Aquí van pensamientos, reflexiones, ideas sugeridas por el mundo que me rodea .... para compartir [LauraCA]



miércoles, 20 de enero de 2021

USA. Sentimientos contradictorios.

Admiración. Rechazo. Envidia. Estupefacción. Incomodidad. Estupor. Desprecio. Desdeño. Ejemplo. Violencia. Armas. Solidaridad. Bienestar. Vanguardia. Desigualdad. Racismo. Ley. Orden. Mafias. Diplomacia. Impeachment. Imperialismo. Occidente….

Hoy, 20 de enero de 2021, a punto de comenzar la ceremonia de investidura del presidente Joe Biden son numerosos  los sustantivos (por no contar verbos, adjetivos y adverbios) que brotan en mi cabeza al pensar en Estados Unidos.  Entre ellos,  varios conllevan  apreciaciones positivas. No en vano los estadounidenses redactaron con su independencia  una constitución que incluía la Carta de Derechos, piedra angular de los derechos humanos. Establecieron las formas (al menos las formas)  de su democracia, articulando salvaguardas para mantenerla a flote a pesar de los numerosos peligros (ahora también ”trumpistas”) que la acechan desde sus inicios. En ello pensaba al contemplar perpleja el reciente asalto Congreso, perpetrado por una masa de “extraños” ciudadanos;  mientras, cruzaba los dedos y confiaba en que  los americanos no permitieran el ultraje de los más  preciados símbolos de su país, ese que sin pensar en sus vecinos llaman América. Porque hay que reconocerlo, no muchos países pueden contabilizar 46 ininterrumpidas ceremonias de investidura  de sus presidentes, presidentes elegidos en las urnas.  

Aunque no tiene nada que ver, pienso en los protocolos americanos en contraste con la reciente polémica provocada por el gobierno de la Generalitat catalana al intentar postponer la celebración de elecciones programadas para febrero. En Estados Unidos, las campañas electorales, las primarias, las elecciones, los nombramientos, los juramentos… están marcados por un calendario apenas inalterable. Se asume y se respeta, para dejar claro que son las instituciones y las leyes fundamentales las que mandan y no los intereses personales, partidistas  o circunstanciales los que marcan el ritmo político. Ya sabemos que las formas son mera fachada, pero a veces hacen falta estas fachadas para que el edificio entero no se derrumbe. Hablo de respeto. 

Se me ocurren estas cosas en espera de una ceremonia de investidura inédita, sin apenas invitados a causa de la pandemia y en aras de la seguridad.  Porque las armas y la violencia son la otra cara de la moneda, la  fea, de este gran país. Más de 25.000 agentes  han sido apostados en torno al Congreso y establecido numerosas restricciones en los accesos, incluido un muro de 2 metros de altura en torno a la Casablanca y el Congreso. Casi nada. Los ciudadanos cada vez más lejos de sus representantes...

Quien se lo va a perder, y esto sí que se sale de la norma,  es el ya expresidente Donald Trump,  que acaba de abandonar la Casablanca en helicóptero. Escucho en la radio sus palabras de despedida,  en las que evita nombrar a su sucesor.  Dice que se va contento, que en estos “increíbles” cuatro años ha hecho todo lo que vino a hacer, incluso  más…

¡Qué raro! Trump amasó su fortuna con la construcción, sin embargo, durante su  presidencia se le ha dado mucho mejor destruir, a golpe de tweet.


lunes, 11 de enero de 2021

2021 ¡empezamos bien!

La primera vez que conocí la nieve en Madrid (casi como el coronel Aureliano Buendía, cuando le llevaron a ver el hielo) tendría 5 o 6 años y absolutamente ningún equipamiento para “exteriores nevados”. Pero la atracción de los niños de la Península Ibérica hacia el blanco manto era, y sigue siéndolo,  irrefrenable; de modo que, en aquel día sin cole, por supuesto, allá que nos fuimos, mi hermana y yo, directas a la calle, con nuestros leotardos, nuestros horribles gorritos de “verdugo” (anda que el nombrecito) y unos guantecillos de lana. Todo se mojó al instante, igual que nuestros pies y nuestras manos. La excursión apenas duraría un rato, no hicimos ni un muñeco y volvimos a casa, sin entender bien qué nos había pasado, pero llorando de frío. Y lo lloramos aún más cuando nuestras enrojecidas manitas empezaron a entrar en calor y la sangre a recuperar la circulación ¡qué dolor! No he podido olvidarlo y creo que no lo he vuelto a sentir de aquella manera tan intensa y tan por sorpresa. Después, por la tarde, llegó mi padre a casa. Traía en las manos un enorme bloque de nieve helada. Según entró nos dijo, “hoy cenamos nieve frita” y entre nuestros saltos de alegría preparó una sartén. Mi expectación fue casi tan grande como mi enorme decepción; no es difícil imaginar el agua sucia en que se convirtió la mágica nieve en apenas unos minutos. 

Este es mi primer y entrañable recuerdo de la nieve. Hoy lo recupero mientras disfruto y sufro la insólita experiencia que ha traído la gran nevada del siglo caída sobre Madrid. Habían avisado, es cierto, pero quién lo iba a creer ¿50cm? ¿en Madrid capital? No era posible. Pero lo fue. El jueves caminamos por el Retiro, nevaba suave, sin ventisca, con frío. La nieve llegó, adornó maravillosamente los árboles, pero no colapsó la ciudad. El viernes la cosa se complicaba, pero aún nos entusiasmaba el espectáculo. Por la tarde llegaban las llamadas a la prudencia. Desde nuestro coche vimos otros que empezaban a derrapar y decidimos volver a casa. Hicimos muy bien, en cuestión de una hora empezaría el caos: coches abandonados en la M-30 y en cada cuesta arriba, ramas de árboles caídas, frío, túneles cerrados, gente atrapada en sus vehículos. El sábado, subidón ciudadano, los niños y los mayores a la calle, a tirarnos bolas, a construir muñecos, a sacar esquíes, trineos y toda la parafernalia acumulada en los trasteros. La ciudad casi en silencio, sin coches, transpirando la alegría que producen los momentos excepcionales en los que derrotamos a lo cotidiano.  El domingo, ya sin precipitaciones, comenzamos a apreciar la dimensión de lo acontecido: sin autobuses, el transporte ferroviario detenido, hospitales inaccesibles, vuelos cancelados, escasez de abastecimientos, goteras, tejados hundidos, cañerías rotas, coches sepultados bajo las ramas de los árboles resquebrajados, comercios y restaurantes, teatros y cines, todo cerrado. Solo funciona el metro, quitanieves insuficientes que no dan abasto y palas “particulares” de buenos vecinos que hacen pasillos a la salida de los portales y vacían terrazas, rampas de garajes y entradas a las tiendas. La solidaridad ha recaído en algunos conductores de 4x4 que se han ofrecido a llevar a los enfermos a los hospitales, también bloqueados sus accesos y con las ambulancias “varadas” en las cuestas heladas… Inolvidables días de enero 2021, como aquella nieve frita.





miércoles, 30 de diciembre de 2020

Terminando y repasando

Fin de año. Hay unanimidad en el deseo de acabar de una vez este 2020 ¡Qué le den!  nos decimos. Y a pesar de las ganas, ¿nos atreveremos a brindar en nochevieja? Siento vértigo al recordar la inocencia con la que en su día recibimos este 2020 que tantos desastres, sinsabores, frustraciones y pérdidas ha traído.

Echar la culpa al año, al número, es, si lo piensas, más bien estúpido. La suerte o, más bien, los hechos, no van a cambiar de rumbo sólo por atravesar la línea ficticia del calendario. Si buscamos responsabilidades, quizá mejor buscar entre nosotros, los habitantes de este planeta.

Lo cierto es que el almanaque siempre manda, de alguna manera nos ajusta y nos ordena. Y ahora llega, ¡por fin!, el fin, real o artificial, del 2020 y nos invita a la recapitulación de este cuatrimestre que a la vuelta del verano iniciábamos asustados y muy disgustados, perezosos de afrontar la segunda ola de esta pandemia que no hay forma de despistar. Porque es ella la que aprovecha nuestros despistes para insistir en golpearnos y, queramos o no, atrincherarnos.

El hecho es que en estos meses los niños han ido al colegio y han pasado más frío que en la posguerra, quietecitos, sin tocarse, con mascarillas, en aulas abiertas, y no precisamente al librepensamiento, sino a los vientos e inclemencias atmosféricas. Y milagrosamente han resistido. No se habla, o al menos no se cuentan demasiados contagios de Covid entre escolares.

Las ventanas abiertas han acaparado titulares este otoño. Han sido protagonistas  en los gimnasios, los restaurantes, las tiendas, los hogares y las oficinas. También en mis clases de yoga y pilates. Si he llegado a diciembre sin resfriarme, estamos ante otro milagro ¡Vaya frío he pasado mientras intentába estirarme y respirar hondo!

Madrid semivacío es otro destacado. Con sentimientos agridulces hemos disfrutado de una ciudad sin aglomeraciones, sin atascos y sin reservas anticipadas. El confinamiento “de aquella manera” articulado en la Comunidad de Madrid nos ha permitido visitas casi privadas a varios museos. Inolvidables aquel maravilloso Reencuentro en El Prado, la visita otoñal a la casa del exuberante Sorolla y una cita en la intimidad con el Guernica en el Reina Sofía. También tuvimos gratas sorpresas al descubrir las pinturas de Anna-Eva Bergman o las fotografías recopiladas en torno a la vida de Pérez Galdós en Madrid la (Academia de San Fernando).

Y hemos ido al teatro. Con mascarilla y con prudencia.  Había muchas ganas de apoyar el arte en directo. Lamentablemente, los espectadores no hemos podido salvar el Teatro Pavón Kamikaze que tuvo que anunciar su cierre. Pero si hemos gozado con El enfermo imaginario gracias al genial Flotats, que nos arrancó sinceras sonrisas haciéndonos entender lo que es “puro teatro”, sin postureo, sin doble sentido, teatro. Nos gustó menos la fría y personal versión de La gaviota de Chejov, que vimos en Teatro La Abadía, pero nos asombramos con la vertiginosa versión de la obra Fariña. También asistimos a Las Criadas, de Jean Genet, una obra compleja, puro drama y reto para Alicia Borrachero y Ana Torrent. Me gustó menos su compañero Jorge Calvo, que haciendo de “la señora” lo tenía difícil. Reconozco que no me acaba de conquistar el juego teatral en el que las mujeres hacen papeles masculinos y hombres se visten de mujeres. Los hombres (de mujeres) resultan poco creíbles y las mujeres (de hombres) tienen que forzar la voz, subirse en zancos o henchir el pecho…

Aunque reconozco un buen libreto y mejor actuación de Alberto San Juan y Guillermo Toledo, poca huella dejó en mi memoria El último de la fila de Juan Mayorga. No me gustó la obra Galdós: sombra y realidad. Dedicada al escritor y “sus mujeres” (reales y literarias) resultó un aburrimiento, y no por los actores, que estaban impecables, sino más bien por un texto construido en fragmentos desvaídos y tristones, apenas entrelazados por la presencia del personaje estereotipado que representaba a Galdós.

Curiosa fue la experiencia en el teatro La Abadía. Durante la función "Los que hablan", magníficamente interpretada por Malena Alterio y Luis Bermejo, dos chicas sentadas detrás no pararon de reir, les bastaba con que los actores entraran en el escenanario para estallar en carcajadas ¿?. Según ellas comentaron al final de la representación "ver a Luis Bermejo y no reirte es como si Chaplin no te hace gracia". La verdad es que a mí me arruinaron la función, que era un texto inteligente, dramático, con su buena dosis de sarcasmo y de gracia, pero creo yo que no para esas risotadas,  "a lo tonto", como dijo otro espectador irritado que les llamó la atención. Igual que es que ya hemos perdido hasta el sentido del humor... Lo  bueno es que algo quedó de la obra, que subraya la estupidez de las conversaciones ligeras y la incapacidad de comunicar los verdaderos sentimientos. Ahora me da por analizar ciertas conversaciones...

Y hemos seguido series en televisión: la inglesa Endeavour, con todos esos crímenes que sucedían en el Oxford de los años 60 (parece mentira, tanto malo entre gente tan bien educada); o la crudísima Secretos de un matrimonio (Bergman), el mano a mano de una pareja que se quiere y se destroza. Y la sorpresa de Antidisturbios, acción, realidad y ficción en nuestras calles, muy buena.

También cine en casa con homenajes a Sean Connery, John Le Carré, más Bergman, algún que otro rollete de arte y ensayo…jajaja.

Y ya metidos casi en Navidad nos regalamos un Mesias de Haendel en el Auditorio Nacional. Es desde hace años la música con la que despertamos el día 25 de diciembre y ha sido un verdadero gustazo escucharla en directo. (Entre paréntesis y por lo bajo añadiré que fue un poco estrambótica la experiencia de escuchar un coro magnífico separado de la orquesta con metacrilatos y todo el tiempo con mascarilla. Los pobres solistas se la quitaban cuando les tocaba su turno. El resto, la orquesta y el director, también enmascarados... ¡vivir para ver!) 

El colofón: MacbethEl último montaje de Gerardo Vera, fallecido por Covid el pasado mes de septiembre y llevado al Teatro María Guerrero por el director Alberto Sanzol.  Ha sido casualidad, pero no podía escoger nada mejor para cerrar este año de crónicas Covid que este gran drama de Shakespeare. Porque lo tiene casi todo, miserias y virtudes sabia y fatalmente entrelazadas: envidia, ambición, traición, celos, muerte, miedo, venganza, mentira, crimen, castigo... pero también nobleza, fidelidad, inocencia, arrepentimiento, ilusión, fuerza y un poco de amor. Un montaje valiente y potente, que hace añorar aún más los espectáculos “no representados” en estos meses de aislamiento. Pero nos quedaremos con la tremenda actuación de Carlos Hipólito, un Macbeth sin fisuras que asume hasta el final su dolorosa metamorfosis hacia el lado oscuro. Muchos, muchos aplausos para ese gran actor.

Y aquí lo dejo, feliz de seguir y con ganas de más. En 2021, sin covid, espero.

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Covid en el mundo.  29 de diciembre 2020. Fuente:  EL PAIS

Datos actualizados a 29 de diciembre (18.30 hora peninsular española)
DiagnosticadosMuertos
Mundo82.127.6931.793.686
EE UU19.520.502338.742
India10.244.852148.439
Brasil7.563.551192.681
Rusia3.100.01855.692
Francia2.631.17564.204
Europa25.547.337556.990
España*1.893.50250.442


viernes, 11 de diciembre de 2020

Arrozaco!

Mi amigo Carlos falleció hace unos días tras casi un año de lucha desigual contra el cáncer.

Diciembre 2019. Ya con ambiente de villancicos quedamos a comer Rosa, Carlos y yo. Lo hacíamos los tres una o dos veces al año, fuera del entorno de la oficina, para no dejar marchitar una amistad iniciada hace más de 30 años cuando, aún veinteañeros, nos convertimos en compañeros de trabajo. Porque en la vida pasan tantas cosas que a veces nos distraemos, nos descuidamos y sin querer, o sin pensar, nos alejamos de las personas que apreciamos.

El grupo de WhatsApp para quedar a comer lo creo Carlos, lo llamó Arrozaco!. Hoy lo miro en mi teléfono, dudo si debo borrarlo y sonrío pensando como una sola palabra evoca, de pronto, tantas cosas. El día del arrozaco Carlos no estaba bien, no disfrutó la comida, supongo que algo malo ya le rondaba. Ni él ni nosotras imaginamos que esa sería la última de nuestras comidas. Ni siquiera hablamos del Covid, que ya asustaba en China. Pero “arrozaco”  me recuerda, sobre todo,  el gran sentido del humor de Carlos, su amor por la buena mesa, su rica y bien aliñada conversación. Tantas cosas. También me hace añorar la alegría de nuestra juventud en plena transición cuando todo era “a estrenar”: el trabajo, las amistades, los amores, la democracia, la vida en pleno.

Me he reído mucho con Carlos, la primera persona que conocí al llegar a la oficina  y con quien compartí despacho algunos años. Uno de aquellos momentos hilarantes hoy sería impensable ¡cómo cambian los tiempos! Carlos trajo una cinta de radiocasette con chistes de Gila que contenía sus famosas llamadas telefónicas, verdaderos monumentos del absurdo. Una tarde, cada vez que teníamos una llamada interna, cogíamos el teléfono y en lugar de hablar, contestábamos con la cinta de Gila… "dígame" ... una tontería que nos hizo reír como niños.

También recuerdo infinitas sobremesas y también amistosas discusiones. Carlos se apasionaba cuando descubría una buena película, una canción, una receta o un restaurante. También cuando en sus viajes como periodista hablaba con tipos interesantes. En la descripción de sus “enamoramientos” había  siempre un toque original y era un placer asomarse con él a esos descubrimientos. Como aquella vez, cuando entrevistó a un profesor de física cuántica y se pasó una semana intentando explicarnos no sé qué de la transformación de la materia o los desplazamientos de los cuerpos y un gato en una caja que se teletransportaba.... O cuando se iniciaba en el mundo del video y rodaba un simulacro de documental sobre la iniciación a la exportación que durante mucho tiempo sería una herramienta “de culto” en la formación para la internacionalización.  ¡Cómo se lo pasó con aquellos actores haciendo de empresarios!

Ahora me viene a la memoria que fue con Carlos con quien asistí por primera vez a una corrida de toros. Fue en Las Ventas. Él era aficionado, pues había sido cronista taurino, yo tan solo tenía curiosidad. Me explicó el rito y me encantó ver el espectáculo con un "entendido". No me aficioné, pero ahí quedó aquella tarde en el ruedo. 

Son solo  pequeñas anécdotas que ahora afloran entre mis recuerdos de Carlos. Sin embargo, una vida es mucho más. Y es tremendo, porque cuando alguien querido se va, la vida sigue, implacable, y entonces, los que quedamos, caemos en la cuenta de que, sin darnos cuenta, mientras estábamos distraídos, viviendo, nos hemos dejado preguntas por hacer, cosas que compartir o decir ¡Qué mal calculamos!

Descansa en paz Carlos T.

martes, 17 de noviembre de 2020

Cambalache (el tango)

 

Si allá en siglo XX,  siendo una joven ingenua e idealista,  hubiera podido yo asomarme al año 2020 por una rendija creo que me hubiera desmayado o, sencillamente,  hubiera asegurado, convencida, que aquello era pura ficción:

  • Una pandemia global causada por un virus capaz de seleccionar a sus víctimas (matando, hiriendo o tan solo rozando)
  • Un rey emérito (en España tenemos dos, mira que lujo) a la fuga, dejando un rastro de amantes, tarjetas black, testaferros, mentiras y millones de euros
  • Un partido de ultraderecha llamado dispuesto a resucitar los ecos de nuestra triste guerra civil y a utilizarla en post de una España auténtica y genuina (solo suya) dispuestos también, sus líderes, a inventar enemigos y a negar el agua a cualquiera que no sea “español” (de los suyos)
  • Un entramado de corrupción protagonizado por policías, jueces, partidos políticos e individuos oportunistas capaces de todo, arrastrando hasta su fango a una sociedad estupefacta y atontada. Gürtel, Kitchen, Lezo…¡qué nombres tan inspirados para nombrar estas basuras!
  • Más de un nacionalismo extremo, paleto, destructivo, egoísta y trasnochado, chantajeando a diestro y siniestro en aras de su libertad ¡Algunos ya  quisieran disfrutar del bienestar que  ellos ya tienen pero dicen necesitar!
  • Unos jóvenes nacidos “digitales” con pulgares hiper desarrollados y una cultura muy poco asentada
  • Unas potencias mundiales desfasadas y a la vez desalmadas, moviendo sus hilos sin disparar cañones pero intoxicando nuestras vidas de fakes y payasadas
  • Un presidente de EE.UU que parece un muñeco, enarbola una mujer de plástico y nos manda a la mierda a golpe de Twitter desde su butaca. Nos queda el consuelo de no va a repetir, uffff
  • Un planeta agotado, que amamos más cada día pero que todos -unos mucho, otros un poco menos- destruimos mientras miramos hacia otro lado.
  • Una igualdad cada día más desigual
  • Un religión islamista  soportada por la ortodoxia asesina. ¿dónde pone que matar infieles es un acto heroico  y conlleva la gloria? 
  • Millones de personas intentando desplazarse, huyendo de guerras, de sequías, miserias e injusticias

Y mucho más

Me ha salido larga la lista y eso que está incompleta. Estoy crecidita, está claro. También está bien claro que el  2020 es una de esas fechas que cambian el mundo, que no olvidaremos jamás quienes la estamos viviendo ni dejarán de aprenderla quienes vengan detrás, con y sin mascarilla. Me inquieta la certeza de saberme testigo directo de uno de esos momentos de inflexión que sacuden la historia. Y aún más no saber, aún,  donde nos llevará.

Y aquí sugiero una escucha reposada del tango. "Aplica", aunque habla desde el siglo XX….

https://www.youtube.com/watch?v=T0kTiKCC3UI

viernes, 23 de octubre de 2020

Toca toque de queda


La excepcional situación que vivimos convierte cada una de nuestras actividades en casi un milagro. La semana pasada batí mis récords: fui al gimnasio, a comer a un restaurante, al teatro y a un museo. Disfruté, como si fuera la última vez, cada uno de esos momentos que parecen “casi normales”, pero que no lo son en absoluto. Las mascarillas, el distanciamiento o los inevitables recelos ante las respiraciones ajenas, los convierten en desventuradas excepciones.

Ayer, regresaba tarde a casa de una clase de yoga a la que tan solo asistimos dos personas y me invadió la tristeza. A pesar de intentar el regreso a las rutinas, de hacer de tripas corazón, las cosas no marchan ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esta situación? ¿Cómo hemos aceptado que incluso podemos morir si nos descuidamos? 

No he vuelto a leer las crónicas que escribí allá por los meses de marzo, abril, mayo, junio… y que tanto me ayudaron a mantener la cordura “en confinamiento”,  pero si recuerdo cierta ilusión, cierta complicidad social ante un fenómeno insólito que pensábamos, inocentes nosotros, podría convertirse en un primer paso para contrarrestar los ridículos enfrentamientos políticos que ya entonces  tan hartitos nos tenían.

Siete meses más tarde han desaparecido las bromas, los memes, los aplausos, diría que hasta la solidaridad, para dejar aflorar, sin trabas, la inoperancia, la torpeza y la manipulación de los políticos y sus asesores. Y, sorprendentemente, siguen apareciendo vocablos que pasan de obsoletos a frecuentes, de extraordinarios a cotidianos. Esta semana toca toque de queda. Toca el modo cenicienta, vida hasta la medianoche. Mientras esto escribo ya habrá grupos quedando a las 12:05h, porque  a no pocos les ponen las fiestas clandestinas, sin mascarilla, sin gel hidroalcohólico… todo en aras de la libertad ¿De expresión? No, idiotas, libertad diseñada a la medida de algunos tarados.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Grace and Frankie y Jane Fonda

 

Me gusta Jane Fonda. Me gusta de Barbarella, de activista anti guerra de Vietnam, de reina del aerobic, de enamorada, de divorciada, de estupenda, de feminista, de mujer madura, activa, presumida e independiente.

Quizá por eso, por la complejidad del personaje real, llevaba tiempo sintiendo curiosidad por la aclamada serie Grace and Frankie. Dos mujeres maduras, que se caen fatal una a la otra,  descubren que sus respectivos maridos, socios,  se aman entre ellos y  han mantenido 20 años en secreto su atracción fatal. El primer capítulo de la serie se llama “El fin”, pues ahí acaban los primeros tramos de unas vidas convencionales para iniciar unas nuevas y muy diferentes trayectorias. Serán estupendas, y por fin verdaderas, para la nueva pareja, la de los maridos, pero sin duda mucho más  inciertas para las dos exesposas:  Grace y Frankie, engañadas, solas ahora y con más de 70 años, cada una.

La serie es una comedieta, poco más, pero me ha gustado como abordan temas que afectan fundamentalmente a las mujeres “mayores”; en ese periodo de la vida donde empiezan  a ser trasparentes, insignificantes y … viejas. Nada de lo que les sucede interesa en este mundo dominado por lo “joven”, concepto revalorizado en los años 60, curiosamente, por las generaciones que ahora empiezan a descubrir con horror cómo funciona un andador o un sonotone.

Grace,  o Jane Fonda (la mujer más coqueta del mundo, empresaria, madre poco ejemplar, borde en general, casi anoréxica, rigurosa, inteligente, sensible) y Frankie, o Lily Tomlin (hippie, vegana, activista, artista, cabezota, distraída, bien intencionada y muy alocada) llevan a la pantalla diálogos trepidantes sobre temas tabú, derivados de la  acumulación de años en el DNI: hablan de inseguridad, soledad, sequedad vaginal, consoladores, hijos no perfectos, celos, maternidades poco ejemplares, vanidades, artrosis, el qué dirán,  espaldas sobrecargadas, problemas  económicos, deseo sexual,  pastillas,  residencias de ancianos, sueños incumplidos, afectos, arrepentimientos, verdades, mentiras … y mucho más.

Lo mejor es el humor que las protagonistas gastan para reírse de sí mismas. Seguro que no ha sido fácil convencer a Jane Fonda para que muestre sus flaquezas en pantalla. Los directores de la serie no han logrado que aparezca sin maquillaje pero sí que se quite  las pestañas postizas y acepte sus achaques agarrando un bastón cuando es (en la ficción)  operada de su artrítica rodilla. A veces, aunque lo disimula, se la ve renqueante, pero es de verdad, los años no perdonan ni a Barbarella. Lo mejor es que se sobrepone, no se rinde aunque se lo pida el cuerpo e  incluso tenga que adaptarse para asumir situaciones que, aderezadas con las extravagancias de Frankie, nunca hubiera tolerado en su vida anterior; la  de mujer joven, guapa, independiente y casada. La que ya no es. Toda una lección de flexibilidad y no precisamente corporal. 

Mientras,  veo un divertido video en el que Jane Fonda se enfunda de nuevo sus  mallas ochenteras y pide a los estadounidenses que se inscriban en el censo y voten en las inmimentes elecciones. ¡Bárbara Barbarella!



!

viernes, 9 de octubre de 2020

FARIÑA y una bella costa escarpada

 

Casi me asfixio ayer en el teatro Matadero con la super mascarilla KNP5 que ahora utilizo en los espacios cerrados, pero mereció la pena. La versión teatral de FARIÑA, la novela de Nacho Carretero, son casi dos horas trepidantes que nos llevan a sobrevolar Galicia desde los años ochenta hasta la actualidad.

Dudaba si sería posible condensar en un escenario los numerosos personajes y aristas del entramado tejido, en los años ochenta, por el contrabando gallego y descubro que empezar la función preguntando a los espectadores si conocen  la longitud  de la costa de Galicia, y finalizarla escuchando a esos mismos espectadores recordar dicha cifra, es todo un acierto. Son precisamente esos 1.495km de accidentada costa los que en cierto modo explican aquello que sucedió, y continúa sucediendo. Porque esa bella costa es testigo de TODO en Galicia: la vida, los naufragios, la basura, el tabaco,  las drogas, el dinero, la violencia, la extorsión y, como no,  la muerte.

Cuando hace unos meses veía la serie FARIÑA en televisión acababa cada capítulo con la misma perplejidad “pero si esto no es una serie americana, esto es verdad y sucedió aquí al lado y estaba sucediendo mientras otros fumaban,  esnifaban o se destrozaban la venas sin dedicar ni un segundo a preguntarse cómo llegaban las drogas o  quien manejaba los hilos del hampa”.  Cabalmente consciente de mi presente en los años iniciales en los que transcurren los hechos  narrados en  FARIÑA, reconozco ahora que apenas me enteré de nada. Solo ciertas noticias, las persecuciones de las lanchas, alguna detención, los jueces, los muchachos enganchados que aparecían en alguna película de la época... Pero Galicia estaba lejos y, no sé, no le dimos demasiada importancia. El contrabando era algo asumido como una herencia de la guerra y la postguerra, se hacía para sobrevivir ¡y qué rico sabía el tabaco rubio americano!
Lo que no entendimos, ni atendimos, fue el hecho de que con el contrabando llegó el dinero negro, los sobornos, las mordidas, la corrupción, poco después la cocaína, la heroína, el derroche, el absurdo con boina, las almas en pena, los enganchados, las familias rotas, la delincuencia, la extorsión, la incapacidad del sistema, la justicia y la policía, a la vez corruptos e  impotentes, vencidos.
Fue la heroicidad y la desesperación de un grupo de mujeres honestas y, sobre todo, madres, las que hicieron saltar la banca en aquella espiral de corrupción y, por qué no decirlo, chabacanadas. Porque los nuevos ricos de la droga estaban  tan perplejos de su buena suerte, con tantos billetes rebosando sus bolsillos que no sabían ni qué hacer con ellos, aparte de las clásicas juergas con whisky, putas, coches o pazos. La inundación de millones les impedía sentirse siquiera un poco culpables. Eran empresarios, movían mercancías, les pagaban muy bien y su riqueza llegaba a muchos rincones, rezumaba hasta en los bolsillos más humildes, honestos y lejanos.  ¿Sabían los jóvenes del equipo de futbol local que sus camisetas las pagaba un señor que por la noche organizaba la descarga de toneladas de polvo blanco disfrazado de fruta tropical? ¿Sospecharon siquiera que algún día ese polvo blanco los mataría?
En junio de 1990 el despliegue mediático y de recursos de la operación Nécora, (encabezada por el juez Garzón, representado en FARIÑA y, casualmente,  espectador en el teatro ayer noche)  la convirtió en la primera causa que en España logró unir fuerzas en la lucha legal contra el narcotráfico. Hubo cientos de detenidos, acusados, juicio y condenas de cárcel. ¡Bien!
Pero mal: 30 años después, la costa de Galicia sigue teniendo 1.495km de longitud y continúa figurando como bello testigo de muchas cosas, cada noche. Mientras, los capos de ahora ya no se exhiben en ferraris, son discretísimos y van sin boina,  pero se ríen de todo y de todos, y  brindan, seguros, en lejanos  paraísos tropicales, perdón, fiscales.

Datos actualizados a 8 de octubre (18.30 hora peninsular española)
DiagnosticadosMuertos
Mundo36.527.3411.062.075
EE UU7.607.250212.784
Europa6.097.719238.007
España*848.32432.688

martes, 6 de octubre de 2020

Confesión y Punto Limpio

En mi hogar han pasado muchas cosas y muchos obreros especializados este verano. Casi todo su contenido se ha movido de sitio dejando paso a pintores, fontaneros, soladores o electricistas. Cuando por fin se marcharon, casi ninguno de los objetos removidos era el mismo. Una nueva mirada, una limpieza a fondo o una luz diferente han descubierto defectos y, sobre todo, evidenciado mucha inutilidad. ¿Cómo es posible que  lleguemos a acumular tantos enseres y que, al mismo tiempo, no los utilicemos, ni siguiera los miremos en muchos años? Un día alguien te regala una caja de caramelos o compras una postal, los dejas en un estante… y ahí viven sin ser molestados, ni mirados siquiera, durante días, semanas, años y hasta décadas. De pronto, cuando llega la catarsis de una reforma, van y despiertan de su letargo; solo entonces los miramos, los sopesamos y … los arrojamos a la basura.

En octubre, en Madrid, en esta renovada e ingrata fase de, “quédate en casa”, (por narices o porque los responsables no tienen ni idea de cómo sacarnos de ésta), compruebo que el Punto Limpio del ayuntamiento está siendo objeto de largas peregrinaciones de ciudadanos. Los encargados de mantener el orden del lugar parecen agotados, todo el santo día repitiendo: “pónganse a la derecha”, “los metales por aquí”, “no señor, los electrodomésticos no van con la madera”, “la ropa es en aquel contenedor, pero está lleno hace días”, etc.

Mientras espero turno para depositar mis ya inútiles cacharros, deduzco que al estar más tiempo en casa, reparar, ordenar y cambiar son algunos de los verbos que en estas circunstancias  nos ayudan a defendernos del tedio, la resignación y la inquietud que nos provoca pensar en un futuro que empieza a no gustarnos nada.

Y observando la transformación en los rostros de mis vecinos al terminar su misión de limpieza, rostros que pasan del hastío al alivio con la misma velocidad con la que los sobrantes urbanos se estrellan al fondo de los contenedores,  pienso que aunque no creamos (en Dios), la educación católica recibida en estas latitudes persiste en nuestros fondos de armario y aflora en cualquier descuido. Y así, la visita al Punto Limpio se me antoja casi como una experiencia religiosa, como la sensación de desahogo de quien se confiesa: dejando sus pecados en los oídos del cura y marchándose, ligero como una pluma, igual que nuestros coches, ya de vuelta a casa vaciados de basura. Como el pecador redimido, que no se preguntará más por sus faltas, así huimos  nosotros del Punto Limpio: sin bultos, sin peso, sin saber, ni querer saber, a dónde irán a parar tantas televisiones, teclados, cables, sillas, carritos de bebés, lámparas, tablas de planchar, plantas resecas, uniformes de colegio, zapatillas viejas….. ¿habrá sitio en el planeta para tanta mierda?

Datos actualizados a 5 de octubre (18.30 hora peninsular española)

Diagnosticados

Muertos

Mundo

35.276.159

1.038.446

Europa

5.759.866

234.565

España*

813.412

32.225

* El dato de España sólo incluye los confirmados por PCR. Los datos de infectados son cifras acumuladas e incluyen a las personas curadas.

Fuente: ElPaís, 6 de octubre 2020

viernes, 25 de septiembre de 2020

El fin del mundo, spinning y Mecano

Hace apenas un mes la sombra del retorno de la alarma ante la renovada expansión de la infecciones de coronavirus empezaba a sobrevolar nuestras cabezas; aún no nos lo creíamos pero estaba ahí. Pero lo cierto es que los contagios sí que  estaban y desde mucho antes. Quizá nunca se fueron, pero era verano y no vimos el riesgo o mejor aún, no lo quisimos ver.

Y aquí está el otoño y míranos: preocupados, asustados, desconcertados, desilusionados, descreídos, desesperanzados e, incluso, resignados. Si en marzo y los meses siguientes aguantábamos pensando que igual no nos tocaba, ahora vemos el virus más cerca, probable e incluyo inevitable. Mi amiga Rs cuenta que en aquellos días de marzo les dijo a sus hijos: “muchachos, esto es el fin del mundo, ni más ni menos”. Lo contaba entre risas, ¡qué otra cosa se puede hacer sino reír ante una frase que podría ser una certeza! También lo decía el grupo REM: It’s the end of the world, and you know it, pero entonces solo era una canción de los 90…

Lidiando con mi cabeza por mantener el optimismo rememoro tantos fines del mundo como hechos convulsivos han rodeado nuestras vidas o las de nuestros abuelos.  Ellos resistieron y sobrevivieron a la depresión del 98, la gripe del 18, la guerra civil,  la escasez de los años 40, las dos guerras mundiales y mucho más. Otros ciudadanos,  más lejos, aguantaron genocidios, luchas fratricidas como las de Camboya, los Balcanes o  Ruanda. También devastadores desastres naturales como terremotos, tsunamis, incendios o inundaciones. Cuántos “fines del mundo” que lo han sido para muchos pero que no han logrado acabar con otros tantos. Quizá por eso me concentro, ahora más que nunca, en resistir, renovar fuerzas y ser optimista. A ver si logramos, cada uno, engañar la trayectoria del virus, dejarle pocos resquicios y finalmente, eliminarlo.

Pensamientos como estos me entretienen mientras asisto a una clase de spinning, con mascarilla (que a los 5’ todos nos quitamos) y con cierto miedo. ¿Y si por esta tontuna (el spinning) ahora voy y me contagio? La clase fue con música de Mecano, un grupo ochentero que nunca fue de mis favoritos pero cuyas canciones son tan pegadizas como rítmicas. Gracias a ellas las “cuestas arriba” se hacen amenas y como lo del contagio me hastía y me asusta, me concentro en unas letras que conozco de sobra pero en cuyos mensajes hasta ahora no me había detenido a desentrañar (a ver, que tampoco Mecano es música de cantautor). Y me sorprendo tarareando y pensando que estas canciones las canta una chica, pero las canta en nombre de un chico, que es el autor, o sea que habla en masculino. El chico (la chica que canta) habla de amor a otras chicas, pero resulta que el chico (el autor) es homosexual pero no habla explícitamente de amor a otros chicos….Uff qué lío. Igual las letras habría que leerlas en otra clave... pero en los años 80 la música era ligera, divertida, provocativa  y desprejuiciada ¡Qué maravilla! Hawaii, Bombay…. es un paraíso…


Datos actualizados a 24 de septiembre (18.30 hora peninsular española). extraídos de El País.

                                                                          

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