No todo lo que Orwell imaginó se ha cumplido, pero lo cierto es no andaba despistado respecto a la alienación de nuestra sociedad (ni falta hace que hablemos de las Redes Sociales). Y diría que también respecto al aburrimiento… Porque nos estamos aburriendo, asustando y desgastando desde hace ya casi un año. Metidos en casa, sin tocarnos, sin salir del carrilito marcado, perdiendo allegados y conocidos, contemplando impotentes el avance de un virus que no se amedrenta ni cede un ápice. Está resultando duro y difícil, aunque me consuela pensar que al menos hasta ahora ningún Annus horribilis ha sido eterno. Ni los nazis, ni Stalin, ni el muro de Berlín, ni los Jemeres rojos, ni las hambrunas extremas, ni epidemias como el cólera o el ébola han sido para siempre (tampoco, reconozcámoslo, la juventud, el amor, la belleza, las fiestas, los amaneceres…).
En 2021, la radio y la TV te machacan desde la mañana a la noche con las
noticias de la Pandemia de Covid 19, y cada mañana me vienen a la memoria aquellas noticias de las guerras entre Eurasia
y Oceanía, entre Asia Oriental y Eurasia… palabras y palabras huecas vomitadas
desde las pantallas de 1894 con un único fin: atemorizar y domesticar a los
habitantes de un planeta triste y agotado.
Pensaba en la distopía de Orwell la otra tarde cuando parada en una
gasolinera a las afueras de Madrid me encontré mirando el horizonte y a la vez siendo
consciente de un silencio y una soledad poco común en una carretera general. Me
pareció estar más cerca que nunca de esa ciencia ficción que tan poco me gusta…
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