Juan Diego Botto es Lorca y es Juan Diego Botto, también es un ciudadano cualquiera en su representación de “Una noche sin luna”, dirigida por Sergio Peris-Mencheta y que ayer, en el Teatro Español, nos descolocó, entretuvo, manipuló, embriagó y, sobre todo, emocionó.
Juan Diego aparece por sorpresa en el escenario, con camisa blanca y chaleco, tres minutos antes de que comience la representación. Instantes después ha logrado involucrarnos en un juego vertiginoso que solo se detendrá con los clamorosos aplausos de un público tan entusiasmado como agradecido, tras haber sido testigo y en cierto modo cómplice de un gran espectáculo, de un auténtico banquete de ingredientes dramáticos magistralmente puestos en escena: un actor y un autor acorralados por un mundo que aman; una sociedad a la deriva, llena de contradicciones e intransigencias; una escenografía que habla por si sola mientras desempolva verdades; una música adherida desde siempre a nuestras neuronas; una culpa compartida; un pasado que nunca debió ser…
Lorca es el protagonista, probablemente a
su pesar, pues su historia debió escribirse con tintas bien diferentes. Contemplamos
a un Lorca cotidiano y vanidoso, Lorca poeta, Lorca homosexual, Lorca asustado, Lorca enamorado, Lorca exuberante, Lorca
comprometido, Lorca entrañable… Lorca
muerto. ¡No! es Federico secuestrado,
maltratado, fusilado, ASESINADO.
Después, mucho después, le encontramos
homenajeado y universalizado, convertido en icono nacional e internacional. A Lorca
le gusta ser el centro de la fiesta pero
nos reprocha lo poco que le leemos, lo poco que le conocemos.
En mi casa había dos libros importantes en
papel de biblia y encuadernados en piel: El Quijote y las obras completas de
Lorca. Cuando empecé a descubrir que en mi país, no hacía tanto tiempo, se libró una guerra civil atroz tras la que perdimos -asesinados o exhiliados- tantos intelectuales,
artistas, maestros, científicos y simplemente ciudadanos, empecé a añorar a
Lorca y a todos aquellos que sin duda hubieran contribuido a construir una
sociedad diferente, más tolerante, más amable, más universal.
Con esa nostalgia me sumergí en el Romancero
Gitano, y resultó fácil. Me obstiné en comprender, sin conseguirlo, Poeta en Nueva
York; intuí la fuerza de Bernarda Alba; me reí y escandalicé con el Amor
de Don Perlimplín y Belisa en su Jardín y después, muchas veces, soñé despierta con el ambiente progresista y apasionado
fulminado por los intransigentes, con esa sociedad que ya no sería. Al menos ya
no con Federico, poeta sin voto, abandonado y perdido en una cuneta.
Ayer, Juan Diego Botto hizo teatro, puro
teatro y dio vida a Federico. Nos dejó
escucharle contar sus anécdotas -fabulosa la escena que recrea una plaza de
pueblo donde unos paletos acosan al poeta, ¡maricón! ¡bolchevique!-; nos acercó
a su piel, a sus miedos, a sus ideas, a su música y a un ser humano excepcional,
lleno de creatividad, amor y sueños iluminados por la luna. Lo sentimos cerca, muy cerca y
por eso algunos no pudimos reprimir unas lágrimas cuando le vimos alojarse,
definitivamente, bajo el polvo, golpeado
por la culata de unas armas insensibles, en aquella noche sin luna.
¡Aplausos!, para Juan Diego Botto, para
Sergio Peris-Mencheta y para el público con el compartimos el juego teatral que,
durante un ratito, resucitó a Federico.