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miércoles, 14 de octubre de 2020

Grace and Frankie y Jane Fonda

 

Me gusta Jane Fonda. Me gusta de Barbarella, de activista anti guerra de Vietnam, de reina del aerobic, de enamorada, de divorciada, de estupenda, de feminista, de mujer madura, activa, presumida e independiente.

Quizá por eso, por la complejidad del personaje real, llevaba tiempo sintiendo curiosidad por la aclamada serie Grace and Frankie. Dos mujeres maduras, que se caen fatal una a la otra,  descubren que sus respectivos maridos, socios,  se aman entre ellos y  han mantenido 20 años en secreto su atracción fatal. El primer capítulo de la serie se llama “El fin”, pues ahí acaban los primeros tramos de unas vidas convencionales para iniciar unas nuevas y muy diferentes trayectorias. Serán estupendas, y por fin verdaderas, para la nueva pareja, la de los maridos, pero sin duda mucho más  inciertas para las dos exesposas:  Grace y Frankie, engañadas, solas ahora y con más de 70 años, cada una.

La serie es una comedieta, poco más, pero me ha gustado como abordan temas que afectan fundamentalmente a las mujeres “mayores”; en ese periodo de la vida donde empiezan  a ser trasparentes, insignificantes y … viejas. Nada de lo que les sucede interesa en este mundo dominado por lo “joven”, concepto revalorizado en los años 60, curiosamente, por las generaciones que ahora empiezan a descubrir con horror cómo funciona un andador o un sonotone.

Grace,  o Jane Fonda (la mujer más coqueta del mundo, empresaria, madre poco ejemplar, borde en general, casi anoréxica, rigurosa, inteligente, sensible) y Frankie, o Lily Tomlin (hippie, vegana, activista, artista, cabezota, distraída, bien intencionada y muy alocada) llevan a la pantalla diálogos trepidantes sobre temas tabú, derivados de la  acumulación de años en el DNI: hablan de inseguridad, soledad, sequedad vaginal, consoladores, hijos no perfectos, celos, maternidades poco ejemplares, vanidades, artrosis, el qué dirán,  espaldas sobrecargadas, problemas  económicos, deseo sexual,  pastillas,  residencias de ancianos, sueños incumplidos, afectos, arrepentimientos, verdades, mentiras … y mucho más.

Lo mejor es el humor que las protagonistas gastan para reírse de sí mismas. Seguro que no ha sido fácil convencer a Jane Fonda para que muestre sus flaquezas en pantalla. Los directores de la serie no han logrado que aparezca sin maquillaje pero sí que se quite  las pestañas postizas y acepte sus achaques agarrando un bastón cuando es (en la ficción)  operada de su artrítica rodilla. A veces, aunque lo disimula, se la ve renqueante, pero es de verdad, los años no perdonan ni a Barbarella. Lo mejor es que se sobrepone, no se rinde aunque se lo pida el cuerpo e  incluso tenga que adaptarse para asumir situaciones que, aderezadas con las extravagancias de Frankie, nunca hubiera tolerado en su vida anterior; la  de mujer joven, guapa, independiente y casada. La que ya no es. Toda una lección de flexibilidad y no precisamente corporal. 

Mientras,  veo un divertido video en el que Jane Fonda se enfunda de nuevo sus  mallas ochenteras y pide a los estadounidenses que se inscriban en el censo y voten en las inmimentes elecciones. ¡Bárbara Barbarella!



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