Aquí van pensamientos, reflexiones, ideas sugeridas por el mundo que me rodea .... para compartir [LauraCA]



miércoles, 28 de abril de 2021

Me vacuné


Registro vacunas en "el Zendal"









Entre las peculiaridades de este insólito tiempo de pandemia Covid-19 están las palabras y términos que hemos ido incorporando con más o menos naturalidad a nuestra vida cotidiana. Cito de memoria: distancia social, hidroalcohol, toque de queda, estado de alarma, confinamiento, cierre perimetral, respiradores, contagio, inmunidad, anticuerpos, patógeno, test serológico, prueba PCR, antígenos,  mascarillas FFP1, FFP2, y FFP3…

Y en los últimos meses, por si no tuviéramos suficiente,  ha llegado el vocabulario vacunas. Primero los laboratorios: Pfizer-BioNTech, Janssen  (J&J/Janssen),  ModernaTX, Inc., AstraZeneca, Sputnik, Sinovac... Todos, casi a la vez, proclamando al mundo, que por fin llegaba la solución, mejor aún: la salvación.

Recuperados de la gran noticia, los ciudadanos corrientes pasamos a un nuevo estado, el de dominar  los principios activos de esas vacunas, pues  resulta que no todas son iguales, ni funcionan de la misma manera, ni provocan las mismas reacciones en nuestro organismo. Menudo lío. Pero nos aplicamos, menudos somos cuando nos interesa algo. Hoy, los ciudadanos corrientes ya somos capaces de hablar de proteínas, vectores, mensajeros y mucho más, como si fuéramos científicos e  investigadores de primera línea, con criterio y opinión propia.   

Pfizer y Moderna son vacunas de ARN mensajero. Pertenecen a un nuevo tipo de vacunas que enseñan a nuestras células a producir una proteína que desencadena una respuesta inmunitaria dentro de nuestro organismo.

Este modelo nos rompe los esquemas; desde siempre hemos asumido que pasar el sarampión significaba que te inmunizabas porque tu cuerpo desarrollaba defensas y que si te vacunabas de viruela era porque te inoculaban una viruela “chiquitita”, suficiente para desarrollar defensas,  pero no para enfermar. Ahora estamos “asimilando” nuevos enfoques.

Y por otro lado están las vacunas de vectores virales, la de Janssen o AstraZeneca, que contienen una versión modificada de otro virus (el vector) para dar instrucciones importantes a nuestras células que, bien instruidas, desarrollarán respuestas defensivas de nuestro sistema inmunitario. Intuyo que son más parecidas a las de antes.

Ninguna exenta de polémica. Que si no están probadas, que si producen trombos, muertes y riesgos,  que si mejor para los mayores, o no, que si ahora para los de mediana edad, que si peor para las mujeres… y te entran unos miedos y una desconfianza que no conocías ni nunca antes habías sospechado ¿No nos hemos vacunado,  y hemos vacunado a nuestros hijos,  de polio, tosferina, difteria, tifus, cólera, fiebre amarilla, meningitis, hepatitis, papiloma, etc. sin preguntas, sin temores, sin recelos? Ahora la sobreinformación nos abruma y nos manipula. Y encima nos empuja a tomar postura ¿Negacionista? ¿Ingenuo? ¿Obediente? ¿Ciudadano? ¿Conformado? ¿Escéptico? ¿Incrédulo? ¿Y yo, qué soy?

Me hago estas preguntas porque en plena efervescencia de la confusión en torno a la vacunación (a la que los vaivenes de la administración no aportaban precisamente luz) me vi, casi, en la esquina de los berrinches, entre los enfadados, esos que prefieren joder al capitán dejando de cenar. Y pospuse mi cita para vacunarme.  Me he pasado quince días arrepintiéndome y preocupada, hasta que ayer, feliz, convencida y muy agradecida, recibí mi pinchazo de AstraZeneca (no puede una dejar de pensar que, a pesar de todo lo que hoy empaña el devenir de nuestro país, cualquier ciudadano español tiene más suerte que la mayoría de habitantes del planeta). Por fin tengo, ¿inoculado?, ese vector viral (de adenovirus de chimpancé no replicativo ChAdOx1) con el que me defenderé del maldito, o maldita,  Covid-19.

En España se han registrado 3.496134 casos y 77.855 fallecidos por Covid. Se han administrado 14.994.667 

En el mundo se han registrado 147,4 millones de casos y 3,1 millones de fallecidos por Covid. Se han administrado 1.040 millones de vacunas


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martes, 13 de abril de 2021

Generaciones

Me entero,  leyendo una noticia de “sociedad”, de lo que son los “tronistas”: concursantes en el programa “MyHyV” (Mujeres y Hombres y Viceversa), aspirantes a encontrar pareja,  que ostentan  la estética impuesta en el programa. A saber: ellos depilados, marcando el six-pack abdominal, con cortes de pelo esculpidos y, a ser posible, aunque no se vea, con cerebros diseñados en la factoría Berlusconi/Tele5 (ya sabemos de qué va,  no hay ni que explicarlo); ellas neumáticas, teñidas y maquilladísimas, con  cerebros similares a los de los muchachos. Y mi mandíbula … se  derrumba.

Comparto unos días buceando con un grupo de jóvenes treintañeros y asisto, atónita, al exhibicionismo que alimenta la red social Instagram. Resulta que no eres nadie si no compartes fotos y recibes muchos likes de tus incondicionales seguidores. No importa lo que pienses, solo cuentan las imágenes, los posados, la vida en rosa y en burbujas de felicidad. Me quedo atrás, definitivo.

Conozco con parejas que tienen gatos, perros, play station, juguetes varios a los que cuidan más que a sus semejantes. Trabajan y juegan. Lo tienen bastante claro: no les interesa la política ni la cultura, menos aún procrear o perpetuarse. Y mis cejas se elevan incrédulas.

Escucho compartir confidencias a unas niñas de entre 12 y 14 años y no entiendo la paradoja. Son aplicadas, educadas y estudiosas, pero sus conversaciones giran en torno a qué te pones, qué te compras, qué tienes, de qué marca, cuánto tienes, cómo combinas los colores... Estas niñas copian a sus madres y a sus abuelas, a quienes mencionan a menudo con admiración.  Y me invade la triste sensación  de que hemos avanzado poco o, quizá,  de que en realidad a muchas mujeres, aun siendo muy  capaces y responsables, lo que de verdad  les entretiene es la banal conversación.

Saludo a algunos vecinos del barrio. Se han hecho mayores casi de repente y se han hecho locales, perdiendo interés hacia otros horizontes. Es normal, se supone que no nos podemos mover. ¡Pies quietos! ¿No será ésta una reacción demasiado exagerada? Me propongo no imitarlos.

Salgo por el centro de Madrid  y es como si no hubiera un mañana. Las terrazas abarrotadas, los grupos bien numerosos y agrupados, los jóvenes ya dispuestos a no renunciar a un minuto más sin su cervecita y sus risas. Y me pregunto si tienen o no razón. Mientras, sus padres se  esfuerzan, como lo han hecho siempre, y cumplen, como está mandado, con las normas; se vacunan, se aíslan, se asustan. De tanto hablar de lo mismo, la p. pandemia, me he quedado sin opinión, me he difuminado.

Leo Feria, una novela de Ana Iris Simón, escritora de 29 años. Es manchega y narra sin complejos la vida de sus abuelos, feriantes. Medita sobre su "evolución" milenial y urbanita, que encuentra cada vez día más desmotivante y descubre la "autenticidad" de las sencillas vidas de su familia. La Ana, el Jose Mari, la bonica y otras expresiones populares que utiliza me rechinan en las primeras páginas, hasta que le cojo el tono y descubro mensajes  interesantes, con carga de profundidad. Lo que me descoloca es reconocer la insalvable distancia entre las escritora y la generación de sus padres. Porque descubro que donde están sus padres también estoy yo ahora. Y es que avanzamos, nos separamos de quienes nos preceden y luego, rápido y  sin notarlo,  nos quedamos atras. Me desubico. 

R., que es teleco y joven, me habla de las criptomonedas, del blockchain, de la inteligencia artificial, en definitiva, de una sociedad menos controlada y más igualada gracias a la "objetividad" de las máquinas... y me cuesta seguirle, y se me salen los ojos de las órbitas. 

Y así, comparando hechos y distintas generaciones voy aceptando o desechando,  a la vez que asumiendo,  la inevitable evolución de las costumbres y los gustos, en definitiva, de los cimientos que alguna vez creímos inamovibles y ahora se desvanecen,  sin pena ni gloria.  ¿Pena? Creo que no, quizá un poco de melancolía.