Aquí van pensamientos, reflexiones, ideas sugeridas por el mundo que me rodea .... para compartir [LauraCA]



miércoles, 30 de diciembre de 2020

Terminando y repasando

Fin de año. Hay unanimidad en el deseo de acabar de una vez este 2020 ¡Qué le den!  nos decimos. Y a pesar de las ganas, ¿nos atreveremos a brindar en nochevieja? Siento vértigo al recordar la inocencia con la que en su día recibimos este 2020 que tantos desastres, sinsabores, frustraciones y pérdidas ha traído.

Echar la culpa al año, al número, es, si lo piensas, más bien estúpido. La suerte o, más bien, los hechos, no van a cambiar de rumbo sólo por atravesar la línea ficticia del calendario. Si buscamos responsabilidades, quizá mejor buscar entre nosotros, los habitantes de este planeta.

Lo cierto es que el almanaque siempre manda, de alguna manera nos ajusta y nos ordena. Y ahora llega, ¡por fin!, el fin, real o artificial, del 2020 y nos invita a la recapitulación de este cuatrimestre que a la vuelta del verano iniciábamos asustados y muy disgustados, perezosos de afrontar la segunda ola de esta pandemia que no hay forma de despistar. Porque es ella la que aprovecha nuestros despistes para insistir en golpearnos y, queramos o no, atrincherarnos.

El hecho es que en estos meses los niños han ido al colegio y han pasado más frío que en la posguerra, quietecitos, sin tocarse, con mascarillas, en aulas abiertas, y no precisamente al librepensamiento, sino a los vientos e inclemencias atmosféricas. Y milagrosamente han resistido. No se habla, o al menos no se cuentan demasiados contagios de Covid entre escolares.

Las ventanas abiertas han acaparado titulares este otoño. Han sido protagonistas  en los gimnasios, los restaurantes, las tiendas, los hogares y las oficinas. También en mis clases de yoga y pilates. Si he llegado a diciembre sin resfriarme, estamos ante otro milagro ¡Vaya frío he pasado mientras intentába estirarme y respirar hondo!

Madrid semivacío es otro destacado. Con sentimientos agridulces hemos disfrutado de una ciudad sin aglomeraciones, sin atascos y sin reservas anticipadas. El confinamiento “de aquella manera” articulado en la Comunidad de Madrid nos ha permitido visitas casi privadas a varios museos. Inolvidables aquel maravilloso Reencuentro en El Prado, la visita otoñal a la casa del exuberante Sorolla y una cita en la intimidad con el Guernica en el Reina Sofía. También tuvimos gratas sorpresas al descubrir las pinturas de Anna-Eva Bergman o las fotografías recopiladas en torno a la vida de Pérez Galdós en Madrid la (Academia de San Fernando).

Y hemos ido al teatro. Con mascarilla y con prudencia.  Había muchas ganas de apoyar el arte en directo. Lamentablemente, los espectadores no hemos podido salvar el Teatro Pavón Kamikaze que tuvo que anunciar su cierre. Pero si hemos gozado con El enfermo imaginario gracias al genial Flotats, que nos arrancó sinceras sonrisas haciéndonos entender lo que es “puro teatro”, sin postureo, sin doble sentido, teatro. Nos gustó menos la fría y personal versión de La gaviota de Chejov, que vimos en Teatro La Abadía, pero nos asombramos con la vertiginosa versión de la obra Fariña. También asistimos a Las Criadas, de Jean Genet, una obra compleja, puro drama y reto para Alicia Borrachero y Ana Torrent. Me gustó menos su compañero Jorge Calvo, que haciendo de “la señora” lo tenía difícil. Reconozco que no me acaba de conquistar el juego teatral en el que las mujeres hacen papeles masculinos y hombres se visten de mujeres. Los hombres (de mujeres) resultan poco creíbles y las mujeres (de hombres) tienen que forzar la voz, subirse en zancos o henchir el pecho…

Aunque reconozco un buen libreto y mejor actuación de Alberto San Juan y Guillermo Toledo, poca huella dejó en mi memoria El último de la fila de Juan Mayorga. No me gustó la obra Galdós: sombra y realidad. Dedicada al escritor y “sus mujeres” (reales y literarias) resultó un aburrimiento, y no por los actores, que estaban impecables, sino más bien por un texto construido en fragmentos desvaídos y tristones, apenas entrelazados por la presencia del personaje estereotipado que representaba a Galdós.

Curiosa fue la experiencia en el teatro La Abadía. Durante la función "Los que hablan", magníficamente interpretada por Malena Alterio y Luis Bermejo, dos chicas sentadas detrás no pararon de reir, les bastaba con que los actores entraran en el escenanario para estallar en carcajadas ¿?. Según ellas comentaron al final de la representación "ver a Luis Bermejo y no reirte es como si Chaplin no te hace gracia". La verdad es que a mí me arruinaron la función, que era un texto inteligente, dramático, con su buena dosis de sarcasmo y de gracia, pero creo yo que no para esas risotadas,  "a lo tonto", como dijo otro espectador irritado que les llamó la atención. Igual que es que ya hemos perdido hasta el sentido del humor... Lo  bueno es que algo quedó de la obra, que subraya la estupidez de las conversaciones ligeras y la incapacidad de comunicar los verdaderos sentimientos. Ahora me da por analizar ciertas conversaciones...

Y hemos seguido series en televisión: la inglesa Endeavour, con todos esos crímenes que sucedían en el Oxford de los años 60 (parece mentira, tanto malo entre gente tan bien educada); o la crudísima Secretos de un matrimonio (Bergman), el mano a mano de una pareja que se quiere y se destroza. Y la sorpresa de Antidisturbios, acción, realidad y ficción en nuestras calles, muy buena.

También cine en casa con homenajes a Sean Connery, John Le Carré, más Bergman, algún que otro rollete de arte y ensayo…jajaja.

Y ya metidos casi en Navidad nos regalamos un Mesias de Haendel en el Auditorio Nacional. Es desde hace años la música con la que despertamos el día 25 de diciembre y ha sido un verdadero gustazo escucharla en directo. (Entre paréntesis y por lo bajo añadiré que fue un poco estrambótica la experiencia de escuchar un coro magnífico separado de la orquesta con metacrilatos y todo el tiempo con mascarilla. Los pobres solistas se la quitaban cuando les tocaba su turno. El resto, la orquesta y el director, también enmascarados... ¡vivir para ver!) 

El colofón: MacbethEl último montaje de Gerardo Vera, fallecido por Covid el pasado mes de septiembre y llevado al Teatro María Guerrero por el director Alberto Sanzol.  Ha sido casualidad, pero no podía escoger nada mejor para cerrar este año de crónicas Covid que este gran drama de Shakespeare. Porque lo tiene casi todo, miserias y virtudes sabia y fatalmente entrelazadas: envidia, ambición, traición, celos, muerte, miedo, venganza, mentira, crimen, castigo... pero también nobleza, fidelidad, inocencia, arrepentimiento, ilusión, fuerza y un poco de amor. Un montaje valiente y potente, que hace añorar aún más los espectáculos “no representados” en estos meses de aislamiento. Pero nos quedaremos con la tremenda actuación de Carlos Hipólito, un Macbeth sin fisuras que asume hasta el final su dolorosa metamorfosis hacia el lado oscuro. Muchos, muchos aplausos para ese gran actor.

Y aquí lo dejo, feliz de seguir y con ganas de más. En 2021, sin covid, espero.

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Covid en el mundo.  29 de diciembre 2020. Fuente:  EL PAIS

Datos actualizados a 29 de diciembre (18.30 hora peninsular española)
DiagnosticadosMuertos
Mundo82.127.6931.793.686
EE UU19.520.502338.742
India10.244.852148.439
Brasil7.563.551192.681
Rusia3.100.01855.692
Francia2.631.17564.204
Europa25.547.337556.990
España*1.893.50250.442


viernes, 11 de diciembre de 2020

Arrozaco!

Mi amigo Carlos falleció hace unos días tras casi un año de lucha desigual contra el cáncer.

Diciembre 2019. Ya con ambiente de villancicos quedamos a comer Rosa, Carlos y yo. Lo hacíamos los tres una o dos veces al año, fuera del entorno de la oficina, para no dejar marchitar una amistad iniciada hace más de 30 años cuando, aún veinteañeros, nos convertimos en compañeros de trabajo. Porque en la vida pasan tantas cosas que a veces nos distraemos, nos descuidamos y sin querer, o sin pensar, nos alejamos de las personas que apreciamos.

El grupo de WhatsApp para quedar a comer lo creo Carlos, lo llamó Arrozaco!. Hoy lo miro en mi teléfono, dudo si debo borrarlo y sonrío pensando como una sola palabra evoca, de pronto, tantas cosas. El día del arrozaco Carlos no estaba bien, no disfrutó la comida, supongo que algo malo ya le rondaba. Ni él ni nosotras imaginamos que esa sería la última de nuestras comidas. Ni siquiera hablamos del Covid, que ya asustaba en China. Pero “arrozaco”  me recuerda, sobre todo,  el gran sentido del humor de Carlos, su amor por la buena mesa, su rica y bien aliñada conversación. Tantas cosas. También me hace añorar la alegría de nuestra juventud en plena transición cuando todo era “a estrenar”: el trabajo, las amistades, los amores, la democracia, la vida en pleno.

Me he reído mucho con Carlos, la primera persona que conocí al llegar a la oficina  y con quien compartí despacho algunos años. Uno de aquellos momentos hilarantes hoy sería impensable ¡cómo cambian los tiempos! Carlos trajo una cinta de radiocasette con chistes de Gila que contenía sus famosas llamadas telefónicas, verdaderos monumentos del absurdo. Una tarde, cada vez que teníamos una llamada interna, cogíamos el teléfono y en lugar de hablar, contestábamos con la cinta de Gila… "dígame" ... una tontería que nos hizo reír como niños.

También recuerdo infinitas sobremesas y también amistosas discusiones. Carlos se apasionaba cuando descubría una buena película, una canción, una receta o un restaurante. También cuando en sus viajes como periodista hablaba con tipos interesantes. En la descripción de sus “enamoramientos” había  siempre un toque original y era un placer asomarse con él a esos descubrimientos. Como aquella vez, cuando entrevistó a un profesor de física cuántica y se pasó una semana intentando explicarnos no sé qué de la transformación de la materia o los desplazamientos de los cuerpos y un gato en una caja que se teletransportaba.... O cuando se iniciaba en el mundo del video y rodaba un simulacro de documental sobre la iniciación a la exportación que durante mucho tiempo sería una herramienta “de culto” en la formación para la internacionalización.  ¡Cómo se lo pasó con aquellos actores haciendo de empresarios!

Ahora me viene a la memoria que fue con Carlos con quien asistí por primera vez a una corrida de toros. Fue en Las Ventas. Él era aficionado, pues había sido cronista taurino, yo tan solo tenía curiosidad. Me explicó el rito y me encantó ver el espectáculo con un "entendido". No me aficioné, pero ahí quedó aquella tarde en el ruedo. 

Son solo  pequeñas anécdotas que ahora afloran entre mis recuerdos de Carlos. Sin embargo, una vida es mucho más. Y es tremendo, porque cuando alguien querido se va, la vida sigue, implacable, y entonces, los que quedamos, caemos en la cuenta de que, sin darnos cuenta, mientras estábamos distraídos, viviendo, nos hemos dejado preguntas por hacer, cosas que compartir o decir ¡Qué mal calculamos!

Descansa en paz Carlos T.

martes, 17 de noviembre de 2020

Cambalache (el tango)

 

Si allá en siglo XX,  siendo una joven ingenua e idealista,  hubiera podido yo asomarme al año 2020 por una rendija creo que me hubiera desmayado o, sencillamente,  hubiera asegurado, convencida, que aquello era pura ficción:

  • Una pandemia global causada por un virus capaz de seleccionar a sus víctimas (matando, hiriendo o tan solo rozando)
  • Un rey emérito (en España tenemos dos, mira que lujo) a la fuga, dejando un rastro de amantes, tarjetas black, testaferros, mentiras y millones de euros
  • Un partido de ultraderecha llamado dispuesto a resucitar los ecos de nuestra triste guerra civil y a utilizarla en post de una España auténtica y genuina (solo suya) dispuestos también, sus líderes, a inventar enemigos y a negar el agua a cualquiera que no sea “español” (de los suyos)
  • Un entramado de corrupción protagonizado por policías, jueces, partidos políticos e individuos oportunistas capaces de todo, arrastrando hasta su fango a una sociedad estupefacta y atontada. Gürtel, Kitchen, Lezo…¡qué nombres tan inspirados para nombrar estas basuras!
  • Más de un nacionalismo extremo, paleto, destructivo, egoísta y trasnochado, chantajeando a diestro y siniestro en aras de su libertad ¡Algunos ya  quisieran disfrutar del bienestar que  ellos ya tienen pero dicen necesitar!
  • Unos jóvenes nacidos “digitales” con pulgares hiper desarrollados y una cultura muy poco asentada
  • Unas potencias mundiales desfasadas y a la vez desalmadas, moviendo sus hilos sin disparar cañones pero intoxicando nuestras vidas de fakes y payasadas
  • Un presidente de EE.UU que parece un muñeco, enarbola una mujer de plástico y nos manda a la mierda a golpe de Twitter desde su butaca. Nos queda el consuelo de no va a repetir, uffff
  • Un planeta agotado, que amamos más cada día pero que todos -unos mucho, otros un poco menos- destruimos mientras miramos hacia otro lado.
  • Una igualdad cada día más desigual
  • Un religión islamista  soportada por la ortodoxia asesina. ¿dónde pone que matar infieles es un acto heroico  y conlleva la gloria? 
  • Millones de personas intentando desplazarse, huyendo de guerras, de sequías, miserias e injusticias

Y mucho más

Me ha salido larga la lista y eso que está incompleta. Estoy crecidita, está claro. También está bien claro que el  2020 es una de esas fechas que cambian el mundo, que no olvidaremos jamás quienes la estamos viviendo ni dejarán de aprenderla quienes vengan detrás, con y sin mascarilla. Me inquieta la certeza de saberme testigo directo de uno de esos momentos de inflexión que sacuden la historia. Y aún más no saber, aún,  donde nos llevará.

Y aquí sugiero una escucha reposada del tango. "Aplica", aunque habla desde el siglo XX….

https://www.youtube.com/watch?v=T0kTiKCC3UI

viernes, 23 de octubre de 2020

Toca toque de queda


La excepcional situación que vivimos convierte cada una de nuestras actividades en casi un milagro. La semana pasada batí mis récords: fui al gimnasio, a comer a un restaurante, al teatro y a un museo. Disfruté, como si fuera la última vez, cada uno de esos momentos que parecen “casi normales”, pero que no lo son en absoluto. Las mascarillas, el distanciamiento o los inevitables recelos ante las respiraciones ajenas, los convierten en desventuradas excepciones.

Ayer, regresaba tarde a casa de una clase de yoga a la que tan solo asistimos dos personas y me invadió la tristeza. A pesar de intentar el regreso a las rutinas, de hacer de tripas corazón, las cosas no marchan ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esta situación? ¿Cómo hemos aceptado que incluso podemos morir si nos descuidamos? 

No he vuelto a leer las crónicas que escribí allá por los meses de marzo, abril, mayo, junio… y que tanto me ayudaron a mantener la cordura “en confinamiento”,  pero si recuerdo cierta ilusión, cierta complicidad social ante un fenómeno insólito que pensábamos, inocentes nosotros, podría convertirse en un primer paso para contrarrestar los ridículos enfrentamientos políticos que ya entonces  tan hartitos nos tenían.

Siete meses más tarde han desaparecido las bromas, los memes, los aplausos, diría que hasta la solidaridad, para dejar aflorar, sin trabas, la inoperancia, la torpeza y la manipulación de los políticos y sus asesores. Y, sorprendentemente, siguen apareciendo vocablos que pasan de obsoletos a frecuentes, de extraordinarios a cotidianos. Esta semana toca toque de queda. Toca el modo cenicienta, vida hasta la medianoche. Mientras esto escribo ya habrá grupos quedando a las 12:05h, porque  a no pocos les ponen las fiestas clandestinas, sin mascarilla, sin gel hidroalcohólico… todo en aras de la libertad ¿De expresión? No, idiotas, libertad diseñada a la medida de algunos tarados.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Grace and Frankie y Jane Fonda

 

Me gusta Jane Fonda. Me gusta de Barbarella, de activista anti guerra de Vietnam, de reina del aerobic, de enamorada, de divorciada, de estupenda, de feminista, de mujer madura, activa, presumida e independiente.

Quizá por eso, por la complejidad del personaje real, llevaba tiempo sintiendo curiosidad por la aclamada serie Grace and Frankie. Dos mujeres maduras, que se caen fatal una a la otra,  descubren que sus respectivos maridos, socios,  se aman entre ellos y  han mantenido 20 años en secreto su atracción fatal. El primer capítulo de la serie se llama “El fin”, pues ahí acaban los primeros tramos de unas vidas convencionales para iniciar unas nuevas y muy diferentes trayectorias. Serán estupendas, y por fin verdaderas, para la nueva pareja, la de los maridos, pero sin duda mucho más  inciertas para las dos exesposas:  Grace y Frankie, engañadas, solas ahora y con más de 70 años, cada una.

La serie es una comedieta, poco más, pero me ha gustado como abordan temas que afectan fundamentalmente a las mujeres “mayores”; en ese periodo de la vida donde empiezan  a ser trasparentes, insignificantes y … viejas. Nada de lo que les sucede interesa en este mundo dominado por lo “joven”, concepto revalorizado en los años 60, curiosamente, por las generaciones que ahora empiezan a descubrir con horror cómo funciona un andador o un sonotone.

Grace,  o Jane Fonda (la mujer más coqueta del mundo, empresaria, madre poco ejemplar, borde en general, casi anoréxica, rigurosa, inteligente, sensible) y Frankie, o Lily Tomlin (hippie, vegana, activista, artista, cabezota, distraída, bien intencionada y muy alocada) llevan a la pantalla diálogos trepidantes sobre temas tabú, derivados de la  acumulación de años en el DNI: hablan de inseguridad, soledad, sequedad vaginal, consoladores, hijos no perfectos, celos, maternidades poco ejemplares, vanidades, artrosis, el qué dirán,  espaldas sobrecargadas, problemas  económicos, deseo sexual,  pastillas,  residencias de ancianos, sueños incumplidos, afectos, arrepentimientos, verdades, mentiras … y mucho más.

Lo mejor es el humor que las protagonistas gastan para reírse de sí mismas. Seguro que no ha sido fácil convencer a Jane Fonda para que muestre sus flaquezas en pantalla. Los directores de la serie no han logrado que aparezca sin maquillaje pero sí que se quite  las pestañas postizas y acepte sus achaques agarrando un bastón cuando es (en la ficción)  operada de su artrítica rodilla. A veces, aunque lo disimula, se la ve renqueante, pero es de verdad, los años no perdonan ni a Barbarella. Lo mejor es que se sobrepone, no se rinde aunque se lo pida el cuerpo e  incluso tenga que adaptarse para asumir situaciones que, aderezadas con las extravagancias de Frankie, nunca hubiera tolerado en su vida anterior; la  de mujer joven, guapa, independiente y casada. La que ya no es. Toda una lección de flexibilidad y no precisamente corporal. 

Mientras,  veo un divertido video en el que Jane Fonda se enfunda de nuevo sus  mallas ochenteras y pide a los estadounidenses que se inscriban en el censo y voten en las inmimentes elecciones. ¡Bárbara Barbarella!



!

viernes, 9 de octubre de 2020

FARIÑA y una bella costa escarpada

 

Casi me asfixio ayer en el teatro Matadero con la super mascarilla KNP5 que ahora utilizo en los espacios cerrados, pero mereció la pena. La versión teatral de FARIÑA, la novela de Nacho Carretero, son casi dos horas trepidantes que nos llevan a sobrevolar Galicia desde los años ochenta hasta la actualidad.

Dudaba si sería posible condensar en un escenario los numerosos personajes y aristas del entramado tejido, en los años ochenta, por el contrabando gallego y descubro que empezar la función preguntando a los espectadores si conocen  la longitud  de la costa de Galicia, y finalizarla escuchando a esos mismos espectadores recordar dicha cifra, es todo un acierto. Son precisamente esos 1.495km de accidentada costa los que en cierto modo explican aquello que sucedió, y continúa sucediendo. Porque esa bella costa es testigo de TODO en Galicia: la vida, los naufragios, la basura, el tabaco,  las drogas, el dinero, la violencia, la extorsión y, como no,  la muerte.

Cuando hace unos meses veía la serie FARIÑA en televisión acababa cada capítulo con la misma perplejidad “pero si esto no es una serie americana, esto es verdad y sucedió aquí al lado y estaba sucediendo mientras otros fumaban,  esnifaban o se destrozaban la venas sin dedicar ni un segundo a preguntarse cómo llegaban las drogas o  quien manejaba los hilos del hampa”.  Cabalmente consciente de mi presente en los años iniciales en los que transcurren los hechos  narrados en  FARIÑA, reconozco ahora que apenas me enteré de nada. Solo ciertas noticias, las persecuciones de las lanchas, alguna detención, los jueces, los muchachos enganchados que aparecían en alguna película de la época... Pero Galicia estaba lejos y, no sé, no le dimos demasiada importancia. El contrabando era algo asumido como una herencia de la guerra y la postguerra, se hacía para sobrevivir ¡y qué rico sabía el tabaco rubio americano!
Lo que no entendimos, ni atendimos, fue el hecho de que con el contrabando llegó el dinero negro, los sobornos, las mordidas, la corrupción, poco después la cocaína, la heroína, el derroche, el absurdo con boina, las almas en pena, los enganchados, las familias rotas, la delincuencia, la extorsión, la incapacidad del sistema, la justicia y la policía, a la vez corruptos e  impotentes, vencidos.
Fue la heroicidad y la desesperación de un grupo de mujeres honestas y, sobre todo, madres, las que hicieron saltar la banca en aquella espiral de corrupción y, por qué no decirlo, chabacanadas. Porque los nuevos ricos de la droga estaban  tan perplejos de su buena suerte, con tantos billetes rebosando sus bolsillos que no sabían ni qué hacer con ellos, aparte de las clásicas juergas con whisky, putas, coches o pazos. La inundación de millones les impedía sentirse siquiera un poco culpables. Eran empresarios, movían mercancías, les pagaban muy bien y su riqueza llegaba a muchos rincones, rezumaba hasta en los bolsillos más humildes, honestos y lejanos.  ¿Sabían los jóvenes del equipo de futbol local que sus camisetas las pagaba un señor que por la noche organizaba la descarga de toneladas de polvo blanco disfrazado de fruta tropical? ¿Sospecharon siquiera que algún día ese polvo blanco los mataría?
En junio de 1990 el despliegue mediático y de recursos de la operación Nécora, (encabezada por el juez Garzón, representado en FARIÑA y, casualmente,  espectador en el teatro ayer noche)  la convirtió en la primera causa que en España logró unir fuerzas en la lucha legal contra el narcotráfico. Hubo cientos de detenidos, acusados, juicio y condenas de cárcel. ¡Bien!
Pero mal: 30 años después, la costa de Galicia sigue teniendo 1.495km de longitud y continúa figurando como bello testigo de muchas cosas, cada noche. Mientras, los capos de ahora ya no se exhiben en ferraris, son discretísimos y van sin boina,  pero se ríen de todo y de todos, y  brindan, seguros, en lejanos  paraísos tropicales, perdón, fiscales.

Datos actualizados a 8 de octubre (18.30 hora peninsular española)
DiagnosticadosMuertos
Mundo36.527.3411.062.075
EE UU7.607.250212.784
Europa6.097.719238.007
España*848.32432.688

martes, 6 de octubre de 2020

Confesión y Punto Limpio

En mi hogar han pasado muchas cosas y muchos obreros especializados este verano. Casi todo su contenido se ha movido de sitio dejando paso a pintores, fontaneros, soladores o electricistas. Cuando por fin se marcharon, casi ninguno de los objetos removidos era el mismo. Una nueva mirada, una limpieza a fondo o una luz diferente han descubierto defectos y, sobre todo, evidenciado mucha inutilidad. ¿Cómo es posible que  lleguemos a acumular tantos enseres y que, al mismo tiempo, no los utilicemos, ni siguiera los miremos en muchos años? Un día alguien te regala una caja de caramelos o compras una postal, los dejas en un estante… y ahí viven sin ser molestados, ni mirados siquiera, durante días, semanas, años y hasta décadas. De pronto, cuando llega la catarsis de una reforma, van y despiertan de su letargo; solo entonces los miramos, los sopesamos y … los arrojamos a la basura.

En octubre, en Madrid, en esta renovada e ingrata fase de, “quédate en casa”, (por narices o porque los responsables no tienen ni idea de cómo sacarnos de ésta), compruebo que el Punto Limpio del ayuntamiento está siendo objeto de largas peregrinaciones de ciudadanos. Los encargados de mantener el orden del lugar parecen agotados, todo el santo día repitiendo: “pónganse a la derecha”, “los metales por aquí”, “no señor, los electrodomésticos no van con la madera”, “la ropa es en aquel contenedor, pero está lleno hace días”, etc.

Mientras espero turno para depositar mis ya inútiles cacharros, deduzco que al estar más tiempo en casa, reparar, ordenar y cambiar son algunos de los verbos que en estas circunstancias  nos ayudan a defendernos del tedio, la resignación y la inquietud que nos provoca pensar en un futuro que empieza a no gustarnos nada.

Y observando la transformación en los rostros de mis vecinos al terminar su misión de limpieza, rostros que pasan del hastío al alivio con la misma velocidad con la que los sobrantes urbanos se estrellan al fondo de los contenedores,  pienso que aunque no creamos (en Dios), la educación católica recibida en estas latitudes persiste en nuestros fondos de armario y aflora en cualquier descuido. Y así, la visita al Punto Limpio se me antoja casi como una experiencia religiosa, como la sensación de desahogo de quien se confiesa: dejando sus pecados en los oídos del cura y marchándose, ligero como una pluma, igual que nuestros coches, ya de vuelta a casa vaciados de basura. Como el pecador redimido, que no se preguntará más por sus faltas, así huimos  nosotros del Punto Limpio: sin bultos, sin peso, sin saber, ni querer saber, a dónde irán a parar tantas televisiones, teclados, cables, sillas, carritos de bebés, lámparas, tablas de planchar, plantas resecas, uniformes de colegio, zapatillas viejas….. ¿habrá sitio en el planeta para tanta mierda?

Datos actualizados a 5 de octubre (18.30 hora peninsular española)

Diagnosticados

Muertos

Mundo

35.276.159

1.038.446

Europa

5.759.866

234.565

España*

813.412

32.225

* El dato de España sólo incluye los confirmados por PCR. Los datos de infectados son cifras acumuladas e incluyen a las personas curadas.

Fuente: ElPaís, 6 de octubre 2020

viernes, 25 de septiembre de 2020

El fin del mundo, spinning y Mecano

Hace apenas un mes la sombra del retorno de la alarma ante la renovada expansión de la infecciones de coronavirus empezaba a sobrevolar nuestras cabezas; aún no nos lo creíamos pero estaba ahí. Pero lo cierto es que los contagios sí que  estaban y desde mucho antes. Quizá nunca se fueron, pero era verano y no vimos el riesgo o mejor aún, no lo quisimos ver.

Y aquí está el otoño y míranos: preocupados, asustados, desconcertados, desilusionados, descreídos, desesperanzados e, incluso, resignados. Si en marzo y los meses siguientes aguantábamos pensando que igual no nos tocaba, ahora vemos el virus más cerca, probable e incluyo inevitable. Mi amiga Rs cuenta que en aquellos días de marzo les dijo a sus hijos: “muchachos, esto es el fin del mundo, ni más ni menos”. Lo contaba entre risas, ¡qué otra cosa se puede hacer sino reír ante una frase que podría ser una certeza! También lo decía el grupo REM: It’s the end of the world, and you know it, pero entonces solo era una canción de los 90…

Lidiando con mi cabeza por mantener el optimismo rememoro tantos fines del mundo como hechos convulsivos han rodeado nuestras vidas o las de nuestros abuelos.  Ellos resistieron y sobrevivieron a la depresión del 98, la gripe del 18, la guerra civil,  la escasez de los años 40, las dos guerras mundiales y mucho más. Otros ciudadanos,  más lejos, aguantaron genocidios, luchas fratricidas como las de Camboya, los Balcanes o  Ruanda. También devastadores desastres naturales como terremotos, tsunamis, incendios o inundaciones. Cuántos “fines del mundo” que lo han sido para muchos pero que no han logrado acabar con otros tantos. Quizá por eso me concentro, ahora más que nunca, en resistir, renovar fuerzas y ser optimista. A ver si logramos, cada uno, engañar la trayectoria del virus, dejarle pocos resquicios y finalmente, eliminarlo.

Pensamientos como estos me entretienen mientras asisto a una clase de spinning, con mascarilla (que a los 5’ todos nos quitamos) y con cierto miedo. ¿Y si por esta tontuna (el spinning) ahora voy y me contagio? La clase fue con música de Mecano, un grupo ochentero que nunca fue de mis favoritos pero cuyas canciones son tan pegadizas como rítmicas. Gracias a ellas las “cuestas arriba” se hacen amenas y como lo del contagio me hastía y me asusta, me concentro en unas letras que conozco de sobra pero en cuyos mensajes hasta ahora no me había detenido a desentrañar (a ver, que tampoco Mecano es música de cantautor). Y me sorprendo tarareando y pensando que estas canciones las canta una chica, pero las canta en nombre de un chico, que es el autor, o sea que habla en masculino. El chico (la chica que canta) habla de amor a otras chicas, pero resulta que el chico (el autor) es homosexual pero no habla explícitamente de amor a otros chicos….Uff qué lío. Igual las letras habría que leerlas en otra clave... pero en los años 80 la música era ligera, divertida, provocativa  y desprejuiciada ¡Qué maravilla! Hawaii, Bombay…. es un paraíso…


Datos actualizados a 24 de septiembre (18.30 hora peninsular española). extraídos de El País.

                                                                          

  Diagnosticados                                  Muertos
      
Mundo32.235.933983.065
EE UU6.978.874202.819
India5.818.57092.290
Brasil4.657.702139.808
Rusia1.123.97619.867
Colombia790.82324.746
Europa5.037.967227.092
España*704.20931.118

miércoles, 16 de septiembre de 2020

La Gaviota, que un día fue, de Chejov

Recuperado, por fin, uno de los anhelos del confinamiento: de vuelta a las salas de teatro. Hay ganas y, por qué no decirlo, cierta inquietud ante las cifras de contagiados y víctimas que estos días de septiembre crecen y crecen junto con el estupor de los ciudadanos, los  que  “ya no sabemos qué hacer, ni tampoco qué va a pasar”. En el entreacto, la mayoría decidimos recuperar, con tiento, algún retazo de aquella “vieja normalidad”, la cual, es curioso,  empieza a parecer lejana y extraña.

El sector cultural, o lo que queda de él, se afana en esa recuperación tras su generosa entrega durante el confinamiento (¡os acordais? nos regalaron interpretaciones, lecturas, performances, sesiones de música, grabaciones, videos, etc.).  Me da la sensación de que, a cambio,  les estamos devolviendo muy poco. Igual es que estamos agotados. Aun así, sigue sorprendiéndome, y molestándome, que algunos, que además pueden pagar sin problemas un libro o una suscripción, se empeñen en atajar y utilizar la vía de las descargas piratas. ¿Qué pensarían si sus empresas no les pagaran por su trabajo o de que otros se apoderasen de sus bienes, simplemente  porque es fácil acceder a los mismos y, para qué van a pagar?

Me centro. La obra escogida para la rentrée ha sido La Gaviota, una versión personal de Àlex Rigola, en el Teatro La Abadía. Y aquí me paro unos segundos porque admito que no he entendido el mensaje del director/autor de esta libre interpretación de la pieza de Chejov. Digamos que apenas he entendido nada. Mientras, he disfrutado, y mucho, de la escena  y de los actores. Todos brillantes. Les he sentido gozar del momento, aunque  también disimular, creo,  su incomodidad al actuar en una obra que interpela al público en varias ocasiones y en lugar de respuestas se encuentran con rostros tapados por bozales. Mientras les contemplaba actuar me preguntaba cómo sería hacerlo ante ese público; tan calladito y anónimo tras las multi versiones de mascarillas que nos amordazan.  Me espanta imaginar esa foto. Afortunadamente, desde la butaca solo ves las nucas del público y, que alivio, ese grupo de actores, jóvenes y profesionales, ellos sí, sin mascarilla.

Según explica el autor,  se trata de una performance en la que los actores hacen de si mismos al tiempo que asumen la personalidad, el pasado y el futuro de los protagonistas de La Gaviota. Confesaré que llegué al teatro sin estudiar, sin haberme preocupado por conocer  un poco antes dichos personajes. El resultado ha sido de total confusión, aún más cuando los actores mantienen sus propios nombres y en ningún momento usan los que propuso Chejov. El director les ha puesto a caminar sobre un filo muy estrecho y, en mi oponión, nada transparente para el espectador. Resultado: un bello ejercicio teatral del que, sin embargo, no he sido capaz de extraer mensaje alguno. Me pregunto si esta triste Gaviota merece el esfuerzo del director y aún más de los magníficos actores, atrapados en un escenario en el que, junto a su profesionalidad, arriesgan sus íntimas trayectorias vitales. Un complejo trayecto que en mi caso acaba, y ya lo siento, sin recompensa emocional.

La Gaviota, de Chejov, Teatro La Abadía. 15 de septiembre 2020

Dirección y adaptación: Álex Rigola

Reparto: Nao Albet, Pau Miró, Xavi Sáez, Mónica López, Irene Escolar, Roser Vilajosana

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Yo no quería, pero vuelvo con las cifras Covid (Extraídas de El País). 

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martes, 8 de septiembre de 2020

Duato, el bello

Los premios Max de las Artes Escénicas no tienen la repercusión de los premios Goya de la Academía de Cine. Ayer, a las 8 de la tarde, en La 2, su entrega se retrasmitía casi a escondidas,  como si, adrede, se intentara ocultar que el Teatro aún vive y merece ser premiado y destacado. Me pareció una Gala sobria y digna, donde los presentadores sabían su papel, como buenos actores. Me gustó y me hizo añorar aún más las salas de teatro que tanto me gustan; los ratos post-teatro, siempre tan nutritivos.

El premio de Honor lo recibió ayer Nacho Duato por su trayectoria profesional como bailarín y como coreógrafo. Duato evoca lo bello, por el arte al que se dedica, la danza, y también por su físico: ha sido y es guapo sin peros. Quizá por eso me gustó tanto el final de su breve discurso de agradecimiento. Sin duda estaba emocionado, satisfecho y contento de recibirlo; expresó su deseo de seguir activo muchos años más; recordó a sus maestros y a sus bailarines; dedicó un cariñoso y emotivo recuerdo a su maestra recién fallecida, admirado de que mantuviera su postura de bailarina y la expresión de sus ojos azules cuando apenas ya le quedaba vida. Y después, y eso es lo que me invita hoy a escribir estas letras, Nacho Duato se concentró para hablar de “la belleza”. Se dirigió a los jóvenes instagramers que llenan las redes de fotos huecas. Les dijo, más o menos,  “la belleza es mucho más que una imagen superficial, es algo profundo que hay que trabajar”.  Pues eso, sigamos trabajando, que no desaparezca, que crezca. La belleza.

Coplas

Husmeando en una plataforma de TV descubro,  muy bien valorada, una película de Basilio Martín Patino. Se llama Ojos verdes y resulta ser un pseudo documental protagonizado por el Marqués de Almodóvar, un viejo y noble diplomático, vividor  y apasionado por la copla. La película empieza con su esquela en el periódico y  narra su curiosa vida a través de sus allegados (todo inventado).

Atraída por el director, más que por el tema, contemplo de un tirón esta película que junto a vida del  marqués va recorriendo la historia de la canción española, bueno, de “esa” canción española: la copla. Martín Patino mezcla sin reparos ficción  -el marqués y sus conocidos (hermano, ama de llaves, ex amantes, diplomáticos)- y  hemeroteca -documentos, fotos y películas de los verdaderos protagonistas-. Aparece Imperio Argentina, incluida su aventura en la Alemania nazi (la que nos contaría Trueba en “La niña de mis ojos”) y  Manuel Molina, fantástico en una entrevista en la que rememora, con una gracia admirable, las penurias y humillaciones sufridas a manos de los falangistas. Están también Estrellita Castro, Mari Fe de Triana, Carmen Sevilla, Lola Flores y muchos más.

Maravillosa la ironía de Martín Patino, cuando a través de sus personajes inventados nos cuenta con tono inocente el gusto del Caudillo y su esposa por ciertas tonadillas que  ensalzaban los valores patrios. Divertida la aparición de Antón Reixa en un falso programa coloquio donde defiende la música de vanguardia, la movida,  y ridiculiza la copla. Aún más ocurrente la erudita réplica del marqués, ensalzando un género artístico a sus ojos universal. Tiernas resultan las intervenciones de un diplomático amigo del marqués quien recapitula y explica la pasión del personaje por el “artisteo”; su habilidad para emparejar artistas con intelectuales, políticos con empresarios de la noche o diplomacia con copas de Jerez y rasgueo de guitarras. Y emocionante la definición que hace uno de los personajes cuando afirma que cada  copla es  una historia completa y compleja, un drama casi siempre, interpretado valientemente por una sola persona, quien, sin escenografía, sin adornos ni efectos especiales, derrocha poderío vocal y expresión corporal para transmitir emociones a muchos grados de temperatura.

En la España de los años 40, 50 y hasta 60, cerrada a cal y canto a la cultura exterior, las coplas inundaban las ondas y acompañaban la sombría cotidianidad en blanco y negro. Los oyentes las cantaban también, porque las letras y las músicas de las coplas son pegadizas aún sin quererlo. Otra cosa es el contenido, especialmente rancio respecto a los géneros.  Los hombres eran casi siempre guapos, toreros, machos, marineros y dominantes, aunque también sufridores. Las mujeres eran situadas  en dos extremos; o eras beata o eras puta, hija, no había otra opción.  Y entre tanto, mucho dolor, mucho amor  y mucha traición.  En una sociedad censurada, dice el marqués de la película, la copla insinuaba y permitía soñar con lo prohibido. Puede que tenga razón, aunque  la interpretación literal de la mayoría de las letras no pasaría hoy ni un solo test para la igualdad de género.

El documental está lleno de populares canciones, muchas de cuyas letras  conozco, aún sin saberlo, de memoria. Mi madre cantaba mucho en casa; eso sí, metía sus morcillas y con ellas las he guardado en el fondo de mi memoria. Es curioso, me sé las letras pero pocas veces, o más bien ninguna, me he preocupado por entender las historias que narran. La copla me parecía del periodo carpetovetónico.  Ahora, a través de estos “Ojos verdes” he recordado a mi madre, la he escuchado cantando y al mismo tiempo he descubierto,  no sin sorpresa, otro significado de la canción española. Una experiencia inesperada y nutritiva.

Ojos verdes (1996) pertenece a una serie hecha para televisión de siete películas sobre Andalucía llamada "Andalucía, un siglo de fascinación".

jueves, 27 de agosto de 2020

Sin mascarilla y sin condón ¡con UN PAR!

Ante la inquietud y la incertidumbre de los recientes días, la mayoría de los ciudadanos nos hemos aferrado a las mascarillas. Son de uso obligatorio si bien para la mayoría también es una opción voluntaria. Al fin y al cabo, usarlas y frotarnos las manos con el gel hidroalcohólico son casi las únicas opciones, indoloras, que tenemos para protegernos de “los otros”. Lo de las reuniones masivas, el negacionismo, los botellones y el ocio nocturno, ni comentarlo.

El caso es que pasear por lugares despejados se ha convertido en un cansino quita y pon de mascarilla; con el calor y las cuestas acabas hiperventilando y con las gafas empañadas. Ayer observé más cuidado que otras veces entre los paseantes, más  esfuerzo por evitar pasar cerca  y, sobre todo, por llevar la mascarilla bien puesta cuando había cruces entre varios. Sorprendentemente ya no nos inquietan los rostros tapados. Recuerdo ¡apenas hace unos meses! la sensación de rechazo experimentada ante los orientales con mascarilla en los aeropuertos. Lo que da un poco de pena es ver a los mayores con el “disfraz” de enmascarados, perplejos,  sintiéndose vulnerables y extraños. Y casi aún más triste resultan las familias con bebes y pequeños que estrenan su vacilante caminar; ahora sus  adultos de referencia son unos gigantes sin rostro ¿les quedarán secuelas?

En este contexto, me siento con cierta aprensión en una mesa apartada de un quiosco veraniego a las afueras del pueblo. Un grupo de paisanos alborota en una esquina. Mediana edad, rurales, van por el tercer “cubata” y sus comentarios suben de tono. Mi cerebro se cortocircuita al escuchar cosas como “Y esa sobrina tuya ¿está libre? porque yo me la echaba…”; “¿para qué te la vas a echar, si tienes mujer?” Se ve que “echarse a una”  es algo que se elige por derecho, sin consultar, porque,  ¡mira tú!,  una mujer es una cosa que ni siente ni padece. Al rato llega una chica preguntando por un coche mal aparcado que molestaba la salida del suyo, y resulta que el coche era de uno de estos prendas quien, encima, era su primo. Mas bromas repugnantes del tipo “lo meto”, “te la meto” “estos meten, yo no meto” agggghhhh.

El final fue de traca, digo el final pues me largue escandalizada, allí se quedaron los mozos dándose la razón y riendo sus asquerosas gracias: el que llevaba la voz cantante, pues pagaba las rondas, exclama bien alto: “se lo he dicho a la María muy clarito, yo ni me pongo mascarilla, ni me pongo condón”. Se le olvidó decir que él cerebro tampoco se pone. A este tipo sí le quedaron secuelas, no sabemos de qué, pero ¡qué asco!

miércoles, 26 de agosto de 2020

Alarma ¿Otra vez?

A seis  meses de distancia (¡medio año de vidas!) las primeras semanas del estado de Alarma hoy se antojan hasta románticas. Todos en casa, calentitos, mirándonos estupefactos desde las pantallas de nuestros dispositivos; dispuestos a aguantar a toda costa, a salvarnos, a eludir a la parca; motivados para seguir con nuestro trabajo a distancia, disfrutar de nuestros hogares y nuestros compañeros de viaje, cocinar, ordenar, compartir, ejercitar nuestros cuerpos y nuestras mentes; con tiempo para la lectura, la música o el cine… no estuvo mal,  vale, pero un rato, no toda la vida. Conocimos entonces una ciudad silenciosa, la  que solo usaban los mensajeros, los sanitarios y los policías guardianes del “sitio”, esa ciudad que se alegraba con los aplausos -aquellos que empezaron fuertes y languidecieron por el cansancio de muchos  y el odio de unos pocos. Cuantos días, cuantas cosas. Muchos globos sonda, muchas ilusiones, demasiados adioses, pocos resultados.

Al final, en junio, como si saliéramos del toril, nos desparramamos sin apenas orden ni concierto, cuidando cada uno de sí mismo, con los corazones algo tristes. Pero qué importaban los detalles, las decepciones, las pérdidas o los desengaños, volvíamos a la “normalidad”, ahora llamada “nueva” éramos libres y teníamos muchas deudas que saldar, numerosos reencuentros a los que acudir.

Lo extraordinario fue que al salir, todo parecía estar igual que antes -para quienes no habíamos perdido a nadie, por supuesto. Quedabas con la familia o los amigos y tras los primeros instantes de desconcierto al tener que evitar el abrazo o el beso, las cosas eran “casi” como antes. La comunicación on line nos había mantenido más o menos al día, solo había que “seguir” y celebrar que estábamos vivos.  Quizá me hubiera gustado constatar o compartir algún cambio, nuevas perspectivas en las personas o en las relaciones; pero reconocí escasas ganas de rememorar o reflexionar sobre la pesadilla. En definitiva,  poco interés por el interior. En su lugar, el triunfo de una especie de consigna, del  tipo “corramos un tupido velo”, sobre nuestras vidas de encierro, para así  abalanzarnos con estruendo hacia la vida de antes, la de siempre. Reconozco por mi parte cierta resistencia respecto a esa vuelta, deseando, en su lugar, mantener  un poco más el estado “de reflexión” que  no de “alarma”, que nos brindó el confinamiento. Pero no es fácil oponerse a lo cotidiano: verano, amigos, terrazas, aire, espacio, charlas… han difuminado el horror, o sea, el Covid,  que seguía triunfando durante estas semanas veraniegas. Y hoy, a punto de estrenar septiembre (la vuelta al cole) los rumores y la certeza de que la pandemia continúa sobrevuelan nuestras siestas. ¿Lo vamos  a soportar? ¿Cómo?

Y otra  pregunta: ¿No hubiera sido más eficaz esforzarnos conjuntamente, todos,  para enfrentarnos con nuevas armas a la epidemia  en lugar de empeñarnos en volver a lo de siempre: fiestas, futbol, discos, playas, cervecitas…? Y he aquí más contradicciones,  caigo en la trampa. Otra vez la responsabilidad, la  culpa,  “sobre los ciudadanos” Aún no hemos olvidado que la crisis económica que todavía nos maltrata fue  porque los ciudadanos  habían querido comprar sus viviendas  y solicitado muchos créditos a los bancos, que por cierto,  los daban como churros.  Y ahora hemos querido vacacionar como si nada y la vemos vuelto a cagar. Se me ocurre que a lo mejor los que gobiernan podían haber gestionado un poco más, no digo siguiera mejor, digo más. Ayer retomé  una de mis rutinas confinamiento, clase de fitness en Youtube. Lo hice sin pensar que a lo mejor me estaba preparando ¿Otra vez?