los amigos están.

50 a 60. La perspectiva cambia. Puedes, disfrutas, saboreas, gustas, te gustan, aprecias, desprecias. Evocas y suspiras. Pierdes, pero también ganas. Te retas. Haces cuentas y brilla el sol. Cocinas con amor. España, “malamente”, gracias.

60. Te reconoces y también te desconoces. Continúas. Pruebas y saboreas. Te ralentizas pero te reenganchas. Admiras un bello atardecer, un gesto generoso, un silencio respetuoso. Resistes. Gozas con menores velocidades. Las guerras no acaban jamás. Hay plagas. Te hastías ya de muchas cosas. Te preocupa el planeta herido y contaminado.  

¡Ya estamos creciditos!

Te emocionas. Estás viva.

 

lunes, 15 de marzo de 2021

Hace ahora un año

El 16 de marzo, hace ahora un año,  se registraban en España 9.300 contagiados de Covid-19 y  330 fallecidos. Se acababa de decretar el estado de Alarma y todos estábamos en casa, un poco asustados y, por qué no decirlo, algo excitados con la novedosa situación. 

Se apagaban todas las noticias para encender la alarma del Coronavirus, ese que luego pasaría a ser la Covid-19. Se aplazaban todos los deberes porque nos quedábamos en casa. Ni viajes, ni reuniones familiares, ni clases, ni invitaciones, ni quedadas, ni gimnasio, ni espectáculos, ni compras, ni médico, ni peluquería…solo espera y “distancia social”.

Hace ahora un año nos bajamos de los tacones para vestirnos en chándal y calzar zapatillas. Nos lanzamos a la busqueda de mascarillas, convertidas en  tesoro inalcanzable. Lo que aún no sabíamos, hace un año, es que la Covid había llegado para quedarse y arrasar, en diferentes escalas,  las vidas de nuestro planeta.

El año trascurrido  ha demostrado que casi todas las  predicciones de entonces acabarían chocando con una realidad diferente y nueva. Nos equivocamos en casi todo. Sobre todo en las cifras de contagiados y muertos. Pensamos entonces que apenas aguardaríamos en casa unas semanas, las justas para poner en orden nuestros armarios, y resulta que ya son doce meses atrapados por la pandemia. Ahora salimos, pero lo justo: sigilosos, precavidos, hartos… a veces hasta incumpliendo las normas y los toques de queda. Otros ya no salen, se han quedado atrás. 

Creímos, hace un año,  que el confinamiento daría tregua al frenesí de nuestras vidas y que cuando acabara seríamos mejores, capaces de conocernos mejor a nosotros mismos y también de comprender y tolerar lo que nos disgustaba de los demás…   y aquí estamos, asistiendo atónitos a los desacuerdos políticos,  a las medidas sin sentido y a las vacunaciones mal planificadas.

Desde nuestras madrigueras, durante unas semanas, hace un año,  incluso atisbamos una naturaleza agradecida, que nos obsequiaba con flores y aguas cristalinas tra la insólita retirada de los seres humanos. Hasta nos ilusionamos con recuperar el azul de nuestro planeta… pero volvimos. Lo hemos hecho con mascarillas, guantes, lejías, alcoholes desinfectantes, otra vez imponiendo nuestros miedos a la naturaleza, que ahora inundamos  de mascarillas y otros restos contaminantes.

Hace ahora un año volvimos la mirada hacia los sanitarios, los que luchaban en primera fila, apenas  sin protección, contra el virus e intentaban, como podían, salvar vidas. Les aplaudimos con ganas unas semanas. Después, algunos decidieron que mejor que aplaudir era protestar con cacerolas y bocinazos. El aire empezaba a enrarecerse y la palabra LIBERTAD empezaba un dramático proceso de desgaste. En nombre de la “libertad” se protesta, se incumplen las medidas establecidas y se celebran fiestas ilegales, se enmascaran los objetivos de los partidos políticos y se “engatusa” al personal, que se deja, harto como está de ver pasar el tiempo sin soluciones precisas, sin verdades.

Han pasado muchas cosas en un año, han fallecido muchas personas, (y no les tocaba); otras muchas se han empobrecido; unas pocas  han  sacado incluso algún rédito. El balance es intrínsecamente triste,  porque al mismo  tiempo no ha cambiado casi nada, seguimos siendo los mismos torpes seres humanos que éramos.  

A finales de febrero 2021 se habían contabilizado en España 92.000 fallecidos por la pandemia de Covid. Según datos extraídos de EL PAIS, España es el sexto país de la lista de países con el peor exceso de muertes (un 23% más de lo normal en el periodo 2015-2019).

miércoles, 17 de febrero de 2021

Carlos Menem y un álbum de fotos

Me acerco al obituario de Carlos Menem, fallecido a los 90 años. Es (fue) uno de esos personajes contemporáneos que durante muchos años aderezaron la actualidad internacional (más bien por sus escándalos que por sus proezas). Viajé a Argentina hace muchos años, él era entonces un peronista recién llegado a quien muchos miraban como un excéntrico e inofensivo aspirante. Se equivocaron, Menem fue pronto elegido presidente, ejerció su poder con todas las ganas y llegó a cometer tremendas irregularidades. No sé lo que opinarán hoy de él sus compatriotas…

Muy lejos de mi intención está juzgarle ahora en estas páginas, pero la selección de fotos publicada hoy en ELPAIS no me ha dejado indiferente. En casi todas ellas Menem aparece sonriente y orgulloso de haberse conocido. En muchas está acompañado de mandatarios y figuras relevantes de finales del siglo XX e inicios del XXI. Se exhibe en ellas con los presidentes Felipe González y José María Aznar (España);  Alberto Lacalle (Uruguay); Itamar Franco (Brasil), Carlos Wasmosy (Paraguay); Jacques Chirac (Francia);  Bill Clinton (EEUU); Fidel Castro (Cuba). También con  Pelé y Maradona. Todos tan contentos, estrechándose las manos, abrazándose, riéndose los chistes. Unos ya han desaparecido, otros, aunque menos, aún están en la brecha. Varios serán condenados por la historia (algunos ya lo han sido por los tribunales). 

Qué triste sensación de desencanto comprobar, en apenas un puñado de fotos,  la corrupción y engaños que se fueron sucediendo esos años mientras los ciudadanos, inocentes, mirábamos a otro lado sin siquiera imaginar lo que esos tipos tramaban, consentían o impusaban. ¡cuántas desilusiones! ¡Y qué chivatas las fotos!

 

viernes, 12 de febrero de 2021

Triunvirato: Flotats, Hipólito y Pou

 

Saliendo la otra noche del teatro La Latina me doy cuenta de que en apenas cuatro meses he sido privilegiada espectadora de tres magníficas obras de teatro, protagonizadas por tres de los mejores actores de nuestra escena. 


Hablo de Josep Mª Flotats, que nos deleitó con El enfermo imaginario, de Calos Hipólito, en su estremecedor Macbeth y   de Josep Mª Pou, magnífico ahora en Viejo amigo Cicerón.

Qué curioso, como todo encaja, allá por los años 90, estos tres actores compartieron cartel en  la inteligente y rompedora comedia Arte.  No soy capaz de situar a ninguno por encima de los otros. Son tan diferentes como extraordinarios en su dominio de la escena, en su manera de hipnotizar al espectador. Si acaso con un denominador común, que no se ve pero se adivina: su oficio.  Apuesto que los tres trabajan muy duro hasta lograr que sus personajes crezcan y nos conquisten.

En Viejo amigo Cicerón Josep Mª Pou se ha encontrado con un magnífico texto de Ernesto Caballero, quien nos presenta al romano  a través de un profesor, que podría ser de Oxford, y sus alumnos. El juego funciona y los personajes de hoy encarnan a los de entonces con una naturalidad absolutamente eficaz. No se echan de menos las togas ni los laureles, no hace falta. El texto es intenso, rico, profundo, trascendente, comprometido, como también así debió ser la vida del escritor, orador y político romano Marco Tulio Cicerón (106 AC-43 AC).

En el patio de butacas no se oía una mosca; todos atentos, intentando no perdernos en la cascada de frases que Cicerón/Pou nos ofrecía. Todas ellas para enmarcar. Intentar memorizar siquiera alguna  fue mi intención en los intensos 70 minutos de función. No lo logré (salvo la famosa ¿Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?). Pero ¿para que otra cosa sirve internet sino para respaldar nuestra maltrecha memoria?. He buscado y seleccionado éstas:

Las enemistades ocultas y silenciosas son peores que las abiertas y declaradas.

La primera ley de la amistad es pedir a los amigos cosas honradas; y sólo cosas honradas hacer por ellos.

Humano es errar; pero sólo los estúpidos perseveran en el error.

El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes.

Para ser libres hay que ser esclavos de la ley.

Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro.

Son siempre más sinceras las cosas que decimos cuando el ánimo se siente airado que cuando está tranquilo.

Pensar es como vivir dos veces.

Hay que atender no sólo a lo que cada cual dice, sino a lo que siente y al motivo porque lo siente.

No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños.

Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca buenos.

Las leyes callan cuando las armas hablan.

Difícil es decir cuánto concilia los ánimos humanos la cortesía y la afabilidad al hablar.

¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?

Cuando mejor es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros.

El amor es el deseo de obtener la amistad de una persona que nos atrae por su belleza.

No hay nada tan increíble que la oratoria no pueda volverlo aceptable.

No basta con alcanzar la sabiduría, es necesario saber utilizarla.

Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín ya no os faltará de nada.

Recuerdo incluso lo que no quiero. Olvidar no puedo lo que quiero.

Los hombres son como los vinos: la edad agria los malos y mejora los buenos.

Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.

Nada resulta más atractivo en un hombre que su cortesía, su paciencia y su tolerancia.

Algunas se declamaron en el teatro, otras no. La función nos presentó un personaje complejo, rico, contradictorio, formidable,  todavía actual. “Cada uno puede construir su propio Cicerón” concluía el profesor. Y así creo que lo asumimos los espectadores, empujados tras la función -por el mal tiempo y el toque de queda- a recogernos en casa, para allí saborear,  tranquilos,  lo contemplado en las tablas. Delicioso.

Y lo dicho, como todo encaja, los extraordinarios  triunviratos romanos que protagonizaron los Cicerón, Catilina, Marco Antonio, Cesar, Bruto, Pompeyo, Craso y otros .. se me antojan ahora heredados con gloria  por un buen trío. El constituido por  Flotats, Hipólito y Pou. Ellos sin sangre y  sin conspiraciones, triunfando con palabras, sobre las tablas.

miércoles, 10 de febrero de 2021

Aquélla década prodigiosa de Alberto Corazón

Cuando era adolescente cuidaba ocasionalmente por las noches  a las niñas de un matrimonio vecino.  Eran profesores, jóvenes y progres, él era americano. Tenían el salón desordenado,  lleno de libros y discos (y una pareja de hámsters en libertad). Y a mí me encantaba husmear por sus estanterías cuando las pequeñas se dormían.  Una noche llamó mi la atención un librito titulado “La década prodigiosa” (Pedro Sempere y Alberto Corazón, 1976). Estábamos en 1979 y en España en plena transición. Para entonces los años 60 ya casi parecían prehistoria. En mi caso,  una  prehistoria añorada pero “no vivida”. 

Plagado de fotos e ilustraciones, el índice de aquel libro no podía ser más estimulante. Lo copio  hoy de internet:
1-Beat: la sensación de estar golpeado
2-Hip: contravalores, droga, amor, psicodelia, paraphernalia
3-Pop: Rick, Elvis, Bob Dylan, Beatles
4-Mayo: la imaginación y el poder  
5-Masculino-Femenino: una revolución controlada
6-Moda: la moda como mensaje. Consumo y autodestrucción
7-Fads: modas urgentes, metáforas ambientales (streaking)
8-Pelo, vida, fuerza y sexo
9-Macluhanología: la expansión del campo de lo posible»
10-Niños, verdugos de las tecnologías obsoletas.
11-Pornografía. Eros en el centro del universo. Consumo, represión, terapéutica, feminismo, fascismo Deep throat, blue pilgrims, y live shows
12-Viceversa. La contracultura gay
13-Instant replay. Los efectos de la información.

Visto este prometedor "material" no dudé en pedir prestado el libro y utilizarlo para un trabajo grupal para la clase de lengua y literatura; un trabajo de aquellos que hacíamos sin orden ni concierto, sin ninguna herramienta, ni física (lo escribíamos a mano y con colorines) ni ética, pues nadie nos daba ni una sola pista de cómo elaborar un escrito. Ya ni recuerdo lo que hicimos, seguramente copiamos sin sentido lo poco que entendimos de aquella moderna crónica.

Lo que sí quedó grabado en mi retina fue el precioso título y también el nombre de sus autores. Más tarde,  Alberto Corazón se haría muy famoso. Se convertiría, según sus palabras,  casi en el inventor de la palabra “diseño”. Fue cuando en nuestro país se hizo popular aquello de “¿diseñas o trabajas?”,  utilizado para mofarse de una ola de creadores que, con diferentes grados de calidad, inundarían de color, alegría e imaginación  nuestra vida en blanco y negro. 

Hoy, a los 79 años, ha fallecido Alberto Corazón y, cómo no, se habla de sus creaciones, de sus logos, de su pintura y  de sus icónicos diseños. Y  yo  me apeno y pienso en su librito, en aquella contraportada que afirmaba  “Esta es la crónica de las revoluciones cotidianas y los cambios permanentes. Que no cambiaron los gobiernos sino la sensibilidad. Que no derribaron las estatuas a caballo sino la inercia de una moral exhausta”, y me admiro de cómo éramos entonces y me sorprendo de lo que somos ahora.

lunes, 8 de febrero de 2021

1984, cuando éramos analógicos.

No disfruto de la ciencia ficción. Me inquieta, y mucho, pensar en distopías habitadas por robots, monstruos o planetas arrasados. Sin embargo, disfruté, y mucho, de la novela 1984 de Orwell y también de la película que, precisamente en 1984, vi en el cine protagonizada por Richard Burton y John Hurt. La dureza de la realidad que nos contaba “1984” no se correspondía con la de quienes tuvimos la fortuna de atravesar indemnes aquel año. No había aún grandes hermanos (al menos no en formato reality show), ni teléfonos móviles, ni apenas ordenadores portátiles,  ni redes sociales... Íbamos al cine, viajábamos y nos movíamos sin dejar huellas indelebles en registros digitales. Vivíamos sin “cookies”. En 1984 escribíamos a mano y hacíamos fotos, muy pocas,  con cámaras analógicas. Nos sabíamos de memoria los teléfonos y la dirección de nuestros amigos y resolvíamos “de cuerpo presente” los trámites burocráticos (en el banco, en la universidad, en los ministerios, direcciones generales, comisarías…). ¡cómo era, y qué lejana queda, la era predigital!

No todo lo que Orwell imaginó se ha cumplido, pero lo cierto es no andaba despistado respecto a la alienación de nuestra sociedad (ni falta hace que hablemos de las Redes Sociales).  Y diría que también respecto al aburrimiento… Porque nos estamos aburriendo, asustando y desgastando desde hace ya casi un año. Metidos en casa, sin tocarnos, sin salir del carrilito marcado, perdiendo allegados y conocidos, contemplando impotentes el avance de un virus que no se amedrenta ni cede un ápice. Está resultando duro y difícil,  aunque me consuela pensar que al menos hasta ahora ningún Annus horribilis ha sido eterno. Ni los nazis, ni Stalin, ni el muro de Berlín, ni los Jemeres rojos, ni las hambrunas extremas, ni epidemias como el cólera o  el ébola han sido para siempre (tampoco, reconozcámoslo,  la juventud, el amor, la belleza, las fiestas, los amaneceres…).

En 2021, la radio y la TV te machacan desde la mañana a la noche con las noticias de la Pandemia de Covid 19, y cada mañana me vienen a la memoria  aquellas noticias de las guerras entre Eurasia y Oceanía, entre Asia Oriental y Eurasia… palabras y palabras huecas vomitadas desde las pantallas de 1894 con un único fin: atemorizar y domesticar a los habitantes de un planeta triste y agotado.

Pensaba en la distopía de Orwell la otra tarde cuando parada en una gasolinera a las afueras de Madrid me encontré mirando el horizonte y a la vez siendo consciente de un silencio y una soledad poco común en una carretera general. Me pareció estar más cerca que nunca de esa ciencia ficción que tan poco me gusta…

miércoles, 20 de enero de 2021

USA. Sentimientos contradictorios.

Admiración. Rechazo. Envidia. Estupefacción. Incomodidad. Estupor. Desprecio. Desdeño. Ejemplo. Violencia. Armas. Solidaridad. Bienestar. Vanguardia. Desigualdad. Racismo. Ley. Orden. Mafias. Diplomacia. Impeachment. Imperialismo. Occidente….

Hoy, 20 de enero de 2021, a punto de comenzar la ceremonia de investidura del presidente Joe Biden son numerosos  los sustantivos (por no contar verbos, adjetivos y adverbios) que brotan en mi cabeza al pensar en Estados Unidos.  Entre ellos,  varios conllevan  apreciaciones positivas. No en vano los estadounidenses redactaron con su independencia  una constitución que incluía la Carta de Derechos, piedra angular de los derechos humanos. Establecieron las formas (al menos las formas)  de su democracia, articulando salvaguardas para mantenerla a flote a pesar de los numerosos peligros (ahora también ”trumpistas”) que la acechan desde sus inicios. En ello pensaba al contemplar perpleja el reciente asalto Congreso, perpetrado por una masa de “extraños” ciudadanos;  mientras, cruzaba los dedos y confiaba en que  los americanos no permitieran el ultraje de los más  preciados símbolos de su país, ese que sin pensar en sus vecinos llaman América. Porque hay que reconocerlo, no muchos países pueden contabilizar 46 ininterrumpidas ceremonias de investidura  de sus presidentes, presidentes elegidos en las urnas.  

Aunque no tiene nada que ver, pienso en los protocolos americanos en contraste con la reciente polémica provocada por el gobierno de la Generalitat catalana al intentar postponer la celebración de elecciones programadas para febrero. En Estados Unidos, las campañas electorales, las primarias, las elecciones, los nombramientos, los juramentos… están marcados por un calendario apenas inalterable. Se asume y se respeta, para dejar claro que son las instituciones y las leyes fundamentales las que mandan y no los intereses personales, partidistas  o circunstanciales los que marcan el ritmo político. Ya sabemos que las formas son mera fachada, pero a veces hacen falta estas fachadas para que el edificio entero no se derrumbe. Hablo de respeto. 

Se me ocurren estas cosas en espera de una ceremonia de investidura inédita, sin apenas invitados a causa de la pandemia y en aras de la seguridad.  Porque las armas y la violencia son la otra cara de la moneda, la  fea, de este gran país. Más de 25.000 agentes  han sido apostados en torno al Congreso y establecido numerosas restricciones en los accesos, incluido un muro de 2 metros de altura en torno a la Casablanca y el Congreso. Casi nada. Los ciudadanos cada vez más lejos de sus representantes...

Quien se lo va a perder, y esto sí que se sale de la norma,  es el ya expresidente Donald Trump,  que acaba de abandonar la Casablanca en helicóptero. Escucho en la radio sus palabras de despedida,  en las que evita nombrar a su sucesor.  Dice que se va contento, que en estos “increíbles” cuatro años ha hecho todo lo que vino a hacer, incluso  más…

¡Qué raro! Trump amasó su fortuna con la construcción, sin embargo, durante su  presidencia se le ha dado mucho mejor destruir, a golpe de tweet.


lunes, 11 de enero de 2021

2021 ¡empezamos bien!

La primera vez que conocí la nieve en Madrid (casi como el coronel Aureliano Buendía, cuando le llevaron a ver el hielo) tendría 5 o 6 años y absolutamente ningún equipamiento para “exteriores nevados”. Pero la atracción de los niños de la Península Ibérica hacia el blanco manto era, y sigue siéndolo,  irrefrenable; de modo que, en aquel día sin cole, por supuesto, allá que nos fuimos, mi hermana y yo, directas a la calle, con nuestros leotardos, nuestros horribles gorritos de “verdugo” (anda que el nombrecito) y unos guantecillos de lana. Todo se mojó al instante, igual que nuestros pies y nuestras manos. La excursión apenas duraría un rato, no hicimos ni un muñeco y volvimos a casa, sin entender bien qué nos había pasado, pero llorando de frío. Y lo lloramos aún más cuando nuestras enrojecidas manitas empezaron a entrar en calor y la sangre a recuperar la circulación ¡qué dolor! No he podido olvidarlo y creo que no lo he vuelto a sentir de aquella manera tan intensa y tan por sorpresa. Después, por la tarde, llegó mi padre a casa. Traía en las manos un enorme bloque de nieve helada. Según entró nos dijo, “hoy cenamos nieve frita” y entre nuestros saltos de alegría preparó una sartén. Mi expectación fue casi tan grande como mi enorme decepción; no es difícil imaginar el agua sucia en que se convirtió la mágica nieve en apenas unos minutos. 

Este es mi primer y entrañable recuerdo de la nieve. Hoy lo recupero mientras disfruto y sufro la insólita experiencia que ha traído la gran nevada del siglo caída sobre Madrid. Habían avisado, es cierto, pero quién lo iba a creer ¿50cm? ¿en Madrid capital? No era posible. Pero lo fue. El jueves caminamos por el Retiro, nevaba suave, sin ventisca, con frío. La nieve llegó, adornó maravillosamente los árboles, pero no colapsó la ciudad. El viernes la cosa se complicaba, pero aún nos entusiasmaba el espectáculo. Por la tarde llegaban las llamadas a la prudencia. Desde nuestro coche vimos otros que empezaban a derrapar y decidimos volver a casa. Hicimos muy bien, en cuestión de una hora empezaría el caos: coches abandonados en la M-30 y en cada cuesta arriba, ramas de árboles caídas, frío, túneles cerrados, gente atrapada en sus vehículos. El sábado, subidón ciudadano, los niños y los mayores a la calle, a tirarnos bolas, a construir muñecos, a sacar esquíes, trineos y toda la parafernalia acumulada en los trasteros. La ciudad casi en silencio, sin coches, transpirando la alegría que producen los momentos excepcionales en los que derrotamos a lo cotidiano.  El domingo, ya sin precipitaciones, comenzamos a apreciar la dimensión de lo acontecido: sin autobuses, el transporte ferroviario detenido, hospitales inaccesibles, vuelos cancelados, escasez de abastecimientos, goteras, tejados hundidos, cañerías rotas, coches sepultados bajo las ramas de los árboles resquebrajados, comercios y restaurantes, teatros y cines, todo cerrado. Solo funciona el metro, quitanieves insuficientes que no dan abasto y palas “particulares” de buenos vecinos que hacen pasillos a la salida de los portales y vacían terrazas, rampas de garajes y entradas a las tiendas. La solidaridad ha recaído en algunos conductores de 4x4 que se han ofrecido a llevar a los enfermos a los hospitales, también bloqueados sus accesos y con las ambulancias “varadas” en las cuestas heladas… Inolvidables días de enero 2021, como aquella nieve frita.





miércoles, 30 de diciembre de 2020

Terminando y repasando

Fin de año. Hay unanimidad en el deseo de acabar de una vez este 2020 ¡Qué le den!  nos decimos. Y a pesar de las ganas, ¿nos atreveremos a brindar en nochevieja? Siento vértigo al recordar la inocencia con la que en su día recibimos este 2020 que tantos desastres, sinsabores, frustraciones y pérdidas ha traído.

Echar la culpa al año, al número, es, si lo piensas, más bien estúpido. La suerte o, más bien, los hechos, no van a cambiar de rumbo sólo por atravesar la línea ficticia del calendario. Si buscamos responsabilidades, quizá mejor buscar entre nosotros, los habitantes de este planeta.

Lo cierto es que el almanaque siempre manda, de alguna manera nos ajusta y nos ordena. Y ahora llega, ¡por fin!, el fin, real o artificial, del 2020 y nos invita a la recapitulación de este cuatrimestre que a la vuelta del verano iniciábamos asustados y muy disgustados, perezosos de afrontar la segunda ola de esta pandemia que no hay forma de despistar. Porque es ella la que aprovecha nuestros despistes para insistir en golpearnos y, queramos o no, atrincherarnos.

El hecho es que en estos meses los niños han ido al colegio y han pasado más frío que en la posguerra, quietecitos, sin tocarse, con mascarillas, en aulas abiertas, y no precisamente al librepensamiento, sino a los vientos e inclemencias atmosféricas. Y milagrosamente han resistido. No se habla, o al menos no se cuentan demasiados contagios de Covid entre escolares.

Las ventanas abiertas han acaparado titulares este otoño. Han sido protagonistas  en los gimnasios, los restaurantes, las tiendas, los hogares y las oficinas. También en mis clases de yoga y pilates. Si he llegado a diciembre sin resfriarme, estamos ante otro milagro ¡Vaya frío he pasado mientras intentába estirarme y respirar hondo!

Madrid semivacío es otro destacado. Con sentimientos agridulces hemos disfrutado de una ciudad sin aglomeraciones, sin atascos y sin reservas anticipadas. El confinamiento “de aquella manera” articulado en la Comunidad de Madrid nos ha permitido visitas casi privadas a varios museos. Inolvidables aquel maravilloso Reencuentro en El Prado, la visita otoñal a la casa del exuberante Sorolla y una cita en la intimidad con el Guernica en el Reina Sofía. También tuvimos gratas sorpresas al descubrir las pinturas de Anna-Eva Bergman o las fotografías recopiladas en torno a la vida de Pérez Galdós en Madrid la (Academia de San Fernando).

Y hemos ido al teatro. Con mascarilla y con prudencia.  Había muchas ganas de apoyar el arte en directo. Lamentablemente, los espectadores no hemos podido salvar el Teatro Pavón Kamikaze que tuvo que anunciar su cierre. Pero si hemos gozado con El enfermo imaginario gracias al genial Flotats, que nos arrancó sinceras sonrisas haciéndonos entender lo que es “puro teatro”, sin postureo, sin doble sentido, teatro. Nos gustó menos la fría y personal versión de La gaviota de Chejov, que vimos en Teatro La Abadía, pero nos asombramos con la vertiginosa versión de la obra Fariña. También asistimos a Las Criadas, de Jean Genet, una obra compleja, puro drama y reto para Alicia Borrachero y Ana Torrent. Me gustó menos su compañero Jorge Calvo, que haciendo de “la señora” lo tenía difícil. Reconozco que no me acaba de conquistar el juego teatral en el que las mujeres hacen papeles masculinos y hombres se visten de mujeres. Los hombres (de mujeres) resultan poco creíbles y las mujeres (de hombres) tienen que forzar la voz, subirse en zancos o henchir el pecho…

Aunque reconozco un buen libreto y mejor actuación de Alberto San Juan y Guillermo Toledo, poca huella dejó en mi memoria El último de la fila de Juan Mayorga. No me gustó la obra Galdós: sombra y realidad. Dedicada al escritor y “sus mujeres” (reales y literarias) resultó un aburrimiento, y no por los actores, que estaban impecables, sino más bien por un texto construido en fragmentos desvaídos y tristones, apenas entrelazados por la presencia del personaje estereotipado que representaba a Galdós.

Curiosa fue la experiencia en el teatro La Abadía. Durante la función "Los que hablan", magníficamente interpretada por Malena Alterio y Luis Bermejo, dos chicas sentadas detrás no pararon de reir, les bastaba con que los actores entraran en el escenanario para estallar en carcajadas ¿?. Según ellas comentaron al final de la representación "ver a Luis Bermejo y no reirte es como si Chaplin no te hace gracia". La verdad es que a mí me arruinaron la función, que era un texto inteligente, dramático, con su buena dosis de sarcasmo y de gracia, pero creo yo que no para esas risotadas,  "a lo tonto", como dijo otro espectador irritado que les llamó la atención. Igual que es que ya hemos perdido hasta el sentido del humor... Lo  bueno es que algo quedó de la obra, que subraya la estupidez de las conversaciones ligeras y la incapacidad de comunicar los verdaderos sentimientos. Ahora me da por analizar ciertas conversaciones...

Y hemos seguido series en televisión: la inglesa Endeavour, con todos esos crímenes que sucedían en el Oxford de los años 60 (parece mentira, tanto malo entre gente tan bien educada); o la crudísima Secretos de un matrimonio (Bergman), el mano a mano de una pareja que se quiere y se destroza. Y la sorpresa de Antidisturbios, acción, realidad y ficción en nuestras calles, muy buena.

También cine en casa con homenajes a Sean Connery, John Le Carré, más Bergman, algún que otro rollete de arte y ensayo…jajaja.

Y ya metidos casi en Navidad nos regalamos un Mesias de Haendel en el Auditorio Nacional. Es desde hace años la música con la que despertamos el día 25 de diciembre y ha sido un verdadero gustazo escucharla en directo. (Entre paréntesis y por lo bajo añadiré que fue un poco estrambótica la experiencia de escuchar un coro magnífico separado de la orquesta con metacrilatos y todo el tiempo con mascarilla. Los pobres solistas se la quitaban cuando les tocaba su turno. El resto, la orquesta y el director, también enmascarados... ¡vivir para ver!) 

El colofón: MacbethEl último montaje de Gerardo Vera, fallecido por Covid el pasado mes de septiembre y llevado al Teatro María Guerrero por el director Alberto Sanzol.  Ha sido casualidad, pero no podía escoger nada mejor para cerrar este año de crónicas Covid que este gran drama de Shakespeare. Porque lo tiene casi todo, miserias y virtudes sabia y fatalmente entrelazadas: envidia, ambición, traición, celos, muerte, miedo, venganza, mentira, crimen, castigo... pero también nobleza, fidelidad, inocencia, arrepentimiento, ilusión, fuerza y un poco de amor. Un montaje valiente y potente, que hace añorar aún más los espectáculos “no representados” en estos meses de aislamiento. Pero nos quedaremos con la tremenda actuación de Carlos Hipólito, un Macbeth sin fisuras que asume hasta el final su dolorosa metamorfosis hacia el lado oscuro. Muchos, muchos aplausos para ese gran actor.

Y aquí lo dejo, feliz de seguir y con ganas de más. En 2021, sin covid, espero.

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Covid en el mundo.  29 de diciembre 2020. Fuente:  EL PAIS

Datos actualizados a 29 de diciembre (18.30 hora peninsular española)
DiagnosticadosMuertos
Mundo82.127.6931.793.686
EE UU19.520.502338.742
India10.244.852148.439
Brasil7.563.551192.681
Rusia3.100.01855.692
Francia2.631.17564.204
Europa25.547.337556.990
España*1.893.50250.442


viernes, 11 de diciembre de 2020

Arrozaco!

Mi amigo Carlos falleció hace unos días tras casi un año de lucha desigual contra el cáncer.

Diciembre 2019. Ya con ambiente de villancicos quedamos a comer Rosa, Carlos y yo. Lo hacíamos los tres una o dos veces al año, fuera del entorno de la oficina, para no dejar marchitar una amistad iniciada hace más de 30 años cuando, aún veinteañeros, nos convertimos en compañeros de trabajo. Porque en la vida pasan tantas cosas que a veces nos distraemos, nos descuidamos y sin querer, o sin pensar, nos alejamos de las personas que apreciamos.

El grupo de WhatsApp para quedar a comer lo creo Carlos, lo llamó Arrozaco!. Hoy lo miro en mi teléfono, dudo si debo borrarlo y sonrío pensando como una sola palabra evoca, de pronto, tantas cosas. El día del arrozaco Carlos no estaba bien, no disfrutó la comida, supongo que algo malo ya le rondaba. Ni él ni nosotras imaginamos que esa sería la última de nuestras comidas. Ni siquiera hablamos del Covid, que ya asustaba en China. Pero “arrozaco”  me recuerda, sobre todo,  el gran sentido del humor de Carlos, su amor por la buena mesa, su rica y bien aliñada conversación. Tantas cosas. También me hace añorar la alegría de nuestra juventud en plena transición cuando todo era “a estrenar”: el trabajo, las amistades, los amores, la democracia, la vida en pleno.

Me he reído mucho con Carlos, la primera persona que conocí al llegar a la oficina  y con quien compartí despacho algunos años. Uno de aquellos momentos hilarantes hoy sería impensable ¡cómo cambian los tiempos! Carlos trajo una cinta de radiocasette con chistes de Gila que contenía sus famosas llamadas telefónicas, verdaderos monumentos del absurdo. Una tarde, cada vez que teníamos una llamada interna, cogíamos el teléfono y en lugar de hablar, contestábamos con la cinta de Gila… "dígame" ... una tontería que nos hizo reír como niños.

También recuerdo infinitas sobremesas y también amistosas discusiones. Carlos se apasionaba cuando descubría una buena película, una canción, una receta o un restaurante. También cuando en sus viajes como periodista hablaba con tipos interesantes. En la descripción de sus “enamoramientos” había  siempre un toque original y era un placer asomarse con él a esos descubrimientos. Como aquella vez, cuando entrevistó a un profesor de física cuántica y se pasó una semana intentando explicarnos no sé qué de la transformación de la materia o los desplazamientos de los cuerpos y un gato en una caja que se teletransportaba.... O cuando se iniciaba en el mundo del video y rodaba un simulacro de documental sobre la iniciación a la exportación que durante mucho tiempo sería una herramienta “de culto” en la formación para la internacionalización.  ¡Cómo se lo pasó con aquellos actores haciendo de empresarios!

Ahora me viene a la memoria que fue con Carlos con quien asistí por primera vez a una corrida de toros. Fue en Las Ventas. Él era aficionado, pues había sido cronista taurino, yo tan solo tenía curiosidad. Me explicó el rito y me encantó ver el espectáculo con un "entendido". No me aficioné, pero ahí quedó aquella tarde en el ruedo. 

Son solo  pequeñas anécdotas que ahora afloran entre mis recuerdos de Carlos. Sin embargo, una vida es mucho más. Y es tremendo, porque cuando alguien querido se va, la vida sigue, implacable, y entonces, los que quedamos, caemos en la cuenta de que, sin darnos cuenta, mientras estábamos distraídos, viviendo, nos hemos dejado preguntas por hacer, cosas que compartir o decir ¡Qué mal calculamos!

Descansa en paz Carlos T.