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miércoles, 28 de septiembre de 2022

A vueltas con Lorca ¿Otra vez?

A vueltas con Lorca

Carmelo Gómez recibe al público en la puerta del teatro. Y esto gusta, porque nos hace sentir bien, subrayando que hoy asistiremos, como no puede ser de otra manera, a una función especial, irrepetible. Carmelo -me permitiré esta confianza- nos comenta que está contento, que el teatro está lleno y que hoy, además, ha venido un grupo de la universidad. Suena bien, seguro que añaden color al patio de butacas, normalmente, ya se sabe, con el gris de los cabellos como tonalidad dominante.

Ya en la sala principal del Teatro de La Abadía, en efecto llena, y ante un escenario bellamente decorado o, mejor dicho, ocupado, con evocadores objetos que podrían haber estado en el desván de la casa de Lorca, tomamos asiento con ganas de espectáculo, y sobre todo, con ganas de Lorca. Y se me ocurre que su título “A vueltas con Lorca” va con segundas y que podría querer aludir al recelo de quienes piensan, categóricos, que si va sobre Lorca no les interesa ¿Otra vez a vueltas con Lorca? Pero… ¿No estaba ya todo dicho? 

Pues resulta que no. Cuando más te acercas a la obra y a la vida de Federico García Lorca, mejor presientes que Lorca es, sencillamente, infinito. 

La propuesta de Carmelo Gómez, acompañado al piano, y algo más, por  Mikhail Studyonov, transcurre en un escenario repleto de libros, maletines, algún sillón, un megáfono, caballos, tizas, lunas, muñecos, tiovivos… y es, sí, otra aproximación más al universo lorquiano. Pero no, no sobra. 

¡Señor, ahí está el público! ¡Qué pase! Con esta referencia a la obra El Público y la exquisita pregunta ¿Qué es el teatro?  Carmelo entra en escena y comienza su espectáculo. Lo propone casi como una lección y con un tono didáctico va poniendo entre paréntesis simpáticos e ingeniosos comentarios dirigidos a esos jóvenes universitarios que, por cierto, no hemos logrado distinguir. Les cuenta lo que es el Teatro ¡emoción! y va evidenciando, aunque indique que “no hace falta tomar notas”,  las numerosas razones por las que necesitamos seguir “a vueltas con Lorca”. Y  ¡zas! de repente, nos encaja su comentario de la entrada.

Nos explica y nos declama sus poemas; se detiene  para intentar desentrañar las grandes obsesiones lorquianas (el amor, la infancia, el teatro, la vida, la muerte…) o para saborear  palabras presentes en tantas páginas de su obra: carne, deseo, luna, clavel, junco, agua, lodo, puñal, teatro, sangre, pasión, arena…

Y avanza, rebuscando y encontrando las influencias; la inspiración de Lorca en autores clásicos, presentes en su poesía y en su teatro, porque son tan eternos como ahora lo es él. Cervantes y Lope de Vega serán los abanderados. El primero, como ese gran maestro que, aún sin querer, deja huella indeleble; el segundo, con un Caballero de Olmedo que se reencarna en Carmelo Gómez, capaz de hacernos ver una capa negra y un sombrero con pluma donde solo hay una alegre camiseta de rayas rojas y blancas. 

Carmelo Gomez hace guiños a los “estudiantes” ¿Sabéis que Lope hizo películas? ¿Os acordáis de “El perro del hortelano”? Y conecta así con un público divertido que en esos instantes relaja su concentración en los versos del siglo de oro.

Y además, visitamos la luna y los juncos de los ríos, montamos a caballo, escuchamos a la Poncia en casa de Bernarda, sufrimos con los amantes de Bodas de Sangre, compadecemos a Yerma… El brillo en los ojos de Carmelo y su rostro emocionado declaran que disfruta con esta bulliciosa lección de teatro. Porque Lorca tiene cuerda para dar vueltas hasta el infinito. Y el teatro también.

Se acaba, hemos sobrevolado Lorca con Carmelo y Mikhail. Dejo aquí esta bella muestra:

Casida* de la muchacha dorada

La muchacha dorada

se bañaba en el agua

y el agua se doraba.

 

Las algas y las ramas

en sombra la asombraban

y el ruiseñor cantaba

por la muchacha blanca.

 

Vino la noche clara,

turbia de plata mata,

con peladas montañas

bajo la brisa parda.

 

La muchacha mojada

era blanca en el agua,

y el agua, llamarada.

 

Vino el alba sin mancha,

con mil caras de vaca,

yerta y amortajada

con heladas guirnaldas.

 

La muchacha de lágrimas

se bañaba entre llamas,

y el ruiseñor lloraba

con las alas quemadas.

 

La muchacha dorada

era una blanca garza

y el agua la doraba. Ideas

La dictadura de la felicidad

   

 

viernes, 16 de septiembre de 2022

Cuaderno de bitácora: navegar con y sin fundamento


Disfrutar de la navegación en aguas de Bretaña no parece “a priori” algo inalcanzable. El reto surge cuando no se trata de “montar en barco” sino que pretendes navegar en un velero de 12 metros de eslora y contribuyes con cero experiencia en vientos, corrientes, calados, obenques, nudos, cabos, correderas, botavaras y qué se yo cuanto más. No había conocimiento, pero si había motivación y, sobre todo, confianza ciega en el capitán, nuestro amigo Juanma, experto navegante que desde hace años pilota con orgullo y maestría su velero Quinto Real en la singular Ruta de los Grandes Faros  (https://www.escuelanauticanavarra.com/).

Los retos nos rejuvenecen cuando se superan, pero aún más durante el proceso en el que se plantean (la ilusión) y se afrontan (la hora de la verdad). En esta ocasión no había dudas respecto a la viabilidad y seguridad de la navegación ¡Oye, que vamos con Juanma! pero si incertidumbres relacionadas con nuestra capacidad de disfrutar sin marearnos y, sobre todo, no molestar en la dinámica de un velero donde caben, justos, seis tripulantes, siendo tres absolutos ignorantes de la práctica náutica.

Porque cuando “navegamos” en aguas conocidas, en nuestra zona de confort, nos sentimos capaces, con herramientas suficientes para afrontar situaciones, subir y bajar pendientes o atravesar, sin rozarnos malamente, los recovecos de la vida. Si llevas a cuestas ya un porrón de años,  vas circulando por el planeta y crees, inocente, que podrás  enfrentarte, con más o menos dignidad, a diferentes situaciones. Pero el mar, la mar, el océano, no admite el casi ni el pero, está ahí tal cual es, infinito y profundo, con vientos y mareas que sin duda exigen, siempre, experiencia, destreza y pericia. En resumen: saber.

Ha sido esa certeza, la de no saber, la que aún sin querer ha merodeado en mi cabeza durante esta semana de grumete. Me he visto y sentido  inactiva  en un entorno donde no caben las equivocaciones, ni siquiera los descuidos; donde todo tiene un porqué, un fundamento forjado a lo largo de los siglos, con el empeño de muchos para, con permiso de Neptuno, dios de los océanos, poder surcar sus aguas. Porque nada, ni los winches, ni las velas, ni la brújula,  las predicciones meteorológicas o  los horarios de las mareas, está de adorno o se vigila por casualidad en un bravo velero.

Lo extraordinario es que mientras nuestros ojos novatos atendían las precisas maniobras  -seducidos por el horizonte cambiante, acompañados por bellos delfines-  ha habido  tiempo para entender, siquiera una pizca,  la magnitud de la realidad náutica.  Han brillado las historias, las anécdotas y también algunas lecciones básicas y dichos marineros. Conquistas, naufragios, accidentes, empeños, triunfos y fracasos de muchos hombres entregados, incluso hasta la muerte,  al sabor salado en sus paladares. 

Me detengo en la historia de Eric Tabarly (1931 – 13 Junio 1998),  ese intrépido soñador y creador de veloces veleros a quien aún añoran sus admiradores y que, maldito destino, fallecería durante un temporal en aguas de su querida Bretaña al caer del barco con el que en su día aprendiera a navegar, el Pen Duick I. Navegamos un día casi rozando el pantalán de su villa, cerca de la desembocadura del río Odet. Estas cosas emocionan.

A Tabarly se le homenajea en toda la costa bretona. Lo comprobamos en el museo de  la Cité de la Voile EricTabarly próximo a Lorient-La Base; un lugar sorprendente, donde aún se conserva casi intacta la base de submarinos que durante  la II Guerra Mundial sirvió, inexpugnable, a la armada alemana. Aquí, la visita al interior del submarino Flore recompensó nuestra  curiosidad respecto a estas peligrosas máquinas de guerra. En Lorient-La Base encontramos también el centro de regatas transoceánicas, Pôle course au large,  con  los  maxi trimaranes, los Imoca, etc.,  unos veleros que nos parecen ciencia ficción con sus foils, sus líneas futuristas, sus colores y, por supuesto, sus récords. Toda una lección de náutica.

Otro escenario visitado ha sido el de las islas que adornan la costa sur bretona. En el solitario archipiélago de Glénan apenas quedaban ya las últimas huellas de los jóvenes que durante el verano se forman en su escuela de vela, quizá aún ajenos de que esta experiencia estival a no pocos de ellos les cambiará la vida para siempre. Después, en Belle Île  comprobamos que los jerséis a rayas no son ninguna moda pasajera. Representan la Bretaña y sus bravos marinos. Muchos de sus visitantes, también sus habitantes, visten de rayas, porque, la verdad, es lo que pega.

Los novatos hemos vivido, por primera vez, la extraordinaria sensación de fondear allí donde viene en gana, para disfrutar de noches solitarias, admirar las estrellas y cantar, graves, con Lee Marvin,  su legendaria I was born under a wondering star.

Y tras el  postre,  esas magnificas sobremesas, mecidos sobre el agua, donde se habla y  escucha sin prisa, se disfruta de la compañía, se descubren matices, se aprende, se ríe: se disfruta de la vida.


Gracias capitán, por tu entusiasmo y tu buen hacer.  Y también gracias a Paloma y a Jorge, por su paciencia y su labor didáctica. A Rober y Paz, mis compañeros meritorios, por vuestra alegría e impecables pilotajes.

Y eso que no había fundamento….