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miércoles, 17 de noviembre de 2021

Nueva York en un poeta. Alberto San Juan en Lorca

Qué un poeta como Federico García Lorca naciera en Fuente Vaqueros, Granada, España, allá por 1998 debería ser considerado un verdadero milagro. Poeta eterno, pleno de energía, belleza, música, alegría y dramas ancestrales. Y este país, España, que le inspira, le alimenta y al que ama, va y lo asesina, fríamente. Por nada, porque sí, porque había rencor, mucho rencor, del malo. Es un hecho tan trágico que no parece ser  verdad, salvo que lo es, aunque nos aflija y nos avergüence, lo es.

Pero Lorca ha resultado ser infinito e inmortal, mal que les pese a sus asesinos, a los rencorosos y a los ignorantes. Así lo mostró ayer Alberto San Juan en el espectáculo teatral que ha titulado Nueva York en un poeta y que presenta, vestido como un crooner  junto a los músicos de La Banda, en el Teatro Bellas Artes de  Madrid.

Alberto -le llamo así porque es uno de mis fetiches teatrales de los últimos tiempos, a quien visito con frecuencia en su Teatro del Barrio- explica al final de su brillante recital, que lo escuchado no tiene ni una coma añadida. Se trata del discurso casi íntegro que pronunciaría Federico en la Residencia de Señoritas de Madrid, en 1932. Tenía muy reciente su estancia en  Nueva York - desde junio de 1929 hasta febrero de 1930. En su viaje de vuelta se detendría tres meses en Cuba.

Es bien conocido que esta especie de año sabático en la gran metrópoli americana sacudió a Federico. Su alma de poeta no podía sustraerse al extrañamiento espiritual y sensorial que le provocaba Nueva York. Era allí un solitario españolito, perdido en el torbellino de la gran ciudad arruinada y desquiciada por la gran depresión, el crack bursátil del que luego tanto hemos sabido, desgraciadamente. Cuando Lorca vuelve a su hogar,  decide contarlo y a los poemas creados en Nueva York añade esta bellísima conferencia plena de inspiración. Estos poemas, ya lo indica el mismo, no son nada sencillos, pues así, complejas e infinitas son las emociones que le asaltan entre las cornisas de los rascacielos.  Y partiendo de esta complejidad, que contrasta con el desnudo escenario, Alberto San Juan utiliza con oficio su potente y versátil voz para acercarnos al poeta, a su viaje. Y lo hace tan felizmente que los versos se convierten en imágenes y los rascacielos, la niebla, la multitud, los negros, las cornisas, los cielos se palpan, sucesivos como en un viejo documental en blanco y negro. Los vemos, los sentimos y nos emocionamos.

Alberto hace pausas, silencios, y se retira a ratos del escenario. Nos deja unos instantes  con las bellas  melodías que interpretan  los músicos. Y se lo agradecemos,  porque el texto y sus evocaciones son tan intensas que necesitamos esos momentos  para recomponernos; para intentar retener alguna frase, algún verso, alguna imagen que después, en soledad, intentaremos saborear con parsimonia. 

El final del espectáculo es pura energía, verdadero  clímax. Federico se aleja en barco de Nueva York. Lleva en su corazón experiencias diversas, lleva ya recuerdos y también experimenta aflicción y cierto  alivio.  Llega al Caribe donde le reciben, nos reciben, con sorpresa, la luz, los colores, los sones, una pizquita de España …. Y una vez más, eternamente, los allí presentes, echamos de menos a Federico y aplaudimos y movemos incrédulos la cabeza ¿Cómo pudieron robarnos a una criatura tan extraordinaria?