Aquí van pensamientos, reflexiones, ideas sugeridas por el mundo que me rodea .... para compartir [LauraCA]



viernes, 25 de septiembre de 2020

El fin del mundo, spinning y Mecano

Hace apenas un mes la sombra del retorno de la alarma ante la renovada expansión de la infecciones de coronavirus empezaba a sobrevolar nuestras cabezas; aún no nos lo creíamos pero estaba ahí. Pero lo cierto es que los contagios sí que  estaban y desde mucho antes. Quizá nunca se fueron, pero era verano y no vimos el riesgo o mejor aún, no lo quisimos ver.

Y aquí está el otoño y míranos: preocupados, asustados, desconcertados, desilusionados, descreídos, desesperanzados e, incluso, resignados. Si en marzo y los meses siguientes aguantábamos pensando que igual no nos tocaba, ahora vemos el virus más cerca, probable e incluyo inevitable. Mi amiga Rs cuenta que en aquellos días de marzo les dijo a sus hijos: “muchachos, esto es el fin del mundo, ni más ni menos”. Lo contaba entre risas, ¡qué otra cosa se puede hacer sino reír ante una frase que podría ser una certeza! También lo decía el grupo REM: It’s the end of the world, and you know it, pero entonces solo era una canción de los 90…

Lidiando con mi cabeza por mantener el optimismo rememoro tantos fines del mundo como hechos convulsivos han rodeado nuestras vidas o las de nuestros abuelos.  Ellos resistieron y sobrevivieron a la depresión del 98, la gripe del 18, la guerra civil,  la escasez de los años 40, las dos guerras mundiales y mucho más. Otros ciudadanos,  más lejos, aguantaron genocidios, luchas fratricidas como las de Camboya, los Balcanes o  Ruanda. También devastadores desastres naturales como terremotos, tsunamis, incendios o inundaciones. Cuántos “fines del mundo” que lo han sido para muchos pero que no han logrado acabar con otros tantos. Quizá por eso me concentro, ahora más que nunca, en resistir, renovar fuerzas y ser optimista. A ver si logramos, cada uno, engañar la trayectoria del virus, dejarle pocos resquicios y finalmente, eliminarlo.

Pensamientos como estos me entretienen mientras asisto a una clase de spinning, con mascarilla (que a los 5’ todos nos quitamos) y con cierto miedo. ¿Y si por esta tontuna (el spinning) ahora voy y me contagio? La clase fue con música de Mecano, un grupo ochentero que nunca fue de mis favoritos pero cuyas canciones son tan pegadizas como rítmicas. Gracias a ellas las “cuestas arriba” se hacen amenas y como lo del contagio me hastía y me asusta, me concentro en unas letras que conozco de sobra pero en cuyos mensajes hasta ahora no me había detenido a desentrañar (a ver, que tampoco Mecano es música de cantautor). Y me sorprendo tarareando y pensando que estas canciones las canta una chica, pero las canta en nombre de un chico, que es el autor, o sea que habla en masculino. El chico (la chica que canta) habla de amor a otras chicas, pero resulta que el chico (el autor) es homosexual pero no habla explícitamente de amor a otros chicos….Uff qué lío. Igual las letras habría que leerlas en otra clave... pero en los años 80 la música era ligera, divertida, provocativa  y desprejuiciada ¡Qué maravilla! Hawaii, Bombay…. es un paraíso…


Datos actualizados a 24 de septiembre (18.30 hora peninsular española). extraídos de El País.

                                                                          

  Diagnosticados                                  Muertos
      
Mundo32.235.933983.065
EE UU6.978.874202.819
India5.818.57092.290
Brasil4.657.702139.808
Rusia1.123.97619.867
Colombia790.82324.746
Europa5.037.967227.092
España*704.20931.118

miércoles, 16 de septiembre de 2020

La Gaviota, que un día fue, de Chejov

Recuperado, por fin, uno de los anhelos del confinamiento: de vuelta a las salas de teatro. Hay ganas y, por qué no decirlo, cierta inquietud ante las cifras de contagiados y víctimas que estos días de septiembre crecen y crecen junto con el estupor de los ciudadanos, los  que  “ya no sabemos qué hacer, ni tampoco qué va a pasar”. En el entreacto, la mayoría decidimos recuperar, con tiento, algún retazo de aquella “vieja normalidad”, la cual, es curioso,  empieza a parecer lejana y extraña.

El sector cultural, o lo que queda de él, se afana en esa recuperación tras su generosa entrega durante el confinamiento (¡os acordais? nos regalaron interpretaciones, lecturas, performances, sesiones de música, grabaciones, videos, etc.).  Me da la sensación de que, a cambio,  les estamos devolviendo muy poco. Igual es que estamos agotados. Aun así, sigue sorprendiéndome, y molestándome, que algunos, que además pueden pagar sin problemas un libro o una suscripción, se empeñen en atajar y utilizar la vía de las descargas piratas. ¿Qué pensarían si sus empresas no les pagaran por su trabajo o de que otros se apoderasen de sus bienes, simplemente  porque es fácil acceder a los mismos y, para qué van a pagar?

Me centro. La obra escogida para la rentrée ha sido La Gaviota, una versión personal de Àlex Rigola, en el Teatro La Abadía. Y aquí me paro unos segundos porque admito que no he entendido el mensaje del director/autor de esta libre interpretación de la pieza de Chejov. Digamos que apenas he entendido nada. Mientras, he disfrutado, y mucho, de la escena  y de los actores. Todos brillantes. Les he sentido gozar del momento, aunque  también disimular, creo,  su incomodidad al actuar en una obra que interpela al público en varias ocasiones y en lugar de respuestas se encuentran con rostros tapados por bozales. Mientras les contemplaba actuar me preguntaba cómo sería hacerlo ante ese público; tan calladito y anónimo tras las multi versiones de mascarillas que nos amordazan.  Me espanta imaginar esa foto. Afortunadamente, desde la butaca solo ves las nucas del público y, que alivio, ese grupo de actores, jóvenes y profesionales, ellos sí, sin mascarilla.

Según explica el autor,  se trata de una performance en la que los actores hacen de si mismos al tiempo que asumen la personalidad, el pasado y el futuro de los protagonistas de La Gaviota. Confesaré que llegué al teatro sin estudiar, sin haberme preocupado por conocer  un poco antes dichos personajes. El resultado ha sido de total confusión, aún más cuando los actores mantienen sus propios nombres y en ningún momento usan los que propuso Chejov. El director les ha puesto a caminar sobre un filo muy estrecho y, en mi oponión, nada transparente para el espectador. Resultado: un bello ejercicio teatral del que, sin embargo, no he sido capaz de extraer mensaje alguno. Me pregunto si esta triste Gaviota merece el esfuerzo del director y aún más de los magníficos actores, atrapados en un escenario en el que, junto a su profesionalidad, arriesgan sus íntimas trayectorias vitales. Un complejo trayecto que en mi caso acaba, y ya lo siento, sin recompensa emocional.

La Gaviota, de Chejov, Teatro La Abadía. 15 de septiembre 2020

Dirección y adaptación: Álex Rigola

Reparto: Nao Albet, Pau Miró, Xavi Sáez, Mónica López, Irene Escolar, Roser Vilajosana

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Yo no quería, pero vuelvo con las cifras Covid (Extraídas de El País). 

DiagnosticadosMuertos
Mundo29.870.112940.720
EE UU6.630.892196.802
India5.118.25383.198
Brasil4.419.083134.106
Rusia1.075.48518.853
Perú738.02030.927
Europa4.579.781222.056
España*614.36030.243

martes, 8 de septiembre de 2020

Duato, el bello

Los premios Max de las Artes Escénicas no tienen la repercusión de los premios Goya de la Academía de Cine. Ayer, a las 8 de la tarde, en La 2, su entrega se retrasmitía casi a escondidas,  como si, adrede, se intentara ocultar que el Teatro aún vive y merece ser premiado y destacado. Me pareció una Gala sobria y digna, donde los presentadores sabían su papel, como buenos actores. Me gustó y me hizo añorar aún más las salas de teatro que tanto me gustan; los ratos post-teatro, siempre tan nutritivos.

El premio de Honor lo recibió ayer Nacho Duato por su trayectoria profesional como bailarín y como coreógrafo. Duato evoca lo bello, por el arte al que se dedica, la danza, y también por su físico: ha sido y es guapo sin peros. Quizá por eso me gustó tanto el final de su breve discurso de agradecimiento. Sin duda estaba emocionado, satisfecho y contento de recibirlo; expresó su deseo de seguir activo muchos años más; recordó a sus maestros y a sus bailarines; dedicó un cariñoso y emotivo recuerdo a su maestra recién fallecida, admirado de que mantuviera su postura de bailarina y la expresión de sus ojos azules cuando apenas ya le quedaba vida. Y después, y eso es lo que me invita hoy a escribir estas letras, Nacho Duato se concentró para hablar de “la belleza”. Se dirigió a los jóvenes instagramers que llenan las redes de fotos huecas. Les dijo, más o menos,  “la belleza es mucho más que una imagen superficial, es algo profundo que hay que trabajar”.  Pues eso, sigamos trabajando, que no desaparezca, que crezca. La belleza.

Coplas

Husmeando en una plataforma de TV descubro,  muy bien valorada, una película de Basilio Martín Patino. Se llama Ojos verdes y resulta ser un pseudo documental protagonizado por el Marqués de Almodóvar, un viejo y noble diplomático, vividor  y apasionado por la copla. La película empieza con su esquela en el periódico y  narra su curiosa vida a través de sus allegados (todo inventado).

Atraída por el director, más que por el tema, contemplo de un tirón esta película que junto a vida del  marqués va recorriendo la historia de la canción española, bueno, de “esa” canción española: la copla. Martín Patino mezcla sin reparos ficción  -el marqués y sus conocidos (hermano, ama de llaves, ex amantes, diplomáticos)- y  hemeroteca -documentos, fotos y películas de los verdaderos protagonistas-. Aparece Imperio Argentina, incluida su aventura en la Alemania nazi (la que nos contaría Trueba en “La niña de mis ojos”) y  Manuel Molina, fantástico en una entrevista en la que rememora, con una gracia admirable, las penurias y humillaciones sufridas a manos de los falangistas. Están también Estrellita Castro, Mari Fe de Triana, Carmen Sevilla, Lola Flores y muchos más.

Maravillosa la ironía de Martín Patino, cuando a través de sus personajes inventados nos cuenta con tono inocente el gusto del Caudillo y su esposa por ciertas tonadillas que  ensalzaban los valores patrios. Divertida la aparición de Antón Reixa en un falso programa coloquio donde defiende la música de vanguardia, la movida,  y ridiculiza la copla. Aún más ocurrente la erudita réplica del marqués, ensalzando un género artístico a sus ojos universal. Tiernas resultan las intervenciones de un diplomático amigo del marqués quien recapitula y explica la pasión del personaje por el “artisteo”; su habilidad para emparejar artistas con intelectuales, políticos con empresarios de la noche o diplomacia con copas de Jerez y rasgueo de guitarras. Y emocionante la definición que hace uno de los personajes cuando afirma que cada  copla es  una historia completa y compleja, un drama casi siempre, interpretado valientemente por una sola persona, quien, sin escenografía, sin adornos ni efectos especiales, derrocha poderío vocal y expresión corporal para transmitir emociones a muchos grados de temperatura.

En la España de los años 40, 50 y hasta 60, cerrada a cal y canto a la cultura exterior, las coplas inundaban las ondas y acompañaban la sombría cotidianidad en blanco y negro. Los oyentes las cantaban también, porque las letras y las músicas de las coplas son pegadizas aún sin quererlo. Otra cosa es el contenido, especialmente rancio respecto a los géneros.  Los hombres eran casi siempre guapos, toreros, machos, marineros y dominantes, aunque también sufridores. Las mujeres eran situadas  en dos extremos; o eras beata o eras puta, hija, no había otra opción.  Y entre tanto, mucho dolor, mucho amor  y mucha traición.  En una sociedad censurada, dice el marqués de la película, la copla insinuaba y permitía soñar con lo prohibido. Puede que tenga razón, aunque  la interpretación literal de la mayoría de las letras no pasaría hoy ni un solo test para la igualdad de género.

El documental está lleno de populares canciones, muchas de cuyas letras  conozco, aún sin saberlo, de memoria. Mi madre cantaba mucho en casa; eso sí, metía sus morcillas y con ellas las he guardado en el fondo de mi memoria. Es curioso, me sé las letras pero pocas veces, o más bien ninguna, me he preocupado por entender las historias que narran. La copla me parecía del periodo carpetovetónico.  Ahora, a través de estos “Ojos verdes” he recordado a mi madre, la he escuchado cantando y al mismo tiempo he descubierto,  no sin sorpresa, otro significado de la canción española. Una experiencia inesperada y nutritiva.

Ojos verdes (1996) pertenece a una serie hecha para televisión de siete películas sobre Andalucía llamada "Andalucía, un siglo de fascinación".