Saliendo la otra noche del teatro La Latina me doy cuenta de que en apenas cuatro
meses he sido privilegiada espectadora de tres magníficas obras de teatro,
protagonizadas por tres de los
mejores actores de nuestra escena.
Hablo de Josep Mª Flotats, que nos deleitó
con El enfermo imaginario, de Calos Hipólito, en su estremecedor Macbeth
y de Josep Mª Pou, magnífico ahora en Viejo amigo Cicerón.
Qué curioso, como todo encaja, allá por los años 90, estos tres actores compartieron cartel en la inteligente y rompedora comedia Arte. No soy capaz de situar a ninguno por encima de
los otros. Son tan diferentes como extraordinarios en su dominio de la escena, en
su manera de hipnotizar al espectador. Si acaso con un denominador común, que
no se ve pero se adivina: su oficio. Apuesto que los tres trabajan muy duro hasta lograr que sus personajes crezcan y nos conquisten.
En Viejo amigo Cicerón Josep Mª Pou se
ha encontrado con un magnífico texto de Ernesto Caballero, quien nos presenta
al romano a través de un profesor, que podría ser de Oxford, y sus
alumnos. El juego funciona y los personajes de hoy encarnan a los de entonces
con una naturalidad absolutamente eficaz. No se echan de menos las togas ni los
laureles, no hace falta. El texto es intenso, rico, profundo, trascendente, comprometido,
como también así debió ser la vida del escritor, orador y
político romano Marco Tulio Cicerón (106 AC-43 AC).
En el patio de butacas no se oía una mosca; todos atentos, intentando no
perdernos en la cascada de frases que Cicerón/Pou nos ofrecía. Todas ellas para enmarcar.
Intentar memorizar siquiera alguna fue mi intención en los intensos 70 minutos
de función. No lo logré (salvo la famosa ¿Quousque tandem abutere, Catilina,
patientia nostra?¿Hasta cuándo
abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?). Pero ¿para que otra cosa sirve internet
sino para respaldar nuestra maltrecha memoria?. He buscado y seleccionado éstas:
Las enemistades ocultas y silenciosas son peores que las
abiertas y declaradas.
La primera ley de la amistad es pedir a los amigos cosas
honradas; y sólo cosas honradas hacer por ellos.
Humano es errar; pero sólo los estúpidos perseveran en el error.
El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un
poder que pretende hacerse superior a las leyes.
Para ser libres hay que ser esclavos de la ley.
Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro.
Son siempre más sinceras las cosas que decimos cuando el ánimo
se siente airado que cuando está tranquilo.
Pensar es como vivir dos veces.
Hay que atender no sólo a lo que cada cual dice, sino a lo que
siente y al motivo porque lo siente.
No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser
incesantemente niños.
Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca
buenos.
Las leyes callan cuando las armas hablan.
Difícil es decir cuánto concilia los ánimos humanos la cortesía
y la afabilidad al hablar.
¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a
hablar como contigo mismo?
Cuando mejor es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de
la maldad de los otros.
El amor es el deseo de obtener la amistad de una persona que nos
atrae por su belleza.
No hay nada tan increíble que la oratoria no pueda volverlo
aceptable.
No basta con alcanzar la sabiduría, es necesario saber
utilizarla.
Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín ya no os faltará de
nada.
Recuerdo incluso lo que no quiero. Olvidar no puedo lo que
quiero.
Los hombres son como los vinos: la edad agria los malos y mejora
los buenos.
Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.
Nada resulta más atractivo en un hombre que su cortesía, su
paciencia y su tolerancia.
Algunas se declamaron en el teatro, otras no. La función
nos presentó un personaje complejo, rico, contradictorio, formidable, todavía actual. “Cada uno puede construir
su propio Cicerón” concluía el profesor. Y así creo que lo asumimos los
espectadores, empujados tras la función -por el mal tiempo y el toque de queda-
a recogernos en casa, para allí saborear,
tranquilos, lo contemplado en las tablas. Delicioso.
Y lo dicho, como todo encaja, los extraordinarios
triunviratos romanos que protagonizaron los
Cicerón, Catilina, Marco Antonio, Cesar, Bruto, Pompeyo, Craso y otros .. se
me antojan ahora heredados con gloria por un buen trío. El constituido por Flotats, Hipólito y Pou. Ellos sin sangre y sin
conspiraciones, triunfando con palabras, sobre las tablas.