El
concierto de San Ovidio es una obra
cruda, trágica, sin concesión alguna a la galería. Así lo percibí ayer en
la magnífica versión de Mario Gas.
Un montaje de lujo, que sobresale entre los
modestos escenarios -escasez de presupuestos obliga- a los que estamos
acostumbrados en los pequeños teatros independientes.
En este caso, qué bien traídas están las dos
píldoras de video que nos presentan, primero el concierto de los ciegos en la
feria y, al final, el discurso del hombre bueno de la historia. Y que
dignos los decorados y el vestuario.
Resumo: El concierto de San Ovidio es la
historia de un oportunista que encuentra en una desarrapada banda de ciegos una
excelente ocasión para obtener dinero fácil en las ferias. Lo hará
con el consentimiento de muchos, entre ellos la madre superiora del convento
que acoge a los ciegos y lo hará de la manera más cruel, exponiendo a los
pobres diablos, ridiculizados con espantosos disfraces, a la mofa de un público
alienado y embrutecido.
La historia contiene amor, codicia, venganza,
injusticia, crítica social e incluso una ligera grieta por la que asoma cierta
bondad; es, en suma una obra universal
que nos permite asomarnos a los eternos defectos de una sociedad corrompida por
los poderosos y padecida por una mayoría, cegada por la costumbre y conformada
con su destino. .... todo muy intenso.
El elenco está magnífico, aunque a mí el actor
que encarnaba al personaje principal, el ciego David, el único que no se
conforma y reclama su dignidad aspirando a ser un verdadero músico, no me acabó
de gustar. No sé bien por qué, creo que simplemente no me gustaba su voz.
Quizá también porque el personaje no tiene en toda la obra, salvo su beso final
a Adriana, ni un asomo de algo parecido a la felicidad, ni siquiera de
"bienestar". Y claro, no es fácil empatizar con un protagonista que
solo sufre y que, por esa razón no está precisamente de buen humor.
Retomo un detalle arriba mencionado, la
filmación del concierto que se proyecta sobre el telón para agradecer el uso de
este recurso al director, Mario Gas. Y explico por qué. La aparición de los
ciegos disfrazados mal tocando y cantando mientras provocan la burla es
tan, tan, tan incómoda, que este tratamiento en el que se incluye una escena
filmada con músicos, público y todo el ruido de la feria, me produjo un cierto
alivio. Como espectador, no es lo mismo padecer
el sonrojo con los actores “en vivo”, que ver una filmación. Uff.