Mi amigo Carlos falleció hace unos días tras casi un año de lucha desigual contra el cáncer.
Diciembre 2019. Ya con ambiente de villancicos quedamos a comer Rosa, Carlos y yo.
Lo hacíamos los tres una o dos veces al año, fuera del entorno de la oficina,
para no dejar marchitar una amistad iniciada hace más de 30 años cuando, aún
veinteañeros, nos convertimos en compañeros de trabajo. Porque en la vida pasan
tantas cosas que a veces nos distraemos, nos descuidamos y sin querer, o sin
pensar, nos alejamos de las personas que apreciamos.
El grupo de WhatsApp para quedar a comer lo creo Carlos, lo llamó Arrozaco!. Hoy
lo miro en mi teléfono, dudo si debo borrarlo y sonrío pensando como una sola
palabra evoca, de pronto, tantas cosas. El día del arrozaco Carlos no estaba bien,
no disfrutó la comida, supongo que algo malo ya le rondaba. Ni él ni nosotras
imaginamos que esa sería la última de nuestras comidas. Ni siquiera hablamos del Covid, que ya asustaba en China. Pero “arrozaco” me recuerda, sobre todo, el gran sentido del humor de Carlos, su amor por la buena mesa, su rica
y bien aliñada conversación. Tantas cosas. También me hace añorar la alegría de
nuestra juventud en plena transición cuando todo era “a estrenar”: el trabajo,
las amistades, los amores, la democracia, la vida en pleno.
Me he reído mucho con Carlos, la primera persona que conocí al llegar
a la oficina y con quien compartí
despacho algunos años. Uno de aquellos momentos hilarantes hoy sería impensable ¡cómo cambian los tiempos! Carlos trajo una cinta de radiocasette con chistes de Gila que contenía sus famosas
llamadas telefónicas, verdaderos monumentos del absurdo. Una tarde, cada vez
que teníamos una llamada interna, cogíamos el teléfono y en lugar de hablar,
contestábamos con la cinta de Gila… "dígame" ... una tontería que nos hizo reír como niños.
También recuerdo infinitas sobremesas y también amistosas discusiones. Carlos se apasionaba cuando descubría una buena película, una canción, una receta o un restaurante. También cuando en sus viajes como periodista hablaba con tipos interesantes. En la descripción de sus “enamoramientos” había siempre un toque original y era un placer asomarse con él a esos descubrimientos. Como aquella vez, cuando entrevistó a un profesor de física cuántica y se pasó una semana intentando explicarnos no sé qué de la transformación de la materia o los desplazamientos de los cuerpos y un gato en una caja que se teletransportaba.... O cuando se iniciaba en el mundo del video y rodaba un simulacro de documental sobre la iniciación a la exportación que durante mucho tiempo sería una herramienta “de culto” en la formación para la internacionalización. ¡Cómo se lo pasó con aquellos actores haciendo de empresarios!
Ahora me viene a la memoria que fue con Carlos con quien asistí por primera vez a una corrida de toros. Fue en Las Ventas. Él era aficionado, pues había sido cronista taurino, yo tan solo tenía curiosidad. Me explicó el rito y me encantó ver el espectáculo con un "entendido". No me aficioné, pero ahí quedó aquella tarde en el ruedo.
Son solo pequeñas anécdotas que
ahora afloran entre mis recuerdos de Carlos. Sin embargo, una vida es mucho
más. Y es tremendo, porque cuando alguien querido se va, la vida sigue,
implacable, y entonces, los que quedamos, caemos en la cuenta de que, sin darnos
cuenta, mientras estábamos distraídos, viviendo, nos hemos dejado preguntas por
hacer, cosas que compartir o decir ¡Qué mal calculamos!
Descansa en paz Carlos T.
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