Aquí van pensamientos, reflexiones, ideas sugeridas por el mundo que me rodea .... para compartir [LauraCA]



miércoles, 28 de septiembre de 2022

A vueltas con Lorca ¿Otra vez?

A vueltas con Lorca

Carmelo Gómez recibe al público en la puerta del teatro. Y esto gusta, porque nos hace sentir bien, subrayando que hoy asistiremos, como no puede ser de otra manera, a una función especial, irrepetible. Carmelo -me permitiré esta confianza- nos comenta que está contento, que el teatro está lleno y que hoy, además, ha venido un grupo de la universidad. Suena bien, seguro que añaden color al patio de butacas, normalmente, ya se sabe, con el gris de los cabellos como tonalidad dominante.

Ya en la sala principal del Teatro de La Abadía, en efecto llena, y ante un escenario bellamente decorado o, mejor dicho, ocupado, con evocadores objetos que podrían haber estado en el desván de la casa de Lorca, tomamos asiento con ganas de espectáculo, y sobre todo, con ganas de Lorca. Y se me ocurre que su título “A vueltas con Lorca” va con segundas y que podría querer aludir al recelo de quienes piensan, categóricos, que si va sobre Lorca no les interesa ¿Otra vez a vueltas con Lorca? Pero… ¿No estaba ya todo dicho? 

Pues resulta que no. Cuando más te acercas a la obra y a la vida de Federico García Lorca, mejor presientes que Lorca es, sencillamente, infinito. 

La propuesta de Carmelo Gómez, acompañado al piano, y algo más, por  Mikhail Studyonov, transcurre en un escenario repleto de libros, maletines, algún sillón, un megáfono, caballos, tizas, lunas, muñecos, tiovivos… y es, sí, otra aproximación más al universo lorquiano. Pero no, no sobra. 

¡Señor, ahí está el público! ¡Qué pase! Con esta referencia a la obra El Público y la exquisita pregunta ¿Qué es el teatro?  Carmelo entra en escena y comienza su espectáculo. Lo propone casi como una lección y con un tono didáctico va poniendo entre paréntesis simpáticos e ingeniosos comentarios dirigidos a esos jóvenes universitarios que, por cierto, no hemos logrado distinguir. Les cuenta lo que es el Teatro ¡emoción! y va evidenciando, aunque indique que “no hace falta tomar notas”,  las numerosas razones por las que necesitamos seguir “a vueltas con Lorca”. Y  ¡zas! de repente, nos encaja su comentario de la entrada.

Nos explica y nos declama sus poemas; se detiene  para intentar desentrañar las grandes obsesiones lorquianas (el amor, la infancia, el teatro, la vida, la muerte…) o para saborear  palabras presentes en tantas páginas de su obra: carne, deseo, luna, clavel, junco, agua, lodo, puñal, teatro, sangre, pasión, arena…

Y avanza, rebuscando y encontrando las influencias; la inspiración de Lorca en autores clásicos, presentes en su poesía y en su teatro, porque son tan eternos como ahora lo es él. Cervantes y Lope de Vega serán los abanderados. El primero, como ese gran maestro que, aún sin querer, deja huella indeleble; el segundo, con un Caballero de Olmedo que se reencarna en Carmelo Gómez, capaz de hacernos ver una capa negra y un sombrero con pluma donde solo hay una alegre camiseta de rayas rojas y blancas. 

Carmelo Gomez hace guiños a los “estudiantes” ¿Sabéis que Lope hizo películas? ¿Os acordáis de “El perro del hortelano”? Y conecta así con un público divertido que en esos instantes relaja su concentración en los versos del siglo de oro.

Y además, visitamos la luna y los juncos de los ríos, montamos a caballo, escuchamos a la Poncia en casa de Bernarda, sufrimos con los amantes de Bodas de Sangre, compadecemos a Yerma… El brillo en los ojos de Carmelo y su rostro emocionado declaran que disfruta con esta bulliciosa lección de teatro. Porque Lorca tiene cuerda para dar vueltas hasta el infinito. Y el teatro también.

Se acaba, hemos sobrevolado Lorca con Carmelo y Mikhail. Dejo aquí esta bella muestra:

Casida* de la muchacha dorada

La muchacha dorada

se bañaba en el agua

y el agua se doraba.

 

Las algas y las ramas

en sombra la asombraban

y el ruiseñor cantaba

por la muchacha blanca.

 

Vino la noche clara,

turbia de plata mata,

con peladas montañas

bajo la brisa parda.

 

La muchacha mojada

era blanca en el agua,

y el agua, llamarada.

 

Vino el alba sin mancha,

con mil caras de vaca,

yerta y amortajada

con heladas guirnaldas.

 

La muchacha de lágrimas

se bañaba entre llamas,

y el ruiseñor lloraba

con las alas quemadas.

 

La muchacha dorada

era una blanca garza

y el agua la doraba. Ideas

La dictadura de la felicidad

   

 

viernes, 16 de septiembre de 2022

Cuaderno de bitácora: navegar con y sin fundamento


Disfrutar de la navegación en aguas de Bretaña no parece “a priori” algo inalcanzable. El reto surge cuando no se trata de “montar en barco” sino que pretendes navegar en un velero de 12 metros de eslora y contribuyes con cero experiencia en vientos, corrientes, calados, obenques, nudos, cabos, correderas, botavaras y qué se yo cuanto más. No había conocimiento, pero si había motivación y, sobre todo, confianza ciega en el capitán, nuestro amigo Juanma, experto navegante que desde hace años pilota con orgullo y maestría su velero Quinto Real en la singular Ruta de los Grandes Faros  (https://www.escuelanauticanavarra.com/).

Los retos nos rejuvenecen cuando se superan, pero aún más durante el proceso en el que se plantean (la ilusión) y se afrontan (la hora de la verdad). En esta ocasión no había dudas respecto a la viabilidad y seguridad de la navegación ¡Oye, que vamos con Juanma! pero si incertidumbres relacionadas con nuestra capacidad de disfrutar sin marearnos y, sobre todo, no molestar en la dinámica de un velero donde caben, justos, seis tripulantes, siendo tres absolutos ignorantes de la práctica náutica.

Porque cuando “navegamos” en aguas conocidas, en nuestra zona de confort, nos sentimos capaces, con herramientas suficientes para afrontar situaciones, subir y bajar pendientes o atravesar, sin rozarnos malamente, los recovecos de la vida. Si llevas a cuestas ya un porrón de años,  vas circulando por el planeta y crees, inocente, que podrás  enfrentarte, con más o menos dignidad, a diferentes situaciones. Pero el mar, la mar, el océano, no admite el casi ni el pero, está ahí tal cual es, infinito y profundo, con vientos y mareas que sin duda exigen, siempre, experiencia, destreza y pericia. En resumen: saber.

Ha sido esa certeza, la de no saber, la que aún sin querer ha merodeado en mi cabeza durante esta semana de grumete. Me he visto y sentido  inactiva  en un entorno donde no caben las equivocaciones, ni siquiera los descuidos; donde todo tiene un porqué, un fundamento forjado a lo largo de los siglos, con el empeño de muchos para, con permiso de Neptuno, dios de los océanos, poder surcar sus aguas. Porque nada, ni los winches, ni las velas, ni la brújula,  las predicciones meteorológicas o  los horarios de las mareas, está de adorno o se vigila por casualidad en un bravo velero.

Lo extraordinario es que mientras nuestros ojos novatos atendían las precisas maniobras  -seducidos por el horizonte cambiante, acompañados por bellos delfines-  ha habido  tiempo para entender, siquiera una pizca,  la magnitud de la realidad náutica.  Han brillado las historias, las anécdotas y también algunas lecciones básicas y dichos marineros. Conquistas, naufragios, accidentes, empeños, triunfos y fracasos de muchos hombres entregados, incluso hasta la muerte,  al sabor salado en sus paladares. 

Me detengo en la historia de Eric Tabarly (1931 – 13 Junio 1998),  ese intrépido soñador y creador de veloces veleros a quien aún añoran sus admiradores y que, maldito destino, fallecería durante un temporal en aguas de su querida Bretaña al caer del barco con el que en su día aprendiera a navegar, el Pen Duick I. Navegamos un día casi rozando el pantalán de su villa, cerca de la desembocadura del río Odet. Estas cosas emocionan.

A Tabarly se le homenajea en toda la costa bretona. Lo comprobamos en el museo de  la Cité de la Voile EricTabarly próximo a Lorient-La Base; un lugar sorprendente, donde aún se conserva casi intacta la base de submarinos que durante  la II Guerra Mundial sirvió, inexpugnable, a la armada alemana. Aquí, la visita al interior del submarino Flore recompensó nuestra  curiosidad respecto a estas peligrosas máquinas de guerra. En Lorient-La Base encontramos también el centro de regatas transoceánicas, Pôle course au large,  con  los  maxi trimaranes, los Imoca, etc.,  unos veleros que nos parecen ciencia ficción con sus foils, sus líneas futuristas, sus colores y, por supuesto, sus récords. Toda una lección de náutica.

Otro escenario visitado ha sido el de las islas que adornan la costa sur bretona. En el solitario archipiélago de Glénan apenas quedaban ya las últimas huellas de los jóvenes que durante el verano se forman en su escuela de vela, quizá aún ajenos de que esta experiencia estival a no pocos de ellos les cambiará la vida para siempre. Después, en Belle Île  comprobamos que los jerséis a rayas no son ninguna moda pasajera. Representan la Bretaña y sus bravos marinos. Muchos de sus visitantes, también sus habitantes, visten de rayas, porque, la verdad, es lo que pega.

Los novatos hemos vivido, por primera vez, la extraordinaria sensación de fondear allí donde viene en gana, para disfrutar de noches solitarias, admirar las estrellas y cantar, graves, con Lee Marvin,  su legendaria I was born under a wondering star.

Y tras el  postre,  esas magnificas sobremesas, mecidos sobre el agua, donde se habla y  escucha sin prisa, se disfruta de la compañía, se descubren matices, se aprende, se ríe: se disfruta de la vida.


Gracias capitán, por tu entusiasmo y tu buen hacer.  Y también gracias a Paloma y a Jorge, por su paciencia y su labor didáctica. A Rober y Paz, mis compañeros meritorios, por vuestra alegría e impecables pilotajes.

Y eso que no había fundamento….






viernes, 8 de abril de 2022

Videoguerra


El titular “Guerra en Ucrania” o como indican otros “Guerra en Europa”
 lleva ya 44 días en las portadas. Esta semana, la crudeza, el horror y casi hasta el olor de la guerra han removido aún más, si cabe, nuestros bien alimentados estómagos. Han llegado a nuestras retinas las imágenes de los asesinatos de civiles en la ciudad ucraniana de Bucha, tomada por los soldados rusos para arrasar, destruir y matar indiscriminadamente durante varios días. Tras su retirada, a causa de la resistencia ucraniana, la prensa ha accedido a esta desdichada ciudad.

Alguien ha contado estos días que si las imágenes que nos llegan, fotos y videos, las miramos en blanco y negro, poca diferencia encontraremos con aquellas tomadas en las segunda guerra mundial y que documentaban la barbarie nazi.  Y en efecto,  el horror de la guerra de antaño es casi idéntico al de la guerra actual. Yo aprecio  un factor añadido, una vuelta más de tuerca: el satélite.

Resulta que ahora, como si de un videojuego se tratara, podemos recorrer desde nuestras pantallas, las calles de Bucha, desiertas, destrozadas y… salpicadas de cadáveres; podemos ver simulacros, montajes del antes y el después. Resulta que estamos en una guerra euro visiva (solo falta la musiquita). No es una sorpresa, desde luego, ya tuvimos el “privilegio” de la primera fila durante  la invasión en Irak por las tropas estadounidenses. Lo,  digamos,  novedoso es  que ahora también se combate descaradamente con fake news. Se miente, se desmiente, se acusa, se tergiversa, sin reparos. En el caso concreto de la destrucción de Bucha,  que Rusia ha negado,  los medios han recurrido a la difusión masiva de las imágenes  verificadas de los satélites,  para intentar demostrar que no había mentira en los muertos, solo muerte real, irreparable. El horror, again and again. 

jueves, 31 de marzo de 2022

Día 35º en la guerra iniciada por Rusia en Ucrania.


Hace ahora dos años emprendí la tarea de narrar los días de confinamiento domiciliario establecido en prácticamente todo el planeta a causa de la expansión incontenible, desde China,  del virus Covid 19. La situación era tan insólita que durante casi cuatro meses, casi todos los días, fui refiriendo hechos, preocupaciones, anécdotas, ocurrencias… y  anotando datos. También fui descubriendo el nuevo uso de ciertas palabras, otras formas de trabajar, de relacionarnos; íbamos, todos, asumiendo cambios insospechados en nuestras vidas que ahora, dos años después parecen haberse instalado para quedarse, como si nada.  ¿yo, con mascarilla? ¿yo, tres veces vacunada? ¿yo, sin querer viajar? ¿yo, sin entrar en un bar? Si, sí, sí, sí.

El pasado mes de febrero  nos levantamos con la espantosa noticia de que Rusia, como se venía temiendo (anunciando) desde hacía semanas (quizá más, según los expertos), había comenzado la invasión de Ucrania.

Y a diferencia de que hace dos años, han pasado treinta y cinco días sin que pudiera escribir ni una línea al respecto.  No sé bien cómo explicarlo, aunque sé que se debe a los sentimientos que describen dos palabras tan incuestionables como son las palabras miedo y negación. Miedo a una catástrofe planetaria y negación más bien por auto supervivencia, porque la vida cotidiana te obliga a levantarte, seguir, seguir y muchas veces mirar a otro lado. Es como si escribir guerra, leer sobre la guerra, hablar sobre la guerra azuzase, igual que el aire al fuego, esta monstruosidad tan dolorosa como lamentablemente real ¡Está pasando ahora!

Treinta y cinco días mirando de reojo las noticias, las imágenes, los dramas y pensando, deseando, que esto sea corto, que negocien, que se reconcilien, pero también sabiendo que estamos en manos de mentes muy peligrosas, expuestos a geo equilibrios inestables, sentados no ya sobre un polvorín sino sobre todo un arsenal atómico.

Cuando narraba sobre la Covid, reflejaba cada día el número de contagiados, también el  de los fallecidos. No sé si puedo, no sé si quiero, dejar constancia del número de heridos, de muertos o  de refugiados que cada día genera esta guerra. Por el momento, solo se me ocurre recopilar algunas de las infinitas preguntas que nos acechan desde hace 35 días.

¿Cómo es posible? ¿Pero dónde está Ucrania? ¿De verdad nos vamos a quedar sin pan? ¿Tengo que acaparar comida, por si acaso? ¿No existe ningún mecanismo para parar una invasión en pleno siglo XXI? ¿Para qué sirve la ONU? ¿Hay almas capaces de ordenar  bombardear, matar, expoliar y expulsar a personas como tu y como yo, que no han hecho nada? ¿Qué nos va a pasar? ¿Se apretará el botón nuclear? ¿Cómo nos protegemos si el conflicto llega a nuestras casas? ¿Puedo convertirme de la noche a la mañana en un refugiado? ¿Cómo podemos ayudar? ¿Y qué va a pasar con esa pobre gente, como tu y como yo, que ahora no tiene casa, porque ya  no tiene país? ¿Y cómo se sienten esos jóvenes (rusos y ucranianos) rebuscando el odio en sus bolsillos para matarse unos a otros?  ¿De verdad vamos a mandar armas?  ¿Se puede ayudar con más guerra? ¿Habrá negociación? ¿Veremos a los líderes de ambos bandos, ahora enemigos, darse la mano en un tratado de paz? ¿A quién beneficia esta guerra? ¿Hay buenos y malos?  ¿Se avecina un nuevo orden mundial? ¿Qué va a ser de todos esos refugiados, expulsados de sus casas, de su país, de sus vidas y desperdigados por el mundo?

Ni idea. De momento, abro el grifo y me digo: un milagro ¿Me lo merezco? ¿Se acabará? ¿Y los ucranianos, por qué no pueden abrir sus grifos y disfrutar del agua, de la tierra, del aire de este planeta lleno de odios?

miércoles, 30 de marzo de 2022

Un ojo y un semáforo

Conducir en Madrid se está poniendo peliagudo. No siendo yo muy amante del volante, cada vez se me hace más cuesta arriba convivir con patinetes, cabifys, ubers, bicicletas, peatones absortos en su móvil y, sobre todo, con ciertos conductores que consideran los intermitentes un adorno; quizá piensan que los que van detrás solo tienen que adivinar sus intenciones.

En este contexto, a bordo de mi automóvil, giraba con cautela en un semáforo con la flechita en verde;  decidí frenar un poco al observar una figura al borde de la acera quien, cómo no, miraba su móvil,  haciéndome sospechar que igual se lanzaba a cruzar por sorpresa. Me fije en la persona: muy delgada, en vaqueros,  un adolescente de género indefinido cuyo largo pelo le cubría prácticamente toda la cara. En realidad, a mí me daba igual chico o chica;  pensaba en eso fugazmente mientras avanzaba y ya empezaba a perder de vista al peatón/ona cuando mi cerebro detecta una mirada, un solo ojo que, entre los cabellos,  separa la vista del móvil y mirando al vacío, concentra, como en una poesía, toda la tristeza de una vida apenas estrenada.  

Recogí esa mirada, la computé, quedó unos minutos grabada en mi retina. Y no hay nada más que contar, la historia no tiene fin, pero refleja la fuerza de un instante intruso en nuestros recorridos cotidianos. 

Veinte días después, a la misma hora, el mismo semáforo, el mismo adolescente. Cruza sin mirar y tengo que frenar. Lo veo de espaldas, su ojo sobre la pantalla de su móvil. Es un muchacho. Sigue pareciendo triste. 

martes, 8 de febrero de 2022

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

Principiantes. Raymond Carver. Dirigida por Andres Lima. Adaptada por Juan Cavestany
e interpretada por  Mónica Regueiro, Javier Gutiérrez, 
Vicky Luengo y Daniel Pérez Prada
  

No me atraía demasiado la otra tarde asistir a una representación teatral que sabía protagonizada por unos seres substancialmente desgraciados, empapados de alcohol, solos incluso estando acompañados, desencantados y atormentados en su inquebrantable búsqueda de la felicidad, el amor o la mera supervivencia. Pero me había comprometido y era una de las obras “para ver” de la temporada, con actores de prestigio y los directores más actuales. De modo que allí estaba, en la fila cuatro, preparada para el tedio e incluso predispuesta a experimentar cierto rechazo. Porque casi nunca apetece contemplar, aunque sea como mero espectador, dramas cotidianos que, sin ser nuestros, no pocas veces nos resultan más cercanos de lo que quisiéramos reconocer; nos incomodan.

Así de mustio  era mi ánimo al acércame a los Teatros del Canal para presenciar «Principiantes», basada en relatos del norteamericano Raymond Carver, con adaptación de Juan Cavestany y dirección de  Andrés Lima. Sobre las tablas: Javier Gutiérrez, Mónica Regueiro, Daniel Pérez Prada y Vicky Luengo. 

Anticipo el final (¡spoiler!):  una representación magnífica. Por su puesta en escena, por la adaptación de la novela al teatro, por su música e iluminación y,  sobre todo, por la sincera y emocionante interpretación que cada uno de los actores hace de los áridos textos de Raymond Carver. Salgo del teatro convencida de haber asistido a una gran jornada teatral. Estoy sorprendida y también satisfecha de haber tenido la oportunidad de acercarme y entender siquiera un poco las  tormentas de Raymond Carver.

La trama:  dos parejas alrededor de la mesa en una cocina. Una, joven, reciente, ilusionada; la otra, más madura, con crudos  ayeres sobre sus espaldas. Beben, hablan, lloran, ríen, bailan…,  durante toda una tarde mientras la luz del día se va agotando, igual que sus pasiones, sus ilusiones y sus arrebatos ¿Dónde está el atractivo para el espectador? Difícil de expresar, pero lo cierto es que cada uno de los personajes nos conmueve, porque de alguna forma ya les conocemos;  hemos hablado, reído, llorado y bebido con ellos en algún instante de nuestras vidas: Herb, un cirujano divorciado, con tendencias suicidas y de vuelta de casi todo; Terry, su mujer, resignada a los arrebatos de Herb, pero también comprensiva, recordando con amor, a pesar del maltrato recibido, a  su  primer marido, quien se suicidaría fatalmente tras perseguir a Terry y a Herb. Laura, joven, enamorada; su nivel de alcohol va subiendo conforme su confianza se va desintegrando y  su inocencia se desvanece entre lágrimas  al tiempo que los sarcasmos de Herb se apoderan del ambiente. Y Nick, pareja de Laura, el narrador que nos permite asomarnos a la estancia donde todo transcurre, o mejor dicho, donde todo se habla y se bebe, porque pasar,  en realidad no pasará casi nada. Al final, todos llorados, de alguna forma desahogados, los cuatro, aferrado cada uno a su pareja como si de una tabla de salvación se tratara,  se irán a cenar;  mañana seguirán buscando el amor mientras acarrean la cotidianidad de sus vidas.

Porque de amor se habla en este relato/drama. De amor recién estrenado, de amor fracasado, de amor carnal, de amor equivocado, de amor agotado, de amor simulado. Pero el estremecimiento lo provoca Herb cuando cuestiona la verdadera esencia del amor,  cuando interpela a los otros tres preguntando ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Herb ha pensado mucho en el amor, se nota. Se ha preguntado ¿A dónde va el amor cuando dejamos de querer, cuando el amor se acaba?  y  ha meditado sobre cómo es posible agotar un amor y después empezar uno nuevo con toda la fuerza del mundo, como si fuera el primero. Le gusta observar a las personas, a las parejas y tiene numerosas oportunidades en el hospital donde trabaja. Relata aquí una historia tan tierna que casi la vemos flotar como un oasis de amor sobre las dramáticas secuencias que desgranan los  cuatro personajes en la tremenda borrachera que alcanzarán al final de la obra (de la tarde). Es la historia de dos ancianos que han tenido un accidente de coche y se han salvado de milagro. Han tenido una vida sencilla, en un rancho. Nadie repararía en ellos en las calles de cualquier ciudad y sin embargo, cuenta Herb, han vivido juntos toda la vida, se han tenido el uno al otro toda la vida, han bailado cuando no había nada que hacer ni nadie con quien hablar, no pueden vivir ni entender la vida el uno sin el otro … ¿Es eso el verdadero amor?  ¿Así, tan sencillo?

viernes, 21 de enero de 2022

¡Ssssh! La magia de Juan Mayorga y Blanca Portillo: Silencio

Cartel de Silencio.Teatro Español

El público al completo, entusiasmado, se puso en pie para aplaudir largo rato a Blanca Portillo, aclamando y agradeciendo su representación de Silencio, la obra teatral en la que Juan Mayorga ha convertido su propio discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua.

El discurso es largo, poderoso, apasionado, erudito, repleto de referencias al teatro, a sus autores, a los actores, a la memoria, a la poesía, a los sonidos, en definitiva, a la vida. Su hilo conductor es la palabra Silencio. Podría parecer un modesto objetivo ¿Quién no sabe lo que significa silencio? ¿Quién no usa a menudo esta palabra y en muy diferentes situaciones y estados de ánimo? Sin embargo, leer, entender y finalmente  disfrutar de este texto, no resulta tarea sencilla. Juan Mayorga es, además de hombre de teatro,  un intelectual versado en ciencia y en humanidades, y en este discurso, si bien con toda humildad,  lo ha dado todo. Se trata de su presentación oficial ante sus futuros compañeros en la  RAE, los académicos, y para formalizarla Mayorga ha construido un largo viaje protagonizado, de principio a fin, por el  binomio silencio - palabra.

Así, pararemos en cualquier esquina para  escuchar cosas como “Cuando me aburro bajo a la calle a hablar con la gente de los bancos”; nos sumergiremos en la poesía de su predecesor en el sillón de la RAE, Carlos Bousoño; sobrevolaremos la Antártida con referencias a las dimensiones de onda matemáticas; asistiremos a  conciertos de silencio que duran 4’33’’ (cuatro minutos y treinta y tres segundos); sufriremos con las batallas de Los Persas; lloraremos la muerte de Antígona; soñaremos con los desdoblamientos de Calderón; callaremos sobrecogidos en la casa de Bernarda Alba; nos quedaremos sin aliento ante el discurso del Gran Inquisidor de Dostoievski; cabalgaremos en  el rucio de Sancho Panza; suspiraremos con Hamlet… y mucho, mucho  más.

Me cuentan que en la lectura de su discurso Mayorga no estuvo muy florido. “Es sosito”, nos dice Blanca Portillo durante su actuación. Quizá por eso, o porque su pasión por la dramaturgia le mantuvo en vela muchas noches buscando el discurso perfecto, el autor se embarcó en una faena que pareciera imposible: transformar su sesudo discurso en una pieza teatral. Para hacerlo, y de paso regalarnos una representación memorable, Juan Mayorga ha moldeado su texto original y ha escogido para su voz a Blanca Portillo. El resultado es difícil de resumir en unas líneas. Blanca Portillo enreda al público en este fabuloso juego teatral y le mantiene sin pestañear durante  una hora y cuarenta minutos. Lo hace ella sola, vestida con un viejo chaqué,  con unas sillas y algunos focos. Por contrapartida, sus recursos actorales afloran ilimitados: Blanca imita al aspirante académico como si fuera un viejo ratón de biblioteca y va, con paciencia y entusiasmo, desgranando el bello discurso. De pronto, pasa a ser ella misma, se enfada para recriminar al autor su desconsideración al encargarle esta difícil tarea y exponerla ante líneas que ni siquiera entiende. Esas alusiones a Kempis, a los mundos tridimensionales, al tadeo/tadere, a Tiresias… ¡no hay quien las digiera!

Y este es el punto de inflexión de la obra Silencio, cuando Blanca Portillo empieza a jugar al teatro. Y disfruta, y se divierte, y arrastra con ella al público en sus breves pero precisas visitas a diversos  instantes de silencio recolectados en trascendentales piezas teatrales. Mencioné algunas más arriba; ahora me detendré  en aquella en la que  Blanca nos ofrece tras convertirse en Bernarda Alba y reprochar al autor su cruel enfoque del trágico personaje de Lorca. Blanca se rebela y se da el lujo de representar una segunda versión, con una Bernarda más humana, más cercana, más mujer ¡Qué sublime lección de teatro! Esta que nos demuestra, poniéndola  en práctica, la teoría que mantiene el autor en su discurso: la de que los textos teatrales resucitan, salen del silencio de las páginas escritas  y se transforman en únicas en cada representación.

Todo esto y más contiene este exquisito discurso teatralizado donde aparecen los conflictos, el sentido de las réplicas, las metáforas, los ritmos, el arte del desdoblamiento, los diálogos, las pausas, las acotaciones...

Finalizo con un párrafo dedicado al publico, en el que Mayorga apunta que el silencio más importante en el teatro es el del espectador: “Porque en el teatro se hace el silencio para que el espectador oiga no solo las palabras y los silencios que vienen del escenario, sino también las palabras y los silencios de su propia vida”. Y escuchando a Blanca, sin querer, recuerdo sonriendo un paseo nocturno por una bella ciudad italiana. Era enero, era de noche, apenas quedábamos turistas en las calles. Respirábamos aliviados e ilusionados, descubriendo la ciudad en calma, como si caminásemos transportados al Renacimiento. De pronto, al doblar una esquina el encanto se rompe, un grupo de americanos habla a voz en grito. Me molestaron, me irritaron, porque, sin avisar, acababan de romper el hechizo del silencio de la ciudad, y yo, sin pensarlo, sin apenas darme cuenta de lo que hacía,  les chiste: ¡Ssssh!  Se callaron, me miraron perplejos, creo que se enfadaron. También creo que no entendieron mi necesidad de silencio.

De la representación de Silencio salí con una muy grata sensación de felicidad ¡Qué lujo de teatro!